martes, febrero 23, 2010

Desigualdad de Género: La MISOGINIA como problema de Salud Pública...

Por: Ana Schwarz/ Violetas Anahuac
Primera parte
Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998. En este ensayo, que se puede aplicar a cualquier rincón del planeta, detecta problemas específicos derivados del trato desigual que padecen las mujeres en el Subcontinente Indio.

I.Hace más de un siglo, en 1870, la reina Victoria se quejaba en una carta a Sir Theodore Martin de "esa enloquecida y perversa tontería que llaman 'derechos de la mujer'". No cabe duda de que la imponente emperatriz de la India no necesitaba para sí la protección que hubiera podido ofrecerle el reconocimiento de esos derechos.A los ochenta años, en 1899, podía escribir a Arthur James Balfour: "No estamos interesadas en la posibilidad de la derrota: no existe." La manera como se desarrollan las vidas de la mayor parte de la gente, frecuentemente mermadas o destruidas por la adversidad, no es precisamente ésta.

Y dentro de cada comunidad, cada nacionalidad y cada clase social, el peso más arduo casi siempre recae, de una manera desproporcionada, sobre las mujeres.El mundo en que vivimos, agobiado por el sufrimiento, se caracteriza por una distribución profundamente desigual del peso de las adversidades entre los hombres y las mujeres. La inequidad de género existe en casi todos los rincones del planeta, del Japón a Marruecos, de Estados Unidos a Uzbekistán. Sin embargo, esta desigualdad entre los hombres y las mujeres no es la misma en todas partes; puede adoptar formas muy diversas.

La falta de equidad de género no es un fenómeno homogéneo, sino un conjunto de problemas distintos e interrelacionados. Voy a concentrarme aquí sólo en algunas de sus formas.

Desigualdad en la mortalidad.
En algunas regiones del mundo la desigualdad entre mujeres y hombres tiene que ver directamente con asuntos de vida o muerte, y se manifiesta de manera brutal en un índice desproporcionadamente alto de mortalidad para las mujeres, con el consecuente predominio de los varones en la población total.
La preponderancia numérica de las mujeres es, por el contrario, común en las sociedades en donde los prejuicios de género casi no interfieren en la nutrición ni en el acceso a los servicios de salud. Lo desigual de la mortalidad se ha observado y documentado ampliamente en el norte de África y en Asia, incluidas China y las naciones del sur de Asia.


Desigualdad en la natalidad. Dada la preferencia que se tiene por los niños varones en las sociedades dominadas por los hombres, la inequidad de género puede manifestarse en la inclinación de los padres a tener un hijo en lugar de una hija. Hubo un tiempo en que esta inclinación no pasaba de ser un deseo —un sueño o una pesadilla, dependiendo del ángulo desde el que se mirara. Pero con el acceso a las técnicas modernas para determinar el género de un feto, el aborto sexoselectivo se ha vuelto común en muchos países. Es una práctica generalizada en el Asia oriental, sobre todo, y en China y Corea del Sur en particular; pero también se advierte en Singapur y Taiwán, y comienza a surgir como un fenómeno estadísticamente significativo en la India y en otras partes del sur de Asia. Se trata de un sexismo de alta tecnología.

Desigualdad de oportunidades básicas. Los prejuicios antifemeninos bien pueden no manifestarse o manifestarse muy poco en las características demográficas, pero aún quedan muchas maneras de dejar a las mujeres en desventaja.Afganistán es quizás el único país en el mundo cuyo gobierno decidió impedir activamente el acceso de las niñas a la escuela (el régimen talibán combinaba ésta con otras formas masivas de desigualdad de género), pero hay muchos países en Asia y África, e incluso en Latinoamérica, donde las niñas tienen una oportunidad mucho menor de asistir a la escuela que la que tienen los niños.

Otras deficiencias relacionadas con las oportunidades básicas que se ofrecen a las mujeres van desde la falta de estímulos para desarrollar talentos personales, hasta la participación no equitativa en las funciones sociales de la comunidad.

Desigualdad de oportunidades especiales. Aun donde hay relativamente poca diferencia entre los hombres y las mujeres en cuanto a oportunidades básicas —incluida la escuela—, las oportunidades para la educación superior pueden llegar a ser mucho menores para ellas que para ellos. De hecho, el prejuicio de género en la educación superior y en el acceso a una preparación profesional es también perceptible en los países más ricos del mundo, en Norteamérica y en Europa.

A veces este tipo de asimetría se ha fundamentado en la idea aparentemente inocua de que los "terrenos" de las mujeres y de los hombres son simplemente distintos. Esta tesis se ha defendido de diferentes maneras a través de los siglos, y siempre ha gozado de un fuerte apoyo, tanto implícito como explícito.

Desigualdad profesional. Tanto en el acceso al empleo, como en la posibilidad de ascender a puestos mejores, las mujeres enfrentan con frecuencia obstáculos mayores que los hombres. Un país como el Japón puede ser bastante igualitario en cuestiones de demografía o de oportunidades básicas, e incluso, sustancialmente, en educación superior, y sin embargo el ascenso a puestos elevados parece ser mucho más problemático para las mujeres que para los hombres.

Desigualdad en las posesiones. En muchas sociedades, la distribución de la propiedad puede ser también muy desigual. Aun las propiedades básicas, como las casas y la tierra, suelen estar repartidas de una manera muy asimétrica. La falta de reclamaciones sobre la propiedad puede debilitar la voz de las mujeres, pero también puede hacerles más difícil la participación y el desarrollo en actividades comerciales, económicas e incluso sociales.

Desigualdad en el hogar.
Las desigualdades fundamentales son frecuentes en las relaciones de género dentro de la familia y en el hogar, y pueden adoptar muy distintas formas. Es bastante común en muchas sociedades que se dé por sentado que los hombres naturalmente trabajarán fuera de casa, mientras que las mujeres sólo podrán hacerlo si tienen la posibilidad, y sólo en tal caso, de combinar ese trabajo con las diversas obligaciones domésticas, ineludibles y desigualmente repartidas. A esto se le llama en ocasiones "división del trabajo", al tiempo que se adopta una actitud indulgente con las mujeres que lo perciben como una "sobrecarga de trabajo". El alcance de esta falta de equidad incluye no sólo relaciones desiguales dentro de la familia, sino desigualdades derivadas de ellas y que tienen que ver con el trabajo y el reconocimiento en el mundo exterior.

Por otro lado, la establecida persistencia de este tipo de "división" del trabajo, o sobrecarga, puede tener también efectos de largo alcance en la manera de entender y valorar los distintos tipos de trabajo en los círculos profesionales. En los años setenta, cuando empezaba yo a investigar sobre la desigualdad entre los géneros, recuerdo la fuerte impresión que me causó el hecho de que el Manual de requerimientos nutricionales de la Organización Mundial de la Salud, al presentar los "requerimientos calóricos" para distintos grupos de personas, decidiera clasificar el trabajo doméstico como una "actividad sedentaria" que requiere un mínimo gasto de energía. Me fue imposible determinar exactamente cómo se obtuvo ese dato tan notable.

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