Manuela Sáenz llega para quedarse junto a Bolívar y entre nosotros. Nuestra Generala, ya lo era del Ejército del Ecuador y ahora lo es de nuestro Ejército Bolivariano, arriba a tierra venezolana: aprestémonos, con fervor patrio y revolucionario, para recibirla, rindiéndole todos los honores que le corresponden.
Queremos agradecerle, de corazón, al hermano pueblo ecuatoriano y al hermano presidente Rafael Correa, tan hermoso y conmovedor gesto: desde el 5 de julio de 2010, los restos simbólicos de la infinita quiteña reposarán al lado de su amado caraqueño infinito en el Panteón Nacional. Allí estaremos Rafael y yo para rendirles el más vivo y amoroso homenaje bicentenario y nuestroamericano.
Simón y Manuela, inconmensurables ambos en su vuelo, vivieron su pasión atravesada por una paradoja, la pasión libertaria los unía y los alejaba a la vez: la historia que estaban fraguando y forjando imponía sus circunstancias y quizá compartieron menos de lo que desearon en vida.
Pero como sucede con los seres que entregan su espíritu a lo más elevado de la humanidad, la muerte queda vencida por el ímpetu triunfal de la vida imperecedera. Por eso, nos atrevemos a decir que Manuela se halla en Caracas más viva y eterna que nunca: el símbolo de su presencia en el seno del pueblo venezolano es un acto de amor contra el olvido y la desmemoria.
Con su estatura propia, con su herencia plena, con su fuerza indomable, la recibimos, Generala, en medio del júbilo de un pueblo que, también, la siente suya. De ella es toda la gloria: déjenos, a nosotras y nosotros, el cobijo de su alma inmortal con todo el fuego sagrado que la plena.
Quiero recordar unas palabras de nuestro Ludovico Silva que le hacen justicia y se enfrentan a la visión machista que ha pretendido disminuir su luminoso ejemplo: No ha habido mujer más valerosa y genial en la historia de América Latina. Es una verdadera impropiedad y hasta una iniquidad histórica (normal dentro de nuestra nefasta afición subdesarrollada a oscurecer unos valores y oscurecer los otros) asociar y explicar la figura de Manuela Sáenz tan sólo en referencia a la figura de Simón Bolívar. Antes o después de Bolívar, con Bolívar o sin él, Manuela demostró ser lo que era. Y nadie, me atrevo a agregar yo, supo esto mejor que el mismo Simón Bolívar.
Y nadie entendió al Libertador mejor que ella. En unas líneas de su diario, del 19 de mayo de 1846, lo retrata de forma inigualable: Él vivía en otro siglo fuera del suyo. Sí, él no era del diez y nueve. Sí, él no hizo otra cosa que dar; vivía en otro mundo muy fuera del suyo. No hizo nada, nada para él. Ciertamente, son palabras que pueden, también, aplicársele perfectamente a ella y nos señalan un ejemplo a seguir: no hagamos otra cosa que dar, que darnos. Imitemos a Manuela y a Simón.
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