domingo, noviembre 07, 2010

“El VIH no entiende de perfiles, sino de prácticas de riesgo”

Elena Duque
AmecoPress. El VIH afecta prácticamente al mismo número de mujeres que de hombres por todo el mundo, representando ellas el 60% de los casos en zonas como el África subsahariana. Anualmente además 410,000 niños son infectados por el VIH, la mayoría por transmisión vertical, es decir, de madre a hijo o hija.

En España, a pesar de la proliferación de la información disponible y del fácil acceso a los medios para prevenirlo, continúan produciéndose nuevas infecciones, algo que ocurre cada vez con más frecuencia entre mujeres jóvenes en relaciones heterosexuales.

En diciembre de 2008, según ONUSIDA y la Organización Mundial de la Salud, 33.4 millones de personas estaban contagiadas por el virus del sida, de quienes 15.7 millones eran mujeres y 2.1 millones eran niñas y niños menores de 15 años. El número de nuevos contagios estimados en ese año fue de 2,7 millones de casos. Se habían producido además dos millones de fallecimientos por el virus.

Observando la evolución de contagios desde el año 1990, la OMS advierte de que en ningún momento ha parado la propagación del virus, manteniéndose más o menos estable el número de nuevos contagios contabilizados en los últimos cinco años. Uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es detener la propagación del virus y empezar a retroceder para 2015, una fecha que por el momento parece peligrosamente próxima.

El virus del silencio

Se estima que en España hay entre 120.000 y 150.000 personas con VIH, aunque probablemente en torno al 30% no lo saben. Del total, menos de 1% son menores de 15 años y entre el 20-25 % son mujeres. Eso significa que hay aproximadamente tres infecciones por mil habitantes, pero las tasas son mayores entre los hombres y los residentes en las ciudades.

“La principal vía de transmisión en España es la sexual”, y muchas veces en relaciones heterosexuales, explica Carmen Martín, miembro de CESIDA y presidenta de ACCAS. Efectivamente, en los últimos datos de sanidad, casi el 50% de los nuevos diagnósticos se atribuyen a transmisión heterosexual, mientras que la transmisión en relaciones homosexuales representa en torno al 25% y la parenteral en torno al 20%, mientras que en años pasados ésta era la principal vía de transmisión. La edad media de quienes portan el virus ronda los 40 años, siendo para las mujeres el periodo de mayor riesgo toda su edad fértil.

“Ha cambiado la forma de infección”, confirma Celia Miralles, miembro de Gesida y médico de la consulta de VIH en el Hospital Xeral de Vigo. “Se están contagiando más personas por relaciones heterosexuales, y la mujer es además hasta cuatro veces más vulnerable”.

Mayor vulnerabilidad

Las mujeres son más vulnerables a resultar infectadas por el VIH. De hecho, tienen al menos dos veces más probabilidades de infectarse que los hombres en las mismas relaciones sexuales practicadas sin protección, debido a que la mucosa vaginal es más frágil y existe más superficie de contacto, y a que el semen tiene mayor capacidad infectiva que los fluidos vaginales. Además, las enfermedades de transmisión sexual, muchas de ellas asintomáticas y por lo tanto no percibidas por la mujer, favorecen la infección.

Al margen de las cuestiones puramente biológicas, son las circunstancias sociales y culturales las que provocan mayor desprotección entre las mujeres. En ocasiones, ven limitada su capacidad para ejercer el control sobre su salud sexual, debido a una diferenciación de roles masculino y femenino basada en un reparto inequitativo de poder. Algunas mujeres pueden encontrar difícil rechazar una práctica de riesgo o negociar el uso de un preservativo por miedo a las represalias o temor de ser rechazada por su pareja. Estas circunstancias se agravan profundamente cuando se produce un maltrato.

Jóvenes e inconscientes

Según los datos del Plan Multisectorial Frente a la Infección del VIH/Sida 2008-2012, las mujeres suponen ya en España más de una de cada cuatro nuevas infecciones por el virus. En los últimos años, además, se está frenando en ambos sexos la tendencia a la baja en el número de nuevas transmisiones, siendo especialmente notoria la proliferación entre mujeres jóvenes a través de relaciones heterosexuales.

Al igual que en el resto de Europa, un número mayor de casos se está dando entre “grupos de difícil acceso”, como son las trabajadoras del sexo y también entre la población inmigrantes, especialmente la proveniente de África y América Latina. En estos grupos “las desigualdades de género están más marcadas y provocan barreras de acceso y de diagnóstico”.

“Entre las mujeres, como entre los hombres, no hay conciencia de peligro de transmisión. Es por el estigma asociado al VIH. Se piensa que se ve, cuando en realidad ni se ve ni se sabe que se es portador” destaca Carmen Martín, miembro de la Comisión Ejecutiva de CESIDA y presidenta de ACCAS, en Santander.

“No se hace cómodamente la prueba del VIH porque no se tiene percepción de que todos podemos estar infectados”, explica Miralles y añade que “una ventaja es que en España es obligatorio realizar el test del VIH a las mujeres embarazadas”. Esta doctora defiende la universalización de la prueba, especialmente entre la población joven, porque el estigma social que permanece oculta el virus y favorece nuevas transmisiones.

“El VIH no entiende de perfiles, sino de prácticas de riesgo”, explica Martín, y cuenta como a la asociación llegan hombres mayores que pensaron que ya no se iban a contagiar, mujeres jóvenes que no tomaron precauciones en sus primeras relaciones porque no creían que pudiera pasarles a ellas, o adultos que bajaron la guardia.

“Hay que empezar desde la base, desde la educación sexual”, destaca, y advierte sobre quienes se muestran reacios a introducir este tipo de contenidos en el currículo escolar. “No se puede incitar a nadie a tener relaciones sexuales por explicárselas, pero sí se puede conseguir que cuando elijan tenerlas, sea con conocimiento y con responsabilidad”.

“La diferencia con otras enfermedades es el estigma social”

El VIH y la enfermedad del sida siguen viéndose como causa de discriminación, y las personas afectadas tienen miedo incluso de saber que lo tienen, por lo que muchas personas no se deciden a hacerse la prueba.

“La imagen que se da del VIH en las campañas es el de gente sin recursos, o ya muy deteriorada; eso no ayuda”, considera Martín, que lamenta que “no hay figuras públicas” para sensibilizar sobre la enfermedad. “Pueden pasar diez años sin tener ni un síntoma”, recuerda, y no realizarse la prueba a la vez que seguir manteniendo relaciones de riesgo puede producir innumerables nuevas infecciones.

La transmisión madre-bebé es altamente improbable

Actualmente, por suerte, existen exitosos medicamentos que protegen de la infección por el VIH al bebé en camino. “En España menos del 0.4% de los niños o niñas nacen infectados gracias a los tratamientos antirretrovirales de la madre durante el embarazo”, explica Martín.

Según informa el Ministerio de Sanidad, la tasa de transmisión vertical, de madre a hijo, si no se toma ningún tipo de precaución, varía entre el 15 y el 30%, porcentaje que disminuye hasta el 1 a 3% en el caso de recibir antirretrovirales durante el embarazo y el parto.

“En Europa Occidental se produce menos del 1% de contagio vertical”, confirma Miralles. La prueba del VIH se realizará en dos ocasiones a la futura madre para comprobar que no se adquiere el virus durante el embarazo, una circunstancia que pondría al bebé aún en mayor peligro por la virulencia del primer contagio.

El parto es el momento de mayor riesgo de infección, al estar el bebé en contacto con los tejidos de la madre. No obstante, es posible realizar un parto natural siempre que no se prolongue demasiado, lo que pondría en mayor riesgo a la criatura. En ese caso, y siempre recomendable para mujeres con una carga viral alta (más de 1000 virus por mililitro de sangre), se realizará por cesárea.

Después, el bebé deberá seguir un tratamiento preventivo durante las primeras seis semanas de su vida. En ningún caso la madre debe dar de mamar al recién nacido, ya que la lactancia materna puede aumentar hasta en 12 a 14% más la posibilidad de transmisión del VIH.

El VIH como factor de exclusión sexista

La OMS confirma que, a nivel mundial, el sida sigue siendo la principal causa de mortalidad entre las mujeres en edad reproductiva, especialmente en los países de ingresos bajos y medios y a pesar de que hoy en día más de cuatro millones de personas reciben tratamientos antirretrovirales en estos países.

Según el informe “Hacia el Acceso Universal” de ONUSIDA, en 2008 el acceso a los tratamientos para el VIH para las mujeres y los niños mejoró sensiblemente. El 21% de las mujeres embarazadas en países de ingresos bajos recibió una prueba de VIH, frente al 15% en 2007. Aproximadamente el 45% de las mujeres embarazadas seropositivas recibieron antirretrovirales para prevenir la transmisión del VIH a sus hijos, frente al 35% en 2007. Sin embargo, aún 410,000 niños se infectan con el VIH cada año, la mayoría por transmisión vertical.

También más niños y niñas se benefician de programas de tratamiento antirretroviral pediátrico: el número de menores de 15 años de edad que recibieron tratamiento antirretroviral aumentó de aproximadamente de 198.000 en 2007 a 275.700 en 2008, alcanzando al 38% de los necesitados.

Tal y como señala el organismo en su agenda de trabajo para el periodo 2010-14, las mujeres son ahora un objetivo central a tener en cuenta. En el África subsahariana representan el 60% de las personas infectadas por el VIH y en el Caribe las mujeres jóvenes tienen 2,5 veces más probabilidades de infectarse con el VIH que los hombres jóvenes.

Esta mayor vulnerabilidad va unida en los países de ingresos bajos y medios con más fuerza aún a factores sociales y culturales. Los roles de género que conducen a relaciones de poder desequilibradas y la violencia sexual directa sobre las mujeres son claros agravantes, más visibles aún en zonas marginales y en condiciones de vida de pobreza. Sin embargo, advierte el informe, hace falta mucha más investigación para entender y esclarecer la especial vulnerabilidad de las mujeres frente al VIH, y poder así generar estrategias para combatirlo.

La falta de acceso a los servicios, las diferencias de poder económico y jurídico entre hombres y mujeres, la coacción sexual y la violencia limitan también la capacidad de las mujeres y las niñas a ejercer sus derechos.

El estigma y la discriminación afectan desproporcionadamente a las mujeres y las niñas, que tienen menos probabilidades de tener acceso a los servicios, revelar que son seropositivas o negociar prácticas sexuales más seguras por temor a ser maltratados, rechazados o víctimas de la violencia.

La pérdida de salud no es la única adversidad a la que tendrán que enfrentarse las mujeres de las poblaciones más desfavorecidas. En estos países, además, son las mujeres quienes se ocupan de cuidar a las personas enfermas. Mujeres y niñas pagan por esta lacra perdiendo la oportunidad de participar en la generación de ingresos y en la educación, hipotecando su futuro.

Es fundamental que las mujeres y las niñas empiecen a tomar el control de su propia sexualidad para garantizar la prevención del VIH, y esta posibilidad está muy lejana en muchas partes del mundo. La lucha contra la expansión del virus pasa allí por el empoderamiento de las mujeres.

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