A lo largo de nuestras vidas, tod@s hemos escuchado diversas versiones de una reacción frecuente en nuestra sociedad, ante la noticia de alguna mujer que haya sufrido algún tipo de agresión en un lugar público. Por ejemplo: "¿En qué estaba pensando esa mujer al presentarse sola a ese lugar?" o "Una mujer nunca debe andar sola en la noche", son respuestas con las que tod@s estamos familiarizad@s en esta cultura. El primer ejemplo, es una pregunta cuya carga acusatoria establece un juicio negativo acerca del criterio de la mujer. La segunda, es una afirmación que legitima la violencia de género ya que descarga toda la responsabilidad del evento en el acto de "caminar sola de noche". Lo que se dice entre líneas es que la culpa es de la mujer por negarse a percibirse como víctima y desafiar la norma. Las expresiones comunes tienden a censurar a la perjudicada más que reflexionar sobre el acto de violencia cometido contra ésta. Son frases con un lenguaje represivo hacia las mujeres y con tendencia a eximir a quien comete la agresión.
La connotación en dicho discurso es que la mujer es quien carga con el peso de la culpa ante cualquier acto que se cometa en detrimento de su integridad y que el ataque es la consecuencia de su "falta de juicio". En raras ocasiones se menciona que la fuente real del problema es un aprendizaje de roles que fomenta la misoginia y la violencia como acercamiento social, creando un falso sentido de derecho al dominio por parte de los hombres hacia las mujeres.
De éste modo, hay lugares y circunstancias que se etiquetan bajo el concepto de "terrenos que les están vedados a las mujeres", so pena de ser violentadas tanto física como moralmente si éstas deciden no atenerse a esta pauta. Dicho atropello, no sólo se acepta por la cultura patriarcal, sino que se perpetúa la restricción a las mujeres a través de una actitud punitiva y condenatoria hacia éstas. El patriarcado cuestiona la reputación de las mujeres si éstas deciden saltarse las normas de los lugares, actividades u horarios que han sido diseñados para definir su lugar social. Si oponemos resistencia, la sentencia es "atenernos a las consecuencias" por retar el esquema de opciones que la sociedad determina bajo el estigma del género. Dichas consecuencias se pueden traducir en una amplia gama de vejaciones, que van desde el hostigamiento verbal hasta la agresión física, que con frecuencia desemboca en feminicidio. Estos alarmantes resultados encuentran sus raíces en la tradicional división sexista que adjudica a los hombres el dominio del plano público y confina a las mujeres al ámbito privado y doméstico.
La sociedad patriarcal, refuerza éstos conceptos desde muy temprano en la experiencia humana. A través de la crianza y las actitudes, se fomenta que la interacción entre niños y niñas se desarrolle desde el patrón de la inequidad. A los niños se les inculca la búsqueda del dominio, mientras que a las niñas se las sigue enseñando a percibirse y ser percibidas como subordinadas a los intereses de éstos. Partiendo de esa premisa paternalista, se pretende ejercer absoluto control sobre nuestras incursiones sociales. Así, las niñas van interiorizando desde muy temprano, un sentido de indefensión, fragilidad e inferioridad física. A su vez, en el varón se estimula un carácter de autosuficiencia, fortaleza y se va acuñando en su imaginario la noción de "superioridad" sobre la mujer. El patriarcado se desarrolla en torno a una dicotomía que pretende convencer a hombres y mujeres de que son opuestos por "naturaleza" y que por lo tanto, cada uno tiene un lugar establecido. Las construcciones sociales y subjetivas, se nos imponen como "realidad".
La globalizada cultura androcéntrica respalda el énfasis en el liderazgo hacia los hombres, desde un enfoque que los apremia a ser conquistadores de las esferas de poder. Esto les da un sentido de pertenencia que los hace conceptuarse a sí mismos como "dueños" del espacio público. El hombre machista, siente que la mujer asertiva está "invadiendo" un espacio que, según el esquema mental de éste, no le corresponde a ella. Por ello, se siente con "derecho" a dominarla y a no reconocerle la libertad de decidir su propio destino. Esto no necesariamente se limita a las mujeres con las que sostiene alguna relación cercana, sino que se puede extender a toda aquella que difiera de su concepto de lo que es "aceptable" para una mujer. De este modo, el hombre agresivo se siente justificado en acecharla, por "atreverse" a caminar sola, a ser independiente y a desafiar lo que está "destinado" a ella.
Cuando se afirma que andar sola es "peligroso para las mujeres", se refuerza como una realidad estática e inevitable. De alguna manera se está implicando con esa aseveración, que las mujeres están siendo muy "presuntuosas" al decidir por sí mismas. La "advertencia" de peligro basada únicamente en el criterio de género, es un intento por devolver a las mujeres a la prisión de la tradición, al discurso del miedo, al fantasma de la dependencia. Es un intento de detener nuestro inevitable progreso, disfrazando de "preocupación por nuestra seguridad", lo que en realidad es un sabotaje social. Es una manera de limitar a quienes se resisten a que el patriarcado las penalize y las confine a un horario y a unas fronteras, sólo por haber nacido mujeres.
Bajo la "sugerencia" de tener cuidado "porque somos mujeres", se esconde la semilla de la doble-victimización. Lo que realmente se insinúa es que la mujer es el agente provocador del conflicto y que el agresor sólo "reacciona" y no es responsable de sus actos. Con ello sigue recayendo la carga del control y la responsabilidad del orden, sobre los hombros de las mujeres, en lugar de convertirse en compromiso de tod@s el hacer de nuestras calles un lugar seguro para la comunidad en general. En tanto continuemos, como individuos y como colectivo, cimentando un aparato social que fomente y perpetúe estas actitudes, continuaremos también apoyando la violencia contra nosotr@s mism@s, contra los seres que amamos y contra futuras generaciones.
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