Francia, Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña y Turquía entre otros,
están llevando al mundo a una catástrofe de consecuencias imprevisibles.
Al igual que el pueblo español en el año 39, miles de personas
intentar huir de la guerra por las únicas vías posibles, generalmente
hacia Europa. Pero en lugar de aplicar la Convención sobre el estatuto
de los refugiados de Ginebra del año 51, los países europeos instalan
alambradas, levantan muros, despliegan ejércitos y a los antidisturbios
haciendo caso omiso a sus compromisos internacionales.
Suecia es uno de los países que más refugiados acoge en su
territorio desde los años 50. Primero fueron judíos de Hungría y
Polonia, luego latinoamericanos provenientes de las dictaduras
financiadas por los Estados Unidos y las burguesías nacionales a lo
largo de los años 60 y 70. Más tarde llegaron miles de personas de la
guerra de los Balcanes, también de Palestina, Somalia, Eritrea y
últimamente de Siria. En total, solamente entre 1990 y 2013 Suecia ha
recibido cerca de 1 millón de refugiados.
¿Alguien ha oído que la economía sueca se ha hundido por recibir tal
cantidad de refugiados? ¿Han dejando los suecos de ser altos, rubios y
protestantes? ¿Ha aumentado la delincuencia y el paro o han bajado los
salarios por este motivo?
Nada de esto ha sucedido. Suecia ha cumplido con sus compromisos con
la Convención de Ginebra y ha recibido a estos inmigrantes previa
obtención del estatuto del refugiado en los campamentos instalados en
los países limítrofes o en sus propios territorios. Concretamente, en el
caso del cono sur de América Latina, las personas que huían de Chile,
Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay eran acogidos por el ACNUR en
Brasil y solicitaban el estatuto de refugiado para, posteriormente, ser
enviados a los países dispuestos a recibirlos, entre los que estaba
Suecia.
Una vez en Suecia, las personas eran internadas en campamentos
especialmente diseñados para acoger a familias enteras, jóvenes y
mayores, mujeres y niños, solteros y casados. Estos campamentos estaban
ubicados en ciudades pequeñas y daban empleo a un ejército de
funcionarios tales como profesoras de sueco, maestras infantiles,
enfermeras, intérpretes, médicos, psicólogos, asistentes sociales y un
largo etcétera. Lo que desde la derecha más reaccionaria se consideraba
un gasto, era en realidad una inversión de futuro.
En estos campamentos se estudiaba caso por caso, los niños asistían a
guarderías con personal bilingüe mientras los padres cursaban estudios
obligatorios de 240 horas de sueco. Las mujeres podían acceder a métodos
de planificación familiar o abortar si así lo querían en los hospitales
públicos. En estos lugares se tramitaban los procedimientos de
reunificación familiar, se otorgaban los permisos de trabajo y
residencia, se buscaba un puesto de trabajo a las personas cualificadas
que así lo deseaban y se facilitaba el ingreso a escuelas de formación
profesional o la universidad. También se buscaban viviendas dignas que
pudieran sufragarse con los ingresos provenientes del trabajo o de los
estudios.
Todo este proceso no tiene nada que ver con el espanto que estamos
viendo por televisión. Actualmente no se tramita el estatuto de
refugiados en los países de origen y las oleadas de personas
desesperadas llegan a Europa sin ninguna garantía de ser acogidos.
Entonces las poblaciones autóctonas se sienten invadidas, no entienden nada y solamente escuchan el discurso interesado racista y fascista de los medios y de determinados partidos políticos. Hasta la militancia de izquierdas se traga el discurso de que estamos ante un gran problema irresoluble y repiten en voz baja que Europa no puede acoger a tanta gente. Menos aún si esta gente son “los otros”, los yihadistas, los árabes, los musulmanes, los negros, los terroristas, en resumen los que vienen a destruir nuestro estilo de vida “occidental y cristiano”.
La gota que colma el vaso viene de parte de las noticias de
violaciones y abusos en las plazas de las ciudades alemanas, suizas o
finesas. Plazas rodeadas de cámaras y de policías de repente están
llenas de delincuentes que casualmente provienen del norte de Africa o
de Siria.
Y entonces los Inda, los Maruhendas, los Rajoys, los Aznares y los
Felipes Gonzalez se acuerdan de que vivimos en una sociedad patriarcal
en las que se abusa de las mujeres. Los abusos que se cometen
cotidianamente en cualquier fiesta patronal o en los sanfermines, por
poner algún ejemplo, no se mencionan ni antes ni ahora. Para ellos, los
abusos de las mujeres se terminarán en Europa si echamos a los
refugiados al mar. Punto pelota.
Unos de los argumentos para justificar la invasión de Afganistán fue
la falta de derechos de las mujeres. Años después las mujeres afganas
están igual o más jodidas que antes. También se denunciaban los abusos a
las mujeres egipcias en la plaza Tahir, que dio argumentos al envío de
1.200 millones de euros en armas para el ejercito egipcio. ¿El
patriarcado en Egipto? Bien, gracias.
Hoy toca echarle la culpa del machismo estructural a los refugiados y
la única solución que se les ocurre es a los adalides de la democracia
mundial es dejar tiradas en el medio del invierno a familias enteras, de
las que el 40% son niños y niñas.
Los suecos no son más buenos ni más listos que los demás europeos.
Simplemente se responsabilizan de los convenios firmados y llevan a la práctica una economía de cuidados que redunda en enorme beneficio social y económico para su propio país. Pero el fascismo regresa sin prisa y sin pausa, se instala en nuestras conciencias y lo que antes se atribuía a los judíos, a los gitanos, a los comunistas hoy se atribuye a los árabes que huyen de las guerras financiadas por nosotros mismos.
Simplemente se responsabilizan de los convenios firmados y llevan a la práctica una economía de cuidados que redunda en enorme beneficio social y económico para su propio país. Pero el fascismo regresa sin prisa y sin pausa, se instala en nuestras conciencias y lo que antes se atribuía a los judíos, a los gitanos, a los comunistas hoy se atribuye a los árabes que huyen de las guerras financiadas por nosotros mismos.
No en el nombre de las mujeres. Luchemos contra el patriarcado,
tenga el color de piel que tenga y la religión que profese. Luchemos
contra la guerra, cuidemos a las personas y pongamos los intereses de
mujeres y hombres en el centro de la política.
Si se puede pero no quieren. ¡Vergüenza!
Texto completo en: http://www.lahaine.org/la-violencia-contra-las-mujeres
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