lunes, mayo 11, 2009

Aculturación feminista

Por: Marcela Lagarde
La aculturación feminista es una reflexión antropológica sobre una de las entretelas más importantes de nuestro tiempo: la transmisión de las concepciones, los valores, los conocimientos, las prácticas y la experiencia de las feministas en condiciones de hegemonismo patriarcal.

El intercambio cultural feminista concita la imaginación y está marcado por la pasión del descubrimiento, la invención y la sintonía. Es, a la vez, conflictivo ya que las mujeres participan en minoría, ilegitimadas y desautorizadas en la creación de un paradigma histórico deconstructivo a la vez que alternativo.

La aculturación feminista parte desde las vivencias individuales y colectivas de las mujeres y los hombres comprometidos en ese sentido, y conduce a la construcción de un orden simbólico. Implica fenómenos tan complejos como la resignificación subjetiva personal -intelectual y afectiva - y su implantación en la experiencia vivida, la elaboración teórico -política de la experiencia, la generación de conocimientos, la construcción de representaciones simbólicas, códigos y lenguajes propios, así como los mecanismos pedagógicos, de difusión y comunicación para transmitir descubrimientos y elaboraciones.


La aculturación feminista conlleva la expresión pública de la disidencia y la enunciación afirmativa de las alternativas, la discusión de los supuestos patriarcales filosófico -políticos y prácticos explícitos en la vida diaria y en la confrontación ideológico -política. Su sentido se concreta en acuerdos y pactos para establecer normas de equidad, derechos, políticas públicas y privadas, acceder a recursos y oportunidades, transformar valores, mentalidades y modos de vivir desde la perspectiva feminista de género.

Desde luego, la aculturación feminista dimensiona a cada mujer y a los movimientos, acciones y organizaciones de mujeres y feministas. Y, aunque no lo deseen, las feministas son convertidas en referencias estereotipadas. Con esos ropajes son descifradas sus acciones y omisiones Es evidente que las feministas buscan la creación de sentido, del encuentro y la interlocución. Al hacerlo, producen ligas y relaciones entre las cuales destacan las siguientes:
· El proceso personal de cada mujer, interno y subjetivo en la formación conciencial feminista identitaria y cotidiana.
· La transmisión de los discursos y las alternativas feministas por las mujeres y sus organizaciones hacia la sociedad y sus instituciones, incluyendo otros movimientos, la sociedad civil y la sociedad política, es decir, el Estado, los organismos internacionales, los medios de comunicación.
· La transmisión personal y mediada de los discursos y las alternativas feministas entre las mujeres: entre sus organizaciones y movimientos específicos.
· La comunicación interactiva entre las feministas en los espacios -cotidianos o excepcionales- mixtos, femeninos y feministas.
· La transmisión de las feministas a los hombres afines o interlocutores.
· La transmisión entre hombres de los discursos y las alternativas feministas.

La transmisión de la cultura feminista

Para la antropología, los procesos culturales no son progresivos ni lineales, suceden con rupturas y avances, son discontinuos, generan intermitencia ¿Cómo se transmiten las concepciones, las experiencias, los conocimientos, las teorías, entre las feministas? ¿Cómo se enseñan unas a otras las maneras, los mecanismos para concretar las
alternativas? ¿Qué obstaculiza o favorece las confluencias entre las feministas y entre ellas y sus interlocutores? Son sólo algunas reflexiones sobre la aculturación feminista. Veamos.

Si el feminismo es una cultura y no sólo un movimiento, es un conjunto de procesos históricos enmarcados en la modernidad, abarca varios siglos y se ha desplegado en diversos ámbitos y geografías. Ha sido vivido, defendido y desarrollado por mujeres diversas en cuanto a sus circunstancias y culturas propias. Sus particularidades han sido
franqueadas. Algunas han enfrentado mundos conservadores y otras han vivido en sociedades favorables al adelanto de las mujeres. Unas han sido aisladas o perseguidas y otras han experimentado éxito y acogida a sus propuestas.

Mujeres hablantes de decenas de idiomas han dicho, sentido, comprendido y vivido el feminismo y lo han leído en un puñado de idiomas hegemónicos. La diversidad histórico-cultural de las mujeres feministas y de sus feminismos permite comprender la complejidad de su apropiación individual y colectiva.

El feminismo es la creación interactiva, intersubjetiva y dialógica de mujeres excluidas -por principio - del pacto moderno entre los hombres. Mujeres que, debido a las formas patriarcales de organización social, han sido colocadas en la premodernidad y exigidas de una modernidad sólo accesible a jirones para unas cuantas. Por ello, en su asunción utópica de la modernidad, el feminismo es una crítica a su andamiaje androcéntrico y patriarcal, a través de la acción, la experiencia y la subjetividad de las mujeres. Es asimismo la alternativa práctica de vida igualitaria y equitativa de mujeres y hombres.

Implicaciones subjetivas


Asumir el feminismo como pensamiento crítico y acción alternativa, significa para cada mujer comprometerse en varios procesos: La propia experiencia, base imprescindible que sustenta la subjetividad feminista (Lagarde, 1998). A partir de ella se produce asombro, no aceptación y rechazo de hechos injustos o dañinos, y se recurre al movimiento para enfrentarlos a la vez que se ponderan derechos, recursos, poderes y experiencias positivas y se busca preservación.

La participación social que permite el desarrollo de la conciencia al compartir experiencias con otras mujeres y aprender que es posible intervenir en el sentido de las cosas con acciones prácticas concretas. La formación en el pensamiento y la política modernos -y por ende ilustrados y el asombro asintónico frente a ese pensamiento y esa política por su androcentrismo. La formación en el pensamiento feminista, el aprendizaje y la internalización del sentido de la vida y la ética feministas, y, en lo posible, de los conocimientos, entendimientos y saberes generados en la experiencia feminista.

El feminismo no se reduce a una ruptura epistemológica frente al pensamiento moderno del que surge y se retroalimenta. Implica cambios culturales, normativos, simbólicos y lógico-políticos. Uno de sus presupuestos indispensables es la superación por cada mujer del orden lógico binario que antagoniza y opone polos de un orden dual. Sólo así es posible el desarrollo del pensamiento complejo y dialéctico para aprehender la complejidad genérica.
Como percepción crítica de la cultura, el feminismo confronta a las mujeres con su cultura tradicional, sus valores, creencias y anhelos, y con sus formas de sentir, descifrar e interpretar la vida y el mundo. Conduce a cada una a la crítica develadora e iluminadora de su mundo y de su autoidentidad: su manera de ser mujer y su estilo o modo de
vida, y el conjunto de sus relaciones, funciones, actividades y poderes de género. En esta dimensión, la aculturación feminista conlleva al descubrimiento de lo enajenante de lo propio, del grado de opresión de género en que cada mujer ha vivido y también a la valoración positiva de sus avances genéricos.

Por eso, vivencias personales feministas, conducen a la conciencia de no sintonizar con sustratos del mundo y de una misma. C ada mujer enfrenta disyuntivas si no cambia, reproduce el orden con el que no sintoniza. La asintonía puede ser dolorosa, exige de cada mujer aprender a ser diferente; en rebeldía, produce orgullo y es argamasa política en los cambios de las mujeres y en su identificación transgresora.

El autoconocimiento reflexivo generado por la aculturación feminista crea desconcierto y colorea crisis identitarias. La experiencia subjetiva estalla internamente con los seres importantes de la vida; se produce un extrañamiento y luego una resignificación simbólica. Toca a cada mujer en territorios de la propia biografía. Ahí el extrañamiento precede a la
autoconciencia y a la aceptación resignificada de lo conocido, sentido y hecho cuerpo y subjetividad: mi cuerpo, mis afectos, mis deseos y mis espacios, mis acciones, los sucesos y aconteceres en el camino de mi vida. Todo es tocado. Porque el feminismo es en primera persona y construye (reconstruye, restaura, inaugura) la primera persona en un
mundo que prohibe a las mujeres el yo misma. En él, el yo femenino es tabú y condición para el yo-contigo patriarcal,o mejor dicho el contigo-yo. Es una dimensión subsidiaria, satelital del yo que, en las mujeres modernas coexiste con una dimensión del yo afirmada, autónoma, centrada y empoderada. Esa convivencia antagónica en la misma mujer produce la escisión vital1 la partición en movimiento. Y ese movimiento permite la conexión con la alternativa feminista.

La metamorfosis cultural conduce a la construcción difícil pero gozosa y placentera de la centralidad del yo de cada mujer en su propia vida. En la experiencia vivida por las feministas sobresalen algunos hitos y se atenúan otros. Pero siempre es una marca de la aculturación feminista. Cuando las feministas colocan esos hitos como contraseña en su comunicación, en sus encuentros y en la transmisión de la cosmovisión feminista, y reconocen su diversidad, logran mayores puntos de conexión e identificación.

El viaje feminista


La magnitud del viaje feminista es inimaginable para quienes no ven al feminismo una cultura.2 Por eso ha sido una constante desde hace siglos la búsqueda histórica feminista sobre la historia para abatir su sentido y contenido androcéntrico y, significativamente sobre la historia de las mujeres, de lo femenino y del feminismo. Hoy hacemos la historia y la genealogía feministas e incluimos a quienes no se pensaron feministas Sor Juana,
conciencia temprana de percibir y nombrar formas específicas de exclusión y subordinación de las mujeres, y reindivicadora del valor específico de las mujeres y lo femenino, y de la completud femenina en la radicalidad de la diferencia.3

Millones de mujeres buscan día a día afirmarse, tener razón, ser legítimas, acceder a la justicia personal de género y, al hacerlo, dan valor a lo femenino y a cada una como mujer. Su enunciado no contiene afirmaciones de género porque su horizonte es sólo personal. Otras, dan valor, afirmación y derechos a otras mujeres en quienes ven carencia, discriminación, violencia. Algunas más, actúan para que cada mujer se afirme y valore, acceda a espacios y recursos, y despliegue poderes para la vida Asumen que es posible lograr contrapunto entre cada una y las otras, entre las mujeres y su género.

Las manifestaciones de conciencia de género no sólo se corresponden con feministas cuya situación vital les permite afinidad filosófica. En cada mujer se encuentran procesos definidos por una de las perspectivas o por la combinación de varias, por eso es posible la sintonía con signos de otros tiempos y lugares, por la afinidad y la empatía aun con mujeres desconocidas.

Impureza occidental

En un mundo cuya geografía política es producto de encuentros, desencuentros, guerras y hegemonías, el feminismo tiene marca de origen y de identidad occidental. Para quienes tienen filiación positiva occidental, el feminismo es propio por autoctonía, sus códigos suenan a notas conocidas y es parte de la historia. Para mujeres que no son occidentales y han vivido colonización, imperialización o globalización, la relación feminismo-occidente requiere su propia orfebrería.

Hay quienes objetan la marca occidental del feminismo, como si fuera una más de las políticas de dominación. Y hay mujeres para quienes es aceptable como piso cultural de género común a mujeres occidentales y no occidentales (mujeres del norte y del sur, indígenas, morenas, negras, amarillas, blancas). Sin embargo, las ideologías antioccidentales están en boga en Occidente y la descalificación encuentra suelo fértil.

Sucede también que se asocia el feminismo con la clase y se considera que proviene de mujeres que no sufren opresión sino que manipulan a otras mujeres y las orillan a traicionar su mundo, su cultura y sus seres entrañables. No se sabe que el feminismo no es patrimonio de mujeres de una clase, sino de mujeres ilustradas, las cuales, en sociedades con movilidad social provienen de diversas clases y grupos sociales. Por eso, los procesos de aculturación feminista avanzan en los lugares más disímiles -no sólo en Occidente - y entre mujeres diversas: de clase media, campesinas, empleadas, trabajadoras, amas de casa, políticas, burócratas, artistas, estudiantas. Ellas entran en contacto con la cultura feminista en procesos de participación social y política, de educación y formación Así, llegan a la fuente feminista mujeres en capacitación técnica, en organización gremial o productiva, mujeres en procesos de concientización para la salud o electoral y, desde luego, a través de la formación específica de género.

Claves feministas

El feminismo surgió en Occidente y se ha ampliado a todo el mundo. Sus claves políticas son la democracia, el saber y la igualdad tanto como la autonomía y la diversidad. Por ello, acceder al feminismo contiene la posibilidad de afinidad con el pensamiento occidental y con otras tradiciones culturales que reivindican el principio de equivalencia humana. En la alternativa que busca eliminar la geografía excluyente por una que incluya todas las tierras y culturas, las feministas han contribuido a que sea éticamente positiva la visión incluyente, igualitaria y respetuosa de la diversidad en todo el mundo, aun en Occidente.

La filosofía política feminista contribuye a la democracia porque desmonta privilegios, purezas, supremacías y el derecho a la dominación, que han sido claves de política la cultura occidental y de otras culturas. El paradigma feminista reivindica hechos del mundo real para convertirlos en derechos universales: la diversidad, la pluralidad y la posibilidad de convivencia entre seres de tiempos, espacios y tradiciones diferentes. El tejido que une la diversidad es el reconocimiento de las semejanzas y la aceptación de las diferencias en pos de convivir y reconocer la equivalencia humana, el derecho a tener derechos específicos, a la equidad y la igualdad de oportunidades para el desarrollo.

Aculturación feminista e identidad

La conciencia feminista reverbera e incide en la memoria a través del viaje histórico de rediseño genealógico y la necesidad de hacer historia de filiación femenina al establecer nexos y conexiones entre las mujeres, sus movimientos y sus logros al valorar el pequeño gesto, el cambio imperceptible pero fundamental. En ese sentido, el feminismo valora a las mujeres y a lo femenino (aun al reconocer sus enajenaciones y al intentar cambios en las mujeres y en lo femenino) y valora lo feminista.

De ahí que los procesos de aculturación feminista que conducen a construir nuestra memoria exigen desmontar la misoginia en la cultura y la subjetividad de cada mujer, para valorar a las mujeres y a lo femenino. Sólo entonces es posible sentir cercanas a mujeres distantes en el tiempo o en el espacio y a su historia como mi historia. Concluir yo soy una mujer y considerar como lo hace María Milagros Rivera, "la historia de las mujeres es la historia" (op. cit.).

El placer está presente en la aculturación feminista. La búsqueda tópica de sentido es la gran experiencia de goce erótico, intelectual y afectivo de mujeres sabias, concienzudas intelectuales (aun aquellas que se definen como manuales) cuya habilidad ha sido develarse y mirar desde otro sitio y en un tiempo comprimido de siglos.

En tanto cultura política, el feminismo reúne infinidad de experiencias político existenciales de mujeres en resistencia, en rebeldía, subversivas o transgresoras (Lagarde, 1998). La mayoría de ellas no ha sido intelectual, no ha sido ilustrada ni siquiera letrada o alfabeta. Por eso, el sentido de su experiencia adquiere trascendencia política cuando se la ilumina desde la perspectiva feminista.

La cultura feminista ha sido creada y vivida por millones de mujeres de carne y hueso de otras generaciones y contemporáneas, aisladas unas, cautivas otras, emancipadas y libertarías otras más. La mayoría no tuvo conocimiento unas de otras o no se reconoció en las otras, y muchísimas no han tenido conciencia identitaria feminista. Desconocemos sus recorridos de vida porque los recursos de la memoria no las registraron, pero las adivinamos porque sabemos que cada lucha, convocatoria o movimiento se sostiene en decenas de miles, sumergidas e invisibles, que viven hasta en sin palabras lo que otras significan. Pero todas son mujeres que al vivir han abierto brechas, cambiado normas y subvertido su mundo inmediato. Con sus acciones cotidianas o excepcionales, trastocan el mundo de la mayoría.

Transmisión y prejuicios

Cada día, las mujeres enfrentamos la problemática de transmitir la experiencia cultural feminista en un mundo hegemónicamente androcéntrico y antifeminista. La formación cultural de la mayoría de las mujeres está basada en la cultura dominante que privilegia las acciones y los hechos masculinos y legitima el patriarcado, que es sesgada e inequitativa al omitir hechos y aportes a la vida social y a la cultura que realizan las mujeres. La formación escolar y universitaria está estructurada en tomo a una visión de la historia y de la ciencia que repite esta concepción genérica mutilante.

La mayoría de las mujeres aprende primero antifeminismo dogmático y desarrolla prejuicios, rechazo, hostilidad y temor ante el feminismo. Por eso, es común que algunas desvaloricen a otras y a lo femenino, o que consideren folclóricas las luchas por la emancipación o propias de otras generaciones. Hay quienes se asumen avanzadas y creen que nunca han sido discriminadas y por ello los afanes feministas no son parte de su universo. El feminismo es
rechazado como parte de una cultura particular con afanes hegemonistas o como práctica neocolonial o neoliberal; es dejado atrás también como gran relato y utopía finiquitados en el horizonte posmoderno.

Qué paradoja. El feminismo permite enfrentar el sexismo machista, misógino, homófobo y lesbófobo de la modernidad patriarcal. Sin embargo, ahí están el prejuicio, el pensamiento dual, la lógica formal que antagonizan. Es la hegemonía de la cultura patriarcal a través de filosofías, cosmologías, mitologías e ideologías arcaicas y contemporáneas, sus rituales y su parafernalia. Esta cosmovisión patriarcal está instalada en la cultura y en la subjetividad de cada mujer en grados variados. Sin embargo, las mujeres, objeto de misoginia, no enfrentamos nuestra subjetividad misógina o inventamos cauces excluyentes entre nosotras. La sororidad y el affidamento son planteados como excluyentes, en
lugar de concebirlos como una de las dimensiones más radicales del feminismo: la que plantea la equivalencia real entre las mujeres, la valoración y el reconocimiento de la autoridad de cada una.

Las resistencias en la aculturación feminista

Incluso entre mujere s que se asumen feministas hay resistencias de diversa índole:
· Resistencias antiintelectuales. Se expresa como un desplante de ignorancia de género que reivindica lo empírico y lo pragmático frente al estudio, el análisis, la reflexión y el pensamiento crítico. Con ello, aun sin saberlo, quienes se esfuerzan por ser feministas, niegan el saber, la cientificidad, la historicidad y sus conocimientos no dogmáticos imprescindibles, pilares de la cultura feminista. Reivindican, en cambio, otros
saberes producto de la observación, la práctica, el empirismo, y reconocen como opuestos y alternativos a saberes tradicionales y esotéricos -dotándolos de mayor valor- y consideran al sentido común como buen sentido. Llega incluso a valorarse en oposición al feminismo la ignorancia convertida en virtud femenina.

La condición ilustrada del feminismo es tan importante que sin ella no sería posible pensar el mundo ya no sólo en femenino, sino en feminista. Tampoco se habría dado la fenomenal confrontación crítica ilustrada con las ideas, las normas, las leyes y la política patriarcales, deconstruidas por las feministas con códigos y lenguajes letrados científicos y filosóficos, y sólo entonces políticos. No habría sido posible guardar y conservar el saber y la historia de las mujeres y menos las historias de la emancipación femenina. La construcción del paradigma teórico -político y ético del feminismo es impensable sin la condición ilustrada de las feministas y de sus obras, sus propuestas, sus agendas políticas, sus leyes. Sin el pensamiento, la sensibilidad y el imaginario moderno no existiría la veta fundamental del feminismo que es la concepción de libertad que sustenta la aculturación feminista.

· Resistencias antipolíticas. Su expresión es la reafirmación de género de apoliticidad que apela a una moral femenina virtuosa no contaminada con la política. Abarca a quienes desconfían y recelan de la política por ser ámbito de recreación de dominio, quienes asumen la política como masculina y de los hombres, ajena a las mujeres, hasta quienes la llaman participación social y la consideran mejor que la participación política. La
incursión política de las feministas es compleja y se mueve, en efecto, en una dimensión no sólo patriarcal sino masculina. En ocasiones es idealizada por ser política de mujeres, se la supone mejor, éticamente positiva y no peligrosa. Sin embargo, sujetas a jerarquías y poderes idealmente disminuidos y prácticamente reforzados, los enfrentamientos políticos en que se ven envueltas las feministas siguen los cánones de exclusión, rivalidad, y exclusivismo.

Al superarse los conflictos políticos de jerarquía, control, obediencia y otros más, es posible que la política implique la alianza, la suma, la colaboración. A pesar de lograrlo, el mundo y la participación de las feministas en otros espacios produce jerarquías y superioridades entre ellas. Hacer política requiere de las feministas realizar permanentes traducciones, acciones positivas, compensaciones y ajustes entre ellas; establecer mecanismos de confluencia y disidencia, para reconocerse, otorgarse autoridad; y asociarse y aliarse para lograr avances de género y porque reconocen un interés cultural común: contribuir en el desarrollo, el fortalecimiento y la preservación de la cultura feminista.

El capital simbólico, humano, específico de las feministas es el feminismo.
· Resistencias clasistas. El clasismo es parte de la conciencia moderna del orden social. Al convertirse en una ideología que permea la percepción social, totaliza la condición de clase como absoluta y prioritaria, y al naturalizar la condición de género de las mujeres, la anula y no cuenta en el análisis de las relaciones de poder. Entre el clasismo y el naturalismo de género, mujeres con conciencia de clase participan a favor de
todos, menos de ellas y de su género. La ceguera política de género o la creencia en que la violencia es un asunto fuera de lo político, la inconsciencia sobre la discriminación, o la creencia que si se tienen derechos, recursos o poderes no se vive opresión, confluyen con el clasismo y optan por los pobres, los desaparecidos, los niños de la calle, los trabajadores, y no por las mujeres.

Hay feministas que optan por las pobres, las marginadas, las campesinas, las prostitutas y no por las ricas, las que sí tienen trabajo, las ilustradas, las teólogas. Se aplica el análisis de clase y no el de género a la situación vital de las mujeres. Se combina el clasismo con todo tipo de sectarismos ideológicos y políticos para decidir quiénes son las elegidas de la causa. El logro patriarcal consiste en alejar a cada mujer de sí misma y de las mujeres más próximas o con quienes tiene más semejanzas. Al luchar y participar por las otras, cada mujer se resiste a hacerlo para sí misma y para las próximas, y se mantiene intocada por el feminismo en su autoidentidad. A pesar de ello, aun a través de ideologías que niegan la impronta de género, las mujeres van desarrollando conciencia de semejanza y conciencia de sí mismas.

En procesos políticos y en experiencias personales de anulación de lo específicamente femenino, se ha gestado el deseo y la necesidad del yo y se ha politizado. Ha surgido la mismidad como una dimensión formidable de la aculturación feminista. El contacto con textos, experiencias, organizaciones, movimientos o con mujeres feministas, permite a muchas irse colocando como centro y sentido de su vida tras procesos de resignificación de su pasado, de sus expectativas y de su presente. La mismidad es una de las dimensiones del capital simbólico del feminismo.

· Resistencias misóginas. Identificarse con el feminismo y con las feministas conlleva una transgresión: incumplir la norma de buen comportamiento en la república patriarcal, que exige a las buenas mujeres hacer muestra pública y privada de su desvalorización de lo femenino, y su repudio (hostilidad, rivalidad, desconfianza) a las mujeres, sus acciones y sus creaciones. Norma moral patriarcal que exige sólo aceptar a quienes cumplen con el (mi) orden. Esta tendencia se combina y potencia con todos los sexismos de género (lesbofobia, célibefobia, juvenilismo, esteticismo) y con los nacionalismos, clasismos y exclusivismos religiosos o políticos. Cualquiera identidad particular se perfila como obstáculo infranqueable para la identificación positiva. Entre las feministas este mal reúne la sofisticación de todas las resistencias. La paradoja clave de las feministas está en la misoginia. Sólo ahora ha sido posible para las feministas mirarla de frente y construir la autoestima de género de cada mujer y crear la autoridad para sí misma.

En el proceso de aculturación feminista, algunas feministas que se esfuerzan por construir los derechos y la autoridad de las mujeres en la sociedad, no reconocen ni los derechos, ni la autoridad de otras mujeres. Los experimentan de acuerdo con la mecánica patriarcal: los derechos de una mujer quitan algo a otra mujer o se apoyan en su falta de derechos. La autoridad es vivida como autoritarismo o discriminación por superioridad y, como se carece de experiencia de autoridad no autoritaria, la autoridad de las mujeres produce disminución en quien así se posiciona. Si algunas mujeres destacan o son reconocidas, eclipsan a las otras. En cambio, cuando se avanza en la aculturación feminista la autoridad de unas se traslada a las otras, unas pueden sentirse orgullosas de los logros de otras, hacerlos suyos y elevar la autoestima y conseguir la estima social de las mujeres. El reconocimiento mutuo entre feministas incide en la autoridad pública y la valoración de la causa de las mujeres, disminuye y anula ataques misóginos y además permite interlocuciones amplias con otros grupos y organizaciones. La autoridad se convierte así en estímulo personal y colectivo y agrega valor simbólico y político a las acciones de las feministas.

La autoridad es una clave de la aculturación feminista. Como atributo de autoidentidad es la expresión de valores, recursos, capacidades y habilidades específicos. Reconocer la autoridad significa un esfuerzo de compensación frente a lo que desvaloriza, significa poseer autonomía de juicio y fórmulas de ponderación propias. Sólo así puede aceptarse la autoridad propia y de otras, funcionar activamente en la construcción del poder propio y el de las otras, permite incrementar el poder de género de todas: la autoridad de género. Reconocerse en mujeres con autoridad conduce a la autoformación y al fortalecimiento de género de las mujeres y les permite empoderarse (cargarse de poderes de afirmación). En este paso, la autoridad sirve como protección, defensa y poder positivo a las mujeres para e nfrentar el mundo, ocupar espacios, tomar la palabra, establecer condiciones, negociar, acceder a recursos y oportunidades. Autorizar a las mujeres es uno de los logros concretos en la aculturación feminista.

Discontinuidad en la transmisión y la comunicación feministas

El feminismo no cuenta con suficientes canales institucionales para su transmisión. Está en esos espacios de prestado, marginalmente o tolerado, no tiene medios de comunicación poderosos para educar. Por el contrario, se difunde, se desarrolla y construye alternativas en una profunda confrontación político -cultural y en la política de ocupación y apertura de espacios y posiciones, deambula y circula o sobrevive en instituciones académicas, políticas, religiosas, gubernamentales hegemónicamente patriarcales. Esta cultura empieza a crear espacios pedagógicos reducidos y marginales, pero potenciados en las redes feministas. Sin embargo, las feministas todavía no han estado en condiciones de crear sus propias instituciones educativas, formativas, de comunicación.

Muchos de los espacios que utilizan fueron creados en poderosos movimientos culturales que requirieron espacios pedagógicos e ideológicos. Las feministas avanzan en las instituciones, ocupan espacios, los resignifican y desde ahí renombran el mundo. Con altibajos, son toleradas y hay quienes creen que aplicar el enfoque de género consiste en usar un lenguaje supuestamente no sexista (compañeras y compañeros, ciudadanas y ciudadanos), la arroba en la escritura, o no hacer comentarios misóginos delante de feministas. Nada apoya a las feministas ni a sus acciones, ni siquiera el lenguaje. El feminismo se abre camino en un altisonante y omnipresente imaginario que exalta el orden moderno patriarcal, sus valores y estereotipos. Los espacios abiertos a la enseñanza del feminismo han sido parte de la construcción real de alternativas y de la aculturación feminista con enorme desventaja. Los esfuerzos, los cursos, diplomados, seminarios, talleres, círculos de lectura, los movimientos públicos y visibles, las acciones políticas exitosas y los logros jurídicos y políticos, resultan insuficientes para difundir el bagaje cultural del feminismo, en un ambiente cultural saturado simbólicamente de patriarcalismo.

Cada segundo, los medios de comunicación, la mayoría de las escuelas y de las iglesias, y desde luego las familias, difunden los valores, las interpretaciones y el sentido de la vida patriarcal. Cada hecho refuerza lo aprendido. Millones de mujeres son actualizadas de manera permanente en creencias y visiones misóginas y machistas. La pedagogía patriarcal no sólo se concreta en consensos parciales pero funcionales, sino que impacta las identidades genéricas, la autoconciencia y la visión de la vida de las mujeres.

Las feministas sabemos que los logros históricos nos llegan con enormes pérdidas culturales. No hay un piso mínimo de valores de igualdad del cual partir. Siempre es preciso volver a empezar, siempre algo se rompe en la transmisión entre las mujeres. La mayoría no ha tenido contacto, no ha oído o leído o no se ha interesado. Y esto no sucede sólo con las nacidas hace décadas; mujeres jóvenes tienen creencias tan arcaicas como si no fueran ni jóvenes ni modernas.

En breve tiempo las niñas han incorporado la cultura que las definirá como el niño, las volverá invisibles y sólo las aceptará sumisas, educadas, estudiosas, obedientes, trabajadoras, buenas y bellas. Ellas son las más inaccesibles: atrapadas entre la familia, la escuela, la iglesia y la televisión concatenadas, y sin contactos posibles con la cultura feminista que circula por otros caminos. A menos que en esos espacios estén en contacto con feministas, los cuales en todo caso se dan en minoría. El feminismo siempre es tardío. Todavía no es lengua materna, ni cultura básica escolar, ni pensamiento universitario formativo. Cada una debe hacer su experiencia personal a contracorriente y tras haber vivido un trecho largo de vida y experiencias patriarcales marcadoras.

La situación política de la cultura feminista obliga a su descubrimiento tra s vencer prejuicios y resistencias. Luego viene el arduo camino de la reeducación crítica marcado por crisis identitarias. Si no fuera por los placeres de la mismidad, la sororidad y la solidaridad, y por el goce de intervenir en la propia vida y en el mundo positivamente -que se generan en la experiencia feminista - nadie persistiría.

La cultura feminista beneficia a las mujeres y a los hombres. Lo hace como contención de oprobios, remedio a males y daños, reparación a estados lamentables, como redefinición de caminos individuales y colectivos. Por ello exige de cada quien una doble disposición de vida: vivir lo posible en sintonía y desplegar un esfuerzo agregado por ser compatibles sólo con fragmentos de discursos y procesos, de personas y hechos contradictorios, por convivir con quienes reivindican todo, pero el feminismo...

Cada mujer precisa de su ingenio y su amor4 para tejer la urdimbre inexistente. Se trata de una revolución amorosa porque las mujeres como género hemos sido construidas, según Franca Basaglia, como ser para otros5 y el amor a los otros ha sido una vía de expropiación del yo misma a las mujeres. Por ello, el amor redefinido desde la ética feminista es clave en el trastocamiento del orden simbólico, al legitimar la prioridad del amor a mí misma6 como fundante de la mismidad y como hito en la redefinición de las relaciones con los otros. La única trama posible en el telar feminista es la propia vida que emana del amor de cada mujer a sí misma, el amor a las otras y los otros como seres equivalentes, semejantes y diferentes, y de la pasión por vivir en correspondencia con un mundo que realice los valores feministas.

El deseo feminista es amoroso y es epistemofílico, no sólo es el deseo de ver y aprehender, es la pasión por saber y descubrir, por interpretar el mundo y descifrar para crear, inventar y mostrar en la cotidianidad que es posible. Está también el hondo deseo por suturar la profunda escisión genérica interna de cada una y el deseo de aliviar la enajenación con los hombres y con el mundo. El deseo feminista de sintonizar con un mundo que nos coloca en la periferia, nos trata como extranjeras non gratas o nos reconoce sólo si lo complacemos cosificadas y enmudecidas, trabajadoras y bien portadas. Peor aún cuando se idealiza lo femenino, pero no a las mujeres o se roba el feminismo sin siquiera dialogar con las feministas.8

El deseo de sintonía ha hecho que muchas mujeres no aceptemos el destino patriarcal y decidamos transformar el mundo cada día para lograr que mujeres y hombres convivamos como equivalentes, que cada quien logre su desarrollo con la convocatoria y el sustento de los otros y en el que pueda prodigarse la pluralidad.

La transmisión de la cultura feminista implica múltiples retos en dimensiones convergentes y divergentes. Después de tres siglos, cada feminista se inserta en espacios simbólicos particulares no siempre relacionados y no se identifica con lo que otras hacen en otros espacios. Somos semianalfabetas en feminismo a la vez que hemos creado perspectivas complejas. Comenzarnos a ampliar la influencia feminista, a compartir un lenguaje, interpretaciones, conocimientos y dudas, y a delinear propósitos articulados de manera integral: campañas, agendas, plataformas y ritos públicos.

La conciencia feminista avanza de manera fragmentaria para la mayoría de las mujeres y remite a la particularidad.

Lejos estamos de transmitirnos las experiencias e identificarnos con fluidez, de apropiarnos de una cultura básica feminista y de hacer nuestra la política feminista.

Retos culturales feministas

Los retos impostergables en la aculturación feminista se refieren al desarrollo de la pedagogía feminista, la autorización de las experiencias y los saberes feministas, y la legitimidad del tránsito personal y de las acciones feministas colectivas. Por ello, nuestras necesidades son de:
· Espacios sóricos deformación académica y política ilustrada feminista.
· Espacios feministas de resignificación identitaria individual y colectiva.
· Espacios de confluencia política de la diversidad posicionada de los grupos, los movimientos y las personajas feministas.
·Desarrollar una ética y una estética del orgullo feminista.7

Requerimos actuar feministamente entre nosotras 9 y en los espacios mixtos, para que las mujeres dejemos la subordinación jerarquizada y la periferia material y simbólica, y construyamos diversas centralidades paritarias.

La cultura feminista es la más prodigiosa creación cultural de las mujeres. Para lograr que sea imprescindible en el bagaje paradigmático del siglo XXI y del Tercer Milenio, para evitar pérdidas culturales irremediables y consolidar lo que hemos creado y lo que somos, necesitamos legitimar, autorizar y hacer universalmente necesaria la cultura feminista al mostrarla como fuente indispensable de la cultura del desarrollo y la convivencia democrática basada en la igualdad y la libertad humanas.


Notas
1. Sobre la escisión vital o genérica como experiencia subjetiva, véase Lagarde 1990 y como
experiencia producida por el sincretismo de género que realiza cada mujer moderna, véase
Lagarde 1996
2. En el sentido común, compartido incluso por feministas con poca información histórica, el feminismo es confundido con algunos movimientos muy recientes de la segunda mitad del siglo XX; ubicado en algunos países metropolitanos, las expresiones feministas de otros sitios son vistas como productos de segunda debido a la moda, a la influencia artificial y sin relación con la sociedad; el feminismo es reducido a lo que yo sé aunque lo ignore casi todo; el feminismo es confundido y restringido a las feministas que conozco o de las que oí, o el feminismo son unas cuantas imágenes documentales sobre los años sesenta, alguna manifestaciones o luchas particulares como la del aborto. Es decir, la mayoría de las personas y de las mujeres en particular conoce fragmentos reducidos y no tiene una visión amplia histórica del conjunto de procesos que han conformado la cultura feminista.
3. En su historia genealógica feminista, Celia Amorós (1998) considera a Sor Juana sólo como precursora porque no incluyó la concepción de igualdad entre mujeres y hombres, y para
Amorós el hito definitorio del feminismo es la igualdad. María Milagros Rivera (1994) asigna, en cambio, una relevante importancia a la conciencia de la especificidad femenina, a la asunción del valor y la autoridad de las mujeres y a la construcción de un orden simbólico, tal como me parece que hizo Sor Juana. "... la producción de pensamiento de las mujeres ha sido precedida por un proceso de crisis personal y de autoconciencia. En este proceso se revela... que la subordinación de las mujeres a los hombres es de carácter social, no natural como tantos sabios han querido a lo largo de la historia, se revela seguramente, que son posibles una práctica de vida y un discurso femenino con autoridad, porque se vislumbra que autoridad y poder son dos cosas distintas desde su origen"
4. Luisa Muraro (1994:140) considera que "El amor y la necesidad son potencias creadoras de
simbólico y potencias no desconocidas para los sin poder constituido, tanto más cuanto que su funcionamiento está inscrito en cierto modo en cada uno/a por la antigua relación con la
madre".
5. Basaglia (1983), analiza las bases del amor femenino y considera que "Valores como
feminidad, receptividad, han sido enfatizados como elementos sobre los cuales debe fundarse
vida de las mujeres, pero nunca han sido elementos vitales para ellas, sino válido como instrumentos para la seducción del hombre o para la reproducción".
6. De ahí la enorme política amorosa del feminismo contemporáneo que impulsa el desarrollo de la autoestima en las mujeres como prioridad para lograr su participación política, tanto como la reparación del daño que ocasiona en la subjetividad de las mujeres ser colocadas en segundo plano en sus atenciones, cuidados y preservación, vivir volcadas amando a los otros de quienes se depende y a quienes se está subordinada, y no recibir el mismo tipo de amor en reciprocidad.
7. La epistemofilia es un concepto de Mabel Burin (1987) cuyo contenido es el deseo de saber y de poder generados en el deseo hostil.
8. Lo más sofisticado está para Francoise Collin y Celia Amorós (1998) en la valoración que
hacen filósofos posmodernos como Derrida de "lo femenino sin las mujeres". "... una nueva edición del despotismo ilustrado... Femenino, sí, feminista, no".
9. Nosotras, en la dimensión del sujeto colectivo de género en construcción. Cuando prevalece se potencia todo cuanto cada una es y la acción colectiva frente a los otros y al mundo. Luce Irigaray (1992) hace depender el nosotras de la conciencia de la diferencia, la del reconocimiento del orden simbólico femenino y materno, y del reconocimiento de la otra.

Bibliografía
· Amorós, Celia. 1994. Feminismo, Ilustración y posmodemidad. Notas para un debate, En: Celia Amorós, (coord.), Historia de la teoría feminista, pp. 339-352, Madrid: Universidad
Complutense de Madrid.
· Amorós, Celia. 1997. Tiempo de feminismo. En: Sobre feminismo, proyecto ilustrado y
postmodernidad. Madrid: Cátedra.
· Basaglia, Franca. 1983. Mujer, locura y sociedad. Puebla: Universidad Autónoma de Puebla.
· Burin, Mabel. 1987. Estudios sobre la subjetividad femenina. Mujer y salud mental. Buenos
Aires: Grupo Editorial Latinoamericano.
· Lagarde, Marcela. 1990. Los cautiverios de las mujeres: madre esposas, monjas, putas, presas y locas. México: Universidad Nacional Autónoma de México.
· ---1996. Género y feminismo, desarrollo humano y democracia. Madrid: horas y HORAS.
· ---1998. Identidad genérica y feminismo. Sevilla: Instituto Andaluz de la Mujer.
· Muraro, Luisa. 1994. El orden simbólico de la madre. Madrid: Editorial horas y HORAS,
Colección
· Cuadernos inacabados.
· Rivera, María-Milagros. 1994. Nombrar el mundo en femenino. Barcelona: Icaria.
· Valcárcel, Amelia. 1997. La política de las mujeres. Madrid: Cátedra.

Marcela Lagarde es etnóloga; doctora en Antropología; profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México; coordinadora de los Talleres Casandra de Antropología Feminista; asesora de diversos organismos internacionales y de organizaciones de mujeres de América Latina y de España; autora del libro «Los cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas», Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1990, y de
múltiples trabajos de investigación sobre la condición de la mujer y la situación de las mujeres, así como sobre política y género.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué gusto me da leerlas... Buena bibliografía, algunos fueron referentes mios en la Universidad...Saludos...