Desde cualquier arista que se le mire, los medios de comunicación locales no hacen otra cosa sino cosificar la imagen de la mujer y representarla en virtud de un concepto de “género” pre-concebido en el seno de la sociedad machista Chilensis. Prueba de ello: el festival de Viña del Mar. Este evento se perfila como el “pick” en términos de machismo y explotación de la imagen de la mujer, teniendo como antesala prácticamente la totalidad de los “mass media” locales.
Me pregunto si todos quienes disfrutan de las jornadas “festivaleras” lo hacen conscientes de que lo que allí se transmite es lo más decadente, vulgar y nefasto de toda la unidimensionalidad televisiva chilena. La objeción de que “a pesar de la ramplonería” el festival efectivamente presenta espectáculos de calidad como el show del británico Sting, es insuficiente para hacernos creer que este festival no es una absoluta bajeza intelectual televisada. Me parece realmente imposible “hablar” de la calidad de un festival que elige a “reinas de belleza” en virtud de la circunferencia de sus pechos y la profusión de sus culos, y que presenta a artistas cuyas performances están basadas casi en su totalidad en la explotación inmisericorde de la mujer.
La cuestión de la cosificación de la mujer ha sido un tema central para el feminismo filosófico desde mediados de los años 80 hasta nuestros días. Teóricas como Teresa de Lauretis, Laura Mulvez o Susan Bordo han discutido en profundidad la manera en que los medios de comunicación, y particularmente el cine, han construido la subjetividad de la mujer, subjetividad casi siempre vinculada al rol secundario e inferior que le corresponde en una sociedad occidental dominada por el universo masculino. Es por ello que han llamado al cine una “tecnología del género” porque casi siempre concibe y rectifica lo que es ser mujer y ser hombre (de Lauretis, 1987), o una máquina constructora de sujetos poseedores de determinadas características en virtud del género que les corresponde (Clover, 1995). De esta manera, la mujer que reproducen tanto los medios de comunicación como el cine debe, dada su intrínseca naturaleza, exhibir senos y piernas, debe comportarse servilmente frente a los anhelos y deseos del hombre y normalmente debe asumir roles sociales y características psicológicas “propias” y “características” de su género (la profesora solterona o la enfermera estúpida, la buena madre o la mala madre, la virgen o la prostituta y un sinfín de otros clichés).
Teniendo en cuenta que la crítica a los medios de comunicación en Chile se encuentra silenciada dado el monopolio de la información regentado por empresas como El Mercurio y Copesa, es prácticamente imposible encontrar en la prensa y TV locales un análisis profundo y exhaustivo respecto a cómo se prostituye la imagen de la mujer en el país. Por el contrario, tanto los platós de televisión como los diarios de circulación nacional destinan buena parte de sus espacios a debatir y dialogar sobre cuál es la diva más sexy del festival, o quien de ellas posee los mejores atributos. Por ello a nadie le llama la atención los comentarios espetados por gente como la insoportable Patricia Maldonado sobre las tetas caídas o los lunares de pelo de las reinas de belleza (¿será posible?): como mucho, el descontento ante tamaña declaración viene dado por la admiración a las tetas “paraditas” de sus altezas. Por eso también los medios dedican jornadas completas al análisis de “la jueza candidata a reina” cuyo sufrimiento encuentra acicate –supuestamente- en las críticas a sus carnes fofas y la inelasticidad de sus tejidos, olvidando que la bulimia y la anorexia son enfermedades terribles que padecen cientos de jóvenes en este país.
El feminismo ve con preocupación la manera en que los medios tratan estas cuestiones y la forma en que la mujer se transforma en una víctima constante de la burla y la explotación sin límites de lo que ella es, no es o puede llegar a ser. Sencillamente todo el mundo tiene algo que decir sobre la mujer que aparece en los medios de comunicación. De ahí que tanto periodistas como filólogos, así como también políticos y los exegetas de la califragilística tengan el derecho de opinar “cómo debe ser la mujer”, y en esa selva de bestias que es la televisión, con el Festival de Viña como palacio presidencial, existe material de sobra: toda mujer puede ver reflejada su subjetividad. Sin ánimos de establecer una moralina fuera de lugar, considero que entre la pornografía y lo que se muestra en el festival de Viña prácticamente no existen diferencias. En este sentido, teóricos del feminismo como Jensen (1998) y Dines (1998) ven este género cinematográfico como el canal ideal a través del cual se puede “dominar”, “reducir” y “rebajar” a la mujer sin ningún límite. La protagonista de un film pornográfico puede ser “penetrada con botellas, rodamientos y perros, puede ser eyaculada y orinada” (Dines, p. 62), y siempre por un macho cuya sexualidad es relegada a un segundo plano, mientras la cámara se inmoviliza en eternos close ups frente a los genitales femeninos, constantemente penetrados por un gran y vigoroso falo. A esto se suman algunos estereotipos como la negra salvaje y exigente, poseída por un “gran negro, ojalá africano”, o la oriental sumisa y elástica, siempre dispuesta a satisfacer las demandas del macho de occidente (Dines, 1998). Por supuesto que los medios chilenos no exhiben nada de esto, pero ¿no es acaso la explotación inmisericorde de la sexualidad femenina el único fin del certamen de belleza del festival, siendo este evento además uno de los espectáculos más esperados por los y las amantes del “grandioso” y “muy masculino” Marco Antonio Solís, Américo o Chayanne? Los medios que dedican jornadas enteras a alabar o denostar la circunferencia de los pezones de la cantante, o a “filosofar” respecto a las amazonas que se exhiben como animales de feria frente a las cámaras, comparten el mismo anhelo de la pornografía: reducir a la mujer a un objeto que no sólo puede ser medible y cuantificable, sino explotado, destruido, elevado a las alturas o aniquilado en todas sus dimensiones.
De ahí que este Festival de Viña me parezca un evento de pésimo gusto y de la peor factura. Y lo más increíble es que medio Chile habla “de lo que pasó anoche”, dedicando una gran cantidad de horas al cotilleo y el análisis diligente no sólo de los saltos, bailoteos y berreos de los “cantantes”, sino también de las mujeres que allí se exhiben como trofeos de guerra para machos con todas sus “cosas” bien puestas. Hace poco leí un comunicado de Movilh que criticaba el humor gay exhibido en el festival, que no era otra cosa sino un sinfín de clichés y estereotipos sobre lo que es ser homosexual en Chile. Pienso que no sólo los y las feministas, sino la comunidad entera deberían abrir un debate respecto a la manera en que este tipo de eventos rebaja a la mujer hasta el patetismo. Tal vez necesitamos a un nuevo Platón, que en su República proponía una censura a los poetas que no educaban sino que idiotizaban aún más a los futuros ciudadanos de la Polis.
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N. del A. Parte de este artículo fue presentado por el autor en un paper para la Universidad de Edimburgo, Reino Unido.
Referencias:
Clover, C. (1995). “Her Body, Himself: Gender in the Slasher Film”. In Gail Dines and Jean M. Humez (Eds.) Gender, Race and Class in Media, a Text Reader. Sage Publications.
De Lauretis, T. (1987). “Technologies of Gender, Essays on Theory, Film, and Fiction”. The Macmillan Press.
Dines, G. (1998). “Dirty Business”. In Gail Dines, Robert Jensen and Ann Russo (Eds.) Pornography, The Production and Consumption of Inequality. Routledge.
Jensen, R. (1998). “Introduction”. In Gail Dines, Robert Jensen and Ann Russo (Eds.) Pornography, The Production and Consumption of Inequality. Routledge.
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