domingo, mayo 24, 2009

Género, el nuevo rumbo del combate al sida

Por: Alejandro Brito
Entre más se profundiza en el conocimiento de los comportamientos sexuales de hombres y mujeres, más se cae en la cuenta del peso de los factores sociales que constriñen las conductas individuales, uno de esos factores es el género. Los modelos de masculinidad dominante colocan a los hombres como los principales receptores y vectores de la transmisión del VIH. Los condicionamientos de género impulsan a los hombres a asumir conductas de riesgo y sitúan a las mujeres en una condición de vulnerabilidad frente al VIH/sida.

Por estas razones, activistas y especialistas en la materia, consultados en el siguiente reportaje, han llegado a la conclusión de que pugnar por cambiar esos condicionamientos de género se ha vuelto un imperativo en el combate a la epidemia.

"¡Con el género hemos topado, Sancho!", parecieran exclamar activistas y educadores sexuales luego de años de estar batallando por cambiar los comportamientos sexuales de riesgo de las personas para prevenir infecciones del VIH. En nuestro país, el virus del sida no afecta a hombres y mujeres por igual. De los primeros, se ensaña con aquellos varones que tienen múltiples parejas sexuales de diferente o del mismo sexo. En contrapartida, las mujeres más fieles y monógamas están resultando las más afectadas. ¿Cómo explicar esta situación más allá de consideraciones moralistas sobre la infidelidad? En la experiencia acumulada en años de trabajo preventivo, han salido a relucir las desigualdades de poder en las relaciones entre hombres y mujeres como una limitante de la eficacia de los mensajes preventivos. Estas inequidades basadas en el género, estimulan las conductas de riesgo en los hombres y colocan a las mujeres en una situación de desventaja frente al VIH/sida.



Varones, los vectores de la transmisión

La epidemia en México es predominantemente masculina, por cada mujer VIH positiva existen seis hombres infectados. Y esa relación se eleva a nueve hombres por mujer, si sólo se toman en cuenta los casos por transmisión sexual, que son la gran mayoría. De acuerdo con información del Censida, de los más de 90 mil casos registrados hasta ahora, 85 por ciento corresponde a varones de entre los 15 y 44 años de edad, primordialmente.

El que los hombres estén más expuestos al riesgo de infección por el VIH se explica en parte porque llevan una vida sexual más activa que las mujeres. Las encuestas realizadas al respecto dan cuenta de ello: se inician en el sexo antes que ellas y el promedio de relaciones coitales y de parejas sexuales también es mayor. Y esto es así porque como lo explican los estudiosos de la masculinidad, el sexo es uno de los principales terrenos donde un hombre se prueba como tal. A diferencia de las mujeres, cuya sexualidad se somete a una severa vigilancia, todo conspira para empujar al varón hacia la actividad sexual desde la adolescencia, con los ritos de iniciación sexual motivados por los amigos o familiares. Esto lleva, sobre todo a los hombres más jóvenes, a valorar la "oportunidad" de una relación sexual por encima de cualquier medida de protección. Y también explica que muchos de ellos recurran a la coerción y hasta la violencia con el fin de obtener una "conquista sexual".

Por supuesto, no todos los hombres siguen o asumen estas pautas de conductas sexuales determinadas por el género o por un modelo de masculinidad dominante, eso depende de otros factores como la edad, el nivel educativo o el grado de marginación social. Sin embargo, en un estudio realizado en Estados Unidos entre varones adolescentes de 15 a 19 años, citado en un documento de Onusida (Los varones y el sida: un enfoque basado en consideraciones de género), se encontró que quienes asumían "conceptos tradicionales de la masculinidad tenían más probabilidades de verse implicados en episodios de violencia y delincuencia, en el consumo de sustancias y en prácticas sexuales peligrosas que los muchachos con ideas menos estereotípicas sobre lo que puede y debería hacer un 'hombre de verdad'".

Estas normas y pautas estereotipadas de conducta masculina se exacerban y se vuelven mecanismos de defensa y supervivencia en contextos sociales de marginación y violencia o percibidos como peligrosos o muy competidos, donde el temor al "contagio" del VIH palidece frente a otros riesgos. Por ello, no es gratuito que en nuestro país los migrantes indocumentados, los camioneros que recorren grandes distancias y los militares (es decir las poblaciones móviles), además de los reclusos sean unos de los sectores de la población masculina más expuestos al riesgo y a la transmisión de infecciones por el VIH. Entre los trabajadores migrantes temporales de Tonalá, Jalisco, y Cuauhtémoc, Colima, por ejemplo, un estudio reciente realizado por un equipo de especialistas encabezado por el doctor Ramiro Caballero del IMSS de Jalisco, reveló que cerca de la mitad de los encuestados nunca usó condón en sus encuentros sexuales a pesar de haber mantenido relación con más de dos parejas en el último año. Y en una situación que se repite en otros contextos, los casados o unidos con parejas estables, 55 por ciento, reportaron mayor diversidad de prácticas sexuales como el sexo oral y el anal, pero también mayor uso del condón con las parejas secundarias que con sus cónyuges. Los jóvenes solteros lo usaron más en Estados Unidos que en sus lugares de origen.

De acuerdo con los especialistas Mario Bronfman y Nelson Minello, autores de numerosos trabajos sobre el tema, el perfil predominante del migrante indocumentado es un hombre soltero o que viaja solo a lugares con costumbres sexuales más abiertas o relajadas (y con prevalencias del VIH más elevadas: California, Texas, Illinois y Arizona), en donde se opera un cambio de hábitos sexuales (práctica del sexo oral y del anal, mayor recurrencia al sexo comercial y al sexo entre varones), y se inicia en el consumo de algunas drogas. Un fenómeno creciente es el número de jóvenes que se integran a esta población. Según información del Conapo, casi tres de cada 10 migrantes son jóvenes de 15 a 24 años y de éstos la gran mayoría (94.6 por ciento) son hombres y solteros (72.4 por ciento). Por las mismas condiciones de gran movilidad de los migrantes es difícil conocer el impacto de la epidemia de VIH en esa población, sin embargo, se sabe que en Michoacán, principal entidad "expulsora" de migrantes, más de 30 por ciento de los casos registrados de VIH/sida tiene antecedentes de residencia en los Estados Unidos.

Es de esperar que en ambientes tan hostiles como los que enfrentan, los migrantes indocumentados se sometan a nuevas pautas y pruebas de hombría o exacerben las adquiridas previamente en sus lugares de origen, como es el caso de los integrantes de ese fenómeno de la migración llamado Mara salvatrucha. Por ello, algunos especialistas señalan que es más adecuado hablar de "vidas que transcurren en el riesgo, que de prácticas de riesgo", como señalan Cristina Herrera y Lourdes Campero en un ensayo publicado en la revista de Salud Pública de México (noviembre-diciembre de 2002).

Por todas estas condiciones descritas, Mario Bronfman y otros investigadores del Instituto Nacional de Salud Pública concluyen que todos "los movimientos poblacionales tienen una característica común: favorecen las relaciones sexuales ocasionales y no protegidas, lo que convierte al migrante (y al militar y al camionero, podríamos añadir) en huésped y en vector potencial del VIH."



El perturbador deseo homoerótico

En todas estas investigaciones sobre las poblaciones móviles, comienza a dejarse ver poco a poco y con dificultades una realidad más presente de lo que se pensaba: que la práctica del sexo entre hombres se extiende más allá de la población identificada como homosexual. Es ya muy sabido que en condiciones de reclusión o internamiento, es decir de excepción, algunos hombres suelen satisfacer sus necesidades sexuales con otros hombres, pero lo que ahora se "descubre" es que la expresión del deseo homoerótico también ocurre en otros contextos como el de la migración, los ritos de iniciación sexual o el compañerismo con o sin alcohol de por medio. En el estudio del IMSS citado anteriormente, 8 por ciento de los trabajadores temporales de Jalisco y Colima entrevistados expresó haber tenido sexo con otros hombres sin identificarse como homosexuales. Se puede suponer con seguridad que ese porcentaje es superior debido al subreporte de esas prácticas sexuales por el rechazo social y el estigma que pesa sobre ellas.

Lo mismo sucede con las cifras del sida. De acuerdo con el Censida, de los casos de sida masculinos (85 por ciento del total), 60 por ciento se infectó a través del sexo con otro hombre y 32 por ciento, con mujeres. Sin embargo, es muy probable que exista un subregistro de prácticas homosexuales entre los casos heterosexuales de sida declarados. De otra manera, no se podría explicar porqué el número de casos femeninos registrados (poco más de 14 mil acumulados) es mucho menor al de los casos de hombres heterosexuales (alrededor de 30 mil), si tomamos en cuenta que la mayoría de ellas no son trabajadoras sexuales, y entre estas últimas la tasa de seroprevalencia es muy baja (.35 por ciento).

En el documento del Onusida antes citado, se registran porcentajes que van de 5 a 16 por ciento de varones que en diversos países declaran haber tenido relaciones sexuales con otros varones; porcentajes todo ellos superiores a la población masculina que se asume como exclusivamente homosexual.

Algunos explican este tipo de comportamiento sexual masculino como producto de una necesidad fisiológica más que de una forma de expresión del erotismo. Shivanada Khan, activista de la prevención en Sud Asia, afirma que la actividad sexual de los hombres pobres de la región es motivada "no tanto por el deseo como por la necesidad de descarga sexual, lo cual hace que el género de la pareja sea menos importante que la oportunidad de descarga" (Citado en Hombres, sexo y VIH, Instituto Panos). Otros prefieren aventurar razones ligadas al género, según las cuales el hecho de que el falo sea el depositario simbólico del poder masculino convierte a la penetración en la posibilidad de ejercer ese dominio, sin importar, muchas veces, el género de la pareja. De ahí que muchos hombres que asumen el rol activo en el sexo con otros hombres no cuestionen su hombría o identidad de género: macho que somete a otro es doblemente macho. Sin embargo, y a pesar de la parte de verdad que puedan albergar ambas explicaciones, no explican el porqué algunos hombres que no se identifican como homosexuales acceden a la penetración, oral o anal, y la disfrutan.

Guillermo Núñez Noriega, autor del libro Sexo entre varones, afirma que muchos hombres no homosexuales expresan o afloran su deseo homoerótico de diferentes maneras y en diversas circunstancias, pero la constante de todas ellas es el silencio, la complicidad y el secreto. El no hablarlo es una regla de oro entre ellos que si se rompe genera graves conflictos, de ahí la dificultad de allegarles los mensajes preventivos. Por ello propone reconocer y legitimar el deseo homoerótico más allá de orientaciones sexuales, estereotipos de género y estilos de vida gay.

Estos hombres, y los varones asumidos como homosexuales o gays, son los que tienen mayor probabilidad de infectarse con el VIH por todo lo que se ha dicho y porque el sexo anal sin protección, por razones fisiológicas, es la conducta sexual más riesgosa. Es decir, sin ser los únicos sujetos de infección, son los que tienen mayor posibilidad de contraer y transmitir el virus. Por ello es llamado por algunos epidemiólogos, sin pretender señalar culpables, como "grupo medular", ya que es la clave para la propagación de la epidemia, porque muchos de ellos también tienen sexo con mujeres y sostienen relaciones amorosas con parejas femeninas. Algunos son casados y tienen hijos.



La subordinación femenina, factor de riesgo


Ivonne Szasz, investigadora de El Colegio de México, sostiene que por el condicionamiento de género, los hombres viven una sexualidad escindida entre sus deseos y emociones, por un lado, y los imperativos de la masculinidad, por el otro, lo que les permite desvincular la práctica del sexo de su vida emocional. Esta escisión les posibilita expresar su sexualidad en dos ámbitos: el de la vida conyugal y el que se sitúa fuera de ella. En este segundo ámbito se permiten prácticas sexuales, entre ellas el uso del condón, que consideran inadecuadas o indignas para sus cónyuges, lo que repercute de manera negativa en la salud de las mujeres. Y esto es muy claro en el caso de las mujeres que han sido diagnosticadas con VIH/sida, que de acuerdo con Hilda Pérez, quien coordina el proyecto Mujeres y VIH/sida del Colectivo Sol, "lo más frecuente es que se infectan por sus parejas estables". En entrevista con este suplemento, relata que se trata de mujeres de escasos recursos, que viven relaciones de subordinación donde no existe comunicación alguna con su pareja sobre el tema de la sexualidad y en las que la mujer tiene poca capacidad de cuestionar y de enfrentar a su compañero.

Esta inequidad en la relación conyugal y su carencia de poder vuelve muy vulnerables a algunas mujeres a la infección por el VIH. Además, por razones fisiológicas las mujeres son más susceptibles a la infección. Es decir, es más probable que un hombre infecte a una mujer que viceversa. Como documenta el Instituto Panos en el documento antes señalado "la probabilidad de que un hombre con VIH traspase el virus a su pareja en un solo acto de penetración vaginal desprotegida es de 1 en 500". En cambio, la situación contraria de mujer a hombre es de 1 en 1000. Y si hablamos de penetración anal, una práctica más frecuente de lo que se supone, ese riesgo se dispara. De acuerdo con información de Censida, citada en el estudio Hablan las mujeres mexicanas VIH positivas, elaborado por Hilda Pérez y Tamil Kendall, 81 por ciento de los hombres entrevistados en encuestas centinelas afirmó tener sexo anal con su pareja femenina siempre o casi siempre. Otra encuesta citada en ese mismo estudio reveló que los hombres bisexuales tienen sexo anal con mujeres más frecuentemente que los hombres heterosexuales.

De todo lo dicho hasta aquí, resulta claro que de la población general femenina quienes están en mayor riesgo de infección, como lo muestran Pérez y Kendall, son las parejas sexuales permanentes y ocasionales de "ciertas subpoblaciones masculinas" como los migrantes y los hombres que tienen sexo con hombres y con mujeres. Sin olvidar por supuesto a las propias mujeres migrantes cuya vulnerabilidad es extrema por los peligros que debe enfrentar. Por ello las investigadoras y activistas recomiendan que "la respuesta a las mujeres debería enfocarse en identificar y apoyar a mujeres vulnerables ante la infección por el VIH tomando en cuenta la migración y los comportamientos bisexuales de sus parejas como fuentes de riesgo".

El peso del condicionamiento de género puede ser tal que ante un diagnóstico positivo al VIH muchos hombres no saben bien a bien qué hacer o a quién recurrir. Como afirma Benno de Keijzer, docente de la Universidad Veracruzana, "la salud y el autocuidado no juegan un rol central en la construcción de la identidad masculina", por el contrario, esas tareas se perciben como netamente femeninas. Paradójicamente, ese espíritu de sacrificio por los demás inculcado a las mujeres les permite enfrentar mejor un diagnóstico positivo al VIH/sida. Mientras los hombres, desarmados, optan por el silencio y el aislamiento, ¡al costo de exponer a la infección a sus cónyuges!, las mujeres suelen buscar ayuda y están más dispuestas al perdón, a pesar del doble rasero con que suele juzgarse a ambos.

Cambiar todos estos condicionamientos de género que impiden a los hombres adoptar medidas de prevención para protegerse a ellos mismos y a sus parejas del riesgo de infecciones, y fortalecer la capacidad y las habilidades de las mujeres en la toma de decisiones autónomas, es el nuevo rumbo que ha tomado el combate a la pandemia del VIH/sida, que de esta manera busca garantizar la mayor permanencia de los cambios en el comportamiento de riesgo.

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