El ser humano, siempre en busca de la felicidad, tiende a buscar la estabilización en su vida. Parece que siempre buscamos tener algo a lo que aferrarnos para poder estar seguros de que nuestras vidas no están carentes de rumbo y no las podremos controlar. La creencia en un padre supremo que nos cuida, los contratos estables de trabajo, incluso la propia sedentarización del ser humano son elementos estabilizadores.
Pero a lo largo de la historia ha habido diferentes grupos que en determinados momentos asumieron el control del poder de manera injusta, y esto ha hecho que a menudo hubiese relaciones sociales en las que una parte estaba subyugada o discriminada, situaciones que también alcanzaron una estabilización, como el patriarcado o las monarquías, porque la parte opresora siempre ha encontrado la comodidad en esta situación y ha buscado mantenerla, ayudándose de todos los medios posibles, aliándose con fuerzas ultra-conservadoras como la iglesia.
Sin embargo, es a los oprimidos a los que siempre les ha tocado acabar con la situación, pues esta estabilidad solo perpetuaba la injusticia, así que, tal como dijo Karl Marx, “la historia del hombre es la historia de la lucha de clases”, y desde la primera relación de opresión, ha habido fuerzas de izquierdas que han buscado destruir los viejos modelos sociales y construir unos nuevos en su lugar, es decir, los que han buscado y a veces conseguido, hacer la revolución. Movimientos como pueden ser el feminismo, el laicismo, el comunismo o el anarquismo, han sido acusados a menudo por los sectores tradicionales o de derechas de querer “destruir la familia”, “destruir la identidad nacional”, de ser “blasfemos enemigos de dios” o incluso compararlos con seres demoníacos o dignos de escarnio. Con el tiempo, las izquierdas han alcanzado también pequeñas porciones de estabilidad como constituciones democráticas, igualdad legal, separación de iglesia y estado, derecho a paro…
Pero no solo los más poderosos mantienen este tipo de políticas conservadoras. Como dije al comienzo de este texto, el ser humano busca la estabilización de su vida y tiene miedo al cambio y a la incertidumbre. Es difícil aceptar la idea de que tu multinacional mañana podría estar en manos del pueblo, sí, pero también es difícil asumir que la pareja con la que estás mañana podría dejar de estar a tu lado. También es difícil asumir que mañana puedas viajar al pueblo de al lado y encontrarte con que necesitarás saber su idioma regional para disfrutar plenamente de la vida en ese pueblo.
Debe la izquierda no dudar en apoyar las luchas de emancipación de todos los grupos sociales en situación de sumisión o de aceptación forzosa de una realidad con la que no están a gusto. A menudo vemos argumentos a favor de estas políticas del terror cuando escuchamos que “gracias al capitalismo tienes esta conexión a Internet” como crítica a los anticapitalistas, “el castellano es muchísimo más útil que el gallego para tener un negocio” como crítica a la defensa de la lengua regional, “las mujeres se han beneficiado del machismo durante todos estos años” tratando de deslegitimar al feminismo o que “los vascos gozan de una de las mejores economías y situaciones de privilegio de toda España” tratando de quitar importancia a los conflictos sobre el derecho de autodeterminación en España.
Al margen de que sea verdad o mentira que estos sectores se hayan favorecido de su situación de sumisión, es lamentable que esta relación no sea creada por voluntad propia de todas las partes sino obligada. Y todos hemos visto a personas de la izquierda que aceptan el capitalismo, a hombres de izquierdas que son machistas, así como a gente que ha quitado importancia a la discriminación lingüística y al derecho de autodeterminación en España diciendo que “no existe opresión” y que “la gente ha elegido la lengua sin coacciones”.
Basta ya de viejos modelos sociales, basta ya de valores caducos, basta ya de medias tintas, basta ya de políticas del terror.
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