Público/Rebelión La ignorancia siempre ha sido muy atrevida. Si además es una ignorancia que trata de descalificar aspectos de la política de igualdad relacionados con la construcción del conocimiento, el atrevimiento tiene rango de provocación. No hay espacio suficiente en el periódico para poder contestar al exabrupto que supone tildar de despilfarro el apoyo a los estudios que toman como sistema de referencia las vidas de las mujeres. Me refiero al comentario aparecido en un medio escrito en el que se afirma que “el Ministerio de Igualdad de Bibiana Aído, a través del Instituto de la Mujer, continúa dilapidando cientos de miles de euros destinados a la ‘realización de investigaciones relacionadas con estudios feministas, de las mujeres y del género’”.
¿Acaso sin estos estudios hubiéramos llegado a saber, entre otros muchos ejemplos, que el infarto de miocardio no tiene los mismos síntomas en hombres y mujeres? Pues no hubiera sido fácil, habida cuenta de los abundantes precedentes en los que sucedió algo similar a lo acontecido con la teoría sobre el desarrollo moral del niño, de Kohlberg. Este psicólogo utilizó una muestra de 84 niños varones, a los que él y sus colaboradores siguieron durante 20 años. Las conclusiones se universalizaron. Al aplicar la escala a las niñas, se encontraba que estas obtenían puntuaciones más bajas, lo que llevaba a concluir que eran menos maduras en comparación con los niños de su edad. Carol Gilligan investigó con niñas y descubrió que las formas de razonamiento de ellas eran diferentes, lo que le llevó a cuestionar la universalidad de unos resultados ¡extraídos con una muestra sesgada!
En el siglo XXI ya no se puede ignorar que algunos grupos sociales fueron ignorados y/o maltratados por la tradición científica. Lo fueron los pertenecientes a culturas diferentes a la del hombre occidental y lo fueron las mujeres. Las preguntas a investigar, los métodos, las conclusiones, adolecieron de una mirada parcial y sesgada. Algunas ciencias, sobre todo la biología y las ciencias médicas, definieron la naturaleza de las mujeres de un modo cargado de prejuicios. Algo que todavía se arrastra hoy y que toca seguir corrigiendo.
¿Acaso sin estos estudios hubiéramos llegado a saber, entre otros muchos ejemplos, que el infarto de miocardio no tiene los mismos síntomas en hombres y mujeres? Pues no hubiera sido fácil, habida cuenta de los abundantes precedentes en los que sucedió algo similar a lo acontecido con la teoría sobre el desarrollo moral del niño, de Kohlberg. Este psicólogo utilizó una muestra de 84 niños varones, a los que él y sus colaboradores siguieron durante 20 años. Las conclusiones se universalizaron. Al aplicar la escala a las niñas, se encontraba que estas obtenían puntuaciones más bajas, lo que llevaba a concluir que eran menos maduras en comparación con los niños de su edad. Carol Gilligan investigó con niñas y descubrió que las formas de razonamiento de ellas eran diferentes, lo que le llevó a cuestionar la universalidad de unos resultados ¡extraídos con una muestra sesgada!
En el siglo XXI ya no se puede ignorar que algunos grupos sociales fueron ignorados y/o maltratados por la tradición científica. Lo fueron los pertenecientes a culturas diferentes a la del hombre occidental y lo fueron las mujeres. Las preguntas a investigar, los métodos, las conclusiones, adolecieron de una mirada parcial y sesgada. Algunas ciencias, sobre todo la biología y las ciencias médicas, definieron la naturaleza de las mujeres de un modo cargado de prejuicios. Algo que todavía se arrastra hoy y que toca seguir corrigiendo.
Puesto que las concepciones y teorías científicas influyen en nuestra salud, en la forma de vivir, de ver el mundo, de relacionarnos… es importante preguntarse si son tan neutras como dicen ser, y si no es así darlo a conocer. Tras siglos de androcentrismo y sexismo, no es extraño que haya que mirar con sospecha cómo se estudian las enfermedades, cómo se interpreta la acción de las hormonas, qué se dice del cerebro de unos y otras, preguntarse por la validez de algunas afirmaciones de la ciencia, desvelar sus sesgos. No es extraño, sino necesario, preguntarse, en suma, qué y cómo se investiga.
Tomar las experiencias de las mujeres como fuente, nueva, de recursos teóricos y empíricos, ha ampliado el conocimiento, y lo ha mejorado. Y mientras esta corriente no se incorpore a la corriente principal como es debido, pese a todas las ignorancias y pese a todas las resistencias, habrá que seguir apoyándola.
* La autora es Doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz
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