Periodista con mirada Género
Chiste: ¿Qué es un travesti? Una mujer con cerebro.
En nuestra sociedad existen una serie de discursos –en términos de Michel Focault- que mientras permiten conocer los aromas sociales, van definiendo y construyendo el “sentido social”, rubricando cada uno de los patrones que regulan la vida en comunidad Los chistes son integrantes excluyentes de la ortografía social. Están presentes en todos los ámbitos. Son un puente entre sectores de relaciones ocasionales. Hay que aceptarlos. Celebrarlos. Festejarlos porque son un elemento fundamental de la sociabilidad reinante.
Pero ¿que sucede cuando los chistes banalizan la violencia de genero? ¿Qué sucede cuando un chiste ridiculiza a la mujer? ¿Qué pasa con aquellos discursos que carnavalizan al género que se apartó de la heteronormatividad como los travestis?
Hay que reírse. Más allá que en cada carcajada se legitime denigraciones, humillaciones y perversiones sobre lo que se aparta de lo que se considera “la norma”, “lo general”. Los chistes son expresiones del sentido común. Y no aceptarlos forma parte de una “idiotez fuera de época”.
El chiste que hoy analizamos propone pensar a la mujer como un ser sin cerebro. Sin razón, sin capacidad de discernimiento. Sin posibilidad de decidir, pensar, armonizar, contemplar, percibir. Solo tiene una oportunidad para tener un cerebro: que un hombre se convierta en travesti, que salte el cerco y se anime a copar el mundo femenino, un mundo que está despojado de lo mental, de la inteligencia y la razón.
Chiste: ¿Qué es un travesti? Una mujer con cerebro.
En nuestra sociedad existen una serie de discursos –en términos de Michel Focault- que mientras permiten conocer los aromas sociales, van definiendo y construyendo el “sentido social”, rubricando cada uno de los patrones que regulan la vida en comunidad Los chistes son integrantes excluyentes de la ortografía social. Están presentes en todos los ámbitos. Son un puente entre sectores de relaciones ocasionales. Hay que aceptarlos. Celebrarlos. Festejarlos porque son un elemento fundamental de la sociabilidad reinante.
Pero ¿que sucede cuando los chistes banalizan la violencia de genero? ¿Qué sucede cuando un chiste ridiculiza a la mujer? ¿Qué pasa con aquellos discursos que carnavalizan al género que se apartó de la heteronormatividad como los travestis?
Hay que reírse. Más allá que en cada carcajada se legitime denigraciones, humillaciones y perversiones sobre lo que se aparta de lo que se considera “la norma”, “lo general”. Los chistes son expresiones del sentido común. Y no aceptarlos forma parte de una “idiotez fuera de época”.
El chiste que hoy analizamos propone pensar a la mujer como un ser sin cerebro. Sin razón, sin capacidad de discernimiento. Sin posibilidad de decidir, pensar, armonizar, contemplar, percibir. Solo tiene una oportunidad para tener un cerebro: que un hombre se convierta en travesti, que salte el cerco y se anime a copar el mundo femenino, un mundo que está despojado de lo mental, de la inteligencia y la razón.
La mujer fue, a lo largo de la historia, un varón disminuido que no había recibido suficiente calor durante la gestación. Por ello sus órganos sexuales eran la versión invertida de los órganos masculinos. Este pensamiento fue sostenido durante siglos. Desde Aristóteles hasta Galeno. Para luego extenderse de forma solapada hasta nuestros días. La mirada falocéntrica condenó a la mujer históricamente a ser pensada, tratada como un ser inferior. Si bien es Freud quien le otorga estatus de sujeto de deseo a la mujer, no logra su teoría desarroparla del peso de la historia de las ciencias biológicas manejadas por hombres que la compusieron, la representaron y la contaron desde un lugar de pena, lástima por no poseer el miembro viril.
Pero que lleva a “todo el mundo” a reír con estas propuestas?. Según la especialista Eva Gilberti los motivos que conducen a aceptar con carcajadas y sonrisas simpáticas estos chistes es el dispositivo de la complacencia.
“La complacencia, analizada en este marco, privilegia una actitud cercana a la tontería y el sometimiento regulados por la presencia enmascarada del placer; porque la palabra complacencia encierra el vocablo placer (com-placer) que, en este ejemplo, compromete a los protagonistas de una conversación”.
Según este modelo parecería que las mujeres que lo protagonizan 1) encontraran placer en ser humilladas, y como efecto de esta humillación 2) producirían placer en los hombres que proceden de este modo; ellos se sentirían autorizados a satisfacer su narcisismo masculino ejerciendo dominio sobre la mujer que lo escucha sin protestar.
El aprendizaje social del complacer se inspira en la creencia de que las mujeres tienen la obligación de producir placer para el género masculino, modelo que tiende a cronificar las distintas formas de sometimiento que aún persisten en algunas congéneres”, sostiene la Gilberti en un articulo publicado en Pagina 12 (10 julio 1998- Suplemento Las 12) Este chiste que aquí analizamos deja entrever la hostilidad no sólo hacia el género femenino sino también al genero trans. Marca el territorio y refuerza la idea de la autoridad masculina.
El término transgénero posee dos acepciones principales, según Mauro Cabral. En primer lugar, y en su versión más restringida, hace referencia a una persona que vive en un género diferente de aquel que le fuera asignado al nacer, pero que no desea modificar quirúrgicamente los marcadores corporales del género (en particular, sus genitales) para conformar estereotipos culturales de corporalidad masculina o femenina, aunque pueda recurrir a métodos quirúrgicos u hormonales de modificación corporal por razones cosméticas, expresivas o de bienestar personal.
En segundo lugar, transgénero, transgeneridad y transgenérico / a son utilizados actualmente como términos campana que incluyen en su enunciación a todas aquellas personas que, de modos diversos, contradicen la relación congruente y necesaria entre corporalidad, deseo e identidad y expresión de género asociada con el binarismo sexual heteronormativo occidental.
La ridiculización constante que se realiza –especialmente en los medios de comunicación- de los travestis, socava constantemente la posición identitaria de este grupo. No permite pensar a los travestis como personas cuya diferenciación cultural, social y hasta política, es distinta a las dos narrativas dominantes.
La iconografía mediática refuerza el pensamiento masculino hegemónico de que los travestis son una suerte de “engendro” poco feliz surgido de desviaciones no masculinas sino más bien femeninas. Por que? Porque los travestis, al fin y al cabo “son mujeres con cerebros”.
Este chiste es una manifestación violenta y otra de las tantas maneras que tiene la heteronormatividad de controlar aquellos que se aparta de los binarismos históricos. Ahora bien, esas nuevas formas de control se realizan, una vez más, constriñendo y apremiando al mundo femenino, cargándolos con la responsabilidad de “crear maricones”. Esto se escucha a menudo en el seno familiar. Es a la mujer a la que por atribuírsele el rol de educar a los hijos se la señala como la generadora de “putos o travestis”.
El sentido común, a través de los chistes, fagocita las distintas manifestaciones de la inteligencia femenina. Corrompe las capacidades femeninas al punto tal que las mujeres son pensadas desde el subsuelo social. Frente a este estado de cosas y la ausencia de ciudadanos de géneros, el travesti aparece tambaleante en el escenario conservador.
¿Qué es lo más saludable? Alejar la identidad y los derechos civiles de los genitales.
Mediante este discurso –el chiste- tanto el travesti como la mujer son discriminados y reducidos a cosas: la mujer no tiene cerebro; el travesti es un ser sin identidad y entidad. Existe a través de su órgano sexual, al cual disfraza y trata de ocultar. El travesti es un ladrón de mundos, alguien que convive con el desprecio y la incertidumbre. No es un excluido de los contornos fijados por los parámetros del mundo occidental. Es “algo” que funciona de fantasía pero que no tiene derechos a tener derechos.
Es fundamental destacar que los chistes siempre recaen en quienes revisten menor jerarquía, a quienes se los considera más débiles. Los chistes celebrados, repetidos que denigran a las identidades que la mirada androcéntrica no acepta ni legitima, refuerzan la superioridad masculina. Son los hombres y no las mujeres o travestis quienes conservan el poder de burlar y ridiculizar. La jactancia solo es para los poderosos. Y es por ello que siguen valiéndose de estos recursos para sostener su trono.
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