El próximo 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora en el marco de la ofensiva de los gobiernos, que recortan los pocos derechos democráticos conquistados por las mujeres, y del aumento vertiginoso de la violencia machista.
Los gobiernos, medios de comunicación y empresas hablan de la opresión de la mujer como algo superado, enalteciendo “políticas de igualdad” que ocultan la verdadera situación de la mujer trabajadora. De hecho, la existencia de sectores oprimidos y marginalizados dentro del sistema capitalista no es casualidad. Es el resultado de un sistema que se asienta en la desigualdad, en una sociedad dividida en clases y en un sistema económico basado en la explotación. Al concentrar toda la riqueza producida por la sociedad en pocas manos, el sistema marginaliza (oprime) a millones de personas.
¿Qué es la opresión?
Entendemos por opresión la actitud de aprovecharse de las diferencias que existen entre seres humanos para colocar a unos en desventaja en relación a los otros. Significa beneficiarse de una diferencia en provecho propio generando así una situación de desigualdad de derechos, de discriminación social, cultural y económica.
Entre todas las formas de opresión, aquella que se ejerce contra la mujer en la sociedad capitalista tiene un carácter distinto de las demás porque abarca a más de la mitad de toda la especie humana.
La sociedad patriarcal es uno de los recursos que la burguesía ha utilizado y utiliza para mantener a la mujer marginalizada. Se trata de un sistema jerárquico que se asienta en la familia, en el cual toda mujer ya viene al mundo a ocupar un lugar subordinado definido en la sociedad. Fueron los historiadores del siglo XIX los primeros en preocuparse en el estudio del origen de la familia y, cuál fue la sorpresa, cuando afirmaron que la mujer no siempre fue oprimida.
El origen de la opresión de la mujer
La opresión de la mujer no es una invención del capitalismo, sino una característica de las relaciones sociales a partir del surgimiento de la propiedad privada de los medios de producción. Esto significa que, durante un largo período de la historia de la humanidad, antes de las sociedades divididas en clases sociales, la mujer ejerció en pie de igualdad con el hombre, o con ventajas en relación a él, sus derechos sociales.
En el llamado comunismo primitivo, los bienes materiales eran colectivos, pertenecían a la comunidad, y se obtenían a partir de la recolección de alimentos y de la caza, la agricultura y la domesticación de animales. Como no existía propiedad privada de los medios de producción, tampoco existían clases sociales. En la familia primitiva, el matrimonio se realizó, durante un largo período, a través de grupos –dentro de las gens (estructura familiar de lazos consanguíneos)- donde los hombres eran maridos y las mujeres, esposas. No existía la monogamia. Los hombres eran padres de todos los niños y las mujeres, madres. En un sistema como ese, la descendencia sólo podía ser verificada a través de la madre, lo que originó el matriarcado. La importancia de la mujer, como reproductora y único pilar seguro de la descendencia familiar, se extendía también a las tareas que desempeñaba en la comunidad: la transformación de los alimentos y el desarrollo de la agricultura.
El matriarcado fue sustituido por el patriarcado cuando el desarrollo de la agricultura, del pastoreo y las técnicas de fundición de metales para crear nuevos instrumentos propició el surgimiento del excedente de producción. Por un lado fueron los hombres quienes pasaron a controlar las más sofisticadas técnicas e instrumentos de producción, controlando también los excedentes que generaban. Por otro, como en los matrimonios por grupos era imposible determinar la descendencia paterna, la sociedad se readecuó para que los hombres pudiesen legar a sus hijos legítimos los bienes que acumulaban en vida. Para garantizar la herencia, surgió la monogamia.
Para Federico Engels, en su libro “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, el desmoronamiento del derecho materno (matriarcado) supuso “la gran derrota histórica del sexo femenino en todo el mundo”. Apartada de la producción social, la mujer se refugió en el mundo doméstico, donde la tarea de reproductora de seres humanos, que en el pasado fue su principal triunfo, se volvió su grillete más pesado. A partir de ahí, en los distintos modos de producción (esclavismo, feudalismo y capitalismo) de las sociedades divididas en clases, la historia de la mujer fue la historia de su opresión.
Opresión y explotación
Más arriba veíamos cómo en el capitalismo la opresión es utilizada por la clase dominante para someter a la clase explotada y justificar esa explotación. Esa opresión-explotación de las mujeres se manifiesta de varias formas: la reproducción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo a través del trabajo doméstico no remunerado y la utilización de la mano de obra femenina con salarios más bajos, propiciando mayor extracción de plusvalía (más beneficio para la clase dominante, la burguesía).
Estas dos categorías (opresión y explotación) se combinan, son distintas. La opresión ataca a todas las mujeres en su desarrollo profesional, derecho al trabajo, su libertad para decidir sobre su vida y disponer de su cuerpo. Para justificar la opresión, se creó el mito de la inferioridad femenina, presentándose en mayor o menor énfasis dependiendo de la época histórica. Actualmente, la tesis de inferioridad es disfrazada por el concepto de “desigualdad”.
Pero, aunque la opresión es común a todas las mujeres, las trabajadoras son más oprimidas que las mujeres burguesas, la doble jornada de trabajo es un buen ejemplo. En cuanto a la mayoría de las asalariadas se refiere, después de trabajar en la oficina, en la fábrica o en el campo, debe cumplir sus tareas domésticas; mientras que las mujeres burguesas o de clase media, aunque trabajen, pueden relegar a otras mujeres esa segunda actividad. Las mujeres burguesas, en síntesis, utilizan la opresión de su sexo para explotar a las trabajadoras. Por eso, si hay afinidad en la lucha genérica contra la opresión, esa unidad está limitada por el papel que cada clase social ocupa en la producción. Solamente las mujeres trabajadoras, por el hecho de ser oprimidas y explotadas, pueden luchar de forma consecuente contra la opresión.
Por su naturaleza, basada en la desigualdad y la explotación, el capitalismo es incapaz de acabar con la opresión femenina. La igualdad entre hombres y mujeres sólo podrá lograrse a partir de una revolución socioeconómica y política que derrumbe este sistema. Las trabajadoras y trabajadores deben unirse en la lucha por la emancipación de la mujer.
Artículo publicado en Página Roja de febrero 2012, publicación mensual de Corriente Roja/Corrent Roig
www.corrienteroja.net
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