SEMlac Incluir la violencia de género en el trabajo comunitario en Cuba implica una alta dosis de voluntad, en opinión de actores y grupos comunitarios que, en esta capital cubana, comparten desvelos y dificultades diarias.
Escasos recursos disponibles para promover acciones y actividades, no poder gestionar medios de comunicación propios ni apoyar el emprendimiento económico de mujeres sobrevivientes y víctimas de violencia se incluyen entre las dificultades identificadas por líderes comunitarios.
A las barreras económicas les siguen el mal trabajo de las autoridades policiales en el tratamiento de la violencia de género; dificultades en la comunicación con los gobiernos locales, y el desinterés y desconocimiento en algunas comunidades sobre esta problemática.
Los estereotipos y la poca información que aún existe sobre la violencia machista median en estos procesos, por lo cual activistas realizan talleres sobre autoestima, liderazgo, emprendimiento, género y violencia, entre otros temas.
La capacitación es un paso fundamental en el empoderamiento femenino, dice Leticia Santa Cruz Pérez, coordinadora del proyecto “No a la violencia de género: una respuesta efectiva al VIH/Sida”.
Vinculado al Centro Nacional de Prevención de ITS/Sida (CNPsida), ese programa se inserta en una comunidad de tránsito, un albergue donde viven familias que han perdido su vivienda en el municipio de Cerro, al noreste de la capital.
“En su gran mayoría, las mujeres del grupo eran amas de casa, aunque también ejercían otros trabajos en la calle, incluso la prostitución. Estas mujeres ya trabajan y las inducimos a llevar adelante un proyecto de vida, haciendo hincapié en su autoestima, capacidades y superación”, comenta Cruz Pérez a SEMlac.
Pero una vez logrados los objetivos de la capacitación, el acceso a los recursos resulta vital para el ejercicio real de la autonomía. “Entonces comienza otro problema, cuando esa mujer empoderada necesita de recursos para emprender”, reflexiona.
Para la dirigente, las nuevas posibilidades de trabajo por cuenta propia, y organizarse en cooperativas de producción y servicios pueden ser soluciones posibles en estos casos.
Según experiencias locales, los proyectos autogestionados que brindan a las mujeres una posibilidad de independencia económica suelen ser un paso importante para superar la violencia.
EXPERIENCIAS
Sandra América Hidalgo, del Taller de Transformación Integral del Barrio (TTIB) Zamora Coco Solo, en el municipio Marianao, al suroeste de La Habana, da fe de los resultados del proyecto “Fundar una esperanza en emprendimiento femenino”, que integran un grupo de mujeres, entre ellas sobrevivientes y víctimas de violencia de género dedicadas a la artesanía.
Creados en 1988, los TTIB se subordinan a los gobiernos municipales en la capital y promueven el desarrollo local mediante la participación ciudadana.
Hidalgo ha visto los cambios que puede hacer en una mujer “ganarse sus kilitos vendiendo lo que puede hacer con sus manos”. Pero no en todas las comunidades estos sueños pueden ser realidad. Algunas entrevistadas afirman que no siempre las autoridades se interesan y apoyan el trabajo comunitario.
La verticalidad en la dirección y distribución de los recursos también afecta los proyectos sociales, incluso dado el caso de que exista buena comunicación con el gobierno municipal.
El deficiente trabajo del cuerpo policial es otro problema común para las organizaciones, activistas e instituciones que se enfrentan a la violencia de género. “Una y otra vez les hacen preguntas a las mujeres cuando van a la delegación a poner la denuncia por agresión”, explica Leticia Santa Cruz.
Sin embargo, la mayoría de las entrevistadas por SEMlac reconocen como sus aliados a los oficiales del orden asignados a cada barrio, conocidos como jefes de sector.
En opinión de Caridad Tocaben Martínez, del TTIB de Pilar de Atarés, en el municipio de Cerro, el jefe de sector ha sido un colaborador en todo momento. “Participa en los talleres e incluso ha mediado en casos de violencia cuando las mujeres acuden a la unidad de policía correspondiente y no encuentran allí la atención necesaria”, apunta.
La ausencia de un protocolo de atención a las víctimas de violencia, que guíe la respuesta de la policía, del personal de salud e incluso de actores comunitarios, limita los esfuerzos de quienes hoy suplen las carencias desde acciones aisladas de sensibilización y capacitación.
“Nosotros podemos llegar hasta un punto”, comenta Cruz Pérez, quien aspira a reunir en talleres sobre violencia de género a personal policial e integrantes de su comunidad, pero los excesivos trámites para lograrlo se lo han impedido hasta ahora.
Además de las mujeres, la presencia de los hombres resulta fundamental para la mayoría de las entrevistadas, en algunos casos porque ellos facilitan, e incluso permiten, el trabajo con las mujeres de la comunidad.
En el municipio de Marianao, la especialista en trabajo social Sandra América Hidalgo ha probado todo tipo de estrategias para llegar a los hombres de su comunidad, como solicitar su colaboración para cualquier arreglo en la sede del TTIB o “mudar” las sesiones de trabajo a las casas.
“Si alguna compañera tenía que regresar temprano a su casa para preparar el almuerzo de su esposo, nos íbamos para el portal de esa compañera a hacer el taller de autoestima”, relata a SEMlac.
SUEÑOS
Un fuerte compromiso social une a quienes, en sus comunidades, trabajan por contribuir al mejoramiento de la calidad de vida en los barrios, muchos de ellos con altos niveles de pobreza, viviendas precarias, desempleo y violencia.
Es muy difícil que Rayza Rojas Terán no consiga lo que se proponga. Ella es secretaria Ideológica en Marianao de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), única organización de su tipo en la isla que reúne a más de cuatro millones de cubanas.
Rojas Terán lleva 10 años como funcionaria y cree con vehemencia en el trabajo social. “Llegué a mi trabajo como si hubiera logrado algo muy grande”, cuenta a SEMlac en alusión al día en que ayudó a encontrar empleo a una joven que fue prostituida y, por esa razón, no había sido aceptada en varios centros laborales.
Esta discriminación institucional constituye un tipo de violencia de género poco visible en Cuba, donde las manifestaciones más reconocidas son las agresiones físicas y el maltrato psicológico.
La historia de Rojas Terán resume el entusiasmo y la pasión de una labor social que no carece de riesgos y sobrecarga psicológica.
En la mayoría de los casos, quienes asumen ese encargo social interactúan con mujeres víctimas de violencia, pero también atienden problemáticas de la niñez, de personas adultas mayores, mujeres y hombres sin empleo o que estuvieron presos.
Ante las dificultades, la formación personal es la herramienta de quienes en el espacio comunitario apuestan por una vida en armonía e igualdad.
Talleres sobre educación y comunicación popular, género, igualdad y desigualdad, diagnóstico participativo, violencia, trabajo con mujeres víctimas, cooperativismo, perspectiva de Derechos Humanos, trabajo grupal y liderazgo han sido algunos de los temas de especialización.
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