martes, abril 28, 2009

Las presas de Franco. Que su nombre no se borre de la Historia.

Extracto del libro Trece rosas rojas, de Carlos Fonseca - Fuente: Fusilados de Torrellas

La historia de las Trece Rosas es la de miles de mujeres anónimas detenidas, recluidas, vejadas y asesinadas en las cárceles franquistas. Su historia transcurre en cualquiera de las muchas prisiones de la época dirigida por sádicas monjas que sometían a las detenidas a constantes humillaciones y a una férrea disciplina militar.

Su castigo fue doble: por “rojas” y por “liberadas”. La historia de la mayoría comenzaba cuando las detenían, les rapaban el pelo al cero, y las obligaban a tragar aceite de ricino mediante el procedimiento de meterles un embudo en la boca, en el que volcaban media garrafa. Muchas se ahogaban en su propio vómito de sangre debido a las heridas provocadas por la "colocación" del embudo.

Después, las unían a otras y eran obligadas por la Guardia Civil a caminar de pueblo en pueblo, para exponerlas en las plazas, sucias por la descomposición y la gastroenteritis producidas por el ricino, deshidratadas, desfallecidas, todas las moscas pegadas a ellas, incluso a veces desnudadas en público para que todos se rieran y burlaran, e incluso les tirasen piedras, en un intento brutal de aniquilarlas moral y físicamente.

Todos estaban vigilados y se tomaba puntual nota de los que no las humillasen con el suficiente entusiasmo. Muchas veces, entre los "espectadores", estaba la propia madre de alguna de las mujeres, obligada a asistir al espectáculo con la impotencia y el desgarro en el alma al ver a su hija en semejantes circunstancias.

¿Y todo por qué? En la mayoría de los casos por su relación con republicanos, por no haberlos delatado, por no poder atrapar a sus maridos que estaban en el frente o habían huido a Francia, por haber pertenecido al Socorro Rojo y realizar trabajos humanitarios… aunque también abundaron las venganzas personales de pretendientes rechazados.

Las supervivientes de aquellos terribles castigos eran llevadas a la cárcel, casi siempre un convento que se había habilitado. Allí muchas morían por hambre, desnutrición, falta de agua e higiene, hacinamiento, epidemias de piojos, sarna, tuberculosis…, en las filas del patio en el que eran obligadas a permanecer horas y horas, formadas de pie para ser contadas, para coger la comida, para lo que fuera, acabando en un estado de delgadez tal, que muchas tenían la última vértebra al descubierto, por lo que sólo podían sentarse de lado, aguantando un reglamento interno que las llevaba al límite de la supervivencia psíquica y física.

Las humillaciones a las que se las sometía alcanzaban niveles de total deshumanización. No había día en que no sacaran a varias para llevarlas a fusilar, en ocasiones tras una parodia de juicio, y otras veces, directamente ejecutadas extrajudicialmente. Y las que conseguían librarse, si podían, acababan marchándose de sus pueblos al no poder resistir la vergüenza y humillación por las vejaciones sufridas, rechazadas por todos, dado que las represalias para con quien las acogiese eran terribles.

Mientras que a los hombres se les encarcelaba solos, no debiendo preocuparse dentro de la cárcel más que de sí mismos, a las mujeres se las encarcelaba con sus hijos, (*) teniendo que vivir la impotencia, el desgarro y la locura de verlos morir por carencias de todo tipo: agua, comida, medicinas, ropa… Las criaturas morían en las cárceles como moscas por el hambre, la deshidratación, el frío, la tiña, los piojos, la tuberculosis, las gastroenteritis y la sarna.

Llegaron a crear cárceles específicas para mujeres con hijos e hijas, llamadas eufemísticamente "prisiones para madres lactantes", en realidad pensadas para aniquilar a las mujeres y a sus hijos. Fue tristemente famosa "la maternal" de Segovia, cuya directora, María Topete, falangista, se distinguió por el trato inhumano que dio a las presas y a sus hijos. Sólo los dejaba con sus madres el tiempo imprescindible para darles la escasa comida y asearlos; después las llevaban al patio donde las dejaban todo el día sin agua ni comida, incluidos los lactantes, al margen del tiempo que hiciese, incluso en pleno invierno, a bajo cero. Supervivientes atestiguaron que cada día, al meterlas dentro para pasar la noche, muchas habían quedado muertas en el patio por el frío, el hambre o la deshidratación.

Pero con todo, la peor pesadilla de las presas fueron las carceleras monjas, pertenecientes a órdenes religiosas de mujeres dedicadas ex profeso a este fin. El trato de ellas recibido era infinitamente más cruel que el de las funcionarias, pertenecientes a la Sección Femenina. Hay que destacar por su crueldad a las órdenes religiosas Hijas de la Caridad, Mercedarias de la Caridad, Hijas del Buen Pastor, la Orden de las Cruzadas, creada especialmente para reeducar a las mujeres en las cárceles, la Orden de San Vicente de Paul…

Sin embargo, las presas, a pesar de aquellas terribles condiciones, fueron capaces de crear cadenas de solidaridad para ayudar a las más necesitadas, de desarrollar actividades recreativas y culturales y de organizar huelgas de hambre y plantes. Las más preparadas daban clases de alfabetización, matemáticas e historia, y todo ello sin libros, sin mesas, sin pizarras, sin nada. Llegaron a editar publicaciones y crearon bibliotecas, incluso compusieron canciones que cantaban con voz queda en las largas horas de patio para no perder la moral, y afrontaban la pena de muerte con dignidad y valor. Celebraban el 1º de Mayo y el 14 de Abril…Su resistencia nunca se apagó.


"Madre, hermanos, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no me lloréis nadie. Salgo sin llorar. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente. Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija, que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Que mi nombre no se borre de la historia".

Estas fueron las últimas palabras de Julia Conesa, una de las Trece Rosas, en una carta que consiguió hacer llegar a su madre horas antes de su fusilamiento, el 5 de Agosto de 1939.

Cuando leo a toda esa caterva de “historiadores” revisionistas, a los que se reinventan la historia para reflejar sólo supuestos errores del bando republicano y que “olvidan” todo lo que hizo el bando golpista; cuando oigo a quienes se quejan de que “sólo” se quiera hacer homenajes a las víctimas republicanas; cuando veo el pesimismo de muchos de quienes somos sus hijos, sus nietos y sus bisnietos, dejándonos vencer por el derrotismo, me digo a mi mismo que no podemos volver a ser, de nuevo, los vencidos.

Ellas fueron las novias, esposas, viudas, madres o hijas de aquellos «rojos, masones o comunistas». Pero fueron también mujeres independientes, activistas políticas o simplemente amantes de la libertad republicana.

Nos dieron toda una lección de valentía y de dignidad. Gracias a ellas hemos heredado un mundo más libre, más humano, más igualitario.

No dejaremos que sus nombres se borren en la Historia.

¡Salud, República y Memoria!

1 comentario:

Celeste dijo...

Genial articulo. Estoy leyendo la novela Las trece Rosas de Jesus Ferrero y la historia de estas mujeres no debe ser olvidada.