sábado, mayo 16, 2009

La autoliberación de las mujeres y el marxismo revolucionario*

* Ígneo nº 5, diciembre de 2005, titulado «Hacia un nuevo comienzo... Por el comunismo, por la anarquía». Este texto es la introducción del suplemento teórico «Alienación y autoliberación de las mujeres», consistente en extractos seleccionados y comentados del libro de Ann Foreman «La feminidad como alienación. Las mujeres y la familia en el marxismo y el psicoanálisis», 1977.Desde el punto de vista revolucionario, existe una única lucha de clase con múltiples frentes, ninguno de los cuales puede considerarse principal o secundario a priori y cuya importancia para el progreso general depende de la profundidad de su acción, no de su extensión (que, como decía Marx, sólo puede crecer con la primera).
El fracaso actual del feminismo en llegar a la clase obrera reside, por último, en que orientó su actividad a la autoafirmación de las mujeres meramente desde la perspectiva de género, precisamente debido a su carácter interclasista. En lugar de eso, debe ser capaz de dar a esa autoafirmación una forma y una amplitud de clase: afirmar las necesidades de las mujeres proletarias como necesidades de la clase obrera en conjunto y declarar así la guerra al capitalismo. De lo que se trata no es de construir un movimiento proletario de ideología feminista, sino de construir un verdadero movimiento revolucionario del proletariado, pues ese movimiento será también un movimiento de autoliberación de las mujeres... o no será.



La diferencia de posiciones, que se da entre las distintas tendencias de pensamiento sobre la opresión de las mujeres y sus causas, no constituye un problema teórico, sino un problema práctico. Lo que está en la base de todas estas diferencias teóricas es una comprensión práctica distinta acerca de las necesidades de las mujeres, esto es: la cantidad y calidad de esas necesidades, y la determinación concreta de su objeto y el modo de esforzarse para realizarlas. O, dicho de modo más sintético, es la experiencia social práctica la que constituye la base primigénea de la teoría y determina, a nivel de los contenidos, las estructuras del pensamiento.

Nuestra posición acerca de la opresión de las mujeres es distinta de la de otras tendencias, porque nosotr@s entendemos las necesidades de las mujeres y su realización práctica a partir de la experiencia de las mujeres proletarias, en las que se unen explotación de clase y de género. Así, la lucha por liberarse de su condición de proletarias incluye, necesariamente, la lucha por liberarse de su condición de género. Además, hoy el capitalismo mundial se encuentra en su fase de decadencia abierta como modo de producción social. Se hace evidente, de este modo, que la autoliberación de las mujeres de su condición de género no ya puede prosperar de forma significativa -por tanto, aún menos realizarse- dentro del capitalismo. Sin salir de este encuadramiento, su lucha de género no pasará de lograr meras reformas de carácter jurídico (legislación del aborto, matrimonio, derecho laboral y social, etc.) que, en la práctica, sirven para dar cobertura a la persistencia de la explotación y de la dominación de género.

1. HISTORIA PASADA Y PRAXIS

La cuestión de en qué momento histórico empezó a formarse la opresión de género no es un problema determinante para la autoliberación de las mujeres, del mismo modo que no lo es para la autoliberación proletaria conocer el momento en que comenzó la explotación capitalista del trabajo. La autoliberación no depende del conocimiento teórico abstracto, sino de las condiciones históricas prácticas que hacen posible su realización, tanto objetivas como subjetivas (especialmente, de la comprensión práctica de los fundamentos del capitalismo lograda por la propia experiencia). Es la propia lucha de autoliberación la que desarrolla su propia conciencia acerca de sus objetivos.

Ciertamente, el análisis del proceso histórico de formación de la opresión de las mujeres debería mostrar el desarrollo de las relaciones sociales y de las formas de conciencia que van constituyendo la estructura social hasta el presente, y, de este modo, sirve para comprender los diferentes elementos sociales que dan lugar a la dominación de clase y de género en su forma actual. Sin embargo, la clase obrera no progresa de este modo, esto es, dilucidando teóricamente, mediante el estudio de la historia, el modo en que debe actuar sobre el presente, sino actuando directamente para transformar la situación presente -y, a través de esta acción, es cómo se capacita para comprender la actividad humana en el pasado a la luz de sus resultados en el tiempo actual-. Solamente desde esta perspectiva tiene valor el estudio del pasado. Las diferentes teorías solamente tienen utilidad en la medida en que se corresponden con las necesidades prácticas efectivas del movimiento proletario y, en cualquier caso, es en la lucha de clases, no en la discusión teórica, donde se someten a verificación las distintas interpretaciones de la historia.

En lo que respecta a la opresión de las mujeres, la historia pasada demuestra empíricamente que ésta solamente puede comprenderse en su evolución cuando se considera como una componente necesaria del capitalismo. La situación económica y el grado de alienación de las mujeres trabajadoras evolucionan en el mismo sentido en que lo hace la de la clase proletaria entera. La mejor situación de las mujeres en los países avanzados tiene como contrapartida la situación de las mujeres en los países dependientes, lo mismo que sucede en el caso del proletariado en general.

La ideología antipatriarcal, que considera la situación de las mujeres como determinada por las relaciones de género y no por las relaciones de clase, tiene forzosamente que perder de vista que el problema de género es un problema directamente mundial. De este modo, no llegará a más que a una coalición reformista temporal de diferentes organizaciones nacionales. Para nosotr@s, en cambio, la lucha contra el "patriarcado" solamente pode progresar transformándose en una lucha internacional contra el capital y los Estados. No se trata de coaligar o asimilar la liberación de las mujeres a la liberación de la clase obrera, sino de que la lucha de las mujeres sea hegemonizada por las mujeres proletarias y, de este modo, incluya dentro de sí la perspectiva comunista y evolucione hacia la unidad de clase y la acción internacionalista.

Por supuesto, la consideración de la forma de la familia, esto es, del modo de reproducción social de la fuerza de trabajo humana, como un elemento determinado por el modo de producción dominante e inseparable del mismo, es la base teórica que explica la experiencia histórica de los últimos siglos. La forma de la familia evolucionó según las conveniencias del proceso de acumulación del capital, sin que la clase obrera llegase a ser capaz de actuar más que como una fuerza autorreguladora en este proceso -o sea, como una fuerza que, aunque opuesta, constituye una parte del propio sistema capitalista y de la sociedad burguesa-. El capital no sólo requiere de un cierto desarrollo de las fuerzas productivas objetivas para poder imponer la explotación del trabajo; necesita también de fuerza de trabajo humana en condiciones de ser empleada. Pero, a diferencia de la maquinaria, que simplemente transmite a las mercancías su valor, la fuerza de trabajo humana no se limita a reproducir su valor, sino que acrecienta un valor excedente. Dado esto, reducir continuamente el valor de la fuerza de trabajo, bien en términos relativos, bien en términos absolutos, es una condición necesaria para acrecentar ese valor excedente que se transforma en capital. Por consiguiente, el capital debe esforzarse continuamente por reducir los costes de la reproducción social de la fuerza de trabajo, esto es, abaratar -también en términos relativos (elevando laa productividad) o absolutos (disminuyendo el nivel de vida familiar)- lo más posible el trabajo doméstico y todo el trabajo destinado a la formación social de nueva fuerza de trabajo. De este modo, el capital necesita del trabajo doméstico no remunerado para garantizar el crecimiento de la acumulación y, para mantenerlo, necesita la división sexual del trabajo, en primer lugar por motivos económicos:

1) para, a nivel del capital global, eludir una elevación de los salarios para convertir ese trabajo en trabajo remunerado por cuenta ajena (o para intentar reducirlo por medios tecnológicos cuando éstos no se compensan mediante el empleo de la fuerza de trabajo femenina en condiciones de rentabilidad creciente).

2) para, a nivel de los capitalistas particulares, eludir los costes derivados de las bajas por maternidad y seguridad social, y favorecer la reducción de los salarios y condiciones de trabajo.

Esto significa que, bajo el capitalismo, la opresión de género no puede suprimirse, aunque pueda cambiar -y suavizarse en apariencia- su forma. Gracias al trabajo doméstico gratuito se hace posible la reproducción de la fuerza de trabajo del modo más barato posible, y, en la medida en que éste se abarata progresivamente gracias a la introducción de la técnica, la fuerza de trabajo femenina pasa a combinar estructuralmente trabajo asalariado y trabajo doméstico. El trabajo doméstico incrementa la productividad del trabajo asalariado masculino, mientras que, como trabajadoras asalariadas condenadas por el capitalismo a una posición subalterna dentro del conjunto de la fuerza de trabajo, su tasa de paro y dependencia familiar presionan para rebajar las posiciones de la clase obrera en conjunto. Por otro lado, como la jornada de trabajo masculina tiende a ser más extensa y a estar mejor remunerada, además de que el empleo masculino tiene un nivel de precariedad menor, la supresión de la división sexual del trabajo dentro de la familia choca con obstáculos insuperables para ir más allá de un reparto muy desigual del trabajo doméstico y se mantienen las condiciones para la reproducción, abiertamente o no, del autoritarismo masculino y de la alienación de género.


2. LA DIVISIÓN DEL MOVIMIENTO FEMINISTA EN LÍNEAS DE CLASE

Con el desarrollo de la medicina, del control de la natalidad, de la tecnología doméstica, se llegó a un punto en el que el tiempo de trabajo doméstico era excesivo para las necesidades del sistema, que en absoluto está interesado en la calidad de la vida familiar. En especial, con la drástica disminución de la mortalidad infantil y la elevación de la longevidad, el tiempo dedicado a la maternidad se redujo junto con el número de hij@s y se hizo viable la transformación del cuidado doméstico de los niñ@s en trabajo asalariado en guarderías, lo que se financiaría por otro lado con el empleo de las mujeres como asalariadas. Entonces, las condiciones para la convergencia del feminismo burgués, que reclamaba la libertad de trabajo, y las necesidades de la acumulación capitalista, estaban dadas.

Por su mismo carácter de clase y métodos de lucha, el feminismo burgués no pudo ir más allá de una revolución jurídico-política, conquistando nuevos derechos y logrando una cierta representación en las instituciones capitalistas. Tampoco podía ir más allá de la base material de que partía, que seguía y sigue siendo la desigualdad entre los sexos.

La tendencia a la integración de las mujeres en el trabajo asalariado dista, con todo, de estar completada, ni podrá llegar a ello. Con la entrada del capitalismo en su fase de declive abierto, el feminismo reformista, como el reformismo obrero en general -y con ellos la colaboración de clases que compartían como base práctica interna y externa-, han entrado también en declive histórico. La liberación de género no puede ser realizada bajo el capitalismo. Del mismo modo que el declive del capitalismo llevó a la crisis y descomposición del viejo movimiento obrero, también se produjo una crisis en el movimiento de mujeres.

Una parte del movimiento feminista se orientó a perseverar en la lucha por reformas, mirando para otro lado ante la tendencia capitalista general -internacional- a la degradación de las condiciones de trabajo y de vida y, en especial, a la destrucción de las conquistas sociales de la era reformista. De este modo, este feminismo pasaba a representar exclusivamente los intereses de las mujeres burguesas y de las clases medias. Las mujeres restantes, pertenecientes a los estratos inferiores de las clases medias y al proletariado -en forma directa como asalariadas o indirecta como amas de casa-, se debaten entre un feminismo separativo y un feminismo unificador. El primero considera como determinante la oposición entre los sexos, adoptando una perspectiva interclasista y orientándose a construir un movimiento de mujeres independiente de vínculos de clase. El segundo considera como determinante la oposición de clase y se orienta a la participación en el movimiento obrero.

No obstante, todas estas reacciones eran respuestas espontáneas al cambio acelerado de la situación social. Con el desarrollo de la situación social, el carácter de clase práctico de las posiciones de cada tendencia del feminismo llevó, a su vez, a una clarificación de su composición social, poniendo a prueba sus métodos de acción. La corriente colaboracionista y la corriente separatista se perfilaron más claramente como las corrientes del feminismo burgués y pequeñoburgués, uno poniendo el acento en la igualdad jurídica entre los sexos, el otro creando una ideología basada en las diferencias biológicas, psicológicas e históricas entre los sexos (el llamado feminismo de la diferencia). Pero la tendencia unificadora, propiamente proletaria, estaba lastrada por dos hechos: su falta de cohesión como corriente feminista, derivada de su participación en las luchas feministas bajo la hegemonía política y/o ideológica de las mujeres burguesas y pequeñoburguesas; su adhesión a las tradiciones del viejo movimiento obrero, en particular a las de su extrema izquierda y sus ideas pseudorrevolucionarias acerca de la integración en las organizaciones reformistas (en ésta podemos incluir a la autora del texto que aquí publicamos, aunque su aportación teórica al feminismo proletario tenga gran valor). Todo ello provocó que este feminismo proletario no llegase a desarrollarse significativamente dentro del movimiento obrero y se hundiese con él en su derrota histórica. Así las cosas, hasta ahora nunca existió un movimiento autónomo de las mujeres proletarias.

Otra traba es el papel del feminismo separatista, que, al separarse de la única fuerza social que podía hacer frente al capitalismo, tuvo que alinearse cada vez más con el feminismo burgués o bien intentar coaliciones con los restos de la extrema izquierda inclinada ya, en la práctica, hacia el populismo y el interclasismo. Apareció así, por este otro frente, un feminismo pseudosocialista que se convirtió en una fuerza divisora y mistificadora para las mujeres proletarias. En primer lugar, porque, aunque reclamase cierta unidad de acción con el movimiento obrero, en realidad concebía el movimiento de mujeres y el movimiento proletario como dos realidades convergentes con causas diferentes. Podía, entonces, presentar su feminismo como el feminismo de las trabajadoras, mientras, en la práctica, dejaba a un lado cualquier perspectiva revolucionaria de socialización del trabajo doméstico e igualdad económica real en favor de las reivindicaciones reformistas de la libertad de trabajo y de la libertad sexual y reproductiva formal. Como resultado, entre el proletariado masculino se extendió una aversión importante a la ideología feminista separatista, pero identificándola con el feminismo en general, y entre las mujeres proletarias se extendió una desidentificación e incluso un rechazo frente al movimiento feminista organizado, percibiéndolo como algo ajeno a sus intereses inmediatos -lo que efectivamente es-.

El feminismo pequenoburgués considera a los hombres como beneficiarios de la situación de las mujeres, sin considerar sus contrapartidas. Pero esto tiene, como trasfondo, que este feminismo no considera el modo de reproducción de la fuerza de trabajo como algo socialmente determinado por el modo de producción vigente, sino como algo separado, o, lo que es peor aún, considera el modo de producción como determinado por el modo de reproducción, las relaciones de clase como una forma derivada de las relaciones entre los sexos (tesis que se apoya en la idea de que la explotación femenina precedió históricamente a la masculina). Así, la lucha contra el patriarcado comprendería la lucha contra el capitalismo, pero no a la inversa. Esta perspectiva, claro, excluye considerar seriamente el proceso histórico por el cual el capitalismo transforma la familia y la situación de las mujeres en la sociedad. En la práctica, sirve para justificar el hecho de que las reivindicaciones inmediatas de las mujeres proletarias sean subordinadas a las reivindicaciones "comunes" de mayores libertades jurídicas y políticas. El caso de la violencia doméstica es un ejemplo más: en lugar de luchar contra las condiciones que mantienen a las mujeres en una posición subordinada, impidiendo su situación de dependencia estructural de los hombres, reducen la lucha a una cuestión de reformas jurídicas y acción policial. De este modo, también el aspecto psicológico del problema queda al margen de una acción real, a pesar de que sea presentado por el feminismo burgués como el factor determinante cuando, en realidad, detrás de la persistencia del "machismo" está un problema que el capitalismo no puede reconocer: el trabajo alienado y su intensificación creciente.


3. LA TEORÍA DE LA SUBSUNCIÓN

Hablemos de modo de producción y modo de reproducción, de relaciones de producción y relaciones reproductivas, de capital y familia, la cuestión es entender el modo en que se relacionan históricamente. La esfera de la reproducción no es en modo alguno algo externo al modo de producción vigente, aunque, como las relaciones de reproducción de la fuerza de trabajo sólo son tales al hablar el relación a un modo de producción dado, puede decirse también que existen relaciones de producción domésticas o un modo de producción doméstico. La teoría del patriarcado es acertada en la medida en que reconoce, a diferencia del unilateralismo del marxismo mecanicista, que el modo de producción doméstico tiene su esencia constante desde tiempos inmemoriales en la explotación del trabajo femenino y en la dominación de género y que, en la medida en que la familia era la primera unidad económica -al menos en la época de la formación de la sociedad de clases-, entonces el conjunto de la sociedad de clases tuvo desde el principio el carácter de una sociedad de dominación de género, siendo la propia clase dominante una clase dominante masculina. Pero este análisis se limita a describir las formas generizadas que adopta la división social del trabajo, no explica su desarrollo histórico o, más bien, no le interesa explicarlo, considerando por principio que, siendo su análisis correcto, del mismo se deduce que las mujeres deben actuar por cuenta propia y de modo independiente de los hombres.

La incongruencia de la teoría del patriarcado, pues, no está en el aspecto más profundo de su análisis histórico, sino en su perspectiva política presente, que mantiene un punto de vista interclasista. El interclasismo político y el reconocimiento de que son los modos de producción dominantes, no las relaciones de producción dentro del trabajo familiar, lo que determina el desarrollo de la sociedad en conjunto y, con ella, el de la situación de las mujeres en general, se excluyen recíprocamente. Pues ese reconocimiento significa reconocer la centralidad del conflicto de clases y, por consiguiente, no sólo la centralidad de la clase obrera -lo que sería asumible, considerando que podría limitarse a acabar con el capitalismo-, sino especialmente la centralidad de las mujeres proletarias -lo que es abiertamente contrario a cualquiier interclasismo y a sus prácticas separatistas-. La propia existencia de las mujeres proletarias encarna la unificación de la lucha de género y la lucha de clase y destruye la teoría de que cualquier movimiento feminista proletario pueda desenvolverse o mismo existir separadamente del movimiento proletario general. Intuyendo esto, las feministas pequeñoburguesas tienen que rehuir de esta perspectiva como del demonio. Igualmente, las feministas reformistas en general, que aceptan de buena gana la teoría del patriarcado porque sirve a sus perspectivas limitadas, tienen que rehuir de las implicaciones de una teoría revolucionaria que demuestre la inviabilidad de cualquier solución gradualista y pacífica de la opresión de las mujeres.

La teoría de la subsunción del trabajo en el capital de Marx sirve para explicar la relación existente entre el trabajo doméstico y el trabajo asalariado. No al modo de las teorías de los "dos modos de producción", que consideran el modo de producción dominante y el modo de producción familiar como dos realidades separables. La teoría de la subsunción no trata de la relación entre dos modos de producción independientes, sino del proceso de transformación en el que las formas del proceso de trabajo adquieren un carácter específicamente capitalista, esto es, las formas de trabajo anteriores se adecuan a la relación de producción dominante. La familia feudal, que todavía tenía un carácter de unidad económica, pasa a perder este carácter en el capitalismo, pues tal carácter era el resultado de las formas de producción feudales y no de la naturaleza de la familia. En el capitalismo, así, la producción social y la reproducción de la fuerza de trabajo se presentan como esferas diferentes de la vida social, surgiendo la división entre lo político y lo personal (el Estado y la sociedad civil, que en la sociedad feudal encontraban su unidad en los estamentos como realidades a la vez civiles y políticas), entre lo público y lo privado. La primera forma de la familia en el capitalismo es, entonces, aquella que está desprovista de base económica propia, pero en la que persisten las características feudales en las relaciones entre los sexos y en la ideología. Con el desarrollo del capitalismo, estas relaciones e ideología van siendo modificadas hasta adoptar cada vez más el carácter de relaciones sociales e ideología puramente capitalistas, sustentadas en las desigualdades de poder económico entre los sexos y en la justificación privada de los imperativos sociales impuestos por el sistema capitalista. Entonces, la medida en que prevalezca o no socialmente la ideología patriarcal en la familia, es ya una cuestión secundaria, que no afecta a la estabilidad de la familia como institución capitalista, al contrario de lo que piensan las ideólogas del antipatriarcado.

En resumen, el trabajo doméstico es subsumido plenamente en el capital cuando, como actividad y relación de reproducción de la fuerza de trabajo, asume características específicamente capitalistas. Esto, sin embargo, no quiere decir que se transforme en trabajo asalariado, sino solamente que se adecua a las relaciones sociales capitalistas. En realidad, la vieja idea de que el trabajo doméstico podría ser asimilado en el capitalismo era errónea porque no tenía en cuenta que la división entre modo de producción y modo de reproducción es esencial, no adyacente, al capitalismo. Este proceso histórico, del que hoy estamos viendo el corolario en los países más avanzados, es la demostración práctica de la insuficiencia de la teoría del patriarcado.

Por otro lado, la teoría de la subsunción sirve para explicar cómo, a pesar de la separación entre el capital y la familia, la segunda está integrada en la producción de plusvalor mediante la relación reproductiva, y cómo esta integración se intensifica en la medida que se suprime para la mayoría de la población cualquier modo de subsistencia fuera de someterse al trabajo asalariado. De hecho, la vida familiar pasa no sólo a carecer de otro medio de subsistencia que no sea el trabajo asalariado, sino que también deja de sustentarse en la tradición y su papel educativo pasa a ser asimilado por el capitalismo, destruyendo cualquier apariencia de autonomía de la familia respecto de las necesidades del capital. De este modo, incluso siendo asalariadas, las propias mujeres no pueden rebelarse contra la explotación y la alienación que sufren en la familia sin pasar antes por la lucha de clases, la única que puede hacerlas despertar a la conciencia social y a la autoactividad revolucionaria. Por eso el movimiento separatista no pudo, por las mismas razones que el movimiento obrero reformista, resolver su propia crisis y reimpulsar la movilización social.

En definitiva, para nosotr@s la familia no es una institución superestructural, sino una parte de la estructura económica. Por supuesto, las relaciones familiares no se reducen a lo económico, sino que comprenden una dimensión política y otra cultural, pero esto mismo ocurre también en la esfera económica en general. Sucede que en la familia se mezclan las relaciones interpersonales afectivas con las relaciones económicas, pero estas mismas relaciones afectivas no son necesariamente exclusivas de la familia: más bien, es la familia la que constituye una estructura represiva de las relaciones afectivas, un obstáculo a su socialización. En el comunismo el lazo arcaico del parentesco dejará de ser determinante para las relaciones sociales y pasará a considerar-se como lo que es, un nexo casual, siendo las relaciones sociales reales lo que constituye la verdadera relación "familiar".

La teoría de la subsunción del trabajo doméstico en el capital significa también que este trabajo no es explotado "por el marido", sino por el capital, y que el marido se reduce al papel de agente ejecutivo de esa explotación. El trabajo doméstico sirve para elevar la productividad del trabajo asalariado masculino y, por otro lado, para crear nueva fuerza de trabajo para ser explotada en el futuro.

Tanto la vieja tradición ideológica patriarcal, como la ideología mercantilista burguesa que se extiende actualmente en las relaciones interpersonales y que la reemplaza como fundamento justificativo de la forma opresiva y alienante de la familia, solamente podrán superarse mediante la autoactivación revolucionaria del proletariado. Mientras ésta no exista, tanto hombres como mujeres seguirán atados a sus roles familiares económicamente determinados por el capitalismo, y mantendrán en consecuencia la adhesión a esa ideología familiar.


4. LA ORGANIZACIÓN REVOLUCIONARIA

Con toda la importancia que se le pueda otorgar a la autoorganización de las mujeres, la cuestión decisiva es la orientación práctica y de clase de la organización. El feminismo pequeñoburgués, al pretender un movimiento separado e interclasista, empuja a las mujeres proletarias al foso de los problemas domésticos y culturales, donde se encuentran atomizadas y aisladas y todo lo que pueden hacer es protestar públicamente de modo más o menos inofensivo. Lo que nosotr@s enfatizamos, por contra, es que la autoorganización de las mujeres proletarias comienza en los centros de trabajo y en las luchas económicas inmediatas, como ocurre con el resto de la clase proletaria. Del mismo modo, el feminismo pequeñoburgués insiste en la separación de las mujeres, en el tratamiento de sus asuntos específicos de modo separado. Pero en la lucha de clases elemental y espontánea se ve claramente que la separación y la especificidad solamente pueden concebirse como momentos de una unidad y unos intereses generales mucho más amplios, y que sin esta unidad y cooperación plena no es posible avanzar. La autonomía de las mujeres proletarias solamente puede significar su autonomía "como mujeres proletarias", esto es, una autonomía como colectivo específico indisolublemente unida a la autonomía de la clase en conjunto. Y ambos planos interaccionan entre sí productivamente.

Dar prioridad al movimiento de mujeres sobre el movimiento de clase o a la inversa, es un problema que sólo se presenta para el feminismo pequeñoburgués. Para las mujeres proletarias su propio movimiento tiene que comprender ambos planos simultáneamente: actúan a la vez como mujeres y como proletarias. Tanto el separatismo feminista como el obrerismo reduccionista -y machista- excluyen esta perspectiva y promueven la desorganización entre las proletarias. El primer principio, pues, de la autoorganización de las mujeres proletarias, y en general de la construcción de un movimiento feminista proletario, es concentrarse en torno a los centros de trabajo, complejos de producción y distribución, áreas industriales. No se trata de un movimiento "paralelo" o "complementario" del movimiento obrero, sino de una parte esencial del propio movimiento obrero revolucionario. La autonomía del movimiento de mujeres es necesaria para desarrollar un trabajo de clarificación y orientación entre las proletarias y los proletarios, para impulsar y promover iniciativas, no considerando su actividad independiente como algo que deba existir separadamente a la actividad de clase, aunque a veces tenga que ser así de hecho (en tanto los objetivos de las mujeres no encuentren receptividad entre los hombres, pero aun así esa lucha incluiría por necesidad un esfuerzo para lograr la unidad).

En cualquier caso, la teoría de las "luchas secundarias", tal y como se viene utilizando por el leninismo, se corresponde con una visión reformista y sindicalista de la lucha proletaria: una visión que considera la extensión de las luchas en función del mínimo común denominador como el motor del progreso proletario, en lugar de entender la lucha principalmente como un medio para construir la unidad consciente de la clase y como una condición fundamental para el desarrollo de la conciencia de clase. Desde el punto de vista revolucionario, pues, existe una única lucha de clase con múltiples frentes, ninguno de los cuales puede considerarse principal o secundario a priori y cuya importancia para el progreso general depende de la profundidad de su acción, no de su extensión (que, como decía Marx, sólo puede crecer con la primera).

Por otro lado, la concentración exclusiva en la "organización de las mujeres" estimula las perspectivas interclasistas y separa a las mujeres proletarias de la atención a los problemas de conjunto. En consecuencia, en lugar de favorecer el autodesarrollo de las proletarias como revolucionarias integrales, lo que se produce es su aislamiento en la perspectiva de género.

5. LA TRANSFORMACIÓN DE LAS RELACIONES INTERPERSONALES

En la medida en que el interés del proletariado en la perpetuación de la familia como forma de comunidad afectiva básica radica en el trabajo alienado, con la degradación intensificada del trabajo y la intensificación de la alienación en todos los momentos de la vida, en combinación con las nuevas pautas de vida creadas por la "revolución tecnológica" y el individualismo consumista (desocialización de los individuos, sometimiento de la vida a la dominación espectacular), este aferramiento a la familia no dejará de crecer, al mismo tiempo que se harán más agudos los conflictos que conlleva. Este es el trasfondo actual de la violencia de género e infantil en los países desarrollados. Esto trae a la escena política la cuestión de las relaciones interpersonales en la familia (oposición entre hombres y mujeres, entre padres e hij@s, etc.) y su conexión con las relaciones interpersonales inmediatamente fuera de la familia (la violencia en los centros escolares contra profesores y compañer@s). Se hace imprescindible una crítica radical y práctica de las relaciones interpersonales como un producto del capitalismo y orientar la resolución de la persistente frustración y conflicto en la familia a la lucha revolucionaria contra este sistema que impide el libre desarrollo integral de los seres humanos: el trabajo asalariado, el trabajo doméstico, la educación institucionalizada y la vida cuotidiana que impiden el desarrollo de las capacidades creativas y de la autonomía del individuo. Pero esto no puede hacerse sin defender prácticamente la fundación de nuevas relaciones sociales basadas en la libertad, la igualdad y la fraternidad, en una concepción no mercantilista ni posesiva de las necesidades humanas, etc.

Sin este esfuerzo por transformar las relaciones interpersonales, en especial las de pareja, la familia seguirá siendo, también ideológicamente, una mera prolongación de los intereses del capital sobre la reproducción de la fuerza de trabajo, siempre susceptible de ser utilizada como plataforma por los partidos burgueses y la reacción contra el proletariado consciente. Ello conllevará el mantenimiento de la división de la clase obrera entre un sector avanzado, que ve en la lucha de las mujeres una condición de progreso para la clase entera, y otro sector que verá en ella una amenaza a su "modo de vida". Y lo mismo ocurre con todas las luchas que afectan a la institución familiar, como la lucha de liberación homosexual.

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