Fuente: Revista Mujeres
Siglos atrás, la presencia de las cubanas en la vida social, económica y política no tenía un semblante público, aunque muchas, desde sus condiciones y diversas clases sociales, habían desandado un camino emancipador y, a veces, transgresor.
Sus rostros no abundaban en las portadas ni en las noticias de primer orden. Tampoco sumaban demasiados números en las estadísticas de la época.
La literatura había conocido nombres como el de Gertrudis Gómez de Avellaneda “también injustamente valorada en su momento”; la manigua a muchas, como Rosa la Bayamesa. Solo un trabajo acucioso de investigación histórica ha podido sacar a la luz y hacer visibles, para la posteridad, lo que muchas cubanas hicieron, en su momento, por dignificar un estado de cosas en el que ellas llevaban desventajas no solo por su clase o sus ideas, sino también por ser mujer.
¿Y las otras? ¿Las que no tenían nombre, las de la vida común, las que fueron haciendo la historia cotidiana a pedacitos, desde el silencio? ¿Qué pasaba con aquellas, nuestras abuelas, cada una con su propia epopeya sobre los hombros?
En el pasado menos remoto, un referente casi obligado, el Censo de Población y Viviendas de 1953, daba cuenta de que ese año las mujeres representaban el 48,7% entre los cinco millones 829 029 habitantes de la Isla.
Algunas, para esa fecha, habían terminado estudios superiores. Lo habían hecho poco más de cuatro mil 400, según se hace constar en la misma fuente. Pero, en realidad, ese grupo apenas significaba el 0,3% de las mayores de 20 años. La medicina, por ejemplo, era una carrera que pocas llegaban a matricular y terminar. En total, sumaban 403 las doctoras, el 6,5% frente a los casi cinco mil 800 médicos varones.
Lo más común es que, por tradición, las mujeres se prepararan para integrarse al personal docente. En esos aprendizajes llegaron a cubrir el 93,9% en el curso escolar
1953-1954.
Ocupadas mayoritariamente en el sector no estatal, ellas representaban el 13,9% de las personas reportadas como empleadas. La proporción es pequeña y lo peor es que, entre la fuerza de trabajo total de 14 años y más, las que trabajaban por o sin paga equivalían al 12%, mientras el 3,8% laboraba sin remuneración para un familiar.
En cuanto a la salud, las cifras son elocuentes. La mortalidad materna alcanzaba valores de 136,5 por cada 100 mil nacidos vivos y la infantil sobrepasaba los 34 por mil.
Detrás de estas y otras estadísticas, de censos e investigaciones pendientes, de historias desconocidas y sin contar, había muchas mujeres sin nombres ni sueños.
Con su carga pesada por herencia amanecieron un día, el primero del año en 1959, cuando la historia quería ser otra. Entonces empezaron a cambiar, al ritmo de los nuevos tiempos. Entonces empezaron a escribir otra parte de la historia.
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