La violencia de género, por mucho tiempo, ha sido un asunto naturalizado y resguardado en el silencio de la crítica social. Afortunadamente, ya se ha expuesto públicamente la problemática, cuya revelación, sin dudas, debe mucho al movimiento feminista.
A este le cabe el maternaje de la teoría de género, constructo subjetivo develador de las esencias del fenómeno. Como enuncian Castro R.y Bronfman M.: “La teoría de género es una teoría del poder”.1
En torno al poder se han establecido los nexos humanos a lo largo de la evolución de la especie. En el tránsito filogenético hemos asistido ancestralmente al dominio del patriarca. El patriarcado como forma de dominación masculina ha sido deconstruido bajo la mirada de la Teoría feminista.
En oposición, las posturas filosóficas defendidas por Bachofen y sus seguidores, sostienen la existencia de un período anterior donde el reino correspondió a la mujer, denominado matriarcado. Este es un punto de polémica. Desde las investigaciones antropológicas que supuestamente sustentaban tales afirmaciones, no parecen manifestarse evidencias que demuestren la existencia de civilizaciones donde el poder perteneciera a la mujer, aunque sí de algunas, como en las islas Trobiands, en las que el dominio se depositaba en los varones de la familia materna según Sullerot.2
Es inevitable recurrir a la historia si se pretende comprender a profundidad la subjetividad humana. Justamente, el género y las relaciones que desde él se condicionan, pertenecen a este espectro. En el interjuego del poder-(tener-ser)-control se estructura la violencia entre los seres humanos y por supuesto, entre mujeres y varones. Si se piensa en la violencia, desde el sentido común, acuden a la mente múltiples imágenes. Probablemente al intentar representarlas en palabras, surgen enseguida los términos: golpes, daños, abuso sexual, violación, muerte, guerra.
Ya comienza a extenderse una visión más amplia acerca de este fenómeno presente en el mundo público y privado, que abarca sus formas psicológicas subyacentes a las otras más evidentes. Algunos de sus antiquísimos velos, se descubren, aunque aún quedan muchos de sus rostros cubiertos.
Uno de ellos, al que les invito a aproximarse en este intento de entender la violencia, se encuentra en un lugar sublimado; aunque muchas veces la suerte de que la sublimación le haya llegado desde las necesidades insatisfechas. ¿Acaso la satisfacción de estas necesidades, ha sido víctima de la violencia? ¿Quizás han sido depositadas expectativas muy altas que desbordan las posibilidades de su ejercicio? ¿Qué les parece reflexionar sobre la violencia oculta y exhibida en la maternidad y en la paternidad?
Pudiera aplicársele al análisis la fórmula del sentido común. Con certeza me arriesgo a apostar de nuevo. En lo que respecta a la maternidad, acudirían algunas de estas consideraciones:
1. La sobrecarga de roles y tareas a las que estamos sometidas las mujeres en nuestra condición materna, la cual nos coloca en el rol de cuidadoras.
2. La disfuncionalidad familiar que reduce al mínimo nuestras posibilidades de disfrutar del tiempo libre.
3. Los riesgos reproductivos y vitales a los que nos sometemos cuando interrumpimos una gestación no deseada o inoportuna.
4. La vulnerabilidad que supone para la mujer la decisión de asumir una gestación deseada.
5. El conflicto emergente entre la maternidad, la profesión y sus consecuencias.
6. El tráfico del cuerpo femenino y de su condición reproductiva.
7. La insuficiente remuneración de trabajos realizados por las mujeres-madres.
8. La invisibilidad de nuestra labor en aras de cubrir los requerimientos del rol materno.
9. El sometimiento presente en la identidad mujer-madre.
¿Qué va quedando cuando el propósito es poner la mirada desde el lugar del varón? Considero que estas pudieran ser las ideas que con mayor frecuencia apuntan a la victimización de los padres:
1. El cuestionamiento a su virilidad por el desplazamiento del cumplimiento de funciones familiares, anteriormente exclusivas de los varones como es la manutención de este grupo humano, lo cual compromete su lugar como patriarca.
2. La expropiación del poder de decisión sobre su paternidad al acceder la mujer a la posibilidad de elegir sobre el nacimiento de su descendencia. Condición que deviene en ocasiones en el nacimiento de hijos no deseados por los padres o en la negación de la vida a hijos /as deseados por ellos.
3. La distancia afectiva y funcional en el ejercicio de la paternidad por el condicionamiento social del varón como símbolo de autoridad.
4. El divorcio de los padres y la descendencia ¿después del divorcio parental?
5. Exigencias de deberes económicos y existencia de escasos derechos por el concepto de paternidad.
De hecho, estos son tópicos visibles, aunque frecuentemente tratados a la luz de otros ejes de análisis en las investigaciones y agendas políticas que tratan el tema de género y la necesidad de la equidad entre mujeres y varones.
Me pregunto por qué se estudia menos de lo que se usa, a la maternidad para explicar el mundo subjetivo. ¿Es un asunto agotado o tan naturalizado que lo preferimos ahí, inamovible, protector, proveedor de afecto seguro, dador de sentido a la vida de la mujer?¿Por qué nos empeñamos en perpetuar esos mitos aún a expensas de una realidad imponente que se delata diferente con las bajas tasas de natalidad, con el creciente número de mujeres que deciden posponer o sustituir de sus proyectos de vida a la maternidad, o las tasas preocupantes de abortos provocados a consecuencia de gestas no deseadas por las mujeres, o las madres que maltratan de múltiples maneras, a sus hijas e hijos amados?
Considero aplicable al abordaje de la problemática de la maternidad y de la paternidad, el argumento emitido por Castro R. y Bronfman B. al analizar la crítica feminista de la ciencia, al decir:
"En otras palabras, hasta antes del surgimiento de la sociología feminista, las ciencias sociales no habían "descubierto" a la dominación de los hombres sobre las mujeres como un problema relevante a estudiar. Como resultado de este sesgo, la sociología convencional no había considerado el monopolio masculino en la producción de conocimiento científico como un hecho problemático que cuestionaba la supuesta validez universal de los diversos hallazgos científicos. Sin embargo, ahora que la opresión de la mujer se ha convertido en un problema de importancia evidente, es preciso preguntarse cómo fue posible que este fenómeno no fuera "observado" (en términos académicos) con anterioridad. Una explicación científica de este problema debe partir del análisis de las condiciones sociales que hacen posible el surgimiento de ciertos tipos de conocimiento al mismo tiempo que imposibilitan el desarrollo de otros."3
Culturalmente los conceptos maternidad y paternidad han sido colocados en lugares que responden a los preceptos de la ideología patriarcal. Aún en este punto de la civilización humana, a pesar de las evidencias que aporta la realidad social, concurre en rol de socorrista, la condicionante biológica para distinguirnos a madres y a padres en nuestro ejercicio del rol. Las diferencias en las funciones reproductivas de la mujer y del hombre no deben ser negadas pero tampoco sobrevaloradas. Sin embargo, ellas están en la base del tratamiento científico que se hace de los temas maternidad y paternidad.
Me cuestiono una vez más, quizás a riesgo de impresionar sobredimensionado, pero con el ánimo de promover la reflexión ¿cuánto favorece esta colocación de la maternidad y de la paternidad a la violencia de género? Probablemente este sea uno de los agujeros negros del análisis del fenómeno de la equidad sexo-género.
La maternidad y la paternidad representan un terreno propicio para el mantenimiento de la inequidad entre mujeres y varones y en consecuencia, de la violencia de género. Estos procesos operan en el imaginario social como emergentes del conflicto entre los géneros en la lucha por el poder. En un estudio que realicé sobre la representación social de la maternidad y de la paternidad en grupos de mujeres y de varones que asumían por primera vez el rol parental, esta fue una de las conclusiones a las que arribé.
Las mujeres nos quejamos de la sobrecarga de tareas que como cuidadoras nos son asignadas. Reprochamos a los varones su distancia e irresponsabilidad en el desempeño de su rol parental, al que exigimos sea más cercano e implicado. Sin embargo mantenemos el discurso posesivo con relación a la descendencia: “el padre me ayuda”, “me viste a la niña” “me le da la comida”. Todo lo referente a la cría, se mueve en el campo de nuestra propiedad que es cuidada con el celo del más fiero guardián.4
En tanto los hombres reclaman un lugar preponderante en el ejercicio de la paternidad, siempre en comparación con el de la madre. Otorgan a ella el poder de cederles el espacio para el paternaje y la exclusividad de todas las tareas domésticas.5
Es el cumplimiento de los roles parentales uno de los escenarios íntimos y al mismo tiempo públicos en que mujeres y hombres competimos de una manera abierta y naturalizada. Es en esta lucha donde advierto la fuente de perpetuación de la violencia.
Me sumo a lo planteado por Rosa Coll en su artículo: Dejar de ser madre, al decir:
“Criar hijos es el acto supremo de desposesión, para que los hijos sean. Que una hija o un hijo sea, entraña, precisamente, que se diferencien de la madre y del padre… ¿Pero cómo habría la mujer de resignar este poder sobre sus hijos, tras milenios de creencia en el hecho de que su casi única y gran manifestación de poderío radica en la maternidad?6
Sin embargo, el hecho de que sea una mujer quien elabore esta reflexión nos da la medida de que vamos a la toma de conciencia. No es casual que las mujeres convoquen a un encuentro donde se pretenda debatir sobre la relación sexo – género en torno a la violencia. Se encuentran en aumento los trabajos que dan cuenta del interés femenino por abordar desde nuevos ángulos, el mundo masculino, así como también los hombres se suman en el interés de comprender-se como género:
“Cualquiera sea nuestra motivación e interés, es un hecho que los hombres por su cuenta han empezado a explorar también su condición de género. Muchos ya no se sienten cómodos en el papel de "machos", pero tampoco saben ahora qué significa para ellos ser "hombre" y si el hecho de ser más "suaves" atenta contra su virilidad e identidad sexual.”7
Creo pertinente dejar abierta la puerta para que accedamos todas a la reflexión que me sirve de título en este trabajo y compartamos sin ánimos posesivos nuestros puntos de vista: ¿acaso son la maternidad y la paternidad, espacios para la violencia?
Citas y referencias:
1. Castro R.; Bronfman M.: "Teoría Feminista y Sociología Médica: Bases para una Discusión" En: http://www.grhf.harvard.edu/_Spanish/course/sesion1/teoria.html
2. Sullerot E.: El nuevo padre: un nuevo padre para un nuevo mundo. Documentos. Barcelona: Edic. B.S.A., 1993.
3. Castro R.; Bronfman M.: Ob. cit.
4. Quintana L.: Representación Social de la Maternidad y de la Paternidad. Vínculo con el modelo parental. Tesis de maestría en Sexualidad. CENESEX. La Habana, 2001.
5. Ibídem.
6. Coll R.: “Dejar de ser madre”. En: Debate feminista, Año 3, Vol. 6, septiembre, 1992, págs. 84-89.
7. Criquillión A.: "La cuestión masculina ¿Otro problema femenino?" En: http:// www.europrofem.org/contri/2_05_es/es-gend/01es_gen.htm
Fuente: Cubaliteraria
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