Fue en 1910, durante el Congreso Internacional de Mujeres Socialistas realizado en Copenhague, Dinamarca, cuando la alemana Clara Zetkin, propuso formalmente la instauración de este histórico día. La propuesta surgió a partir del reconocimiento de la fuerza, coraje y tesón de las mujeres que, desde hace décadas, bregaban por el reconocimiento de sus derechos como trabajadoras y como ciudadanas, encontrando, sin embargo, múltiples barreras en este caminar hacia el ejercicio de derechos.
Efectivamente, por esos años, obreras, empleadas y mujeres de diversos ámbitos y en distintos países, expresaban en las calles, en los sindicatos, en las fábricas, en los talleres, sus demandas urgentes relacionadas con la igualdad de trato, el salario justo y el acceso a buenas condiciones laborales. Al mismo tiempo, interpelaban a la sociedad en su conjunto para lograr una participación social y política igualitaria, por ejemplo exigiendo el derecho a voto que les estaba vedado.
Y lo hicieron incluso a costa de sus propias vidas, siendo a menudo reprimidas con violencia por patrones, fuerzas de seguridad e incluso por otros sectores sociales que no reconocían la justicia de sus peticiones. Hasta hoy quedan en la memoria colectiva las muertas por esta causa en Estados Unidos, en países de Europa, en América Latina, cuya memoria honramos cada 8 de marzo.
Los derechos del cuerpo
En la década de los años 70 del siglo pasado, esta fecha trascendental fue también asumida con gran compromiso por el movimiento feminista, lo que implicó incorporar al 8 de Marzo otros temas relacionados con el cuerpo de las mujeres como un territorio de derechos. Es decir, temáticas tales como la autonomía, libertad, y autodeterminación en relación a la reproducción y la sexualidad; la maternidad voluntaria; la libre opción sexual; el derecho al aborto, insertas en el trascendental paradigma de los derechos sexuales y derechos reproductivos como derechos humanos, comenzaron a ser asumidas en la agenda de las mujeres cada 8 de Marzo.
Efectivamente, el paradigma de los derechos sexuales y derechos reproductivos, surgido de la reflexión y construcción de conocimiento de las feministas, comenzó también a permear los documentos de varias conferencias internacionales que abordaron las problemáticas de la mujer, en la década de los 90 del siglo pasado. Las más emblemáticas, sin duda, fueron la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo (1994) y la Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing (1995), cuyos acuerdos, sin embargo, siguen sin ser cabalmente implementados, aun cuando se consideran centrales para el avance de las mujeres y para su reconocimiento como sujetas de derecho. La Conferencia de El Cairo cumplió 15 años desde su realización en 2009, y este año la Conferencia de Beijing conmemorará también 15 años.
La amplísima agenda de reivindicaciones de las mujeres que se ha estructurado alrededor del 8 de Marzo, pretende así abarcar todos aquellos tópicos que dicen relación con la condición de la mujer y su calidad de vida, condición que ha sufrido nuevas y graves violaciones a partir de la instauración de los modelos de desarrollo de rostro neoliberal que en las últimas décadas han profundizado hasta límites impensables la discriminación y exclusión de diversos colectivos, entre ellos, el de las mujeres. Modelos que han propiciado el debilitamiento del rol de los Estados como garantes de los derechos humanos básicos, al tiempo que han permitido la instauración del mercado, como el nuevo paradigma que guía nuestros pasos cotidianamente, imponiendo ciertos valores y modelos de conducta únicos para todas las personas. El fundamentalismo, o los fundamentalismos, se hacen fuertes en este contexto, con el consiguiente embate contra los derechos humanos de mujeres y hombres.
Avances y logros en la balanza
Por lo tanto, en 2010, cuando culmina la primera década del Tercer Milenio, el centenario del Día Internacional de la Mujer debe ser conmemorado desde la perspectiva de los avances y logros obtenidos, pero también de los múltiples desafíos que nos plantea el contexto actual. En este sentido, podemos afirmar que los cambios más significativos para las mujeres en las últimas décadas han sido el reconocimiento formal de derechos y algún grado de avance hacia su pleno y efectivo ejercicio, por cierto más logrado en algunos países que otros. Y en el marco jurídico, la aprobación de convenciones y tratados internacionales que se han transformado en ley para muchos países, cautelando en parte los derechos humanos de las mujeres.
Asimismo, las mujeres han irrumpido en el mercado laboral, en la educación y las ciencias, en la cultura, en la política, desvinculándose del ámbito doméstico donde fueron confinadas por siglos, y donde además se hizo invisible la importancia de su trabajo productivo y reproductivo. Esta transformación ha sido consecuencia de la movilización de las mujeres organizadas que, a partir de sus luchas sociales y de su capacidad de incidencia y abogacía en los espacios públicos y frente a los tomadores de decisión, “han logrado un importante cambio en la percepción simbólico cultural de las sociedades respecto del lugar de la mujer y de la construcción de su ciudadanía” (Millán, Cecilia. Derechos humanos, más humanos, Cuadernos Mujer Salud, RSMLAC, 2000).
Pero, como agrega esta autora, en general “persiste el supuesto de la existencia de un ciudadano productivo asociado al paradigma masculino, en el cual el hombre es el principal proveedor de la familia y el detentor de los derechos sociales y económicos, lo que fundamenta muchas de las políticas sociales y económicas de nuestros países”, con el consiguiente estancamiento de las mujeres, constreñidas y limitadas por una ciudadanía incompleta. Incompleta porque el poder político, el poder social, el poder económico, el poder en las leyes, el poder en el ámbito de las relaciones sexo-afectivas, sigue otorgándosele al varón, lo que perpetúa la dualidad hombre-dominador y mujer-subordinada, hombre-conquistador y mujer-conquistada.
A desafiar el patriarcado
Esta hegemonía en el control del poder persiste porfiadamente porque la estructura patriarcal de nuestras sociedades permanece incólume, aunque comienza a mostrar grietas. Entonces, a pesar de la existencia de tratados y convenciones de DDHH y del reconocimiento formal de derechos, la cotidianidad en la vida de millones de mujeres y niñas, continúa atravesada por iniquidades tales como explotación sexual y laboral, violencia sexista en diversas expresiones, heterosexualidad obligada, maternidad impuesta, división sexual del trabajo no cuestionada y dobles y triples jornadas sobre las espaldas de las mujeres, modelos sexistas que traspasan los sistemas educativos, los medios de comunicación de masa, el lenguaje cotidiano, entre otras.
El reto para el movimiento de mujeres, para el movimiento feminista, para las mujeres todas, sigue siendo perentorio: desafiar, a través de cambios culturales urgentes, la construcción social de los géneros que impera porfiadamente y determina la discriminación de las mujeres.
Instaurar una auténtica justicia de género, es nuestro desafío fundamental; como ha señalado Marcela Lagarde, debe ser la meta a lograr para hacer de nuestras sociedades un mundo más ético y digno de ser vivido, un mundo donde las diferencias entre mujeres y hombres no signifiquen un detrimento para aquellas y una vergonzosa ventaja para ellos, un mundo donde las mujeres logren su ciudadanía plena entendiendo ésta como el derecho a tener derechos.
*Coordinadora de Comunicaciones, Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe, RSMLAC.
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