Centrar la reproducción humana como proceso de trabajo productivo es uno de los más importantes temas que debe plantearse la teoría feminista. Es el desafío de nuestra época. Mientras no definamos correctamente la principal tarea de la mujer: reproducirnos, no saldremos del pantano de luchas fracasadas, movimientos que nacen y mueren sin causa aparente, y reivindicaciones parciales y reformistas.
Todos los movimientos sufragistas y feministas nacidos en los últimos cien años vieron su fin prematuramente, y todavía nosotras no nos hemos planteado seriamente por qué. Porque el Movimiento Obrero tiene en sí mismo su continuidad. Pese a sus periodos de alza y de baja no ve nunca su fin. Y ello es así, no sólo porque su objetivo mediato es hacer la revolución que le proporcione el poder político y económico, sino porque incluso en aquellos países en que la revolución socialista ha cumplido su objetivo: dar el poder a las clases trabajadoras, el Movimiento Obrero debe seguir organizado y luchando por establecer su hegemonía frente a las demás clases. Porque la clase obrera se siente protagonista de la historia contemporánea desde el mismo momento en que los teóricos del socialismo le enseñaron, que su papel en la sociedad, como clase explotada, era el de realizar el trabajo productivo que proporciona todas las mercancías que precise una sociedad industrial.
Las mujeres no tenemos perspectiva de clase en lucha, nos falta la conciencia de clase para sí, porque todavía ignoramos cuál es nuestro llamado “papel” en la sociedad. Hasta hoy la mujer no era una clase porque se llamaba “sexo”, “complemento del hombre”, “reina del hogar” o “sujeto marginado”. Los calificativos de derechas son bien conocidos de todas, por lo que no me detendré a examinarlos y criticarlos. En este año de 1981 es más importante criticar la postura de los llamados teóricos marxistas, que desde los partidos políticos de izquierda, llevan decidiendo nuestra lucha y señalándonos nuestros objetivos en los últimos cincuenta años.
Individuos marginales
Son ellos los que han decidido que las mujeres somos un sector marginal de la sociedad, al igual que los homosexuales, los jubilados, los subnormales, los niños, los enfermos mentales. Aparte de las deplorables connotaciones que suponen semejantes comparaciones, veamos que la clasificación de marginales se realiza siempre en razón del apartamiento de esos sectores sociales de la producción de bienes útiles para la sociedad. El diccionario nos explica que marginal es lo que se halla al margen, y margen es la extremidad y orilla de una cosa. En consecuencia las mujeres nos encontramos a la orilla de la sociedad, viendo desde ella como los seres productivos y socialmente útiles: obreros, ejecutivos, empleados, burgueses, grandes, medios, pequeños, luchan encarnizadamente por hacerse con el trocito de poder y de rendimiento económico y social que les corresponde por derecho propio, y cómo, en consecuencia, son ellos los que dictan las normas legales y sociales por las que nosotras debemos regirnos, y que sólo les conceden los beneficios a ellos. Y nosotras que reproducimos los seres humanos desde el principio de los siglos, que fabricamos continuamente nueva fuerza de trabajo social, vemos transcurrir las épocas y los sucesivos modos de producción, desde el ghetto de nuestros gineceos, oyéndonos calificar de marginales, de no productivas, de no trabajadoras. Lo que en el reconocimiento social, como se puede comprender, es sinónimo de vagas, inútiles, molestas, costosas socialmente. Lo que tampoco parece buen camino para obtener el reconocimiento de nuestros derechos, ni siquiera de los más elementales como el divorcio o el aborto, que en nuestro país han sido relegados continuamente a las calendas de mayo.
Sujetos trabajadores
La primera de las cuestiones que las feministas hemos de poner en claro de una vez por todas es que las mujeres no constituyen un sector marginal de la sociedad. Las mujeres constituyen el 52% de la humanidad, resulta por tanto necio o cínico afirmar que únicamente nos hallamos a la orilla de los sectores productivos. Afirmar tal cosa es defender el criterio de que las mujeres no trabajan, y quien no trabaja constituye un peso muerto para los que sí lo hacen que deben mantenerles. Suponer que el 52% de la población mundial permanece en estado de vagancia, no solamente resulta un criterio injusto, sino sobre todo, dolorosamente falso, ya que cualquier economista, por poco familiarizado que se halle con la economía social, sabe que es imposible mantener a tal número de personas, sólo con el esfuerzo de las restantes. Las mujeres trabajamos, desde siempre, en los tres procesos de trabajo fundamentales para sostener la sociedad: la reproducción, el trabajo doméstico y la producción, pero únicamente se nos reconoce el tercero cuando se realiza para la empresa capitalista. Así por ejemplo el trabajo rural que la mujer realiza en todas las áreas rurales, y sobre todo en el Tercer Mundo, tampoco es reconocido. Lo que significa evidentemente que no se le paga. No se puede pagar lo que no existe. Hoy debemos hablar del proceso de trabajo reproductor.
Trabajo productivo
Para aclarar conceptos es preciso determinar qué es trabajo productivo. El concepto de trabajo productivo en el modo de producción capitalista ha dado motivo a multitud de controversias por falta de una definición indiscutible en cuanto a lo que entendemos por trabajo productivo, teniendo en cuenta si produce o no plusvalía al capital. Trabajo productivo es aquel que crea productos cuyo valor de uso los hace estimables socialmente. Hasta ahora el concepto usual mediante el que se conoce el producto del trabajo humano es el de mercancía, ya que al valor del uso - sin el cual el producto no tendría interés para nadie - se le agrega el valor de cambio. Toda mercancía se valora por el tiempo de trabajo humano invertido en ella. “Todos deben entender que este trabajo humano es la base de toda vida social”. Hacen falta objetos materiales para satisfacer todas las necesidades de los hombres, desde las más sublimes a las más elementales. Estos objetos no caen hechos del cielo, el hombre los produce a costa de un trabajo esforzado.
Si partimos de las definición que he ofrecido en el principio y entendemos que trabajo productivo es aquel que crea productos cuyo valor de uso los hace estimables socialmente, no nos quedará más que aplicarle el concepto de valor, para situar económicamente el trabajo de la mujer en la reproducción. En la última polémica entablada públicamente con las dirigentes de un partido político de izquierdas, la cuestión fundamental se situó en la negativa de mis opositoras a aceptar que la reproducción fuese un trabajo. Evidentemente no supieron decirme qué era para ellas, aparte, como supongo, de una “misión”, de “un destino”, de “una tarea femenina”, etc. etc. Preciso por tanto, ahora, de definir lo que entendemos por trabajo, por más conocido que parezca. Parto de definir el trabajo humano como la actividad con la cual el ser humano obtiene los medios para mantenerse, reproducirse y desarrollarse. Al ser humano le es imposible, vivir, reproducirse ni desarrollarse socialmente sin trabajar. El diccionario nos dice, de la definición semántica, que trabajo es el “esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza”. Entendemos riqueza en el concepto más amplio: humana, material, cultural, artística. Sabemos también que el valor de la mercancía, el producto del trabajo, se mide según la cantidad de trabajo necesaria para su producción. Todos deben comprender dice Marta Harnecker, “que el trabajo humano es la base de toda vida social”. Y yo digo que todos deben comprender que el ser humano es la base de toda sociedad.
En la misma forma que es impensable una sociedad humana sin el trabajo humano, es imposible el ser humano sin la reproducción femenina. Sin que las mujeres inviertan nueve meses de transformación física, de su gasto de energía transformada en minerales, vitaminas, en proteínas, en alcaloides, para la formación del feto, que deberá concluir en el enorme esfuerzo de un parto, en el que pone en peligro su propia supervivencia, y sin que, inmediatamente, durante un tiempo indeterminado, nunca inferior a seis meses ni superior a los cuatro años, se convierta ella misma en la alimentadora de la nueva criatura. En estas tareas la mujer invierte su mayor gasto de energía humana. Cuantitativamente igual al desgaste complejo de un individuo. Su trabajo físico es el máximo soportable por un ser humano. Y el producto fabricado con tal esfuerzo es de un ser humano, cuyo rendimiento social y económico es también el máximo conocido. Es la mercancía de más valor. Y sin embargo la gestación, la parición y el amamantamiento y el cuidado posterior de las crías, tareas todas ellas en las que la mujer invierte varios años de su trabajo, nunca se las ha considerado un trabajo productivo. Ni siquiera Marx y Engels que definieron exhaustivamente todas las clases de trabajo explotado y plus trabajo, que establecieron las leyes de la plusvalía y de la acumulación del capital por la extracción del trabajo explotado, entendieron que la reproducción de la fuerza de trabajo constituyera un trabajo productivo, un plus trabajo que realiza la mujer en régimen de explotación total, puesto que no se halla renumerada por ello. El tiempo y el esfuerzo invertido en la producción del hijo, que debe incluir también su manutención, no le es ni renumerado ni siquiera reconocido.
La ley marxista sobre el trabajo productivo nos explica este extraño misterio. El carácter productivo o no del trabajo no depende ni de caracteres intrínsecos de un trabajo “en sí” ni de su utilidad concreta en un momento dado. Para establecer el carácter productivo o no del trabajo no nos apoyamos, pues, sobre los resultados materiales del trabajo, ni sobre su utilidad, ni sobre la índole del producto, ni sobre el rendimiento del trabajo como trabajo concreto, sino sobre las formas sociales determinadas, las condiciones sociales en que ese trabajo se realiza. Respecto a la reproducción esta misma ecuación la encontramos demostrada en la maternidad “in vitro”. Los científicos que trabajan en ella, con bastante magros resultados por cierto, se supone que están realizando un trabajo productivo para la sociedad. Por el contrario las mujeres que se reproducen diariamente, con el resultado que ya conocemos, no trabajan. Setenta millones de pesetas ha costado exclusivamente la fecundación de la señora Brown, absolutamente nada más, puesto que la niña Louise Brown fue fabricada a continuación en el vientre de su mamá, a la cual hubo que someterla a una cesárea para extraérsela.
Son las formas sociales, bajo las que se realiza la reproducción las que niegan la condición de trabajo a la reproducción. Bajo el modo de producción doméstico la reproducción constituye la “natural obligación” de las mujeres. Toda sociedad se halla constituida por el trabajo explotado de las mujeres en la reproducción, pero éste se realiza en condiciones estimadas tan naturales como comer. Y este negarle el valor del tiempo y esfuerzo invertido, este negarle la cualificación de trabajo a la reproducción, está condicionado por las relaciones de la reproducción, por las relaciones de reproducción entre el hombre y la mujer, mediante las cuales aquél explota el cuerpo de la mujer y se apropia de su producto, sin renumeración alguna, ya que en las comunidades domésticas, incluso el escaso alimento que precisa para sobrevivir lo produce la misma mujer. El trabajo explotado de éstas, consecuencia de las relaciones de reproducción establecidas con el hombre, es el obtenido en mayor cantidad, y en régimen de explotación absoluto, de todos los trabajos realizados en todos los tiempos por los hombres.
Proceso de trabajo y alienación
La mayor alienación la sitúa Marx en la utilización del hombre por la máquina: “junto a la herramienta, pasa a la máquina la habilidad del trabajador para manipularla... En las artesanías y manufacturas, el obrero hace uso de una herramienta, en la factoría, la máquina lo utiliza a él. Allí los movimientos del instrumento de trabajo proceden de él, aquí son los movimientos de la máquina los que debe seguir... Todo tiempo de producción capitalista, en la medida en que no es sólo un proceso laboral, sino también un proceso de creación de plusvalía, tiene eso en común, que no es el obrero el que emplea los instrumentos de trabajo, sino los elementos de trabajo que lo emplean al obrero”. “El hombre se hace mediante el trabajo, por sus obras. Una vez realizadas éstas, se le escapan y sólo en parte lo realizan. Esta alienación primordial remite a la oposición entre naturaleza y cultura. El Hombre es un animal alienado. La división del trabajo y la explotación de clase han desarrollado de manera extraordinaria la alienación, hasta el punto de que los propios frutos de su trabajo responden a una lógica abstracta que le es completamente extraña. El Hombre se convierte, por tanto, en un ser extraño para sí mismo”.
Por ello la mayor alienación es la que sufre la mujer en el proceso de trabajo reproductor. Ella no dispone de la utilización de sus instrumentos de trabajo, son ellos los que disponen de la mujer. Sus facultades reproductoras se ponen en funcionamiento, comienzan su labor, muchas veces no solamente de forma inconscientemente para ella, sino incluso en contra de su voluntad. Es su cuerpo la máquina manipulada primero por el hombre, después por los procesos fisiológicos que se realizan en ella, sin que su voluntad pueda detenerlos ni manipularlos. Es todo su cuerpo el que se halla enajenado, fuera del dominio de su voluntad. Es todo su cuerpo el que es utilizado en la reproducción de un nuevo ser, y toda ella es por tanto enajenada de este proceso, enajenada por el mundo social y cultural del hombre, y en consecuencia recluida en el más absoluto de los confinamientos: el extrañamiento de su propio cuerpo, la total alienación de sí misma. Su tarea sólo adquiere comparación con la del soldado, en tiempo de guerra, al que se obliga a cumplir su tarea incluso a costa de la propia vida o de mutilaciones graves. Pero a la mujer no se la compensa con grandiosas declaraciones patrióticas, ni con pagas extraordinarias. Se encuentra como el soldado que siglos antes era llevado a la fuerza por la policía, o por el señor feudal. Y ni aun la posibilidad de escapar le queda. La ideología de la maternidad ha alienado suficientemente a la mujer para matar en ella cualquier tipo de rebeldía y aun de crítica. Las sublevaciones de los marineros de la armada inglesa o de los siervos de la gleba todavía no se han dado entre las mujeres. Su liberación costará un más largo proceso de concienciación y de identificación, del cual la premisa fundamental es comprender la explotación que sufren en su propio cuerpo.
Trabajo excedente
Meillasoux comenta que en el “análisis del capitalismo del siglo XIX, la ausencia de una teoría de la reproducción de la fuerza de trabajo no falsea de manera crítica el razonamiento de Marx. En el modelo de Marx todo sucede como si una parte no específica de la fuerza de trabajo estuviese considerada implícitamente como reproducción en el exterior del sistema capitalista, hipótesis que, por otra parte, es histórica y coyunturalmente justa para este periodo”. La proposición tanto de Marx como de cualquier otro economista, aun aquellos que afirman ser materialistas, es la de que la reproducción de la fuerza de trabajo resulta gratis. ¿Para qué si no se encuentran las mujeres? En este párrafo de Roguinaki encontramos un admirable resumen de lo que estoy demostrando: “la reproducción determina la producción”: “¿Qué dificultades encontraron los antepasados de los australopitecos en las condiciones de la vida en la tierra, así como para aprender a caminar erectos?” “Ante todo, la vida en tierra era infinitamente más peligrosa que la vida en los árboles. En esta nueva situación, innumerables particularidades de los australopitecos, ligadas a la vida arborícola demostraron ser muy desventajosas. Corrían con lentitud, porque la posición semivertical o vertical del cuerpo no les permitía rivalizar en velocidad con los cuadrúpedos; la falta de garras y colmillos los privaba de medios naturales de defensa; alejados de las fuentes ricas en alimentación vegetal, se vieron obligados a buscar algunos tubérculos y raíces comestibles, sin contar con patas adaptadas para cavar; forzados en adelante a cazar para tener una alimentación de carne, no poseían, como acabamos de ver, una velocidad suficiente para la carrera, ni armas naturales para defenderse; por último, aún después de haber atrapado y matado a su presa, no podía morder la piel ni mascar la carne de ésta, pues la naturaleza no les dio a los primates una dentición de carnicero capaz de llenar esas funciones. Su poca fecundidad (común a todos los primates superiores) se vio amenazada por las condiciones de una vida terrestre llena de peligros.
“Si a pesar de todo algunos australopitecos franquearon de manera victoriosa todos esos obstáculos, quiere decir que supieron valerse de medios harto poderosos para lograrlo.” “Está claro que los australopitecos debieron, ante todo, desarrollar las aptitudes que debían a sus manos a y a su gregarismo. Debieron perfeccionar su bipedia y su equilibrio, emplear piedras y porras para defenderse y atacar, buscar y emplear piedras y aristas cortantes para desenterrar raíces, los tubérculos y los bulbos, y también para desollar los animales abatidos, para deshuesarlos y trincharlos”. Debieron ocupar más tiempo y más atención en su descendencia, a fin de que los jóvenes pudieran sobrevivir; por último, debieron desarrollar con vigor la interdependencia de los miembros del rebaño, la cohesión de sus actividades, la variedad y la complejidad de los vínculos internos del rebaño, y los medios de comunicación”.
En consecuencia, la aseveración de Marx de que cada modo de producción posee su ley de población es errónea. Las leyes de la reproducción son las determinantes de las leyes de la producción. Es decir, que la casi eterna prehistoria de las hachas de silex y la larga historia de los cuchillos de hierro, se han vivido como tales y no de otro modo, porque la producción de la fuerza de trabajo humana no podía realizarse más que a razón de un individuo cada nueve meses, alternados de dos en dos años en atención a la crianza - sin la cual es obvio que hubiera fallecido sin remisión - durante los treinta años fecundos de cada hembra. Y no porque la ignorancia de los individuos les impidiera inventar otro sistema de reproducción, o prefiriera mantener el antiguo proceso de fabricación de niños en razón de que cultivaban la tierra con azada o desconocían la rueda. Entendámoslo claro. Los grupos humanos han vivido de la caza y han habitado cuevas porque la reproducción de la fuerza de trabajo, constituía un proceso de trabajo muy lento, costoso en energías humanas, incierto en sus resultados, peligroso a su término y muy lento en su mantenimiento. Las sociedades domésticas han cultivado la tierra con azada y pasado hambre y miseria, porque no podían reproducir y mantener más fuerza de trabajo, más rápidamente de lo que las leyes fisiológicas imponían. No ha sido al revés: es decir que no se produjeran más niños porque se cultivaba con azada. Por tanto, las leyes de la reproducción (la población de los demógrafos) son las determinantes de las leyes de la producción. Las leyes de la reproducción determinan el desarrollo de las fuerzas productivas: la fuerza de trabajo, y las relaciones de la reproducción dominan las relaciones de producción.
Las leyes de la reproducción
Las leyes de la reproducción son las que determinan el modo de producción doméstico, que Mª Encarna Sanahuja ha descrito en su ponencia “El potencial reproductor de la mujer: fuente del progreso humano”. Mediante ella conocemos que las condiciones de existencia de las llamadas comunidades primitivas, son bien distintas de lo que se había creído hasta ahora por historiadores y antropólogos. En términos generales hay que definir la economía de la “edad de Piedra” como la economía de la abundancia, en contra del criterio defendido hasta este momento sobre las condiciones miserables o muy precarias en que aseguraban los estudiosos que sobrevivían tales sociedades. Todos los etnógrafos consultados son unánimes en la respuesta: la economía doméstica es la economía de la subexplotación. Es decir - y esta ley es de igual aplicación al modo de producción capitalista - que en contra de todas las teorías malthusianas o catastróficas de súper-población, el planeta tierra posee mayores recursos de los que aprovechan los individuos. Es decir la tasa de reproducción queda siempre por debajo de la de producción. Ésta es la primera ley de la reproducción. A mayor reproducción corresponde un modo de producción más avanzado, pero siempre la producción de la fuerza de trabajo se encuentra por debajo de la producción de bienes materiales. Ya sabemos que únicamente exigiendo por la coacción el mayor trabajo excedente de los individuos puede alcanzarse un aumento de la producción de bienes. La reproducción de individuos sigue la misma ley. Ningún ser humano desea trabajar más de lo absolutamente imprescindible para su supervivencia, a menos de que se le obligue. La coacción ideológica es sin duda la más eficaz coacción, y en cualquier país nadie desea trabajar más de lo que se le exige para alcanzar el nivel de comodidad deseado. Es decir, que nadie se queja de que se le regale la casa o el televisor sin trabajar para conseguirlo. En la misma medida solamente la coacción ideológica, física económica, puede conseguir que la reproducción se realice en la medida y en el tiempo que la clase dominante los exija. Ésta es la segunda ley de la reproducción.
La mujer no se reproduce voluntariamente por el agrado que ello le produce. La mujer se reproduce forzosamente para proporcionar a la sociedad la fuerza de trabajo humana que precisa, obligada por la coacción económica y extraeconómica que contra ella utilizan los hombres. Por tanto, en la misma forma que ningún campesino y ningún obrero trabaja por gusto, las mujeres procuran no extenuarse en la parición y en el amamantamiento. Que el control de la natalidad por parte de las propias mujeres es una de sus ambicionadas metas, para arrebatarles por fin a los hombres el poder sobre la reproducción, lo atestigua el propio Movimiento Feminista. La tercera ley de la comunidad doméstica es la de que la producción está determinada y condicionada por la reproducción, ambas se encuentran en una relación directa. A mayor reproducción mayor producción. La quinta ley de la reproducción es que el desarrollo de la fuerza de trabajo humana, el aumento de la reproducción determina el cambio de modo de producción. El aumento de las fuerzas productivas en el modo de producción doméstico se determina por el aumento de la fuerza de trabajo humana. Sexta ley de la reproducción. El trabajo excedente de la mujer es el que permitirá el desarrollo de las fuerzas productivas. Trabajo excedente que se realiza tanto en la reproducción de la fuerza de trabajo humana como en la producción de bienes de uso y de cambio. El excedente arrancado a la mujer mediante la coerción y la represión masculina es el que establecerá las condiciones fundamentales para el paso del modo de producción doméstico a otro avanzado. Ésta es la séptima ley de reproducción.
1 comentario:
Gostei muito do texto que vem ao encontro de várias reflexões que já tinha feito sobre o assunto.
so um comentario:em minha opinião, os movimentos feministas têm tendência a continuar a ser circunstânciais e com actividade esporádica, mobilizáveis apenas em determinados contextos porque as mulheres também têm dificuldade em construir consciência de classe e consequentemente em organizar-se. Em minha opinião só a participação crescente das mulheres na vida social, económica e politica pode permitir manter vivas as reivindicações e conseguir respostas, parcelares é certo, mas respostas.
P.S. Estimulada pelo seu texto, vou publicar um artigo mais breve em meu blog para tentar consciencializar as pessoas.
Publicar un comentario