miércoles, mayo 06, 2009

Ensayo sobre la sexualidad

Por: Ruth Peña Corral
La sexualidad: producto social
La sexualidad es un problema político, una herramienta para mantener el equilibrio del orden social, un instrumento de evitación de un conflicto descontrolado. Por ello se le somete desde las instituciones detentadoras de poder a una serie de normas que delimitan sus parámetros y refuerzan el equilibrio sistémico jerárquico. A través de estas normas, que fácilmente terminan convertidas en leyes, se uniformiza lo desigual como medida de control del equilibrio, que utiliza tanto una violencia física como simbólica para hacer efectivo el sometimiento a esas normas que saturan nuestras vidas y se sitúan por encima de nosotros mismos, pudiendo llegar a hacernos sentir invisibles frente a un todo social definido desde el poder.

La sexualidad resulta ser el resultado del cruce de la naturaleza con la estructura social y responde, por tanto, a condiciones sociales determinados por un contexto.


En un primer momento, nos puede parecer un asunto íntimo que concierne únicamente a la privacidad de cada individuo. Este parecer deriva de la idea de que la sexualidad responde a una fuerza natural, que va más allá de lo razonable, y que, por tanto, responde a algo casi instintivo que le otorga un carácter de impermeabilidad al cambio. En torno a esta idea, desde el poder, entendido como todo aquello que otorga legitimi dad (la religión, la medicina, el matrimonio, etc), entendida como toda institución con influencia, se han venido, a lo largo de la historia, construyendo diversos discursos en torno al mismo eje de carácter cerrado centrado en la sexualidad únicamente como medio de reproducción. Es decir, discursos que han situado la reproducción como fin último de toda práctica sexual, situando fuera de “lo normal” a toda práctica que no respetara este objetivo.

Frente a esta postura, lo cierto es que la sexualidad de los seres humanos se va construyendo mediante pautas sociales y culturales cada vez más alejadas de la reproducción, es decir, hoy en día la mayoría de las prácticas sexuales humanas no tienen como objetivo la descendencia. Por tanto, resulta evidente que la naturaleza no determina la conducta sexual.. Sin embargo, las concepciones universalistas y totalizadoras sobre sexualidad, basadas en un discurso biológico, han llevado a enraizar en nuestra cultura concepciones erróneas que nos impiden o retrasan el cuestionamiento de ésta. El retraso de este cuestionamiento no es más que una forma de no alterar el equilibrio, de forma que, las dudas o contradicciones se permiten cuando las fronteras del orden social se llenan de poros al necesitar reajustes por el cambio de intereses.

Desde el poder se utiliza la sexualidad como instrumento de gestión demográfica y de mantenimiento del orden social. Debe gestionar los recursos existentes y el reparto de los mismos para controlar los desajustes y mantener el equilibrio.

La sexualidad no puede ser recluida a lo privado, ya que responde a prácticas institucionalizadas específicas que la convierten en un asunto social.

Las prácticas sexuales son prácticas sociales en el momento en que son reguladas desde la cultura y la estructura. Por tanto, el recluirlas a lo privado, lejos de ser respeto, es disfrazarlas bajo una máscara que se impone desde quienes dirigen la estructura social. Es hacerlas invisibles.

El sexo es una actividad social y las conductas sexuales son conductas sociales (obligaciones, normas, reglas, prohibiciones, pactos entre grupos, etc.).

Hoy en día, occidente se encuentra inmerso en un sistema neocapitalista cuyo desarrollo se basa en el consumismo, un consumismo casi impulsivo que domina todos los ámbitos sociales, incluido el ámbito de la sexualidad.

Un consumismo que se construye a partir del deseo y cuyo fin último es el
sentimiento de placer que arrastra la consecución del mismo. El consumismo llevado al extremo sitúa ese placer por encima de la necesidad.

Según Óscar Guasch y Raquel Osborne, en Sociología de la Sexualidad, la sexualidad se centra en el deseo y este último es gestionado por las diversas sociedades. En una sociedad neocapitalista, basada en el consumismo, el deseo aparece como una necesidad fundamentada principalmente en el placer, lo que le hace escapar de cualquier lógica posible. El deseo está sujeto al cambio, es un producto social que ha sido modificado a lo largo de la historia. La estructura social lo construye y lo materializa; define los objetos de deseo dándole a éste una expresión colectiva, es decir, enseña el abanico de posibilidades en el que tod@s nos movemos.

Los deseos provocan conflictos entre las personas y la sociedad, conflictos que pueden causar desequilibrios en la organización social. Por ello se nos delimita mediante algún tipo de normativa no sólo el campo de selección, sino también los procedimientos para satisfacerlos. Todo sistema social se fundamenta en normas que lo reproducen, lo que hace que toda estructura social deba salvaguardar el equilibrio y evitar el caos. Para ello, la estructura gestiona la distribución de los recursos tanto económicos como simbólicos.

Paradójicamente, cualquier sistema social, por un lado, está sometido al cambio constantemente; por otro, se construye en base a la impermeabilidad a ese cambio. Todas sus normas lo reproducen y, al mismo tiempo, sirven como instrumento de adaptación. El problema no está en la impermeabilidad en sí, sino en el grado de impermeabilidad, en el grado de resistencia al cambio.

En la sexualidad también existe el deseo, el deseo erótico, un producto medido por cada cultura de manera diferente. Éste deseo también aparece
sometido normas que la dotan de un carácter universal, ya que en todas partes se encuentra regulada, y conservador, porque constituye un elemento fundamental en la reproducción del orden social vigente, porque indica las condiciones en que tales relaciones pueden darse sin alterar el orden. La sexualidad te indica como alcanzar el placer erótico.

Hoy en día nos encontramos en una etapa de transición, una etapa en que
la organización mundial está cambiando, en que las fronteras de la estructuras occidentales se permeabilizan, en que conviven las contradicciones de los discursos que las construyen y, por tanto, se muestran cuestionables. Nos encontramos en un momento ideal para no resistirnos a este cambio, para no cegarnos ante nuestras propias contradicciones y para modelar una mejor manera de ordenar nuestro sistema que nos amplíe el grado de libertad y, por ende, aumente nuestros momentos de felicidad. Es un momento ideal para acercar la organización social al respeto por nosotros mismos y por los demás.

“Lo personal es político” y resistirse a esta idea es situarse en la sumisión extrema, en el abandono del sujeto y la aceptación del objeto, en el abandono de tu vida y la aceptación de ser un mero instrumento. Es decir, es reforzar la separación de algo que va unido y forma parte de un todo y que, a mi parecer, no es necesario esconder o separar si lo que deseamos en un mayor bienestar.

¹“Heterosexualidad obligatoria”


“Las posibilidades eróticas del animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser expresadas espontáneamente, sin transformaciones muy complejas: se organizan en una intrincada red de creencias, conceptos y actividades sociales, en una historia compleja y cambiante” (Weeks, “La construcción social de la sexualidad”. 1985, p.21).

El sexo va unido al conflicto y al control social y es utilizado como instrumento para ordenar el mundo.

Históricamente, las normas institucionales han supuesto coacciones y sanciones para imponer o garantizar una práctica sexual preferente bajo la cual se han situado las demás. En occidente, la institucionalización de la sexualidad se materializa en la “heterosexualidad obligatoria”, práctica en torno a la cual se establece una clasificación cargada de juicios de valor y de toma de posiciones. Desde el poder se establecen normas para su regulación, unas normas fundamentadas en valoraciones, a través de las cuales, “lo normal” se asocia a lo bueno y deseable y “lo anormal” a lo malo o no deseable. “lo anormal” parece quedar fuera del sistema social pero forma parte del equilibrio ya que sin ello no habría necesidad de adiestramiento y no existiría “lo normal”. Es decir, el etiquetar como “anormal”, es lo que permite la existencia de la etiqueta “normal” y, al mismo tiempo, es la que posibilita el reforzamiento de esta última.

Desde el poder se define “lo anormal” como lo que no entra en “lo normal”.
Las definiciones van cargadas de valor y violencia como medio de interiorización de las mismas, como medio de respeto a las mismas, de sometimiento. Al construir en base a opuestos estas definiciones, “lo malo” o “lo anormal” es lo que permite la existencia de “lo bueno” y, por tanto, permite la construcción de una pirámide jerárquica sustentada en pilares de juicios de valor. Sin “lo anormal”el equilibrio basado en un sistema binario no tendría sentido de ser.

Los seres humanos deseamos y vamos viendo como se nos va limitando la satisfacción de esos deseos como consecuencia de la cultura y de la estructura social.

La “heterosexualidad obligatoria” anula la existencia de otras posibles formas de sexualidad y distorsiona, así, la realidad. Anula la existencia de una realidad múltiple y oprime a esa multiplicidad.

Lo hétero se nos impone tanto a través de violencia física como de violencia simbólica, se nos impone tanto a través de la fuerza como de lo subliminal, que nos va construyendo un “imaginarium” en el que interiorizamos inconscientemente los juicios de valor. Este carácter inconsciente dificulta su identificación y discusión y facilita su interiorización o asimilación.

La heterosexualidad adquiere carácter institucional, se le dota de un poder capaz de alejar y recluir a “la nada” a todo aquel que lo cuestione, a todo lo que pueda resultar ser un peligro para el orden social o el equilibrio sistémico vigente en un contexto dado. El alejamiento se materializa en discriminación, acoso y violencia para el que no se incluya en “la norma”. Se in visibiliza lo que queda fuera, lo que cuestiona y confunde lo que queda dentro.

En una sociedad patriarcal, como es la nuestra, “lo normal” es todo aquello
que se acerque a lo masculino (“lo normal” es ser hombre y a partir de esta cúspide se organiza el resto de la pirámide). Todo lo que se aleje de lo masculino o ponga en peligro el sistema vigente, que no tiene por que ser el único posible, es invisibilizado desde las estructuras de poder, manipuladoras de los movimientos de los individuos.

Adrienne Rich, en su obra Sangre, pan y poesía, defiende que la heterosexualidad, lejos de ser una preferencia y de estar recluida al ámbito de lo privado, se convierte en una institución hecha desde, por y para el poder masculino. La heterosexualidad es vista como una preferencia tan “normal” / “natural” que no necesita de explicación alguna. Sin embargo, no puede ser tratarda como una preferencia o una orientación sexual, ya que no existen opciones reales para elegir, la elección sexual sólo tiene una dirección, se realiza bajo presión y, por tanto, se convierte en una obligación que oculta la preferencia.

La heterosexualidad arrebata el poder a las mujeres convirtiendo su sexualidad en esclavitud. El poder sexual es masculino y las mujeres aceptamos como “natural” este poder, olvidándonos de nosotras mismas y de nuestro poder en potencia. Identificamos “la norma” como natural, anulando su realidad de social que, al fin y al cabo, es en la que actuamos. Esta identificación fortalece nuestra aceptación de la esclavitud a la que estamos sometidas y nos adormece ante la reacción. El cuerpo es transformado en potencia política del biopoder, de la biopolítica destinada a producir cuerpos hetero.

Así, la sexualidad femenina sólo existe a partir de un discurso masculino, lo que le arrebata el carácter femenino. El conocimiento de la sexualidad, por y para lo femenino ,resulta invisible y no puede existir. No se puede definir lo que no se conoce. La sexualidad femenina no existe dentro del discurso masculino, no existe en el sistema patriarcal.

El resto de las opciones o preferencias sexuales existen, pero son socialmente castigadas. Las lesbianas son percibidas como la desviación, la aberración o la nada. El heterocentrismo invisibiliza todo lo que no se centre en la heterosexualidad como materialización de la sexualidad.

Al hablar de invisibilización me refiero a hacer invisible al sujeto “otro”, es decir, se trata de no dejar hablar a quien está fuera de la “norma”, de no darle papel protagonista en la vida o el movimiento, porque, al fin y al cabo, la vida no es más que movimiento; a los “anormales” se les nombra desde el poder impidiéndoles el nombrarse a sí mismos y, de esta forma se les arrebata su existencia. Sólo se les deja ser en cuanto a objetos de definición de lo que se permite que exista, en cuanto a fortalecedores de la “norma”, del orden vigente en un momento dado. Así por ejemplo, cuando la homosexualidad es pensada desde los parámetros del poder, es concebida como otra heterosexualidad, es decir, no puede ser pensada ni hablada, aún cuando siempre ha existido.

Según Monique Witting, en su discurso La Mente Hétero (New York, 1978), “los discursos que particularmente nos oprimen a todas nosotras y a todos nosotros, lesbianas, mujeres y homosexuales, son aquellos que dan por sentado que lo que funda una sociedad, cualquier sociedad, es la
heterosexualidad”. Estos discursos no sólo oprimen a las lesbianas, oprimen a todas las mujeres y a algunos hombres. Se presentan como una verdad apolítica o fuera de lo social, como una verdad fuera de la lógica y, por tanto, incuestionable.

Desde la mente hétero no es posible concebir una sociedad donde la heterosexualidad no se utilice como principio para controlar el orden, el equilibrio.2

La heterosexualidad nos oprime a todas. Sólo nos permite expresarnos en
sus términos y lo que está fuera de éstos queda inmediatamente descalificado y rechazado. Lo discursos que naturalizan lo social nos niegan toda posibilidad de crear nuestros propios discursos. No sólo nos limitan sino que nos obligan a una manera de pensar, de actuar, de elegir, de sentir, etc. Nos reducen a replicantes, nos anulan como protagonistas de nuestras vidas y, como dice Witting, “su acción más feroz es la tiranía inflexible que ejercen sobre nuestro ser mental y físico (…)”. 3

La sociedad heterosexual se basa en la necesidad de lo diferente, del “otro”, en todos sus niveles. No podría existir sin ese concepto. Lo diferente, “lo otro”, “lo anormal” es lo dominado y sin dominado no existe dominador. Si bien es cierto que todas las personas nos definimos haciendo hincapié en que el otro es diferente, también es cierto que la valoración extraída de esta diferencia no suele ir más allá de lo individual. Es necesario poseer poder para influir en el otro, para generalizar las valoraciones, para ocupar una situación por encima “del otro” delegando en “el otro” la función de permitirte estar arriba. Una función que no le pertenece, una función que quien detenta el poder le otorga transformándole en un mecanismo de alimentación del mismo, en un mecanismo que garantizador de su existencia como dominador y de la existencia de “el otro” como dominado.

Definirnos dentro de los parámetros que nos definen desde el poder heterosexual, es decir, definirnos como hombres y como mujeres, como lesbianas y como homosexuales, como sadomasoquistas, como heterosexuales, es jugar dentro de los esquemas de pensamiento instaurados desde el poder y, por tanto, preservar la heterosexualidad, como único posible, y su tiranía.

¹Movimiento Queer

“(…) la teoría queer debe entenderse como una reacción contra las estrategias de afirmación natural de lo común destinada a suprimir o invisibilizar la diversidad intergrupal de los grupos subalternos.” 4

Guash y Osborne, en Sociología de la sexualidad, entienden la teoría queer como un desarrollo de los estudios feministas, lésbicos y gays. Se define como toda posición ex – céntrica que reaccione ante las etiquetas estigmatizadoras que hacen de las posibles identidades compartimentos estancos que refuerzan el sistema heterocéntrico, sistema que les permite existir únicamente a través del estigma, que permite el fortalecimiento y control de posiciones. Las identidades vienen definidas por el poder, forma
parte de él y son utilizadas como medio facilitador de control social. La etiqueta es utilizada para clasificar desde el ojo que todo lo ve, desde el ojo del panóptico que todo controla.

La identidad, sea cual sea, es una generalización cargada de roles y juicios de valor y, por tanto, genera siempre exclusión. Lejos de un discurso esencialista, las identidades son producidas y repartidas por el uso del poder como formas de control.

Sin embargo, no rechazan la identidad como medio de acción política.

Ahora bien, la usan como estrategia política a través de la performace de las identidades consideradas desde el poder como desviadas. Es decir, los movimientos y teorías queer emplean estrategias hiper – identitarias y post – identitarias al mismo tiempo, en la ocupación del espacio público.

La heterosexualidad se sitúa a sí misma en “lo normal”, lo bueno y deseable, calificando a todo lo que queda fuera como “anormal”, lo malo o
rechazable; se sitúa como “mayoría” frente a lo que define como “minorías”. Lo hetero es lo público, lo visible, lo que queda fuera es lo invisible, lo privado. Se trata de hacer visible lo invisible, de hacer público lo privado, de vislumbrar que “lo personal es político”.

Buscan la unión en lo plural, la permeabilidad entre los diversos posibles, la superación de la dicotomía heterosexual – homosexual, la confusión. Para ello, usan las performances como estrategia de acción política. , “(…) como estrategia de visibilización irónica de la realidad heteronormativa mediante la sexualización (paródica de realidades cotidianas que, aparentemente, no tienen que ver con la sexualidad”. 5

Lo importante no son las diferencias, sino las multitudes queer, una multitud de cuerpos (cuerpos transgéneros, hombres sin pene, ciborgs, bolleras lobo, etc), una “multitud sexual” que aparece como sujeto posible de la política queer.

Se trata de vislumbrar que el cuerpo, a pesar de influir en la sexualidad, no la determina; de evidenciar la dimensión social de la sexualidad, de la emergencia de esta como consecuencia de la interacción social. Se trata de demostrar y denunciar que “(…) la sexualidad no se ajusta a un modelo unívoco sino que es plural, procesual y cambiante, características éstas intrínsecas a todos los hechos sociales. Por eso puede afirmarse que la sexualidad es un producto social e histórico, y de esta constatación se deriva la legitimidad de su análisis sociológico”. 6

Esta pluralidad o multitud de anormales es lo que el poder de lo normal, del Imperio Sexual, intenta regular, controlar, normalizar. 6Beatriz Preciado, Multitudes Queer. Notas para una política de los “anormales”). A través de ella se desterritorializa la heterosexualidad, se deconstruyen los criterios de normalización. Es la resistencia a seguir los procesos que llevan a ser normalidad. Es la unión de las minorías, convertidas en multitud para hacer frente a la cuestionable multitud empoderada.

El movimiento queer intenta proponer una nueva forma de entender la sexualidad, frente a los roles cargados de valoraciones, impuestos desde el poder heterocéntrico, que define lo heterosexual como lo “natural” y lo bueno.

¹Intersexuales

“Entramos en una época en que las minorías del mundo comienzan a organizarse contra los poderes que les dominan y contra todas las ortodoxias”. (Félix Guattari, Recherches Tríos Milliards de Pervers, 1973).

Se conoce por intersexuales a aquellas personas cuyos rasgos físicos no coinciden con los de mujeres u hombres. A mi parecer, resulta un término de clasificación discriminatorio en sí mismo, ya que, se refiere a entre los sexos, entre mujer y hombre, legitimando la organización bipolar de la sexualidad que empodera la heterosexualidad como único posible y deseable.

Existe una gran diversidad dentro de lo que se denomina intersexual, una gran diversidad que se une como movimiento centrado, principalmente, en reivindicaciones médicas, pero con un gran alcance filosófico y político.

Posiblemente la más importante de sus reivindicaciones es la que atañe a la decisión del sexo, decisión que debe ser competencia de la persona intersexual y no del médico. Durante muchos años esta decisión ha sido tomada por los médicos, en base a lo que ellos consideraban criterios objetivos que se reducían a una mayor facilidad de intervención quirúrgica. Decisión que en muchos casos abocaba a frustraciones en las personas intervenidas que, con el paso del tiempo, descubrían que el sexo que se les había asignado no correspondía con el como se sentían.

Las personas intersexuales pueden definirse como quieran, como varón, como mujer o como ninguno de los dos, permaneciendo en una identidad distinta que ellos aceptan como intersexual y que, a mi parecer, la aceptación de esta etiqueta es contraproducente para ellos mismos. Lo cierto es que lo importante es que tengan el poder de autodefinirse.

“Definir lo que se siente y expresarlo es su derecho inalienable”. 7

El movimiento intersexual termina apoyando su discurso en condicionamientos biológicos, en las disfunciones entre mente y cuerpo como un producto de la naturaleza. Esta visión es otro elemento fortalecedor del sistema organizado en base a una bipolaridad sexual.

A diferencia del movimiento queer, basado en la superación de estos límites, el movimiento intersexual, a mi parecer, se organiza dentro de estas fronteras. Un discurso biológico imposibilita el cuestionamiento del poder de lo hetero, invisibiliza la posibilidad de movimiento, la permeabilidad de las fronteras marcadas; hace imposible el cuestionamiento de las fronteras. Podría parecer que su único efecto es el de fortalecer el sistema de clasificación que lo excluye.

Sin embargo, no hay que olvidar que los discursos biologicistas son emitidos por seres humanos, seres sociales, y que, por tanto, lejos de ser inamovibles, se encuentran en procesos de cambio constantes. Es decir, lejos de entrar en el debate entre lo biológico y lo social, considero que considero que, aunque se muevan dentro desde una posición de excluidos, cuestionan lo que está dentro. No cuestionan las fronteras pero si lo que las define.

A mi parecer, el movimiento queer intenta cuestionar desde fuera lo de dentro y el movimiento intersexual intenta cuestionar lo de dentro desde dentro.

Ninguno de los dos movimientos hay que llevarlos a los extremos. El movimiento queer no puede estar totalmente fuera, ni el movimiento intersexual totalmente dentro; sin embargo, sus posiciones hacen temblar los discursos que sustentan la organización del mundo y son capaces de abrir el cuestionamiento a los pilares del orden social existente.

Ambos movimientos se aventuran en lo desconocido y viven experiencias sin nombre tan humanas como las de cualquier otro. De ahí la importancia de aprender a nombrarse, para visualizarse como otro posible ante los otros.


¹Bibliografía utilizada

1 Osborne R. y Guash O. “Sociología de la Sexualidad”. CIS. Madrid. Pg. 1

2 Wittig Monique, “La mente hétero“, discurso leído por Wittig en el marco del Congreso Internacional sobre el Lenguaje Moderno. 1978, New York. Traducido por Alejandra Sardá en http://www.zapatosrojos.com.ar/pdg/Ensayo/Ensayo%20- 0Monique%20Wittig.htm.

3 Wittig Monique, “La mente hétero“.

4 Osborne R. y Guash O. “Sociología de la Sexualidad”. CIS. Madrid. Pg. 21.

5 Osborne R. y Guash O. “Sociología de la Sexualidad”. CIS. Madrid. Pg. 20.

6 Osborne R. y Guash O. “Sociología de la Sexualidad”. CIS. Madrid. Pg. 22.

7Pérez Kim. “Intersex o Drag”. http://www.naciongay.com/editorial/opinion/21042003183119.asp
¹ Platero Raquel. “La sexualidad como problema político”. Escuela de RQTR, 22 de Diciembre de 2004.
¹ Preciado Beatriz. “Multitudes Queer. Notas para una política de ”.
http://multitudes.samizdat.net/rubrique.php3?id_rubrique=141.
¹ Rich Adrienne. “Sangre, pan y poesía”. Icaria.
¹Sáez Javier. “Ensayo homosexual, gay, queer”.
http://hartza.com/ensayogay.htm

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