domingo, marzo 08, 2009

El marxismo y las mujeres

Por: Marcela Lagarde
El feminismo, expresión particular a fin de cuentas del comunismo, es la lucha por romper la primera contradicción histórica, la contradicción entre mujer y hombre.

Hoy vengo a hablar para nosotras.

Las mujeres, en particular las feministas, nos la pasamos hablando para los otros. A ellos les enseñamos el mundo con nuestros cantos de cuna, entre rezos y plegarias les traemos a los dioses y a los ángeles para que los protejan, les decimos cómo son y nuestra imagen empequeñecida por la historia les devuelve como espejo cóncavo la suya, a cual más bella y poderosa. En pocas ocasiones, todavía, hablamos no sólo con nosotras sino para nosotras.


Salimos de las alcobas y de las cocinas con nuestra sabiduría de crianza, de tizanas y de ungüentos, para mirar afuera, para mirar a los otros y querer estar en el convivio. No fue sencillo, no había lugar para nosotras. Entonces, nos decidimos a cambiar la vida.

Hace años empezamos a decir no y nuestra voz ha sonado muy alto y seguirá sonando y cada una habrá de recorrer su propio camino y aprenderá a decir no. En palabras de Franca Bassaglia, ese no a la sujeción es el primer sí hacia nosotras. De ese no y de ese sí quiero hablarles.

En ocasiones como ésta, al hablar para nosotras hablamos para los otros. Lo hemos hecho cuando empezamos a ponerle nombre a las cosas cotidianas que se llamaban amor, dulzura, cuidados, casa, entrega, inferior, obediencia; usamos el lenguaje de los libros ideado para nombrar otras realidades, y nos fue útil. Nuestra realidad podía llamarse con las mismas palabras que definían a otros con los que teníamos un mundo de diferencias pero también tantas cosas en común. Entonces dijimos: opresión —no cualquiera, sino la que deviene de la condición genérica—; lucha ¦—y nos incorporamos con la nuestra en la de los otros—; solidaridad —como principio ante la contradicción milenaria—; socialismo —como perspectiva actual de la democracia—; liberación —de la mujer como pre condición y requisito de la de todos, como supuesto de la construcción histórica de la unidad del género humano—.

Pero al nombrarlo todo, aún cuando fuera con una lengua prestada y casi por asalto, hablamos para los otros. Les decimos basta, o tratamos de explicarles; el feminismo es convencimiento. ¿Pero es que no hablamos bien esa lengua prestada, que nos miran y se asombran y nos señalan como locas?.

Millones de locas en el mundo como las Locas de la Plaza de Mayo, o las locas chilenas, que fueron reprimidas por conmemorar el 8 de marzo en el corazón de Chile, de frente al sátrapa y a la dictadura. Hoy millones de locas en el mundo entonan un canto que tiene el ritmo del arrullo, el embelezo de los cantos de los sirenas y el hechizo de los conjuros.

Obstinadas, hoy recuperamos nuestra memoria, bordamos sobre una urdimbre de olvidos, de visiones nebulosas sobre lo que hemos sido. Rescribimos la historia, no sólo la nuestra sino la de todos. Descubrimos la otra parte del mar, del mundo, de la vida, tocando orillas de la sociedad, inexplicables sin la presencia de las mujeres. Existimos, pero queremos cambiar. Por eso el feminismo, como pedagogía para desaprender, como cemento que une, como la energía que nos dispone a buscar y a modificar, como la inventiva creadora que colorea a las mujeres y las va conformando como sujetos. ¿Acaso como nuevos sujetos?

Hoy las mujeres, concebidas como uno de los nuevos sujetos, y el feminismo, somos incorporadas de manera parcial en las más diversas instituciones tanto estatales como civiles en todo el mundo (al respecto habría que decir cuando menos que es en instituciones de la sociedad civil en las que participamos de manera más directa y personal). El hecho de incluir en un encuentro sobre marxismo y cultura el tema de las mujeres desde una perspectiva que se afilia al feminismo, o que en esta universidad exista un Taller de Antropología de la Mujer, o muchos otros ejemplos, hacen constar tanto la presencia y la tolerancia, que no la aceptación del feminismo, como la transformación de viejos y estrechos sitios en nuevos espacios de las mujeres (por ejemplo esta universidad y este coloquio).

Y digo nueva concepción, aunque tenga más de un siglo. Durante este tiempo, el feminismo no ha tenido las instituciones para aplicar sus normas o sus concepciones morales y éticas; tampoco ha sido palabra divina ni ha estado escrita en libros sagrados; no ha tenido las ventajas de ser ley ni dogma. Esos espacios culturales del poder han sido ocupados por la Ley del Padre, cuyos orígenes se remontan en la historia a las sociedades preclasistas. En cambio, las concepciones feministas del mundo y de la vida han sido dichas a veces como susurro que cuenta un secreto, como grito que quiere "romper las cadenas de opresión milenaria" (rúbrica de La causa de las mujeres), ha sido escrita todavía en pocos libros que leen muy pocas mujeres. El feminismo es sabiduría de las simples mujeres.

Por más tolerancia, e incluso por más solidaridad que se nos otorgue, la burla y la descalificación acompañan nuestra presencia, nuestras luchas, nuestra concepción del mundo, entre otras muestras de hostigamiento político. Entonces se hace necesario responder la siguiente pregunta: ¿por qué hoy no es posible para la izquierda, en particular para los diversos marxismos pensar el mundo contemporáneo y los problemas de la sociedad y de la cultura en nuestro país, si no se incluye el tema de las mujeres? Más aún: ¿por qué es necesaria la intervención de las mujeres en los hechos, en la vida misma, cuando se trata por diversos medios de arribar al socialismo? ¿Cuáles son los espacios vitales sociales y culturales en los que pueden desenvolverse la sabiduría, los procederes y los hechos de las mujeres?

El feminismo es teoría y es práctica de vida; es saber y hacer. Por ello es un espacio y una fuente de poder. Como una de las representaciones del mundo, como weltanschauniig, contribuye a la conformación de una visión mucho más compleja y rica, más cercana a la realidad, que se propone incorporar de manera plural las más diversas concepciones desarrolladas por el conjunto de los sujetos sociales. Desde esta perspectiva, la importancia del feminismo radica en que es la visión del mundo propia de una de las categorías sociales fundamentales, la mujer, y es elaborada principalmente por las mujeres a partir de su diferencia, de sus experiencias distintas, desde otro lugar en la sociedad y en la historia: desde la condición de la mujer (Lagarde).

El feminismo siempre ha marchado al lado del marxismo, al grado de que algunas de sus corrientes han formado parte de éste; pero lo más importante es que el feminismo todo, desde la pluralidad de las corrientes que lo conforman, ha significado un enriquecimiento en la aproximación teórica a la realidad y en concreto del marxismo. Desde el punto de vista político, significa un cambio cualitativamente superior en el conjunto de luchas de clases, ecologistas, antinucleares, antirracistas, por la libertad religiosa o nacional. Su incidencia ocurre de manera independiente de la voluntad y de la conciencia de otros grupos y categorías sociales. La lucha contra la opresión y por la construcción de una nueva cultura se traduce en la democratización de la historia.

Ahora quiero referirme a la radicalidad del feminismo socialista. Se debe, entre otros hechos, a que conjuga en una síntesis ideológica de la concepción marxista de la historia —utilizada como método para analizar la realidad, para explicar la existencia misma de la opresión, y también la de las mujeres a quienes concibe como creaciones históricas—, así como el planteamiento de la transformación socialista de la sociedad, con las tesis y la practica del feminismo sobre la necesaria transformación de lo privado y lo público y las relaciones de poder, las relaciones de la reproducción y producción, la sexualidad, el erotismo. Su enfoque plantea la relación individuo-sociedad de manera dialéctica; sin subordinar un polo a otro, incorpora también contribuciones del psicoanálisis en cuanto a la necesidad de aceptar al inconsciente como fuerza actuante en la realidad. Pero su radicalidad está en que —a diferencia de otras partes constituyentes del marxismo—, plantea una revolución total de la sociedad y de la cultura, y al mismo tiempo de los individuos (con la transformación de las relaciones sociales, de las normas, de los valores, de las instituciones, así como también de todos y cada uno de los componentes de la vida cotidiana).

El feminismo socialista se propone la revolución de la sociedad, de las costumbres y de las conciencias. Desde ahora (afirmando para después negar), perfila una sociedad en la cual no haya más categorías sociales definidas por el sexo; esto es, que nadie pueda ser incorporado o excluido, que nadie sea sometido a sistema alguno de clasificación vital por su sexo, que éste no sea más impedimento o privilegio, que nadie esté obligado a pensar, a sentir, a hacer o a dejar de hacer, en una palabra a vivir, de forma estereotipada por ser mujer o por ser hombre.

El feminismo socialista no concibe la transformación de la sociedad por las clases o los grupos de manera aislada, unilateral y fragmentaria, sino que se perfila por la construcción de una nueva hegemonía.

Pero el feminismo es un proceso cultural que se constituye de las más diversas fuentes tanto sociales como ideológicas. La diversidad de los enfoques y de las fuentes del conocimiento que organiza (las distintas disciplinas sociales y las biológicas, el arte, el psicoanálisis —como parte de la teoría de la constitución del sujeto—, las experiencias directas personales, entre otras), se origina en la des articulación del conocimiento, y de otra parte, en la unidad real concreta de los fenómenos analizados. De esta manera, el feminismo contribuye a la unidad del conocimiento.

El feminismo ha sido parte de la llamada crisis del marxismo, la. cual me parece está constituida entre otros elementos por la reelaboración de los paradigmas clásicos y el surgimiento de nuevos. El feminismo cuestionó con su sola existencia la teoría del sujeto de la revolución y la concepción misma de la revolución como catástrofe, así como los conocimientos concretos de la constitución histórica de la sociedad, tanto por su concepción positiva de progreso, como porque desconocían o no habían observado fenómenos de la sociedad y de la cultura derivados de la división sexual de la vida (la cual, por cierto, fue conceptualizada por los clásicos como del trabajo, y fue llamada por ellos división natural).

Pero el feminismo tuvo ocasión de participar en esta conmoción ideológica y política del marxismo porque su relación era dialéctica. El marxismo clásico planteó el problema y desarrolló concepciones teóricas sobre la mujer, desde Bebel a partir de Flora Tristán, aunque habría que recordar las reflexiones marxianas desarrolladas por Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y él Estado, realizadas a partir del análisis de Morgan sobre el tema, o la síntesis teórica de feminismo y marxismo encarnada por Alejandra Kolontay. El marxismo fue la teoría que puso nombre a la cuestión de la mujer y la concibió a partir de su teoría sobre la opresión social, en este caso específico sobre la opresión sexual; señaló el carácter histórico de estos hechos, e inició la elaboración de esa historia, y planteó el lugar de la problemática central de las mujeres en la revolución y en el socialismo.

Sin embargo, este aporte del feminismo al marxismo no se convirtió en sentido común de los propios marxistas, y se desarrolló como corriente minoritaria en e] mundo y en los grandes centros de producción ideológica; dejó durante mucho tiempo para la ideología dominante todo ese campo de la vida social y de la cultura. Las corrientes más conservadoras calificaron ideológicamente y combatieron políticamente al feminismo como tendencia pequeño burguesa (éste era el peor insulto durante una época).

Los grandes movimientos tanto teóricos como políticos ocurridos desde los sesentas contribuyeron a replantear con mayor fuerza la vigencia y la necesidad del feminismo para el marxismo: producto de este estremecimiento social y cultural es el florecimiento del neofeminismo y de su tendencia socialista, que se inscribe en la lamada postmodernidad: este feminismo se pregunta qué tipo de socialismo queremos, y al hacerlo se constituye en crítica del socialismo real, al cual considera también bajo la Ley del Padre; hace la crítica de los partidos políticos desde dentro y desde fuera de ellos; en algunos casos se suma a nuevas formas de organización, como los verdes (ecologistas, antinucleares) que aglutinan a otros nuevos y viejos sujetos; conforman hoy millones en el mundo que han rebasado ideológicamente pero también en su vida cotidiana a las instituciones de la era del Estado (los partidos, las fronteras, los bloques).

En palabras de Dora Kanoussi, el feminismo socialista "converge con el movimiento obrero contemporáneo lógica e históricamente... por el fin último que define y determina a ambos: la superación de cualquier tipo de opresión, la desaparición de la división entre dirigentes y dirigidos, explotadores y explotados, gobernantes y gobernados. El fin último a alcanzar que define la existencia del movimiento de las mujeres y del movimiento obrero es el mismo: la conversión de mujeres y hombres en seres genéricos, o sea la creación de una sociedad donde el libre desarrollo de cada quien sea condición del libre desarrollo de los demás.

El feminismo, expresión particular a fin de cuentas del comunismo, es la lucha por romper la primera contradicción histórica, la contradicción entre mujer y hombre, y es la lucha por el restablecimiento de la primera relación auténtica del hombre consigo mismo, que es la relación mujer-hombre.

La pregunta inicial acerca de si somos nuevos sujetos surge porque nuestra existencia es siempre anterior; nosotras arrullamos a todos los otros, a los que tienen ganada la legitimidad revolucionaria, la pertenencia a la historia: a los obreros, a la Clase con mayúscula, al proletariado, al Sujeto también con mayúscula, a quienes ya desde Lenin eran reconocidos, y a todos los que surjan como minorías que contemplan la historia desde su propio sitio y se proponen intervenir en ella con una dosis de protagonismo, en primera persona, no como aliados, no como actores de contradicciones secundarias", ni como quienes se disponen a la revolución para que cambie todo menos su propia condición. A pesar de existir antes, no hemos sido sujetos: hemos estado sujetas.

A quienes nunca acunamos las mujeres para que se convirtieran en sujetos, fue a nosotras mismas: como formadoras, como funcionarías del Estado en el hogar, como intelectuales maternales plenas de prejuicios y de fe (Agnes Heller), contribuimos a hacernos objeto, aprendimos el arte de la mutilación y nos herimos a nombre de la naturaleza hecha cultura. Pero la palabra ha sido el exorcismo: ha articulado la conciencia, la nueva conciencia, y nos permite concebir, representar y simbolizar el mundo de otras maneras.

Hoy uno de los nuevos sujetos se encuentra en una reflexión profunda desde el fondo del cuerpo, en un esfuerzo intelectual por reescibir la historia, por develar los recovecos de la cultura, por enfrentar el poder emanado de la Ley del Padre. El primer espacia de enfrentamiento fue la batalla y lo sigue siendo allá, fuera de nosotras y dentro del monstruo; en la calle, en los tribunales, en los sindicatos, en los partidos políticos. El segundo espacio está dentro de nosotras; la Ley del Padre no nos es ajena; no es sólo algo que nos sucede únicamente en la relación con los demás; la hemos mamado y la hemos parido, es parte de nosotras mismas. La forma de enfrentarla inventada por el feminismo es el caleidoscopio: a la vez arma que transforma, trastoca y subvierte, y signo de identidad (de nuevo sujeto; de nueva mujer, lo dudo, sólo es signo de mujer).

Al mirar en el caleidoscopio, las mujeres hemos podido descubrir que el mundo es otro y tú eres otra y yo soy otra si nos miramos a los ojos y en esa mirada podemos ver en la otra, cualquiera que ésta sea, nuestra propia imagen. Y las mujeres usamos el caleidoscopio para vernos, y nos miramos en las abuelas de Plaza de Mayo, en Winnie Mándela y en el grupo de las 343 que dijeron por todas yo he abortado, en cada una de las dolorosas batallas domésticas por no servir al otro, por no amarlo de esa manera, y en las huelgas de las costureras revividas del mundo de la muerte, en la Sal de la tierra, en la monja Alcoforado y en nuestras contemporáneas pioneras, quienes han reivindicado por el mundo que lo personal es político.

Pero el caleidoscopio nos ha mostrado además, con sus múltiples reflejos, la experiencia por acabar con la enemistad que nos ha signado, que nos ha mantenido distintas, agazapadas, dudando; siempre temerosas, con recelo de nosotras mismas. Las mujeres no podíamos constituirnos como sujeto por el extrañamiento prevaleciente entre nosotras. La identificación de unas con las otras se ha plasmado en una nueva identidad subjetiva, que ha sido diseñada a partir de llamar de la misma manera a las cosas que antes tenían otros nombres, a partir de querer lo mismo, en la misma dirección, pero sobre todo porque podemos reconocernos en las otras. Lo que no tolera la sociedad patriarcal es la reunión de las mujeres. Ante nuestra reunión, ante nuestra amistad, se comporta con desprecio porque en el fondo desprecia a las mujeres, lo que somos y lo que hacemos, pero también porque nos teme, nos imagina conspirando, haciendo maleficios.

Quiero decirles que no se equivoca. El encuentro feminista de las mujeres es una conspiración y una transgresión en acto; es un acto amoroso, es un canto a nosotras mismas, a las que somos verdaderamente, a las mujeres reales; no a las siempre idealizadas y siempre minimizadas. Nos encontramos para descubrirnos:

Hoy amiga, hermana, ya no eres la otra. Hoy somos cómplices y nos alegramos por cambiar la vida.

Digamos como lo dice María Sabina:

Soy mujer que hecho parir
soy mujer que ha ganado
Soy mujer de asuntos de autoridad
Soy mujer de pensamiento
Soy mujer que examina, dice
Soy mujer que llora, dice
Soy mujer que chifla, dice
Soy mujer que truena, dice
Soy mujer que es arrancada, dice
Soy mujer que es arrancada, dice
Soy mujer sabia en medicina, dice
Soy mujer sabia en hierbas, dice
Soy mujer sabia en lenguaje, dice
Soy mujer de sabiduría, dice
Soy mujer de pensamiento...
Tú eres mujer luna
Tú eres Luna
Tú eres mujer estrella grande, mujer estrella cruz
Mujer estrella Dios


Puebla, Puebla, abril de 1987

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