Al tratar temas relativos al género es común asociarlo exclusivamente a las mujeres, pero esta confusión radica principalmente en que la categoría recoge el trasegar de diversas formas de luchas que a través de la historia hicieran las mujeres ante la inconformidad frecuente al orden establecido, así como las acciones para generar transformación en las estructuras sociales que les restringían el goce en condiciones de igualdad de sus derechos. La construcción epistemológica del concepto de género, proviene de esa confrontación crítica del estado de hombres y mujeres en la sociedad, en cuanto a las relaciones de poder que han sustentado los primeros y que suponen subordinación para las segundas, instauradas en una hegemonía ideología androcéntrica y esencialista que resalta la visión masculina como predomínate y valorada y desde el determinismo biológico cuyo carácter es de destino y por lo tanto restrictivo para el cambio; justificando diversas formas de segregación y violencia contra la mujer.
Una de esas formas de segregación corresponde a la invisibilidad de las mujeres y sus aportes dentro de la historia, en la medida que ha sido escrita por un sector particular y exclusivo, es decir por hombres que desde la antigüedad pertenecían a clases privilegiadas: “dirigentes, que estaban formados e impregnados por la cultura de una sociedad esencialmente machista” (Bermúdez, Susy); lo que suponen a la postre una subjetividad en la presentación historiográfica de los acontecimientos en cada época. No obstante a mediados de los años 70’s y 80’ algunas historiadoras demostraron el carácter excluyente de la historiografía tradicional, donde las ciencias sociales contribuyen a esa desigualdad en las relaciones; replanteando la imagen de lo femenino que presenta una nueva perspectiva en la historia a partir de distintas metodologías. Con ello se desenfunda el legado de algunas mujeres que en otrora fueron reaccionarias y críticas al orden establecido, develando así a las pioneras de una corriente humanista casi clandestina hasta ese entonces.
A partir de ahí variados pasajes históricos comenzaron a conocerse, y resaltar a varias mujeres por sus contribuciones a la cultura, la literatura y la política. Una de ellas, Christine de Pizan en 1405, con su obra “La Ciudad de las Damas” defiende de manera avanzada para su tiempo, la imagen positiva del cuerpo femenino, cuestiona el sistema en el que son educadas las mujeres, revela la misoginia en los textos de la época e incita a las mujeres a la independencia. Otra parte se ubica entre los siglos XVI y XVII, donde las restricciones del acceso de las mujeres al conocimiento las impulsó a buscar en el encierro de los claustros y los conventos, una forma de escape a la única posibilidad para ellas: ser madre y esposa; al tiempo que una vía directa para acercarse a las letras y los libros; ubicándolas en otro escenario de actuación social que si bien era encubierta, les otorgó autodeterminación y autonomía intelectual y emocional. De ésta época sobresalen las producciones literarias que en España y otros países de Europa en el siglo XVI, encontraron en la práctica religiosa la manera de proponer cambios en los conventos, tal y como ocurrió con el Concilio de Trento, que otorgó el alcance de las monjas y beatas a las bibliotecas dentro de los monasterios.
En Latinoamérica esas luces de liberación femenina se dieron a través de Sor Juana Inés de la Cruz durante el siglo XVII, quien fuera considerada la escritora más representativa de la literatura de la lengua castellana, cuyo logro fue manifestar en sus letras un mensaje de inconformidad ante la exclusión de los saberes al que eran sometidas las mujeres. Sin embargo su vigor no le alcanzó para soportar precisamente la restricción a los libros, ocasionándole por ello la muerte temprana. Afortunadamente esas mismas restricciones, no alcanzaron a limitar la producción literaria en el siglo XIX en mujeres como Aurora Duplin y Mary Anns Evans, quienes se vieron obligadas a encubrirse con seudónimos de hombres (George Sand y George Elliot respectivamente) para llevar a la luz pública sus obras literarias en medio de una sociedad que sólo validaba el conocimiento masculino, y que representó una reivindicación de las mujeres en la educación.
En otro momento en la historia de emancipación, se haya dos mujeres contextualizadas en la Revolución Francesa, cuya lucha estuvo centrada en el reconocimiento de la ciudadanía de las mujeres desde una clara confrontación política contra la exclusión y las estructuras sociales que las mantenían. La primera de ellas, Olympe de Gouges, es quien denuncia la exclusión de las mujeres durante la “Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano” contraponiendo a ello la presentación de la “Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana”; postura que le costó la vida al ser condenada a la guillotina porque según Robespierre, “había olvidado las virtudes de su sexo y por mezclarse en asuntos de la República”.
No obstante este lamentable hecho no contuvo la demanda por una ciudadanía femenina. Mary Wollstonecraft (1792), defendió la misma causa a través de su texto “La Vindicación de los Derechos de la Mujer” el cual “es considerado la obra fundacional del feminismo” (VOS Obeso, Rafaela, 2007) pues propone por primera vez una ética feminista, orientada a “cambiar las estructuras sociales para el bien de todos y una educación que promoviera la autonomía y la libertad de las mujeres a través del desarrollo de sus capacidades racionales” (WOLLSTONEFRAFT, Mary, 1977). Su obra fue una crítica a la condición femenina de sumisión ante la ética universalista y androcentrista; dejando en evidencia la inequidad del proyecto ilustrado, y el legado que en salones literarios y políticos en Francia, y posteriormente en Londres y Berlín, sirvieron de escenario para la deliberación feminista de la época a través de la creación de la Confederación de Amigos de la Verdad creada por Etta Palm y la Asociación de Republicanas Revolucionarias.
Como afirma Amelia Valcárcel “El feminismo como hijo no querido de la Revolución Francesa” (VARELA, Nuria, 2005) propone una teorización basada en los principios de igualdad y justicia para las mujeres inspirando en el siglo XIX a las sufragistas, quienes legadas por los principios de la Ilustración, reclamaron el derecho al voto. Al respecto John Stuar Miel, destacado economista, filosofo y sociólogo a través de su libro “La Sujeción de la Mujer”, el cual se denominó la biblia de la mujer, esgrimió la subordinación legal de su sexo al otro y propuso una completa igualdad que derogue poder o privilegios para cualquier de los dos géneros, denunciando el veto de las mujeres por su condición y elevando el tema de lo personal a lo político. Este tratado sociológico, influenciado por su esposa Harriet Taylor, también influyó las ideas socialistas de la época y construyó conjuntamente con Jhon Stuart Mill hijo la teoría política del sufragismo de la primera ola.
Dentro de una sociología tradicional también algunas mujeres fueron excluidas, sin embargo eso no fue un obstáculo para que se desarrollaran teorías sociológicas reformadoras, aportando con ello a las discusiones sobre la Revolución Francesa y Norteamericana, específicamente en relación al movimiento contra la esclavitud en 1850; así como apoyo a las luchas por los derechos políticos de las mujeres y la clase media. Según George Retzer, los aportes relevante para la sociología por parte de las mujeres fueron “descartados y situados como apéndice por los hombres que organizaban la sociología desde una base de poder profesional”; al punto de valorar al tema relacionado con el género como “intrascendente” frente a lo que exponían ellas desde su planteamiento sociológico.
Spencer, Weber y Durkleim, no podrían permanecer para la historia solos como “padres” de la sicología pues ha sido necesario develar también las “madres” en pensadoras como Charlotte Perkins quien desde la ciencia ficción desmitificó en las amazonas a la imagen tradicional de las mujeres. Otras de ellas Beatrice Webb con amplio e interdisciplinarios estudios aportó a sentar las bases del socialismo democrático. Ada Wells Barnett quien siendo esclava, lucho contra la esclavitud y la inclusión en el movimiento sufragista a los negros, pese a que la historia poco la reconoce. James Adamns fue una reformadora social y sus aportes como el uso de las encuestas entre otros fueron parte del desarrollo de la sociedad y el trabajo social así mismo Marianne Weber esposa de Max Weber y como toda feminista y opositora a la interpretación positivista, apunta a la sociedad donde la interpretación del sentido que posee la acción social.
Desde su legado estas mujeres tiene en común la propuesta de una igualdad entre mujeres y hombres y sus trabajos, aunque un poco desvalorizados en su época, representan verdaderos aportes a la sociología de nuestras días; entre ellos le necesidad de conocer el contexto para adentrarse en el conocimiento de las problemáticas, además que insisten en una sociología aplicada que se traduzca en reformas sociales, entre ellos el superar conjuntamente las desigualdades de género, etnia y clase, lo cual representa una conexidad evaluatoria que configura una colectividad pese a que solo fueron esfuerzos individuales. Desde la marginación dentro de la sociología se otorgaron vigor a las metodologías de las ciencias sociales los cuales se han venido utilizando extensiblemente en nuestros días tanto así que ha sido un gran avance tanto para el desarrollo de las teorías sociológicas como las transformaciones sociales.
Esto plantea una teoría que confronta críticamente el estado social y promovió en ellas cambios a partir del principio de justicia, sector este de la sociología feminista, cuya aplicación se universaliza en la medida que confronta no sólo las desigualdades entre los sexos sino que las profundiza también desde las desigualdades de etnicidad, condición social, religión y edad, entre otras: develando en ello como preocupación la diferencia a partir de la cual se comienza a conceptualizar el género como categoría de análisis durante el siglo XX, desde donde se defiende, enfoques diferenciales según la necesidades y derechos de los sexos, lo que ha ocasionado recelo entre las corrientes sociológicas feministas que han visto desplazadas en esto las luchas de la mujer.
El género como categoría es referido en 1955 por John Money, psicoanalista y sociólogo quien las utilizó para diferenciar las conductas y expectativas socialmente asignadas en la cultura a hombre y mujeres (gender roles). Por otro lado también el sociólogo Harold Garfrikel, profundiza en el uso del término a partir de la reflexión suscitada por un hombre que vestido de mujer había logrado definirse como tal; lo que le llevo a la reflexión sobre la insuficiencia del sexo con el que se nace para la constitución del ser hombre o mujer en el aprendizaje y la practica social, tal y como lo afirmaron Simone de Beauvioir “no se hace mujer: se llega a serlo”
Igualmente otros agregados a la categoría los hace Gabriela Castellanos, que desde la lingüística aclara que no es otra forma de decir mujer, sino que va más allá a las relaciones sociales y culturales entre hombre y mujeres, cuyas diferencias varían para cada cultura y cada época en su concepción de los femenino y masculino alejándola del determinismo biológico en el que se hallaba hasta entonces. Scott retoma el análisis sobre el poder, el saber y las relaciones sociales de Foncault; sobre el cual relativiza el saber y desde esta perspectiva devela en la constitución de los discursos, la legitimidad o el valor que tiene socialmente los masculino, a partir de lo cual se ostenta o asigna el poder, reflejado en las relaciones entre hombre y mujeres, de ahí la importancia de su deconstrucción haciendo visible la interrelación de esos tres aspectos.
Algunos estudios que han profundizado esto, como la prostitución en Colombia, de Saturnino Sepúlveda Niño, quien hace un acercamiento al análisis de la condición de la mujer en medio de la violencia; así como Virginia Gutiérrez de Pinedo que con su trabajo sobre familia y cultura en Colombia, donde muestra al hombre y a la mujer desde cada una de las instituciones (familia, iglesia, economía) manteniendo un recorrido en cada una de las culturas regionales de nuestro país, es decir lo que al principio parecía un estudio teológico de la familia terminó siendo un entramado complejo donde según sus propias palabras son “fragmento, secuencia, e implicación casual” lo más relevante de su obra es la deconstrucción del conocimiento a partir de la revisión de los saberes, así como la imagen masculina en cada cultura es determinante de las relaciones sociales y el poder.
Otro gran aporte en los estudios sobre género, lo hace la historiadora feminista Johan Scott en 1986, quien lo deconstruye al vincularlo a las relaciones sociales al decir que “es un elemento constitutivo de esas relaciones que se basa en las diferencias que distinguen los sexos”, a los saberes en cuanto es “un conjunto de creencias, discursos, instituciones y prácticas sobre las diferencias de género, relacionado con el poder, al enunciarlo como “una forma primaria de relaciones significantes de éste”. Dos aspectos relevantes de esta teoría proponen como el género está presente en todos los ámbitos de la cultura; y como las categorías de etnia, clase social y específicamente la del género, tienen su dimensión política; pues en las diferencias de ser hombre o mujer se aprenden las relaciones de poder así como en cada una de las otras, Igualmente Fals Borda en “Retorno a la Tierra historia doble de la Costa” muestra el machismo como factor cultural en la colonización costeña; y evoca otros aspectos relativos al género como el matriarcado, la bisexualidad, desde donde enfoca las costumbres y tradiciones de la costa Caribe colombiana.
Muchas más mujeres que con sus estudios han revisado la masculinidad y la feminidad, contribuyendo con eso a profundizar el análisis de las relaciones de poder y desigualdad para las mujeres, adentrándose a teorías explicativas, desde donde también se denuncia la discriminación impregnada en las actitudes, comportamientos imaginarios, sentimientos y sistema de valores que ubican tal marginalidad en lo cotidiano y por lo tanto validando “lo personal como político”.
Lo anterior demuestra un extenso proceso resemantización de lo considerado absoluto e inamovible, como una tarea que partió de develar en la historia la invisibilidad de los aportes de las mujeres. Como hilo conductor cada aporte, fue anotando por fuera de los márgenes de la historia nuevos planteamientos que poco a poco, han sido introducidos ‘en la sociología desde una mirada interdisciplinaria, que no sólo favoreció las luchas y reivindicaciones en las luchas feministas, sino que con ello se aportó al análisis de la desigualdad de otros sectores desde el pensamiento, reformulación y nuevos discursos; y sobretodo aportes y acciones a transformaciones sociales que en la actualidad son argumentos para la defensa de derechos de muchos sectores tradicionalmente excluidos y especialmente la defensa de los derechos de las mujeres respecto a las formas de violencia que se producen por su condición.
http://aliciaguevaraenelmundo.blogspot.com/2011/04/genero-como-categoria-de-analisis-mujer.html
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