Cuando se habla de matriarcados, para el doctor en Antropología social, Joan Manuel Cabezas, es importante incidir en el falso mito de su oposición al patriarcado (como opresión del hombre), así como el paulatino paso de a sociedades en que las mujeres, aunque oprimidas mantenían un cierto ‘status’ en sus comunidades, hasta la generalización del patriarcado puro y duro, con la imposición del papel subalterno de la mujer en la familia burguesa en el siglo XIX, que ha justificado una misoginia, base del actual y continuado maltrato de muchas mujeres.
Según Cabezas, el primer patriarcado ya se había impuesto mucho antes en gran parte de la tierra. Europa fue invadida en el año 4000 antes de Cristo por los pueblos de las hachas guerreras, kurgos, escitas, sármatas, hunos, árabes, mongoles y turcos. Cada uno se dedicó a pelear, conquistar, saquear y transformar Europa hacia un carácter cada vez más patriarcal. Las primeras víctimas de maltratos, violaciones y asesinatos siempre han sido las mujeres, consideradas como trofeos de guerra, pero cuando se imponía la paz, eran ellas las bases del desarrollo de sus comunidades y podían mantener ciertos privilegios.
Fue en el siglo XIX, con el auge del capitalismo, cuando el patriarcado generalizó y justifico la opresión de las mujeres. “Si queremos entender – explicó Cabezas – la situación de maltrato sistemático que sufren muchas mujeres por parte de los hombres en la actualidad, hay que remontarse a los inicios de la revolución industrial y al papel que adjudicó a las mujeres la burguesía triunfante”. Un papel de madre y esposa, sostén del grupo familiar. Sólo se podía ser una mujer honrada o una prostituta (o monja, al servicio de Dios). Socialmente dependían del hombre y eran las responsables de la reproducción social de estos esquemas puros y duros del patriarcado “burgués” dominante.
Fue en el siglo XIX, con el auge del capitalismo, cuando el patriarcado generalizó y justifico la opresión de las mujeres. “Si queremos entender – explicó Cabezas – la situación de maltrato sistemático que sufren muchas mujeres por parte de los hombres en la actualidad, hay que remontarse a los inicios de la revolución industrial y al papel que adjudicó a las mujeres la burguesía triunfante”. Un papel de madre y esposa, sostén del grupo familiar. Sólo se podía ser una mujer honrada o una prostituta (o monja, al servicio de Dios). Socialmente dependían del hombre y eran las responsables de la reproducción social de estos esquemas puros y duros del patriarcado “burgués” dominante.
La familia burguesa impone sus reglas
“Hay que tener en cuenta que la imposición de la revolución industrial tampoco fue un campo de rosas para los hombres que se veían obligados a desarrollar jornadas de trabajo mas de 16 horas diarias, pero para ellas aún fue peor, porque también trabajaban fuera de casa y tenían que cuidar a sus familias a base de horas y horas de dedicación. Tenían que ser el reposo del guerrero y aguantar, sin quejarse, su frustración y su violencia diaria”, subrayó Cabezas. Convertirse en “dueñas” de su hogar se defendía como el fin de un amplio camino de opresión, ya que hasta entonces a las mujeres se las había considerado más bien como animales de trabajo, y como fuentes de placer que se podían coger y dejar en cualquier momento. Además, excepto unas pocas privilegiadas, el colectivo femenino no había existido para la ciencia, la cultura, la música o las artes.
Basándose en las investigaciones de los antropólogos Morgan y Bachofen -el primero, fundador de la etnología; y el segundo, de la investigación sobre matriarcados y defensor de un patriarcado civilizador- Cabezas inició la charla hablando del matriarcado, que ha tenido una existencia real, y cómo el evolucionismo social lo ha arrinconado al igual que todo tipo de sociedades consideradas “primitivas”. Según él, “es necesario investigar el tipo de relaciones que mantenían con su entorno” y comprobar si los parámetros con que juzgamos otras formas de vida social, así como la clasificación de sexos y géneros que hacemos desde nuestro punto de vista occidental, nos ayudan, o no, a reflexionar sobre la violencia de género actual.
Para Cabezas, el matriarcado nunca ha sido una forma de organización social opuesta al patriarcado, ya las mujeres no mandaban ni oprimían a los hombres, sino una forma de organización social basada en la igualdad. A principio del siglo XIX, lo exótico era el matrimonio monógamo y la organización familiar cerrada, que empezó a imponerse en el mundo burgués y se trasladó a toda la sociedad. “La monogamia, con las división en dos sexos y dos géneros, resultaba ‘exótica’ en comparación con el gran número de culturas diferentes con las que coexistía”.
Volviendo a la situación actual, “para acabar con la violencia contra las mujeres, que es una lacra peor que la del terrorismo, se tendría que acabar con el capitalismo, que es un sistema que se basa en la explotación del otro, en este caso, de la otra”, afirmó Cabezas, y se preguntó qué habría pasado “si las 20 mujeres que han muerto en lo que va de año a manos de sus compañeros o maridos hubieran sido víctimas de ETA. Evidentemente hubieran desestabilizado el gobierno”, respondió. A su juicio, “si no se consideran como ‘terrorismo’ estas muertes, es porque nuestra sociedad se basa en la subordinación de la mujer y en el mantenimiento de la familia patriarcal”.
Para ilustrar que todavía persisten formas de organización social totalmente diferentes a la nuestra, Cabezas puso ejemplos prácticos de sociedades con formas de relaciones distintas a la monogamia occidental (poliginia o poliandria ) como los Kawahib (Brasil), etnias del Tibet, Nayar (de la India), Nuer (África), BaHima (África) o Tchambulí (mares del sur, donde el sexo bello es el hombre) y Massai (África). También explicó que la necesidad de los hombres de “reconocer” su descendencia y dar su apellido a sus hijos, es una concepción patrilineal que no es la misma en todos los países. Por ejemplo, en Portugal las mujeres pueden dar su apellido, y en los países nórdicos, por el contrario, cuando las mujeres se casan adoptan el apellido del marido. “Y sin embrago – matiza Cabezas – eso no quiere decir que unas estén más oprimidas que las otras”.
Despreciar e inferiorizar a las mujeres y a los “primitivos” ha sido una de las características de nuestra modernidad. “Un pensamiento ilustrado y una misoginia imperante que ha justificado todo tipo de atropellos y discriminaciones”. Por otra parte, para Cabezas, el propio cuerpo de la mujer ha sido su propio corsé, incluso cuando la moda ha querido liberarla. La apariencia, la forma de vestir, de estar y expresarse sigue siendo una imposición, vista como natural, para las mujeres. Siempre son juzgadas primero por su cuerpo y por su sexualidad, como fuente de pecado y de trasgresión que es necesario controlar. Como ejemplo, apuntó que en un caso de violación siempre hay 3 supuestos para inculpar a la víctima: lugar, horario e indumentaria. “Aquí la mujer no lleva burka, pero a según que horas no puede ir (sola) por según que sitios, y menos con según que ropa”.
Esa concepción de la feminidad que impusieron en su día la ilustración y la revolución burguesa, sigue dominando a pesar de los cambios sociales producidos y de los nuevos roles que han asumido las mujeres. La objetualización de la persona como ente reproductor y sexual ha conducido directamente a la violencia y a la agresión por parte de los hombres, que se sienten amenazados en su papel personal e íntimo de dueños de la vida de otra persona, un poder que en su día se legitimó socialmente y ha quedado grabado en su inconciente.
1 comentario:
Muy interesante, paso a enlazaros.
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