Agencia Infancia Hoy.- Se trata de uno de los males humanos más dañinos para las africanas, pues sintetiza todos los demás flagelos que afectan a una región o un país, atomizados a escala hogareña.
Esa afirmación puede aplicarse, claro, también a nivel global, pero la pobreza y atraso de África, superior a los de otros continentes, impone una mayor y particular presión en el sector femenino.
Las diferencias económicas, sociales, religiosas, tribales, filosóficas y de nacionalidad condicionan el problema en dependencia del país o región de que se trate, aunque la violencia doméstica es casi siempre igual.
Ciertos ciudadanos del Magreb, por ejemplo, (mal)tratan a sus esposas de modo diferente a otros de cultos tradicionales en el Sahel.
Pero, de todos modos, cada uno de ellos abusa de alguna manera de su cónyuge, la excluye de sus grupos o hábitos "viriles", la priva de sus derechos legales y, con todo eso, contribuye a su discriminación a nivel social.
Ello sin contar el abuso de varones de comunidades en extremo machistas, donde la violación es frecuente y, en el caso de conflictos bélicos, es considerada como "un arma de guerra".
Soldados, tropas y hasta ejércitos violan a las féminas del bando "enemigo" en zonas en litigio, las preñan, las contagian de enfermedades, las humillan y luego las desprecian por no tener cabida en sus familias.
RAICES DEL PROBLEMA
Las causas de este fenómeno son muy antiguas. Tampoco se trata de un problema exclusivo de esa región. Según datos del Fondo de Población de las Naciones Unidas, la violencia doméstica se ha convertido en la principal causa de lesiones y muertes de mujeres en todo el planeta, aunque muchos países tienen leyes para protegerlas.
Puede afirmarse que la historia de la esclavitud, de la Trata y de la explotación occidental de los recursos en África constituye también la historia continental de la explotación de la mujer.
Las convenciones sociales, normas ético-morales como reflejo de la existencia, y, en particular, el machismo africano, que es también un fenómeno mundial, aportaron el resto de injusticia requerido para fijar esa desigualdad.
En algunos países del Cuerno Africano, entre ellos Etiopía, es tradición colocar al hombre como principal y después a la mujer, a los niños y a los ancianos.
Esa "jerarquía" interna, en parte de origen colonial, está condicionada por el aporte material a la subsistencia familiar, al punto de que en algunos Estados se sitúa al asno o animal de tiro a la cabeza de esa escala.
Se trata de algo así como "a quién salvar primero" en caso de incendio.
La más descarnada división de derechos entre hombres y mujeres puede apreciarse cuando el visitante llega a las granjas, fincas o parcelas cultivadas por algunas familias en ciertos Estados subsaharianos.
Una imagen típica es el hombre sentado en el exterior de la vivienda, mientras la mujer labora la tierra, en una suerte de "matriarcado" obligatorio.
Suerte de animal de trabajo, la esposa suele permanecer casi siempre en esa faena con su hijo pequeño dentro de un saco a sus espaldas y, muchas veces, atendiendo al mismo tiempo el fogón de leña en el cual cocina el almuerzo.
La periodista y estudiosa española Carol Díaz Tapia asegura que "la violencia de género es una realidad cotidiana que los países africanos entienden hoy como una de sus grandes asignaturas pendientes".
"Ello se debe -añade- no solo a sus lagunas legales, sino a la estigmatización de una violencia que generalmente se ha considerado como un problema que debía solucionarse en la esfera privada".
EN PAISES DE CONFESION MUSULMANA
La violencia doméstica es más compleja aún en los países de confesión musulmana del norte de África, o en otros donde incide esa religión, pues para el Islam cada individuo puede tener hasta cuatro esposas.
Los maridos, de acuerdo con sus posibilidades económicas, pueden vivir con su harén e hijos en una sola vivienda y en ella se desarrolla toda la problemática familiar.
Otras veces, sin embargo, puede apreciarse al cabeza de familia viviendo en una casa, mientras las demás esposas habitan otras con su prole alrededor de un espacio central, y entonces el conflicto se difumina en ese entorno.
Las costumbres islámicas inciden también en la auto inmolación. Una joven marroquí de 16 años se suicidó en marzo del presente año en la localidad norteña de Larache porque fue maltratada por su propia familia y obligada a casarse con un hombre 10 años mayor que ella, quien la había violado.
El padre se negó a recibirla en su casa tras el hecho y ambas familias la emprendieron a golpes contra la víctima, hasta que prefirió injerir veneno para ratas antes de contraer nupcias.
Este tipo de matrimonio es impuesto por tradición, sobre todo en el ámbito rural, para salvaguardar el honor de la joven y "reparar" el daño causado tras la violación.
En Marruecos, miles de niñas trabajan como criadas, con la consiguiente secuela de abuso sexual, ruptura familiar, privación escolar y daños a su desarrollo físico y biológico.
La cifra de adolescentes esclavas podría ascender a unas 60 mil en el país, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
Y qué decir de aquellos países africanos islámicos en que las mujeres son lapidadas por cometer adulterio.
FUENTE: infanciahoy.com
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