Nuestra América se consternó desde México a Argentina al saber del fallecimiento, el pasado domingo en la mañana, de la insigne patriota puertorriqueña Lolita Lebrón Sotomayor, víctima a los noventa años de edad de una condición cardiopulmonar. Murió así “un símbolo de la América todavía irredenta pero indómita”, como ya en otra ocasión había descrito el Che Guevara al maestro de Lolita, Pedro Albizu Campos. Ya luego de su liberación de las cárceles estadounidenses, donde cumplió 25 años de su condena por encabezar el comando nacionalista que atacó el 1 de marzo de 1954 al Congreso de los Estados Unidos, la Revolución cubana le reconoció su gesta histórica, otorgándole la Orden José Martí.
El acto épico protagonizado por ella y sus compañeros Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero se vino a sumar a ese otro intrépido atentado realizado por Oscar Collazo y Griselio Torresola en la capital estadounidense, casi cuatro años antes, contra el entonces presidente Harry Truman. “Soy una revolucionaria”, afirmó a preguntas de los periodistas que la interrogaron a pocas horas del ataque. Según el Washington Post, Lolita se consagró para la historia latinoamericana como una de sus más grandes símbolos revolucionarios.
Su heroica gesta le devolvió sentido ético a un momento histórico que pretendió borrar la memoria colectiva puertorriqueña a raíz de la consagración de esa farsa llamada “estado libre asociado de Puerto Rico”, la cual apenas fue legitimada, bajo las fuertes presiones de Washington, un año antes por la Asamblea General de la ONU. Con ello se validó todo el andamiaje colonial montado en la Isla a partir de su conquista por la fuerza de las armas estadounidenses en 1898 y del más reciente operativo represivo contra las fuerzas independentistas. De golpe y porrazo, se quiso enterrar para siempre el derecho del pueblo de Puerto Rico a su autodeterminación e independencia, someter por la fuerza de los hechos a nuestro pueblo.
“Juran los que te matan que eres feliz…¿Será verdad?”, se preguntó el ilustre poeta cubano Nicolás Guillén. Era la misma pregunta que se hacían –y se siguen haciendo– todos y todas a través de la América nuestra. Lolita y sus compañeros se encargaron de dar la más contundente de las respuestas. Lo hicieron en el Congreso federal, sede del ejercicio del poder plenario del imperio para gobernar y reglamentar unilateralmente la vida de la nación puertorriqueña. Su acto fue constitutivo del nuevo sendero de la nacionalidad puertorriqueña, irredenta pero indómita, ya en sus nuevas circunstancias de colonia perfumada.
Contrario a los deseos imperiales del momento, nuestra historia patria no llegó a su fin. Con la acción de Lolita Lebrón y los demás, recomenzó con un fervor y un compromiso sin igual. La guerra de liberación no se libraría sólo en Puerto Rico, sino que de ahora en adelante también en las entrañas mismas del monstruo. Ningún otro movimiento de liberación de la América nuestra ha tenido tal audacia de llevarle la guerra al corazón mismo del imperio.
C uando compareció en 1997 ante un Comité del Congreso de Estados Unidos, Lolita se encargó de aclarar que su acción armada “no fue un acto de odio, fue el tercer grito de libertad de un pueblo amenazado con la extinción”. Con ello reiteraba lo que había declarado hacia 47 años con motivo de su hazaña histórica: “Todo el mundo tiene derecho a defender su derecho a la libertad que Dios les dio”, sentenció, para seguidamente advertir: “Yo no vine a matar a nadie, yo vine a morir por Puerto Rico”. Ello me recuerda aquel verso del himno nacional cubano que dice: Morir por la patria es vivir.
Y es que Lolita se caracterizó siempre por un ideal revolucionario del más alto contenido ético. La política no tendría sentido si no está asentada en fines éticos. En el caso de una ética revolucionaria como la encarnada por la heroína boricua, la ética está determinada siempre por el sueño vital de trascender el reino de la necesidad y sus tiránicas sumisiones por el de la libertad común y sus potencialidades emancipadoras.
Dio testimonio de ese ideal ético cuando respondía a las preguntas de periodistas a raíz del asesinato por agentes del FBI (Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos) en septiembre de 2005 del líder independentista Filiberto Ojeda Ríos que si bien “estamos adoloridos, estamos estremecidos” por ese crimen, hay que pensar bien la respuesta.
“Tengamos mucho cuidado, si porque nosotros estamos tan heridos, tan sufridos y queremos castigar a los Estados Unidos de Norteamérica por el crimen que ha cometido, tenemos que tener mucho cuidado. Ellos sí son asesinos y merecen que se les pague con la misma moneda…Pero yo no lo recomiendo compañeros”, indicó.
Y abundó: “P’alante con valor, con sacrificio a liberar a este pueblo, a unirse, a reunirse y a organizarse para ser libres, no para mandar a dos o tres a la cárcel por 25 años y a otros más…y sigue la misma cosa de siempre. Ahora, es definitivo, ahora tienen que pensar cómo van a actuar…Ahora definitivamente nosotros tenemos que liberar a Puerto Rico…Ahora, hay que saber cómo se va a hacer”, señaló.
“Tenemos líderes aquí que nos ayudan, ustedes tienen sus líderes, vamos a reunirnos con ellos y con nosotros mismos y vamos a ver qué rutas vamos a tomar y cómo vamos a defender la patria, si nos vamos a ir por ahí a tirar tiros o nos vamos a organizar y hacer una revolución verdaderamente ética”, puntualizó.
En una entrevista que en 1998 le concedió al periódico español El Mundo, Lolita Lebrón explicó así el descenso de fuerzas vivido por el independentismo desde la década de los cincuentas del pasado siglo: “ Porque el independentismo se quedó anclado en los 30, en los 40. ¡Mire esas autopistas, la gente conduciendo esos automóviles enormes! ¿Cómo le vamos a pedir que renuncien a todo eso y se tiren al monte con la guerrilla? Ese tiempo pasó”.
¿Y si el pueblo optara por la anexión a Estados Unidos?, preguntó el periodista. “Se rebelaría toda la isla. La anexión provocaría una guerra civil en la que todos moriríamos. No quiero que se vierta sangre, pero tienen que saber que no nos quedaríamos de rodillas. EEUU es consciente de eso e impedirá que se concrete la unión. No quieren crear una nueva Irlanda del Norte”, contestó Lolita sin titubeos .
¿Se arrepiente de lo que hizo en 1954?, fue la nueva pregunta. Su respuesta no se hizo esperar: “No. Lo haría de nuevo. La lucha armada es el último recurso de los pueblos. Los libertadores no somos unos matones, pero no existía otra manera de reclamar. Además, ¿con qué derecho hablan de terrorismo países que han asesinado a miles de personas para conseguir su condición de nación?”.
“Creo que los tiempos han cambiado y que ahora no hay necesidad de matar para conseguir la libertad. Yo no empuñaría hoy las armas, pero admito que el pueblo tiene el derecho a usar todos los medios a su alcance para liberarse”, concluyó.
Para Lolita, la heroicidad, contrario a lo que se nos quiere hacer ver, no tiene por obligación una vocación trágica. Está determinada por el principio de la esperanza. Y los medios más adecuados para ello son aquellos que nos posibilitan aquella transformación ética de nuestras circunstancias que nos permita traspasar el presente oprobioso hacia el porvenir soñado.
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.
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