Capítulo IX, la viuda mexicana de los Mártires de Chicago
Del libro: Historia del 1° de Mayo (en prensa)
Del libro: Historia del 1° de Mayo (en prensa)
Somos las esclavas de los esclavos.
Nos explotan más despiadadamente que a los hombres.
Nos explotan más despiadadamente que a los hombres.
(Lucy González de Parsons, 27 de junio de 1905).
¿Lucy González de Parsons?, ¡ah!.. sí... es: “... una mulata que no llora”, subrayó en el papel, José Martí, el grande de Nuestra América, quien se encontraba en Nueva York el 2 de septiembre de 1886, y se enteró de los sucesos de Haymarket Square (La Plaza del Heno); tomó su pluma y la describió en una carta al diario La Nación de Buenos Aires, Argentina.
Después, quizá sin saber que esa “mulata” era de madre mexicana, se detuvo para ver porqué de los ojos de Lucy no escurrían lágrimas, cuando el Gran Jurado estadunidense, condenó a morir en la horca a su fiel compañero, Alberto Richard Parsons, uno de los ocho Mártires de Chicago.
Cuando en la sala se escuchó el veredicto de: “¡Culpables!”... ¡Morirán en la horca el próximo 11 de noviembre de 1887!, la mexicana sintió como un nudo le ahorcaba su débil garganta, pero sin hacer gestos en su cara, tragó saliva y se contuvo para no derramar lágrimas que mojaran sus pequeños ojos ante los verdugos... solo apretó el rostro contra su puño cerrado.
Tomó los cordones de una cortina, los amarró como un nudo de la ahorca y los arrojó por la ventana, para que los obreros concentrados en la plaza que cercaba al tribunal, entendieran el castigo que los capitanes de la industria le imponían a los que lucharon por reducir la jornada laboral a 8 horas.
Alberto Parsons la miró fijo y, se acordó aquel lejano día cuando la conoció en los campos algodoneros de Austin, Texas. Entonces, Lucy quizá era esclava de los racistas hacendados tejanos, quienes habían incitado a la Unión Americana a declararle la guerra a México, con tal de adueñarse de la frontera norte del México recién independizado de la Corona española.
Estados Unidos de América como se autonombraron, se expandía a caballo de la industrialización, el exterminio de las tribus nativas, entre ellos, el padre de Lucy, quien al parecer fue un indio Creek y, el arrebato de la mitad del territorio mexicano, una de cuyas víctimas fue la madre de Lucy.
La mente mulata de Lucy se cimbró con el recuerdo, que como un rayo, le trajo las imágenes del 1° de Mayo de 1886, cuando su corazón saltaba dentro del pecho al ver a los miles y miles de huelguistas que se aprestaban a movilizarse y llevó a sus pequeños hijos al desfile del Primero de Mayo; tomada de la mano de su querido Alberto, gritaba: “no queremos trabajar más de 8 horas”.
Su pequeña hija, Lulú, de escasos 8 años y, Albertito de 7, cantaban y gritaban consignas que se expandían como rocío por el pasto verde que acompaña el borde del gran lago de la ciudad industrial de Chicago, ese tocinero de mundo, aquel estibador de trigo y ¡el faquín de la Nación!, como diría el poeta Carl Sanburg.
Los Parsons nunca se imaginaron que año tras año, como los peces en la pecera, los obreros del mundo harían el mismo recorrido de Lucy, Alberto, Lulú y Albertito, ya no por el Lago Font, sino por las calles del mundo.
Muchos años antes, la familia Parsons habían emigrado desde el sur acosados por la segregación racial tejana y, se habían cobijado en la frontera norte, por el rumbo de Canadá, en la ciudad de Chicago, donde el Movimiento Obrero se organizaba tenazmente para declarar una huelga general en pro de la jornada laboral de 8 horas.
Fue el 1° de Mayo de 1886, cuando los obreros de Norteamérica decidieron tomar en sus manos sus destinos y rescribir la Historia que había arrancado cuando la inglesa Revolución industrial había atracado en el puerto de Nueva York.
Pero aquel día, 2 de septiembre, José Martí no apartaba la vista de la ventana neoyorquina, ni le temblaba la mano, cuando describió la sentencia del “Honorable” Juez:
“Allí la mulata de Parsons –refiriéndose a la mexicana Lucy González–, implacable e inteligente como él (Alberto R. Parsons), que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noticieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado.
“No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente; se pone en pie de súbito, aparta con un ademán a los que la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado.”.
La escena no pudo ser más dramática, mientras soplaba el viento helado en la plaza de Chicago.
Pero Martí, impide que se le interrumpa y sigue relatando:
“La viejita ha caído en tierra (la madre de Augusto Spies). A la novia infeliz se la llevan en brazos (Nina Van Zandt). (Lucy) Parsons se entretenía mientras leían el veredicto en imitar con los cordones de una cortina que tenían el nudo de la horca, y en echarlo por fuera de la ventana, para que lo viese la muchedumbre de la plaza.
“La plaza, llena desde el alba de tantos policías como concurrentes, hubo gran conmoción cuando se vio salir del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, el cronista de un diario, –el primero de todos. Volaba. Pedía por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo estaba esperando.
“–‘¿Cuál es, cuál es el veredicto?’ –voceaban por todas partes.– ‘¡Culpables!’ – dijo ya en marcha. Un hurra, ¡triste hurra!, llenó la plaza. Y cuando salió el juez, lo saludaron.”
Los sindicalistas de Chicago, entonces, desfilaron a la horca el 11 de noviembre de 1887 y se convirtieron en los Mártires de Chicago y, Lucy González de Parsons, en su viuda mexicana.
Lucía Eldine González nació en 1853 en Johnson County, Texas, es decir, a los pocos años en que este Estado pasó a formar parte de la Unión Americana, tras declarar su “Independencia” de México y la posterior Guerra de Intervención estadunidense en 1847, así como la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848 (mediante el cual México cedió a los invasores más de la mitad de su territorio).
Y no eran pocos los mexicanos que vivían en Texas en la transición a su asimilación a los Estados Unidos. Los investigadores calcularon, con base a datos oficiales, que en 1860, sumaban las 19 mil 293 personas, aunque alertaron que era muy difícil saber con exactitud el número de mexicanos por la forma en que los gringos los contaban (“Los nativos de México, de padres mexicanos, no eran enlistados por separado. Por tanto, este sector de mexicanos es desconocido.”).
Pero Lucy Parsons, como se le conocía en el movimiento sindical, se consideraba “mexicana” y sus adversarios y enemigos se referían a ella como una “mujer de color”.
De Lucy se conoce poco de sus años mozos, pero sus biógrafos recuerdan que ella solía decir que era hija de una mexicana (probablemente María del Carmen) y de un indio Creek (quizá de nombre Jhon Waller) y, que a los tres años de edad quedó huérfana, por lo que un tío maternal la crió en un rancho de Texas. Joe Lowndes dice que una reciente investigación arrojó el dato de que probablemente Lucy estuvo esclavizada en ese rancho tejano.
El historiador James D. Cockcroft la definió como “una mujer hispano hablante de mezcla India-Africana-Mexicana, es conocido mundialmente que fue una activista obrera toda su vida.”
Homenaje a Lucy González de Parsons
La viuda mexicana de los Mártires de Chicago
Por Raúl Lescas Jiménez
Capítulo IX. Lucy González de Parsons, la viuda mexicana de los Mártires de Chicago
Del libro: Historia del 1° de Mayo (en prensa).
Escuela Nacional para Trabajadores, plantel Morelia, México, 8 de marzo de 2004
Somos las esclavas de los esclavos.
Nos explotan más despiadadamente que a los hombres.
(Lucy González de Parsons, 27 de junio de 1905).
Lucy González de Parsons, una mexicana en Chicago
¿Lucy González de Parsons?, ¡ah!.. sí... es: “... una mulata que no llora”, subrayó en el papel, José Martí, el grande de Nuestra América, quien se encontraba en Nueva York el 2 de septiembre de 1886, y se enteró de los sucesos de Haymarket Square (La Plaza del Heno); tomó su pluma y la describió en una carta al diario La Nación de Buenos Aires, Argentina.[1]
Después, quizá sin saber que esa “mulata” era de madre mexicana, se detuvo para ver porqué de los ojos de Lucy no escurrían lágrimas, cuando el Gran Jurado estadunidense, condenó a morir en la horca a su fiel compañero, Alberto Richard Parsons, uno de los ocho Mártires de Chicago.
Cuando en la sala se escuchó el veredicto de: “¡Culpables!”... ¡Morirán en la horca el próximo 11 de noviembre de 1887!, la mexicana sintió como un nudo le ahorcaba su débil garganta, pero sin hacer gestos en su cara, tragó saliva y se contuvo para no derramar lágrimas que mojaran sus pequeños ojos ante los verdugos... solo apretó el rostro contra su puño cerrado.
Tomó los cordones de una cortina, los amarró como un nudo de la ahorca y los arrojó por la ventana, para que los obreros concentrados en la plaza que cercaba al tribunal, entendieran el castigo que los capitanes de la industria le imponían a los que lucharon por reducir la jornada laboral a 8 horas.
Alberto Parsons la miró fijo y, se acordó aquel lejano día cuando la conoció en los campos algodoneros de Austin, Texas. Entonces, Lucy quizá era esclava de los racistas hacendados tejanos, quienes habían incitado a la Unión Americana a declararle la guerra a México, con tal de adueñarse de la frontera norte del México recién independizado de la Corona española.
Estados Unidos de América como se autonombraron, se expandía a caballo de la industrialización, el exterminio de las tribus nativas, entre ellos, el padre de Lucy, quien al parecer fue un indio Creek y, el arrebato de la mitad del territorio mexicano, una de cuyas víctimas fue la madre de Lucy.
La mente mulata de Lucy se cimbró con el recuerdo, que como un rayo, le trajo las imágenes del 1° de Mayo de 1886, cuando su corazón saltaba dentro del pecho al ver a los miles y miles de huelguistas que se aprestaban a movilizarse y llevó a sus pequeños hijos al desfile del Primero de Mayo; tomada de la mano de su querido Alberto, gritaba: “no queremos trabajar más de 8 horas”.
Su pequeña hija, Lulú, de escasos 8 años y, Albertito de 7, cantaban y gritaban consignas que se expandían como rocío por el pasto verde que acompaña el borde del gran lago de la ciudad industrial de Chicago, ese tocinero de mundo, aquel estibador de trigo y ¡el faquín de la Nación!, como diría el poeta Carl Sanburg.
Los Parsons nunca se imaginaron que año tras año, como los peces en la pecera, los obreros del mundo harían el mismo recorrido de Lucy, Alberto, Lulú y Albertito, ya no por el Lago Font, sino por las calles del mundo.
Muchos años antes, la familia Parsons habían emigrado desde el sur acosados por la segregación racial tejana y, se habían cobijado en la frontera norte, por el rumbo de Canadá, en la ciudad de Chicago, donde el Movimiento Obrero se organizaba tenazmente para declarar una huelga general en pro de la jornada laboral de 8 horas.
Fue el 1° de Mayo de 1886, cuando los obreros de Norteamérica decidieron tomar en sus manos sus destinos y rescribir la Historia que había arrancado cuando la inglesa Revolución industrial había atracado en el puerto de Nueva York.
Pero aquel día, 2 de septiembre, José Martí no apartaba la vista de la ventana neoyorquina, ni le temblaba la mano, cuando describió la sentencia del “Honorable” Juez:
“Allí la mulata de Parsons –refiriéndose a la mexicana Lucy González–, implacable e inteligente como él (Alberto R. Parsons), que no pestañea en los mayores aprietos, que habla con feroz energía en las juntas públicas, que no se desmaya como las demás, que no mueve un músculo del rostro cuando oye la sentencia fiera. Los noticieros de los diarios se le acercan, más para tener qué decir que para consolarla. Ella aprieta el rostro contra su puño cerrado.
“No mira; no responde; se le nota en el puño un temblor creciente; se pone en pie de súbito, aparta con un ademán a los que la rodean, y va a hablar de la apelación con su cuñado.”.
La escena no pudo ser más dramática, mientras soplaba el viento helado en la plaza de Chicago.
Pero Martí, impide que se le interrumpa y sigue relatando:
“La viejita ha caído en tierra (la madre de Augusto Spies). A la novia infeliz se la llevan en brazos (Nina Van Zandt). (Lucy) Parsons se entretenía mientras leían el veredicto en imitar con los cordones de una cortina que tenían el nudo de la horca, y en echarlo por fuera de la ventana, para que lo viese la muchedumbre de la plaza.[2]
“La plaza, llena desde el alba de tantos policías como concurrentes, hubo gran conmoción cuando se vio salir del tribunal, como si fuera montado en un relámpago, el cronista de un diario, –el primero de todos. Volaba. Pedía por merced que no lo detuviesen. Saltó al carruaje que lo estaba esperando.
“–‘¿Cuál es, cuál es el veredicto?’ –voceaban por todas partes.– ‘¡Culpables!’ – dijo ya en marcha. Un hurra, ¡triste hurra!, llenó la plaza. Y cuando salió el juez, lo saludaron.”.[3]
Los sindicalistas de Chicago, entonces, desfilaron a la horca el 11 de noviembre de 1887 y se convirtieron en los Mártires de Chicago y, Lucy González de Parsons, en su viuda mexicana.
Lucía Eldine González nació en 1853 en Johnson County, Texas, es decir, a los pocos años en que este Estado pasó a formar parte de la Unión Americana, tras declarar su “Independencia” de México y la posterior Guerra de Intervención estadunidense en 1847, así como la firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo el 2 de febrero de 1848 (mediante el cual México cedió a los invasores más de la mitad de su territorio).
Y no eran pocos los mexicanos que vivían en Texas en la transición a su asimilación a los Estados Unidos. Los investigadores calcularon, con base a datos oficiales, que en 1860, sumaban las 19 mil 293 personas, aunque alertaron que era muy difícil saber con exactitud el número de mexicanos por la forma en que los gringos los contaban (“Los nativos de México, de padres mexicanos, no eran enlistados por separado. Por tanto, este sector de mexicanos es desconocido.”).[4]
Pero Lucy Parsons, como se le conocía en el movimiento sindical, se consideraba “mexicana” y sus adversarios y enemigos se referían a ella como una “mujer de color”.[5]
De Lucy se conoce poco de sus años mozos, pero sus biógrafos recuerdan que ella solía decir que era hija de una mexicana (probablemente María del Carmen) y de un indio Creek[6] (quizá de nombre Jhon Waller) y, que a los tres años de edad quedó huérfana, por lo que un tío maternal la crió en un rancho de Texas. Joe Lowndes dice que una reciente investigación arrojó el dato de que probablemente Lucy estuvo esclavizada en ese rancho tejano.[7]
El historiador James D. Cockcroft la definió como “una mujer hispano hablante de mezcla India-Africana-Mexicana, es conocido mundialmente que fue una activista obrera toda su vida.”.[8]
Según una investigadora del movimiento feministas chicano, “En 1848, año en que se presenta en Seneca Falls la ‘Declaración de Sentimientos’ por las sufragistas Elizabeth Cady Stanton y Lucrecia Mott, las México-americanas comenzaban a incorporarse al territorio anexado a Estados Unidos luego de la colonización, y este período es uno de liberación de los chicanos por su tierra.” Lucy se habría integrado años después a este movimiento de las mujeres trabajadoras, ya que “mantuvo contacto con el sufragismo al igual que Emma Goldman, atraídas por las líderes Jane Addams y Florence Kelley, quienes estaban resueltas a encontrar mejores condiciones para las trabajadoras inmigrantes (Cotera, 1980, p. 224)
Los historiadores del Movimiento Obrero Chicago, la miraron de la siguiente manera: “Ejemplo de una oposición al capitalismo más ideológicamente orientada fue el de la mexicana Lucy González Parsons, que comenzó como anarquista para convertirse en socialista y comunista. Lucy Parsons, mexicano-tejana, alcanzó fama nacional debido a sus esfuerzos por salvar la vida de su marido y de los mártires anarquistas de Haymarket en 1886. Todavía en el siglo XX, siguió siendo una figura clave de los Obreros Industriales del Mundo (IWW) y de los partidos socialistas y comunistas de Estados Unidos.”.
A fines del siglo XIX, el cordón algodonero de San Antonio y Austin (Texas) rivalizaban con el Valle del Río Grande a “lo largo de la frontera, por lo que toca a número de mexicanos residentes. Fue ahí, en Austin, donde Lucy conoció a Alberto Richard Parsons, con el cual se casó en 1871 o 1872 y, años después, procreó dos hijos (Lulú y Alberto Jr.).
Como Parsons era un republicano radical, y su recién fundada familia una mezcla de razas, los tejanos lo obligaron a emigrar.
Con las escasas pertenencias y las maletas en la mano, la familia Parsons se trasladó a la ciudad industrial de Chicago en 1873; ahí Lucy abrió una pequeña tienda de ropa quizá por su afición a los campos de algodón y el trabajo de las costureras, para ayudar a la economía del hogar, mientras que Alberto laboraba en un taller de impresión, una vocación que llevaba a flor de piel.
Lucy no sólo tenía cualidades de organizadora y buena ama de casa, le tomó gusto a la lectura y empezó a redactar artículos sobre temas diversos en 1878 (sobre los sin techo, los desocupados, los vagabundos, sobre los veteranos de la Guerra Civil y, referentes al papel de las mujeres en la construcción del socialista).
Más adelante, ayudó a fundar la Unión de Mujeres Trabajadoras de Chicago, que en 1882, Los Caballeros del Trabajo la reconocieron y la sumaron a sus filas (en esos años no se permitía la militancia de las mujeres en las organizaciones). Asimismo, participó de la fundación de la Internacional Working People’s Asociation (IWPA), una organización de ideas anarquistas que promovían la “Acción Directa” contra los capitalistas.
En 1885, en plena efervescencia por la jornada de 8 horas, Lucy fue una mujer muy activa en la organización de las costureras de la industria maquiladora (sweat-shops).
Colaboraba con artículos para el periódico La Alarma, que editaba su compañero Alberto R. Parsons.
Desde esa tribuna, hizo hincapié en la defensa de los negros. En un artículo publicado el 3 de abril de 1886, denunció que los negros eran victimas sólo porque eran pobres, y planteó que el racismo desaparecería inevitable con la destrucción del capitalismo.
Durante las movilizaciones de mayo de 1886, acompañó al movimiento obrero desde el primer día. El 1° de Mayo, tomada de la mano de Alberto y sus hijos, desfiló altiva y orgullosa de pertenecer a la clase obrera industrial.
Durante los sucesos de Haymarket del 4 de mayo, junto a sus pequeños Lulú y Albertito, y su esposo, estuvo en el Salón Zept’s, por lo que nada tuvieron que ver ni ella ni su esposo, en el lanzamiento de la bomba que mató al policía Degan, razón por la cual se inculpó a los Mártires de Chicago a morir en la ahorca o purgar largas cadenas en la cárcel.
Al presentar su propia defensa, el inculpado Oscar W. Neebe, narró cómo ocurrían las cosas tras los sucesos de Haymarket: “En la mañana del 5 de mayo (1886) supe que habían sido detenidos Spies y Schwab y entonces fue también cuando tuve la primera noticia de la celebración del mitin de Haymarket durante la tarde anterior. Después que terminé mis faenas fui a las oficinas de El periódico de los obreros (Arbeiter Zeitung), en donde encontré a la esposa de Parsons y la señorita Holmes. Cuando iba a hablar con la primera de dichas señoras, entró de pronto una manada de bandidos, llamados policías, en cuyos rostros se retrataba la ignorancia y la embriaguez, gentes de peor calaña que los peores rufianes de las calles de Chicago.
“El mayor Harrison iba con estos piratas y dijo: ‘¿Quién es el director de este periódico?’ Los chicos de la imprenta no sabían hablar inglés, y como conocí a Harrison me dirigí a él y le dije: ‘¿Qué pasa, señor Harrison? Necesito –me contestó– revisar el periódico por si contiene algún artículo violento’. Yo le prometí revisarlo y lo hice en compañía del señor Hand, a quien Harrison fue a buscar. Harrison volvió a los pocos minutos y vi bajar la escalera a todos los tipógrafos; otra pandilla de rufianes policíacos entró a tiempo que la esposa de Parsons y la señorita Holmes se hallaban escribiendo. Uno que yo tenía por un caballero oficial dijo: ‘¿Qué hacéis aquí?’ Y la señorita Holmes, respondió: ‘Estoy escribiendo a mi hermano, que es editor de un periódico obrero.’
“Al oír esto aquel oficial, la agarró fuertemente por un brazo, y ante las protestas de aquella señorita gritó: ‘¡Concluye, zorra, o te arrojo al suelo!’ Repito aquí estas palabras para que conozcáis el lenguaje de un noble oficial de Chicago. Es uno de los vuestros. Insultáis a las mujeres porque no tenéis valor para insultar a los hombres. Lucy Parsons obtuvo igual tratamiento, a la vez que le aseguraban que no se publicaría más el periódico y que arrojarían por la ventana todo el material de la imprenta. Cuando oí esto, cuando vi que se pretendía destruir lo que era propiedad de los obreros de Chicago, exclamé: ‘Mientras pueda haré que el periódico se publique.’ Y volví a publicar el periódico; cuando se nos echaron encima los policíacos bandidos y todas las imprentas se negaron a imprimirlo, reunimos fondos y adquirimos imprenta propia, mejor dicho, dos imprentas; se multiplicaron los suscriptores, y en fin, los trabajadores de Chicago cuentan actualmente con todo lo necesario para la propaganda. ¡He ahí mi delito!’
Por otro relato que nos legó Alberto Parsons (véase su discurso), podemos entender que primero discutió con su esposa Lucy, su posible entrega a la policía y correr la misma suerte que sus compañeros detenidos y juzgados. Todo indica que la tenacidad, entrega y decisión de Lucy fue muy importante para acompañar a su esposo en la lucha sindical histórica de los Estados Unidos.
Tras la detención y el juicio a los inculpados por los sucesos de Haymarket, Lucy recorrió el país (cargando a sus pequeños hijos), generando un gran movimiento en defensa de los inculpados. Un historiador escribió: “La protesta solitaria de Lucy creció hasta alcanzar a millones”
Tras el ahorcamiento de su esposo, Lucy siguió recorriendo el país, organizando a las trabajadoras y escribiendo para los periódicos sindicalistas.
Contribuyó a la fundación de la organización denominada Defensa Internacional del Trabajo (ILO, por sus siglas en inglés). Participó en las movilizaciones de 1890, cuando se conmemoró por primera vez el 1° de Mayo, en Estados Unidos.
Lucy no podía faltar a la constitución de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW, por sus siglas en ingles), conocidos con el sobrenombre de Wobblies. Apenas contaba con 52 años de edad y, dos vientos del cambio soplaban para el mundo del trabajo: el nacimiento de una nueva central sindical combativa en los Estados Unidos y, aunque parecía muy lejano, el soplido de la primera Revolución Rusa de 1905.
El congreso fundacional de la IWW, arrancó en la ciudad de Chicago el 27 de junio de 1905, tras emitirse un famosos Manifiesto, cuya ideología estaba salpicada por el anarcosindicalismo: “debe establecerse como organización económica de la clase trabajadora, sin afiliarse a ningún partido político. Todo el poder debe descansar en una afiliación colectiva.”.
Lucy no firmó ese Manifiesto, solamente, entre las sindicalistas, la famosa Mamá Jones, rodeada de puros varones que formaban parte del Comité Organizador.
Sin embargo, nos cuenta el prestigiado historiador del Movimiento Obrero Estadunidense, Philip S. Foner, en su monumental Historia de Las Mujeres y el Movimiento Laboral Americano: “a la Convención llegaron 12 delegadas, incluyendo a Mamá Jones, Lucy (González) Parsons (la viuda de uno de los Mártires de Haymarket), Emma F. Langdon de la Unión Tipográfica No. 49 de Denver, y Huella Twinning, delegada de la Unión Federal No. 252 del Sindicato Americano No. 3 y, un movimiento sindical industrial activo, principalmente en el oeste y precursor inmediato del IWW. En el nombramiento de Mamá Jones, Langdon fue designada la Secretaria Auxiliar de la Conferencia, y Twining sirvió como Maestra de Ceremonias al cierre de los discursos”.
Lucy Parsons, fue la única de las doce delegadas que se dirigió a la Convención por unos minutos.
En aquella histórica sesión del 29 de junio de 1905, con voz pausada, la viuda de los Mártires de Chicago, dijo al auditorio:
“He tomado la palabra porque ninguna otra mujer ha respondido, y siento que no estoy fuera de lugar para decir a mi manera algunas pocas palabras sobre este movimiento.
“Nosotras, las mujeres de este país, no tenemos ningún voto, ni aunque deseáramos utilizarlo, y la única manera que podemos estar representadas es tomar a un hombre para representarnos. Ustedes los hombres han hecho de él tal lío en la representación de nosotras que no tenemos mucha confianza en preguntarles; y yo me sentiría rara al pedirle a un hombre que me represente. No tenemos ningún voto, sólo nuestro trabajo... Somos las esclavas de los esclavos. Nos explotan más despiadadamente que a los hombres. Dondequiera que los salarios deban ser reducidos, los capitalistas utilizan a las mujeres para reducirlos, y si hay cualquier cosa que ustedes los hombres deben hacer en el futuro, es organizar a las mujeres.”
Y, como Lucy no era partidaria de la lucha electoral, dejó muy en claro sus verdaderas ideas:
“Creo que si cada hombre y cada mujer que trabaja, o quienes laboran en las minas, molinos, talleres, campos, fábricas y las granjas en nuestra amplia América, deben decidir lo que por derecho les pertenece, entonces ningún ocioso vivirá en su trabajo, y cuando su nueva organización, su organización económica, declarará al hombre como hombre y a la mujer como mujer, como hermanos y hermanas, ustedes determinarán que cosas poseen, pues no hay ningún ejército por grande que sea para superarlos, porque vosotros constituyen un ejército."
En ese lejano año de 1905, había estallado la primera Revolución Rusa, por lo que Lucy, volvió a tomar la palabra para decirles a los delegados Wobblies: “deben imbuirse del espíritu que ahora se despliega en la lejana Rusia y Siberia, dónde nosotros pensábamos que la chispa de la hermandad se había apagado. Tomemos su ejemplo".
En el XX Aniversario del ahorcamiento de los Mártires de Chicago (11 de noviembre), Lucy, recordó en 1907 que las manifestaciones llevadas a cabo en Chicago, “son un gran éxito desde muchos puntos de vista”, ya que notablemente habían participado “un número creciente de gente joven”. Por lo cual, haciendo referencia a las palabras de Alberto Parsons, escribió: “La voz del pueblo todavía será escuchada”.
El 15 de diciembre de 1911, escribió un balance sobre los efectos que produjo la publicación de Los famosos discursos de los Mártires de Haymarket, donde señaló: “A 18 meses de que los publiqué (...) En este tiempo he viajado de Los Ángeles a Vancouver, de California a la ciudad de Nueva York, dos veces. He dedicado mis energías enteras a los Locales (sindicales)... El resultado es que he vendido 10.000 copias...” y anunció “la sexta edición, con 12.000” ejemplares más.
Lucy afirmó contundentemente: “Miro estos discursos como el pedazo más grande de la literatura de la propaganda (revolucionaria)...”
El 1° de Mayo de 1912, Lucy recordó, en un artículo, la tragedia de La Plaza del Heno: “El mitin de Haymarket es referido históricamente como ‘el alboroto de los anarquistas de Haymarket’. No había alboroto en Haymarket a menos que la policía se desenfrene. El Alcalde Harrison asistió al mitin (...). La gran huelga de mayo de 1886 fue un acontecimiento histórico de gran importancia, ya que era la primera vez que los trabajadores mismos habían procurado conseguir un día laborable más corto por la acción unida, simultánea.... Esta huelga fue la primera Acción Directa a gran escala”.
Lucy, adelantándose a su tiempo sentenció: “Por supuesto, la jornada de ocho horas es tan anticuada como las uniones (sindicatos) mismas. Debemos agitar hoy por una jornada laborable de cinco horas.”.
En 1913, a los 60 años de edad, fue arrestada por la policía en Los Ángeles, CA., pero recibió una gran solidaridad, especialmente, de los trabajadores de San Francisco, quienes se movilizaron en su defensa.
En 1926, Lucy escribió: “Parsons, Spies, Lingg, Fischer y Engel: ustedes no están muertos. Ustedes están empezando a vivir en los corazones de todos los verdaderos amantes de la libertad. Ahora, después de cuarenta años que ustedes se han ido, miles que entonces eran nonatos, están ávidos por aprender de sus vidas y martirio heroico, y cuando los años se alargan, el más brillante lustrará sus nombres, y ustedes llegarán a ser apreciados y amados.”
Por el contrario Lucy, sentenció sobre los verdugos de Chicago: “Aquéllos que tan suciamente los asesinaron, bajo los formulismos de ley en una Corte de supuesta justicia, serán olvidados.”
Terminó su escrito con las siguientes palabras: “Descansen, camaradas, descansen. ¡Todos los mañanas son suyos!”.
En 1927, formó parte del Comité Nacional de Defensa del Trabajo Internacional, que defendió a los activistas sindicales y afro-americanos como Angelo Herndon.
Muchos años después, en noviembre de 1937, Lucy recordó la mañana en que llevó a sus dos hijitos a darle el último adiós a su querido Alberto Parsons: “En esa mañana melancólica del 11 de noviembre de 1887, llevé a nuestros dos pequeños niños a la cárcel para darle mi adiós a mi amado. Encontré la cárcel sellada por fuera con cables pesados. Los policías con sus pistolas caminaban por el recinto.
“Yo les pedí que nos permitieran ir con nuestro amado antes de que lo asesinaran. No dijeron nada. Entonces les dije: ‘dejen a estos niños dar a su padre el adiós; déjenlos recibir su bendición. No pueden hacer ningún daño’.
En pocos minutos una patrulla nos detuvo y nos encerraron en la comisaría de la policía, mientras el hecho infernal se consumaba. Oh, miseria, he bebido la taza del dolor a sus heces, pero sigo siendo una rebelde”.
A los 89 años, Lucy seguía activa, cuando la muerte la sorprendió en Chicago, al incendiarse su hogar en el año de 1942.
Tras 62 años de activismo político-sindical, su vida se esfumó, pero la policía de Chicago, la seguía considerando una amenaza, por lo que sus documentos personales fueron sustraídos de aquel hogar destruido.
En México no se le ha recordado, desde que en 1892, se organizó la primera conmemoración del 1° de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores y de los Mártires de Chicago.
El 1 de julio de 1992, en Boston, se fundó el Centro de Lucy Parsons, a partir del Almacén Rojo del Libro, constituido en 1969. Dicho Centro funciona como una librería, además de ser una organización no lucrativa y sostenida por sus simpatizantes, según lo informan en su página Web.
En el local del Frente Auténtico del Trabajo (FAT), de la ciudad de México, se encuentra un mural donde está dibujada Lucy. El Mural fue pintado en colaboración con la Union Electric (UE) de EUA. Hasta donde sabemos, es el único lugar de México dónde se le recuerda de ésta manera.
Lucy González Parsons debe figurar entre las grandes sindicalistas que hicieron posible la conquista de la jornada laboral de 8 horas para los trabajadores del mundo, por ello, su nombre debe estar también escrito, a la par que los Mártires de Chicago.
Lucy no fue la única mujer, ni la única trabajadora o sindicalista que puso su grano de arena en pro de los derechos femeninos en la Unión Americana, a fines del siglo XIX y principios del XX; pero para los mexicanos debe ser una figura representativa de su época, precisamente por tratarse de una paisana nuestra; una de las últimas mujeres nacida de madre mexicana cuando Texas nos pertenecía.
Junto a su nombre, también figuran grandes mujeres estadunidenses de origen irlandés, como Mamá Jones; o las nativas representadas por Emma F. Langdon (de la Unión Tipográfica de Denver, Colorado) y Huella Twinning (miembro de la Unión Federal del Sindicato Americano No. 3) entre muchas otros nombres femeninos que a base de mucha lucha, sacrificio y tenacidad, fueron conquistando los derechos humanos, laborales y políticos para las trabajadoras en el país que en ese entonces empezaba a despuntar como el “gendarme del mundo”.
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