Una joven egipcia dispuesta a arriesgar su vida a través de Facebook para hacer una llamada al alzamiento de sus compatriotas. El 25 de enero salieron a las calles por miles. Durante los siguientes días, llegaron a ser millones. La revolución de 2011 había comenzado. El 11 de febrero, decimoctavo día de la revolución, el presidente Hosni Mubarak estaba fuera y comenzaba entonces la reconstrucción de un nuevo Egipto.
La revolución de 2011, liderada por los jóvenes que claman por libertad y justicia, está escribiendo el nuevo feminismo con un léxico y una sintaxis renovadores. El nuevo feminismo –que no tiene tanto que ver con el propio término feminismo, sino más bien con su espíritu– redefine las palabras libertad, liberación, justicia, dignidad, democracia, igualdad y derecho. Crea su propia sintaxis o “acuerdo entre palabras que muestra su conexión y relación”, según define el diccionario. Anuncia en sí mismo, desde lo más profundo de la propia revolución, que su meta es resucitar principios y derechos fundamentales de los ciudadanos, que han sido pisoteados en silencio. El nuevo feminismo clama libertad, igualdad y justicia para todos. Se afirma en hechos, franqueza y valentía.
Midan Tahrir, o Plaza de la Liberación, en el centro de El Cairo, y epicentro de la revolución de 2011, se convirtió en un caleidoscopio de un torbellino de imágenes de libertad, igualdad y justicia bajo la mirada de todo el mundo. El sábado 12 de febrero, el primer día en el que Egipto despertó sin el violento e intransigente dictador de los últimos 30 años, y sin el timón de un régimen represivo, se convirtió en el primer día de la nueva vida de este antiguo país. Los jóvenes, hombres y mujeres, que salieron para erradicar las tiranías, desigualdades e injusticias, barrían las calles.
Con botes de detergente y cepillos limpiaron las paredes de la plaza; incluso limpiaron el pedestal de los leones del puente de Kasr al-Nil Bridge, donde estalló la batalla el primer viernes de la revolución y donde la policía lanzó gases lacrimógenos a los pacíficos manifestantes que recorrían el camino a la Plaza Tahrir para poner en práctica la democracia a su manera, con los pies en la tierra, sin la presencia de tropas aliadas, mientras el resto de avenidas estaban bloqueadas.
Feminismo incrustado
En la revolución egipcia de 2011, a los jóvenes se les unieron ciudadanos de todas las edades, trabajadores, estudiantes, profesionales, hombres, mujeres, musulmanes y cristianos. Un movimiento populista movilizado en el ciberespacio y en las redes locales, y exteriorizado en suelo nacional.
El nuevo feminismo es un feminismo incrustado en la revolución. Está tan bañado en ella que el uso del término “feminismo” resulta redundante o superfluo, incluso anacrónico y, como hemo visto, los propios revolucionarios no lo usan. Sin embargo el feminismo posee un poder conceptual y explicativo y por eso lo utilizamos desde un punto de vista analítico. En el corazón del feminismo hay una llamada a la igualdad y la justicia para las mujeres que, históricamente, como grupo, han sufrido unas desigualdades e injusticias sistémicas.
Las mujeres de distintas partes del mundo –las egipcias entre ellas– se han organizado históricamente para adquirir derechos que les eran negados, y lo han hecho tanto desde sus propios movimientos feministas como desde dentro de movimientos sociales más amplios. En 1923, las mujeres egipcias formaron la Unión Feminista Egipcia para luchar por sus derechos mientras, simultáneamente, trabajaban dentro del movimiento nacional de liberación. Así es como establecieron los patrones del actual activismo a varios niveles. Las feministas egipcias comprendieron desde el principio que la igualdad y la justicia que solicitaban para las mujeres eran parte de la igualdad y la justicia para todos.
Durante años, los activistas en Egipto luchaban por los derechos humanos, incluyendo en su lucha los derechos de las mujeres y la justicia social, lucharon enérgicamente por la reforma. Intentaron usar métodos clásicos: el voto, la prensa, la televisión y la radio, además de las manifestaciones públicas. Pero las votaciones estaban amañadas; los medios, controlados; y las manifestaciones públicas se volvían violentas, significando para las mujeres acoso sexual, vejaciones y violaciones. Los movimientos reformistas habitualmente llevaban a cabo campañas sobre causas particulares, incluyendo las específicas para las mujeres.
En Egipto, cuando se ha intentado la reforma desde dentro del sistema político existente, ha sido repetidamente reprimida por el Estado, e incluso la ha bloqueado brutalmente; la revolución se convirtió en la única forma y la revolución pedía una renovación a fondo del orden político y social, una erradicación del viejo sistema.
Revolución y justicia de género
En el siglo XXI, las herramientas para la revolución han cambiado drásticamente, mientras los métodos de represión del Estado –tal y como hemos visto reciente y vívidamente en Egipto– siguen siendo arcaicos y rudimentarios. Estos se basaban en la arrogante creencia de que el todopoderoso régimen autocrático, con su amplio poder y sus violentos medios de represión, era intocable. Los autócratas dan por hecho que las constituciones pueden ser reescritas a demanda para extender el poder del Estado e imponer sus propias reglas de sucesión, que las elecciones simuladas pueden dar lugar a parlamentos complacientes y que los militares, policía y servicios de inteligencia y seguridad poseen un poder sin límites para amordazar a los ciudadanos.
Es la juventud de Egipto la que ha manejado las herramientas del siglo XXI –la información y las tecnologías de las telecomunicaciones– y la que ha encontrado su lugar en el ciberespacio, un “país” donde son libres mientras están encadenados en su propia tierra. Ésta es la juventud, con visión y una impaciencia saludable, que cree en los ideales. Navegando por el ciberespacio, y con la cuidadosa coordinación sobre el terreno, sin dejarse intimidar, han organizado un asalto pacífico a los convencionalistas, sofocando el poder de la tiranía y la opresión, asalto que no ha dejado intacto ningún estrato de la sociedad.
Coreografía del feminismo incrustado
A la Plaza Tahrir se la ha definido como el epicentro de la revolución de 2011, cuya topografía se extiende a Alejandría, Suez y ciudades y poblaciones de todo el país, e incluso el oasis de Kharga, en el desierto occidental del Egipto meridional. La coreografía de jóvenes, hombres y mujeres gritando, gesticulando, bailando, acompañados de gente de todas las edades, fue captada en directo y transmitida instantáneamente a todo el mundo. Fue capturada en películas y vídeos, y grabada en teléfonos móviles y cámaras digitales por los manifestantes y reporteros. Este álbum audiovisual muestra a hombres y mujeres, codo con codo; mujeres con mujeres junto a mares de hombres y familias con niños pequeños. Los manifestantes y los que los apoyaban, todos ansiaban lo mismo: el fin de la tiranía del dictador y de su régimen corrupto, una sociedad libre con igualdad de oportunidades para todos. Llamaban al fin de las desigualdades de género, de clase o a las conexiones que formaron la insidiosa y opresiva red de jerarquía patriarcal.
Caída del autoritarismo y construcción de un nuevo orden igualitario y justo
Con el desmantelamiento, después de 30 años, de la dictadura de Mubarak, continuación de otra dictadura, la jerarquía de desigualdad que engendró las espirales de injusticia en los derechos básicos de las personas está secuestrada. Egipto, liderado por sus jóvenes, se ha hecho con la oportunidad de reconstruirse.
Los constructores del nuevo Egipto no aceptarán menos que la igualdad ante la ley, la justicia y dignidad para todos. Lograr esto requerirá un minucioso trabajo.
Las leyes que atenten contra la igualdad, justicia y dignidad de los ciudadanos de Egipto deben desaparecer. Se ha creado un comité especial para redactar un borrador de una nueva Constitución (para sustituir a la anterior, arbitrariamente reformada por Mubarak). Sin embargo, en este comité no participa ninguna mujer, lo que ha despertado protestas por parte de mujeres y de aquellos egipcios que apoyan los ideales revolucionarios.
El Estatuto Personal Musulmán (conocido como derecho de familia), el documento que atenta de forma más tenaz contra la igualdad, justicia y dignidad de los ciudadanos, estructura un modelo de familia que se remonta a principios del siglo pasado, basado en la interpretación patriarcal de la jurisprudencia islámica (fiqh). Esta ley, en la que se oficializa la autoridad y el poder del hombre, mantiene un sistema de desigualdad de género. El marido se erige en cabeza de familia, con derechos, privilegios y prerrogativas así como con obligaciones de protección y sustento, mientras que la mujer, como subordinada, debe obediencia a su marido y debe prestarle ciertos servicios en compensación a esa protección y sustento, quiera o no.
Las feministas, como el resto de reformistas, han intentado, desde principios del siglo XX, reformar el Estatuto Personal Musulmán. Con los años solo han conseguido mínimos ajustes en la ley que no perturbaran el modelo de familia patriarcal. Una excusa comúnmente usada para el fracaso de la reforma es que se trata de una ley religiosa, parte de la Sharia y, por tanto, sacrosanta e inmutable. Esto ha permitido que la confusión entre el fiqh –dictado por los hombres– y la Sharia –el camino hacia una vida virtuosa tal y como aparece en el Corán–, haya funcionado como un potente elemento disuasorio contra el cambio. En todo caso, es posible promulgar una ley de familia igualitaria basada en la jurisprudencia islámica, como hizo Marruecos en 2004 con la revisión de la Mudawana, que reconocía tanto al marido como a la mujer como cabezas de familia en igualdad. Es también teóricamente posible, aunque políticamente complicado, promulgar por la ley un modelo secular de familia que refleje el espíritu de la religión y sus ideas de igualdad, justicia y dignidad. Algunos ulemas, eruditos religiosos de Turquía, hablan de una ley secular familiar.
Con el derrocamiento del Estado autoritario en Egipto y el desmantelamiento de su poder y del de sus seguidores, y con la reforma legal correctamente encaminada, la igualdad y la justicia ante la ley y en la práctica tienen una nueva oportunidad. Aunque la exclusión de las mujeres del comité constitucional manda señales peligrosas, es de esperar que las protestas de las mujeres sean tenidas en cuenta en el proceso de contrucción del nuevo Egipto, justo e igualitario. Las rigurosas desigualdades que el autoritarismo ha mantenido para que todos vieran su crudeza, las prácticas más extremas del régimen tiránico, han sido desmanteladas por los jóvenes de ambos sexos. ¿Estará preparada la juventud para aceptar el autoritarismo en la familia sostenido por el antiguo derecho de familia, una ley tan disonante con la realidad social y con sus propias vidas? Es difícil creer que podrían dejar así las cosas. La libertad, igualdad y justicia no pueden ser solo patrimonio de algunos. Para la juventud, mujeres y hombres, que han iniciado esta revolución, la libertad y la igualdad y la justicia son, seguramente, innegociables y la dignidad está a la orden del día. Ésta es la esencia del nuevo feminismo, llamémoslo como queramos, o no le pongamos nombre.
Margot Badran es historiadora y especialista en estudios de género en Oriente Próximo y sociedades islámicas Nº29 - Primavera 2011
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