miércoles, agosto 11, 2010

Marx, ámbito privado y ética revolucionaria...

Alicia Couselo - La Haine
El muy interesante ensayo de Iñaki Gil de San Vicente “La ética marxista como crítica radical de la ética burguesa” tiene la particularidad de tocar algunos aspectos de la vida de Carlos Marx que no dejan de tener su atractivo si los miramos a través de las gafas violetas del feminismo.

Este enfoque es pertinente porque este prestigioso intelectual abertzale es uno de los pocos marxistas respetados y convencidos que sistemáticamente incluye al patriarcado en sus análisis políticos (1). En este trabajo señala una vez más su importancia para la revolución cuando dice que “sólo con la extinción de la ley del valor-trabajo, con la superación histórica del salariado, de la mercancía y del valor de cambio, además del patriarcado y la opresión nacional, sólo entonces dispondrá la especie humana –otra especie humana, desde luego— de condiciones de pensar y practicar una verdadera Ética comunista“.

Sobre estas y otras premisas, reflexiona sobre lo que para Marx sería la ética revolucionaria y su opuesto, la ética reaccionaria y para ello curiosamente se basa en las respuestas que éste da a un cuestionario de su prima, Antoinette Philips. Digo que es curioso porque rara vez se incluyen en los elaborados análisis teóricos o las míticas trayectorias políticas, las fortalezas y debilidades, aciertos y errores de las personas físicas protagonistas, por pertenecer esta cuestión al ámbito natural, desvalorizado e invisibilizado de lo privado, que el patriarcado como estructura social asigna al género femenino.



Según estas respuestas, se puede deducir que para Marx la ética comunista “introduce la sencillez, la fuerza, la unidad de objetivos, la lucha revolucionaria, la solidaridad con todo lo humano y la duda metódica”. Por otra parte, las características de la ética reaccionaria son “la debilidad, el servilismo, la credulidad y la sumisión.”

El autor no deja pasar el detalle de la asociación que hace Marx de mujer con debilidad y lo atribuye a “las raíces machistas de la personalidad de Marx, bastante mayores que las de Engels, mucho más consciente del problema profundo de la opresión de la mujer y mucho más abierto a toda clase de prácticas sexo-amorosas tan radicalmente contrarias a la doble moralidad burguesa –también criticada por Marx aunque de boquilla en una cuestión vital—que fue la única causa por la que Marx debilitó mucho y hasta congeló su amistad con Engels durante un tiempo”.

A partir de esta interpretación, conocida para muchas feministas revolucionarias, intentaré a continuación escarbar en lo que entiendo es la cuestión de fondo.

A mi personalmente no me gusta utilizar la etiqueta de “machismo” porque me parece que es un termino poco claro que no evidencia todo el contenido ideológico que lo relaciona con la inferiorización de la mujer. En principio, creo que no es un problema psicológico, que es lo que comúnmente se asocia al concepto de personalidad. En general se considera que es una actitud de prepotencia de los hombres hacia las mujeres que se expresa en la vida cotidiana en forma de tiranía, terrorismo íntimo, violencia física y psíquica, dominación y sexismo que en su forma más extrema lleva a la muerte de la mujer (2). La raíz de este funcionamiento está en esa estructura social que llamamos patriarcado, que convive en íntima asociación con el capitalismo y que en palabras de Gerda Lerner, es “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y las niñas y niños en la familia y la ampliación del dominio masculino a la sociedad en general” (3).

Según Celia Amorós “No en todas las épocas y sociedades lo privado y lo público han tenido las mismas connotaciones que en la actualidad; sin embargo, con todas las salvedades y matices que se pueden hacer con toda pertinencia, lo privado y lo público constituyen lo que podríamos llamar una invariante estructural que articula las sociedades jerarquizando los espacios: el espacio que se adjudica al hombre y el que se adjudica a la mujer. A pesar de sus evidentes diferencias históricas esta distribución tiene unas características recurrentes: las actividades socialmente más valoradas, las que tienen un mayor prestigio, las realizan prácticamente en todas las sociedades conocidas los varones… Puede haber alguna rara excepción, pero son las actividades más valoradas las que configuran o constituyen el espacio de lo público: es el espacio más valorado por ser el del reconocimiento, de lo que se ve, de aquello que está expuesto a la mirada pública… Es decir, cuando una tarea tiende a hacerse valorar tiende a hacerse pública, tiende a masculinizarse y a hacerse reconocer” (4).

Es decir, basándonos en estas definiciones podríamos sostener que es la mentalidad patriarcal la que le hace caer a Marx en el estereotipo de género (5) y le hace asociar mujer con debilidad, y hombre con fuerza. Una asociación aparentemente intrascendente pero que tiene graves consecuencias políticas al atribuir la debilidad a la ética reaccionaria. A partir de ahí es fácil concluir en la ecuación mujer = reacción, una concepción contra la que las mujeres venimos luchando desde hace siglos y cuya falsedad ha sido ampliamente demostrada por la historia de las luchas revolucionarias.

En esta línea, Gil de San Vicente señala en su escrito que “Marx no tenía excusa alguna para librarse de la crítica feminista en su comportamiento personal”. Es necesario destacar la subordinación que éste hizo de su salud, mujer y familia a la redacción de El Capital, provocando que esta decisión “causara un deterioro dramático y hasta trágico por la muerte por hambre y enfermedad de hijos suyos recién nacidos”. Es un debate histórico que nos compete a todos valorar si fue o no un ejemplo de praxis revolucionaria, en el convencimiento de que supuestamente no existía otra posibilidad porque era una “obligación exigida por su conciencia”, y que Marx “asumió éticamente y practicó moralmente”, según señala Gil de San Vicente.

Hay que dar por descontado la extraordinaria producción teórica y el incuestionable compromiso político y revolucionario de Marx, pero creo que desde la óptica feminista vale la pena adentrarnos en el ámbito privado y analizar su vida en familia, donde aparece un hombre mucho más sencillo. El texto de Iñaki Gil, como vemos, menciona el descuido de la salud propia y la de sus hijas e hijos, y su infidelidad. Por otra parte, con relación a su mujer, Jenny de Westfalia, me remito a un artículo firmado por Pepe Gutiérrez Álvarez, que antes de nada nos alerta sobre la campaña de 1983 llevada a cabo por la internacional neoliberal con argumentos feministas con el único objetivo de desprestigiar a Marx como persona y sobre todo, cuestionar el marxismo. En este sentido, Gil de San Vicente no ve con buenos ojos que las “contradicciones fuertemente machistas” de Marx hayan sido “sistemáticamente ocultadas o justificadas por muchos marxistas, atentando precisamente contra todo el espíritu y contenido de esta teoría, en la que, como veremos, la crítica es un componente imprescindible y esencial, definitorio de principio a fin”.

Como sucede cuando intentamos conocer la vida de las mujeres a lo largo de la historia, tenemos que enfrentarnos con la dificultad de la ausencia de escritos propios que proporcionen información sobre su vida, su forma de estar en el mundo y su forma de concebirlo. Esta circunstancia se agrava por el hecho de que los textos existentes que hablan de las mujeres, están escritos por hombres y en muchos casos impregnados de androcentrismo.

Numerosos testimonios que hablan de Jenny de Westfalia nos dicen que cumplía el ideal de mujer patriarcal, sinónimo de “sujeto en menos, menos persona, menos igual y menos digna de acceder a lo importante” (6). Ángel del hogar, buena esposa y madre abnegada, se dedicaba al cuidado de los suyos. Tuvo 6 hijos. El Che Guevara dice que si bien “no fue una muy buena ama de casa”, sin embargo era “una admiradora ciega de su marido y copista de sus manuscritos”.(7) Friedrich Lessner la define como “una excelente esposa… de extraordinaria bondad, amabilidad y agudeza, desprovista por entero de todo orgullo y altivez… Engels destaca que su mayor dicha era “hacer dichosos a los otros”. Y es que, como dice la psiquiatra feminista Emilce Dio Bleichmar, “una mujer se mide por su capacidad de creación (maternidad), de desarrollo (crianza, amor) y mantenimiento (pareja, familia, cuidado de enfermos) del otro/a (8).

¿Cómo se consigue que una persona, en este caso, una mujer, sacrifique su vida en función de los demás? ¿Cómo se consigue que encima crea que lo hace con gusto y no se revele? Según Luis Bonino, esto se consigue “ejerciendo el poder, teniendo capacidad de control y dominio sobre la vida de los otros… La posición de género (femenino o masculino) es uno de los ejes cruciales por donde discurren las desigualdades de poder, y la familia, uno de los ámbitos en que se manifiesta. Esto es así porque la cultura ha legitimado la creencia en la posición superior del varón: el poder personal, la autoafirmación, es el rasgo masculino por antonomasia.” (9)

Uno de los primeros elementos importantes que aparecen es que para que Marx pudiera llevar a cabo sus históricos objetivos, tuvo que disponer de la capacidad de servicio hacia otras personas de Jenny, en que ella era experta por su socialización de género. Madre, amante, secretaria, psicóloga, gestora, acompañante social, todas actividades que habrá desempeñado, sacrificando su tiempo y sus necesidades, que le han llevado a ser considerada una mujer “indispensable en su vida”. Así, mientras Marx concentraba su mente y sus esfuerzos “en el desarrollo de sus actividades e ideas”, él no tenía mayor control sobre su sexualidad y apenas asumió su responsabilidad en cuanto a la paternidad de los 6 hijos que tuvo con su mujer y el extra matrimonial. Sin embargo, esto parece no haberle importado a Jenny, quien asumió la mayor parte de esas tareas y aparentemente mantuvo intacto su amor por él.

El muy interesante trabajo de Anna Jonasdottir titulado El poder del amor (10), habla sobre el papel del amor en la sociedad:

“Las normas sociales predominantes que nos acompañan desde el nacimiento y afectan constantemente nuestro alrededor y a nosotros mismos, dicen que los hombres no solo tienen derecho al amor, los cuidados y la dedicación de las mujeres sino que también tienen derecho a dar rienda suelta a sus necesidades de mujeres y la libertad de reservarse para si mismos. Las mujeres por su parte tienen derecho a entregarse libremente, pero una libertad muy restringida de reservarse para si mismas. Así, los hombres pueden continuamente apropiarse de la fuerza vital y la capacidad de las mujeres en una medida significativamente mayor que lo que les devuelven de ellos mismos. Los hombres pueden configurarse como seres sociales poderosos y continuar dominando a las mujeres a través de la acumulación constante de las fuerzas existenciales tomadas y recibidas de las mujeres. Si el capital es la acumulación de trabajo alienado, la autoridad masculina es la acumulación de amor alienado”.

Cuando Iñaki Gil habla de la ética reaccionaria, habla del amor abstracto practicado por la clase dominante y del odio revolucionario, de la felicidad, como proceso de coherencia personal, de la lucha como respuesta a la sumisión. Concretamente, cuando hace mención al marido, al novio y al patrón, señala la imposibilidad de mejorar el sistema y defiende el derecho y la necesidad de la violencia defensiva.

“Si el poder opresor, el que fuera, desde el marido hasta el patrón, pasando por el Estado nacionalmente opresor, o los tres a la vez, inicia una campaña de promesas, de reformas aparentes e incluso de cambios de algún calado, en una situación así, nada extraña en la historia de los conflictos individuales y colectivos, la parte oprimida no puede limitarse a hacerse respetar sino que debe aumentar sus presiones siempre por delante de las falsarias promesas del opresor, y sobre todo de sus oportunistas reformas”.

En este sentido, comparto que “la parte oprimida no puede limitarse a hacerse respetar”. Sin embargo, en el caso de las mujeres que tienen una relación de pareja basada en la desigualdad, adquirir conciencia de que no está siendo respetada y sentir la necesidad de serlo no sólo es el primer paso hacia la liberación, sino también hacia la ruptura de la relación con todo lo que eso conlleva: sentirse desnaturalizada, egoísta, mala mujer. Como dice Emilce Dio Bleichmar, cambiar la situación de sumisión en la relación de pareja no se consigue solamente por vía voluntarista, porque si fuese así sería mucho más sencillo.

Después de haber leído y reflexionado sobre todo esto, creo que deberíamos plantearnos una contradicción histórica: ¿es posible que El Capital hubiera sido escrito por una mujer?. En general, el modelo patriarcal capitalista solamente permite a las mujeres tener éxito en la vida profesional, política o intelectual, si priorizan los valores masculinos patriarcales y subordinan a ellos los valores femeninos de “contribuir al bienestar, de proporcionar cuidados y de velar por la buena salud de las relaciones afectivas” (10), ya sea decidiendo no tener hijos o recurriendo a otras mujeres para que hagan el trabajo doméstico y de cuidados que, aunque les corresponde, sus parejas no están dispuestas a asumir.

Si miramos las vidas de mujeres marxistas revolucionarias emblemáticas, encontraremos algunas pistas. Por ejemplo, Alejandra Kollontai tuvo un solo hijo y su matrimonio duró apenas tres años, porque como ella misma dice, “si no lo hubiera hecho, me hubiera expuesto al peligro de perder mi propio yo” (11). Rosa de Luxemburgo, no tuvo hijos, a pesar de haberlos deseado intensamente y alguna vez reniega por haber tenido que sacrificar su vida personal a la política (12). Y es que es impensable para cualquier revolucionaria que es coherente con la ética comunista, aceptar que su pareja y su familia sacrifiquen su vida en función de sus actividades políticas e intelectuales o tener hijos a los que no podría atender.

Es cierto que es muy complicado elaborar una ética comunista en la sociedad capitalista por la pervivencia de valores, normas y criterios producidos durante siglos de vigencia de este sistema. Como Gil de San Vicente muy bien señala “es muy difícil y problemático dentro del capitalismo avanzar y enriquecer una ética socialista –marxista y/o anarquista, con decisivas aportaciones feministas, ecologistas… que integre y absorba gracias a la capacidad de inclusión del materialismo histórico a las vitales críticas feministas, ecologistas, de liberación de los pueblos oprimidos, etc., porque toda la sociedad burguesa está estructurada para abortar cualquier posibilidad de materialización del principio regulador esencial del socialismo”.

No obstante, creo que a pesar de la dificultad, tenemos el deber de elaborar una ética comunista desde una práctica revolucionaria, que sea implacable con el funcionamiento androcéntrico. Una ética comunista y revolucionaria debe incorporar todos los contenidos desarrollados en el articulo que nos ocupa que el autor dirige a las masas oprimidas pero también los valores y las actividades que el patriarcado ha dejado arrinconados en la esfera privada, como el trabajo no remunerado, los afectos y la sostenibilidad de la vida. La historia de las mujeres ha demostrado que es posible fusionar ambas esferas en condiciones de igualdad. Si nosotras podemos, nuestros compañeros también pueden, y para eso en necesario trabajar en la elaboración de teoría y desarrollar una praxis que no se sostenga en la opresión de la mujer.

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Notas:

1. Para mayor información sobre la repercusión del sistema patriarcal capitalista en la vida de las mujeres, véase el trabajo de Iñaki Gil de San Vicente “Mujeres, sexualidades, fascismo e internacionalismo bajo la crisis capitalista”..

2 Micromachismos. La violencia invisible en la pareja. Luis Bonino Méndez.
http://conc.ccoo.cat/pandora/incl/Micromachismo.%20La%20violencia%20invisible%20en%20la%20pareja.pdf

3. Gerda Lerner, La creación del patriarcado, Barcelona, 1990.

4. Celia Amorós, "Espacio público, espacio privado y definiciones ideológicas de 'lo masculino' y 'lo femenino'"
http://www.iidh.ed.cr/comunidades/derechosmujer/docs/dm_enlinea/espacio%20publico,%20espacio%20privado0173.pdf

5. Rosa Cobo “Diez palabras clave sobre mujer. Género” Estereotipo de género: Un conjunto de ideas simples pero fuertemente arraigadas en la conciencia, que escapan al control de la razón. Varían según las épocas y las culturas pero algunos temas son constantes. Por ejemplo, la idea de que las mujeres son intuitivas mientras que los varones son racionales.

6. Pepe Gutiérrez Alvarez “Jenny de Westfalia, el gran amor de Marx (y viceversa)”. http://www.kaosenlared.net/noticia/notas-sobre-marx-1-jenny-westfalia-gran-amor-marx-viceversa

7. Luis Bonino Méndez. “Los varones hacia la paridad en lo doméstico”. http://www.uv.es/~dones/temasinteres/paridad.pdf

8. Che Guevara. “Marx y Engels, una síntesis biográfica.” http://www.debatesocialistadigital.com/Libros%20por%20Entrega/sintesismarxyengel.pdf

9. Emilce Dio Bleichmar “Dependencia amorosa y violencia de género”.

10. Anna Jónasdóttir “El poder del amor ¿Le importa el sexo a la democracia?

11. Alejandra Kollontai – Autobiografía
http://www.nodo50.org/cjc/wp-content/uploads/2010/01/autobiografia-de-una-mujer-emancipada.pdf"

12. Rosa de Luxemburgo, carta de amor de 6 de mayo de 1899:
“Lo que más gusto me dio, es el pasaje donde escribes que todavía somos jóvenes, que sabremos arreglar nuestra vida personal. ¡Ah, mi amor dorado, cómo deseo que mantengas esta promesa!... Un alojamiento pequeño para nosotros, nuestros muebles, nuestra biblioteca; un trabajo calmo y regular, paseos los dos juntos, de tanto en tanto la ópera, un pequeño círculo de amigos que a vece se invita a cenar, cada verano un mes en el campo sin trabajar en nada… (Y también ¿quizá un pequeño, un bebito pequeño? ¿Es que nunca podremos? ¿Nunca?”
http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/mundo/rosa_de_luxemburgo_cartas_de_amor.php

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