Franco Morales Lara
Rebelión La autora nos indica las claves de por qué el feminicidio va más allá de ser un tipo de violencia particular sino que es sobretodo un mecanismo de dominación.
Las cifras
La muerte de mujeres, casi en su totalidad a manos de sus parejas sentimentales, es un fenómeno social que aumenta considerablemente. Bolivia aparece entre los 25 países del mundo con mayor incidencia de violencia contra la mujer y Cochabamba como el departamento con mayor número de casos. El término feminicidio esta en boca de autoridades y ciudadanía en general, las campañas publicitarias de prevención son más frecuentes en los diferentes medios de comunicación, grupos activistas convocan a través de las redes sociales a tomar las calles, las leyes se han endurecido y se crearon instancias de ayuda a la mujer en situación de violencia, pero al parecer nada detiene esta ola de crímenes. El primer semestre del año arroja una lamentable cifra de 59 mujeres asesinadas, en su mayoría al interior de las relaciones conyugales, esta cifra no toma en cuenta la violencia física, psicológica, sexual, etc, porque al quedar en el ámbito privado es imposible cuantificarlos, a esto se añade los problemas que encuentran las mujeres en denunciar pues no sólo pasa por los mecanismos jurídicos sino también por la imposibilidad de reconocer este tipo de violencia naturalizada vinculada a los hábitos más arraigados de la cotidianidad social y familiar; también estos números no reflejan la cantidad de niñas y niños que quedan huérfanos y que no cuentan con apoyo para tratar sus secuelas psicológicas.
Capitalismo y patriarcado
La mujer bajo este sistema capitalista en alianza y complementariedad con el patriarcado no es valorada como una persona autónoma, ni mucho menos como una persona en condiciones de igualdad económica y cultural, todo lo contrario es reducida a un objeto, a una cosa infravalorada de propiedad del hombre, esta situación parafraseando a A. Kollontai surge con la finalización del comunismo primitivo y el advenimiento y consolidación del patriarcado que se vale de la construcción social, cultural e histórica del género que diferencia lo masculino de lo femenino en una relación completamente asimétrica. Durante el siglo XX, la etapa neoliberal del capitalismo ha eliminado derechos de la clase obrera y con ello ha profundizado la pobreza de las mujeres sobreexplotando su fuerza de trabajo, además el capitalismo refuerza su ideología mediante el modelo patriarcal, fortaleciendo la reproducción de la formación social de la clase dominante y la opresión y explotación de la mujer, pues cada formación social histórica tiene un esquema característico de relaciones sociales y sus propios mecanismos de dominación y dentro de ella un esquema particular de relaciones sociales entre hombre y mujer con sus propios mecanismos de dominación.
El feminicidio como el ejercicio más violento de poder y dominio
El feminicidio va más allá de ser un tipo de violencia particular, es sobretodo un mecanismo de dominación, cuya causa no debe ser reducida a patologías individuales ni a estupefacientes y/o sustancias psicotrópicas, debe ser comprendido tal cual argumenta Segato como una condición necesaria para mantener las relaciones jerárquicas de género que ponen al hombre en una posición clara de dominación. El feminicidio tampoco debe ser reducido a un tema íntimo o doméstico que sólo compete a las parejas, pues ya lo afirmaba Kollontai, la posición de la mujer en la sociedad determina su situación en la familia (1). Lamentablemente en muchos de estos casos también fueron muertos los hijos como parte del castigo proyectado sobre ellas y su propia capacidad de dar vida, resultado de ese convencimiento de creerse dueño de “su” esposa o cónyuge y de “sus” vástagos. Inmersa en esta cultura y relaciones sociales de producción la mujer es víctima de diferentes tipos de violencia, constituyéndose el feminicidio en la forma más extrema de ese ejercicio violento que atraviesa todas las clases sociales, pero que golpea con más fuerza a la mujer empobrecida, que por su misma posición económica es más dependiente de su pareja, situación que la hace más vulnerable. De acuerdo al colectivo “Ni una menos” lo que el feminicidio hace es: marcar los cuerpos de las mujeres violentamente, y como amenaza para otras: para que las mujeres no puedan decir que no, para que renuncien a su independencia. (2) El feminicidio viene a ser también una amenaza, un mensaje de poder, de dominio contra el colectivo de mujeres en su conjunto, por parte de esa masculinidad, que encuentra en el “ser hombre” un mandato social en el que se le exige una serie de rasgos, comportamientos, símbolos y valores que interactúa con otros elementos como la religión, la etnia, la clase, la sexualidad para que a través de las relaciones sociales se preserve y perpetúe el ejercicio exclusivo de poder y dominio del género masculino que demanda en cada hombre el deber de afirmar en cualquier circunstancia su virilidad y más aún al interior de la familia.
Feminicidio como corolario de la opresión
Detrás de cada víctima hay una historia de opresión y explotación que tiene raíces histórico-sociales, para Gema Puga “en el capitalismo la opresión es utilizada por la clase dominante para someter a la clase explotada y justificar esa explotación. Esa opresión-explotación de las mujeres se manifiesta de varias formas: la reproducción y el mantenimiento de la fuerza de trabajo a través del trabajo doméstico no remunerado y la utilización de la mano de obra femenina con salarios más bajos, propiciando mayor extracción de plusvalía (más beneficio para la clase dominante, la burguesía)”.(3) La opresión esta naturalizada y asumida como tal por la sociedad, por esa razón ataca a todas las mujeres en varios campos de su vida personal, profesional y laboral. Para justificar esta situación, se fue construyendo a través de la historia la inferioridad femenina hasta finalizar en la desigualdad de sexos; inferioridad y desigualdad forman parte de la base ideológica de las relaciones sociales de producción capitalistas. De ahí que pretender erradicar la violencia de género por ley lamentablemente no es posible, la antropóloga Rita Laura Segato afirma: No es por decreto, infelizmente, que se puede deponer el universo de las fantasías culturalmente promovidas que conducen, al final, al resultado perverso de la violencia, ni es por decreto que podemos transformar las formas de desear y alcanzar satisfacción constitutivos de un determinado orden socio-cultural, aunque al final se revelen engañosas para muchos. (4)
¿Es posible frenar el feminicidio con las leyes?
El derecho penal y el órgano judicial responden al poder patriarcal, ahí su gran contradicción, basados en un sistema de castigo que trata de controlar mediante el miedo, goza de poca credibilidad en nuestro país por su alto índice de corruptibilidad e ineficacia. Por lo tanto confiar sólo en el recurso al sistema penal incluso con sanciones cada vez más endurecidas implica un alto riesgo para la sociedad, pues las leyes consolidan el poder del sistema capitalista que ampliamente se beneficia con la opresión y explotación de las mujeres y porque las prisiones no cumplen con la función otorgada que es la de la reinserción social, cabe hacer notar que varios casos de feminicidio se dieron después de que el marido o cónyuge salió de prisión y tomó vendetta con aquella que se atrevió a denunciarlo. Esta situación no significa que las mujeres víctimas de violencia machista no deban usar los medios jurídicos que tengan a su alcance para defenderse, mientras sea con lo único que cuenten en la actualidad no hay más remedio, pero como sostiene Segato se debe ir más allá de las leyes e imponer una ética feminista para toda la sociedad, pues la violencia a la mujer no les compete sólo a ellas, no es algo que se reduce a lo genital, sino es una situación que nos responsabiliza a todos, esa ética debe remover la consciencia para pasar de una clase en sí a una clase para sí, es decir adquirir una consciencia de clase transformando los afectos y relaciones de género, transformando también las relaciones sociales de producción, mencionando a Marx “el mecanismo general de todo cambio social es la formación de nuevas relaciones sociales de producción que corresponden a un estadio definido del desarrollo de las fuerzas materiales de producción” (5). Esta ética feminista también debe desconstruir el modelo capitalista de masculinidad, debe apuntar a una subversión del orden androcéntrico, rompiendo con ese ejercicio del poder que encubre dominaciones concretas, rompiendo los roles sexuales dominantes. Por último esta ética feminista debe vincular la lucha antipatriarcal con la lucha anticapitalista, de otra manera ni las leyes más draconianas podrán cambiar la situación de la mujer.
Notas bibliográficas:
1. Kollontai, Alexandra: “La mujer en el desarrollo social” Biblióteca Lluita Comunista 1976
2. Ni una menos: “Documento I” 2015
3. Puga, Gema: ¿Cuál es el origen de la opresión de la mujer? Rebelión 28 febrero 2012
4. Segato Rita Laura: “Las estructuras elementales de la violencia: contrato y status en la etiología de la violencia” Serie Antropología Nº 334 2003
5. Marx, Karl: “Escritos sobre la comunidad ancestral” Fondo Editorial y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional 2015.
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