Los movimientos guerrilleros han reproducido, acríticamente, esa moral pequeñoburguesa basada en el atraso de las masas campesinas, sostenida por el stalinismo
El diario Página/12 publicó un artículo de Gabriel Rot, titulado “La revolución y la homosexualidad”, en el que el historiador de la guerrilla argentina polemizaba con el escritor Marcelo Birmajer quien, en la entrevista “Aquí está prohibido hablar bien de la clase media” –publicada en el mismo diario-, hacía referencia a la represión de la homosexualidad en los ejércitos guerrilleros. Andrea D’Atri retoma este debate, para plantear las diferencias del socialismo revolucionario con el stalinismo y la ideología preponderante en los movimientos guerrilleros respecto de la homosexualidad. Transcribimos aquí la columna que fue enviada al diario Página/12, con pedido de publicación.
En 1895, cuando el escritor homosexual Oscar Wilde fue condenado a trabajos forzados por indecencia, se alzó la voz de los marxistas en su defensa. Bernstein, del Partido Socialdemócrata Alemán, escribió que no podía perseguirse la homosexualidad como algo antinatural ya que, en la actividad humana, nada es natural; que las opiniones sobre lo que es natural o antinatural son históricas, es decir, reflejan el nivel de desarrollo de la sociedad. Denunciaba, también, que considerar a la homosexualidad como una enfermedad era otra forma de moralismo.
Luego, fue el diputado obrero Bebel quien propuso revocar la reaccionaria ley que perseguía a los homosexuales en Alemania.
En 1921, el médico Magnus Hirschfeld organizó el Encuentro Internacional para la Reforma Sexual, reuniendo a científicos de todo el mundo que pusieron de ejemplo la legislación de la Rusia soviética, donde la revolución proletaria había eliminado las leyes zaristas represoras de la homosexualidad por ser “contradictorias con la conciencia y la legalidad revolucionaria”.
Enraizado en la única clase progresiva de la sociedad capitalista, el socialismo revolucionario siempre estuvo a la vanguardia contra los prejuicios moralistas y reaccionarios, abonados por la Iglesia en el terreno fértil del atraso campesino. La posterior reacción contra la revolución, emprendida por la casta burocrática stalinista, en cambio, criminalizó la homosexualidad, como bajo el zarismo. También la revolución china y la cubana persiguieron a los homosexuales.
Por eso, no se trata de “un gravísimo error de casi todas las guerrillas”, como sostiene Gabriel Rot debatiendo con Marcelo Birmajer en este mismo diario. Lamentablemente, los movimientos guerrilleros han reproducido, acríticamente, esa moral pequeñoburguesa basada en el atraso de las masas campesinas, sostenida por el stalinismo. Algo ajeno a la tradición del marxismo revolucionario que, mucho antes de los ’70, había eliminado a la homosexualidad de la lista de perversiones, enfermedades o crímenes.
Para Birmajer es “mucho más progresista y de izquierda Sarkozy”. No podía esperarse otra cosa de un liberal que defiende los crímenes del estado de Israel contra el oprimido pueblo palestino, entre otros. Pero Rot replica pobremente que es común deslegitimar “cualquier proyecto revolucionario por graves irregularidades experimentadas durante el mismo proceso”. No consideramos que, en una revolución que se considera socialista, sea apenas una “irregularidad” la perpetuación de las opresiones heredadas. Esos crímenes, cometidos en nombre del socialismo, son los que permiten a liberales como Birmajer embellecer las democracias imperialistas que cooptaron a los movimientos de lucha contra la opresión sexual, los que se vieron, a su vez, cada vez más alejados de una alianza con el movimiento obrero en la lucha por un cambio radical de la sociedad.
Trotsky, dirigente junto a Lenin de la Revolución Rusa, señalaba que uno de los aspectos esenciales que caracteriza a una revolución socialista es la metamorfosis que, luego de la toma del poder y mediante una lucha interna constante, engloba al conjunto de las relaciones sociales: “las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio.”
Las clases dominantes prefieren la estabilidad y el equilibrio. También las burocracias que, en nombre de la revolución, usurpan su protagonismo a las masas. La revolución, en cambio-y el marxismo revolucionario-no admite equilibrios y lo convulsiona todo. Por eso, es enemiga de los prejuicios sostenidos por las clases dominantes y las camarillas parasitarias de la revolución.
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