martes, agosto 03, 2010

Las Parteras en Latinoamérica ¿Obsoletas o necesarias?

Por Odalys Troya Flores
Comadronas, parteras o matronas, son algunas de las maneras de nombrar en América Latina a las mujeres que, de forma empírica y con una sabiduría ancestral, asisten a las parturientas.

Para muchos, con la suerte de contar con atención médica desde el mismo inicio de la gestación, la pervivencia de ellas parece arcaica, algo muy raro, o cosa de telenovelas.

Sin embargo, muchos bebés del mundo todavía nacen con la ayuda de estas asistentes, particularmente en zonas rurales e indígenas, donde la partería tradicional es más frecuente que en las ciudades.

Un oficio que pervive
Casi la mitad de los nacimientos en los países en desarrollo se llevan a cabo sin la presencia de un agente obstétrico capacitado, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

Y es que por el difícil y escaso acceso a los servicios de salud reproductiva de amplios sectores poblacionales desfavorecidos o marginados, la comadrona se convierte prácticamente en la única opción.


Lamentablemente, son pocas las que cuentan con los recursos materiales y conocimientos necesarios para asumir este delicado oficio.

Datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que en el planeta diariamente mueren unas mil 500 mujeres debido a complicaciones del embarazo y el parto y el 99 por ciento de las muertes maternas registradas corresponden a los países subdesarrollados.

La mayoría de esas muertes - prevenibles- se relacionan con la atención no profesional a la hora del parto.

A nivel mundial, aproximadamente un 80 por ciento de las defunciones maternas son provocadas por hemorragias intensas, infecciones y trastornos hipertensivos del embarazo (generalmente la eclampsia).

También están entre las complicaciones más graves el parto obstruido y anomalías derivadas de los abortos realizados en condiciones peligrosas.

Cuando se presentan casos de ese tipo las parteras tradicionales cuentan con pocas herramientas y casi nada pueden hacer para salvar la vida de la madre.

Es por eso que las diferentes organizaciones representativas de las comadronas, exhortan a los gobiernos a incrementar las inversiones para capacitar al personal y darle acceso a recursos que hagan su trabajo más seguro.

Porque cuando están en condiciones de poner en práctica su experiencia y desplegar su sabiduría durante el embarazo, el parto y el postparto, ayudan a evitar hasta un 90 por ciento de las muertes maternas.

Esas mujeres, de origen humilde en su mayoría, apenas cuentan con unos pocos medios para asistir el nacimiento de una criatura.

Por lo general, cada una carga con una bolsa de materiales, cuyo contenido varía en dependencia de la zona en la que haya aprendido la complicada tarea de traer un nuevo bebé al mundo.

Pinzas, paños limpios, hierbas para infusiones, báscula, cinta métrica, y otros objetos para cortar el cordón umbilical, así como un libro de registro donde anotar los datos del recién nacido, están entre los útiles propios portados por estas mujeres para su trabajo.

Aunque para ellas es de gran valor recibir al bebé con sus propias manos, a los utensilios tradicionales han añadido guates, por la proliferación del virus del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (VIH-SIDA).

También utilizan diversos métodos para aliviar los dolores, disminuir las hemorragias, así como para lograr que el bebé cambie de posición cuando no está de forma correcta en el canal del parto.

En muchos casos emplean compuestos o infusiones de distintas hierbas cuyo uso conocen por el legado de sus madres y abuelas.

Inmediatamente que nace la criatura, la limpian con paños o algodón y se la colocan a la madre en el pecho para que lo amamante y el útero se contraiga lo más rápido posible.

Usualmente conversan de manera cariñosa con la madre para ayudarla a que el momento sea más feliz y menos doloroso, incluso alientan a sus familiares para que también la apoyen,

Es todo un arte que permite, además, prevenir algunas enfermedades de la mujer y del niño con métodos naturales.

Usualmente, ellas están pendientes de las etapas de reproducción de la mujer, del proceso de gestación y del embarazo.

Además, con diferentes rituales, según la comunidad en que desempeñen sus funciones, ofrecen sus cuidados ante fenómenos astronómicos como los eclipses o el mal tiempo.

En México, por ejemplo, las parteras tradicionales nahuas de la Sierra de Puebla acostumbran a "leer" el cordón umbilical para pronosticar cuál será el destino del niño y si su progenitora tendrá otros hijos.

El acervo de esta cultura sugiere que la observación de la placenta puede revelar cuan distantes estarían futuros nacimientos, según la antropóloga Lourdes Báez Cubero.

Después de ese ritual, el cordón y la placenta son enterrados; si es niña se sepulta dentro de la casa para que al crecer sea una mujer de hogar; si es niño, en la milpa (sembrado) o se cuelga en un árbol, para que sea un buen agricultor, describe Báez.


Urge reforzar los programas maternos

Cierto es que las parteras siguen siendo necesarias en los tiempos actuales, cuando la cobertura médica no llega todos por igual, en especial en zonas remotas donde hay muy pocos profesionales y altos niveles de pobreza.

Un amplio sector de la población femenina en América Latina no tiene acceso no tiene acceso a centros sanitarios o no puede pagar el costo del transporte o de los servicios de salud.

Sin embargo, cuando se garantiza a las embarazadas la disponibilidad de servicios de salud especializados, disminuyen los índices de mortalidad materno-infantil.

Lo ideal sería que todas las futuras madres y parturientas contaran con programas de protección sanitaria completa en esa etapa de su vida.

Con ello, la gestante puede llegar al alumbramiento en óptimas condiciones y tendría a su disposición los medios adecuados en el caso de complicaciones.

Y es que existe, insistimos, una relación directa entre el cumplimiento de programas de control prenatal a las embarazadas la atención especializada del parto y la disminución de la mortalidad materna e infantil.

De hecho, la imposibilidad de la atención materna por personal calificado, además de provocar que centenar de miles de mujeres mueran cada año, conduce a que tres millones de recién nacidos no sobrevivan tras su primera semana de vida.

En tanto, por cada trágica muerte de una mujer, hay otras 20 mujeres que padecen enfermedades graves o crónicas, o discapacidad, como la fístula obstétrica a causa de un parto mal asistido.

En nuestro continente, durante los años 1990 y 2007 se redujo en aproximadamente un 25 por ciento el índice de la muerte materna.

Sin embargo los progresos en la reducción de ese flagelo son mínimos, muy lejos del 75 por ciento fijado con el compromiso asumido por 189 estados, miembros de las Naciones Unidas, al firmar los Objetivos de Desarrollo del Milenio.

Fuente: PL

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