viernes, julio 02, 2010

La travesía de la masculinidad...

El modelo de hombría ha evolucionado pero persisten actitudes ‘micromachistas’ y algunos núcleos se resisten a la igualdad – El mayor avance es la implicación en la crianza de los hijos
Inmaculada de la Fuente/Red de Hombres
“Nadie se define ya como machista”, dice Luis Bonino, psiquiatra y psicoterapeuta especializado en varones y relaciones de género. “Pero queda mucho machismo encubierto”, añade. “Ha habido cambios, pero en aspectos superficiales”, precisa. No le gusta recurrir al tópico de la masculinidad. “Es una especie de esencia masculina donde se mete cualquier cosa. Prefiero hablar de un modelo masculino que se adapta a las condiciones históricas que le toca vivir”, desmitifica. En las últimas décadas en España se ha pasado de un machismo en bruto a una igualdad legal en la que perviven prácticas del viejo modelo. Es lo que Bonino denomina micromachismos. “La imagen masculina ha cambiado, sobre todo en el aspecto físico. Y además, los padres se involucran más en el cuidado de los hijos. “Pero en el ocio y lo lúdico. La parte seria y dura queda para la madre”, advierte.

* Maternidad, factor de desigualdad
Los malos tratos están relacionados con la existencia de valores antiguos
“La violencia es la punta del iceberg de la desigualdad”, señala Luis Bonino
El nuevo hombre pierde dominio y gana en libertad y en vida personal
“Él cambia inducido por la mujer. Se adapta”, asegura Fernández Nevado
Brad Pitt, Bisbal o Antonio Banderas son la imagen del nuevo icono
Ser hombre tiene todavía ventajas, ellos tienen más tiempo libre
Bonino lleva años reflexionado sobre el comportamiento masculino. Es crítico porque él es hombre y sabe de lo que habla. Como lo sabe Mariano Nieto, un madrileño de 52 años, funcionario del Ministerio de Industria y padre de tres hijos, que pertenece a Stopmachismo, Hombres contra la Desigualdad de Género . No es un movimiento como tal. Solo un pequeño grupo que se reúne una vez al mes para combatir desde su propio terreno la desigualdad. “Todos somos machistas. Tenemos bastantes privilegios por ser hombres y pensamos que ya que somos parte del problema, somos también parte de la solución”, afirma.


“Estar a favor de la igualdad no basta”, opina Nieto. “En ocasiones la idea de la igualdad se pervierte o se utiliza en beneficio propio. Por ejemplo, al defender la custodia compartida de los hijos tras el divorcio, y no por mutuo acuerdo, sino por decisión del juez, se esgrimen razones de igualdad, pero hay hombres que no cuidaban a sus hijos mientras estaban casados y se acuerdan de ellos al separarse”, denuncia.

En algún momento de su vida, los hombres de Stopmachismo se encontraron con una pareja, con amigas o compañeras de trabajo que les hicieron ver las desigualdades e injusticias que sufren aún las mujeres solo por serlo. “La violencia de género es solo la punta del iceberg de la desigualdad. Si los hombres no se sintieran con poder para hacerlo, no llegarían al maltrato”, señala. Bonino admite que los españoles tienen cada vez una mayor conciencia de igualdad, pero la mayoría ve aún a la mujer como alguien que nutre al hombre. “Me enriquece”, dicen. “No hay reciprocidad”, explica.

“Lo que ha cambiado es lo social, no la biología, y eso ha puesto en solfa muchos mitos”, afirma María Ángeles Durán, catedrática e investigadora del CSIC. “Las mujeres perciben estas transformaciones como un cambio a mejor, mientras que algunos hombres se resienten porque han perdido dominio y exclusividad. Pero han ganado en libertad y en reconocer que la vida personal es importante”, prosigue. Unos cambios que aún no han terminado.

Durán hace ver que la maternidad, aún siendo una dedicación permanente, cada vez ocupa menos tiempo en la vida de la mujer como actividad puramente fisiológica. “Teniendo en cuenta que hay 1,4 hijos por mujer, y a tenor de nueve meses, representa un 3% de su vida”, señala. La masculinidad ha iniciado también su propia travesía. Tras años de fomentar una imagen de poder, “ahora son sucesivamente fuertes y débiles, solidarios y agresivos… Se les reconoce su individualidad”, continúa Durán. Los hijos son otra de sus conquistas. “Es una relación que se hace cada vez más profunda. Conocen y tratan a sus hijos como nunca lo han hecho. Se han engrandecido. La hombría no era solo la agresividad, sino también los afectos y la solidaridad”, concluye.

Hubo un tiempo en que el hombre era ante todo eso, género. La masculinidad, y no siempre la individualidad, los definía. Cortados todos por el mismo patrón, atrapados o felices dentro de su papel dominante, destinados a hacerse en algún momento de su vida el nudo de la corbata. Entereza, valor, hombría. Hubo un tiempo en que estas eran palabras intercambiables. Y lo siguen siendo en algunas de sus acepciones. Aunque también se asociaba con la fuerza, la agresividad, o el ejercicio de la guerra. Un conjunto de tópicos que hace tiempo que se tambalearon. “El hombre cambia inducido por la mujer: lo que hace es adaptarse”, afirma la socióloga Myriam Fernández Nevado. “La clave ahora es la participación: hay una interrelación personal y social entre hombres y mujeres más participativa. No es tanto un cambio de papel o de modelo como de funciones”.

¿Qué queda entonces de la hombría? “En el fondo queda demasiado. Como concepto ha quedado trasnochado. Pero los malos tratos están muy relacionados con la pervivencia de esos supuestos valores”, asegura Mercedes Fernández-Martorell, profesora de Antropología Social y Cultural de la Universidad de Barcelona. “Aunque muchos hombres están modificando sus tradicionales conductas, en la transmisión de valores a los hijos se reproducen los antiguos esquemas. Dentro de las familias no se percibe tanta evolución. Es difícil encontrar padres y madres que vivan una total complicidad, que sean responsables de todo en casa y lo compartan todo”, continúa. “Entre los jóvenes las ideas son más igualitarias, pero solo las ideas…”, agrega.

“La hombría se ha ido redefiniendo porque no es posible que cambie lo femenino y que no lo haga lo masculino. En el pasado el hombre era el proveedor único. Se le obligaba a aparentar que podía con todo. Ahora ha perdido su carácter dominante por razones demográficas, de esperanza de vida. Ya no puede ser así”, argumenta Durán. “A la hombría se vinculaban cualidades consideradas masculinas, como el buen ánimo, la serenidad y la inteligencia, algo que ya no se sostiene desde que las mujeres han llegado a la Universidad y al mundo profesional. La educación ha cambiado las cosas. Muchos de estos valores considerados masculinos lo eran porque las mujeres no tenían ocasión de ejercitarlos. Cuando han tenido posibilidad de hacerlo los han incorporado”, precisa.

“Los cambios de modelo se están dando sobre todo en las clases medias y altas. Entre adolescentes hay mucha diversidad. Depende de los valores educativos que sigan. Aún se conservan valores populares ligados a la masculinidad”, recuerda. “Hay menos machismo en su conjunto, pero se da cierta polaridad y el residual es recalcitrante. A muchos hombres les cuesta la igualdad: o estamos por arriba o estamos por debajo, parecen decir”, sigue Bonino.

“Naturalmente, hay resistencias. Dentro de la sociedad hay núcleos anclados en el pasado, con una especie de liturgia propia y unos patrones de conducta más rígidos, y entonces el cambio es más costoso”, asegura Fernández Nevado. “Porque no solo cambia el comportamiento, sino la mentalidad. Pero cambiar no es errar sino buscar nuevas actitudes”, agrega.

El machismo es también una losa para algunos. Ser hombre, sin embargo, tiene todavía muchas ventajas. “Por ejemplo, los hombres tienen más tiempo libre. Y sin embargo, algunos se muestran cabreados si ellas ascienden. Y culpan de sus males al feminismo”, explica Bonino. “Sin embargo”, añade, “los hombres, cuando les pisan sus derechos o perciben que son víctimas chillan, no se quedan con los brazos cruzados, y surgen grupos contraigualitarios“. En definitiva, “hay hombres que van a mejor. Pero otros van a peor”, sintetiza.

Brad Pitt, Patrick Dempsey, David Bisbal o Antonio Banderas, tan diferentes entre sí, representan al nuevo icono masculino. Siempre con sus niños en sus ratos de ocio unos, sin temor a emocionarse en público otros o de apoyar a su pareja en los malos momentos. Para muchas mujeres lo marcadamente varonil sólo interesa como imagen (y como identidad sexual), pero sin alardes de dominio. Ninguna exhibición de testosterona seduce a estas alturas. “Con todo, no todos los que están a favor de la igualdad lo hacen por las mismas razones: unos quieren corregir esa injusticia. Otros piensan que ir juntos hombres y mujeres también les beneficia”, termina Bonino.

Aunque minoritarios, hay grupos de hombres contra la desigualdad en el País Vasco, Madrid, Andalucía… Con frecuencia realizan talleres para analizar su obsesión por el poder. “Hace poco organizamos unos talleres para movimientos sociales y vimos que hasta entre los okupas pervive el machismo”, recuerda Nieto. “Salvando las distancias, algunos nos reunimos por lo mismo que los alcohólicos anónimos: recordamos que seguimos siendo machistas, aunque intentamos dejar de serlo”, argumenta. Con razón su madre suele decirle a su nuera, es decir, a la mujer de Nieto: “Pero ¿te das cuenta de la maravilla de hombre que tienes…?”. Hay tan pocos así…

Maternidad, factor de desigualdad

De tú a tú, mirándose en el espejo de sus relaciones personales, el hombre asume el cambio. De puertas para fuera, en el campo social, su reino permanece prácticamente intacto. El mercado del trabajo empieza a ser un espacio compartido, pero median abismos entre hombres y mujeres. Lo propio del hombre activo es el trabajo remunerado, mientras que su dedicación al hogar roza el voluntarismo o la anécdota. Sin eufemismos: el español adulto dedica el 46,1% de su tiempo al trabajo remunerado y un exiguo 4,8% al hogar y la familia. Por el contrario, la mujer se divide: el 40% lo destina a tareas profesionales y el 24,4% a la familia y la casa.

Traducido a la vida diaria significa que las mujeres trabajan más que los hombres: ellas emplean una media de 62,4 horas a la semana en su doble actividad, mientras que ellos destinan 48,7 de horas semanales al trabajo, como han estudiado la profesora María Teresa López y su equipo para la Fundación Acción Familiar. En la UE la tendencia es la misma pero la desproporción es menor: ellas trabajan 63,6 horas semanales y ellos 53,3. La conclusión es clara: las españolas soportan un 28,1% de trabajo adicional respecto a los hombres. La brecha se acentúa entre hombres y mujeres casados y con hijos. A ellos los hijos les empujan al mercado laboral. A más hijos, mayor tasa de empleo. Las mujeres experimentan el fenómeno opuesto: a más hijos mayor abandono profesional y aumento del trabajo gratuito.

¿Dónde huyeron los talentos, la preparación, las ganas de formar parte del engranaje laboral de esas profesionales que deciden tener uno o más hijos? Probablemente al limbo de los prejuicios sexistas de los empleadores y de la anquilosada organización laboral. “La maternidad es un factor estrechamente unido a la desigualdad”, concluye López.

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