Lydia Cacho
Cimacnoticias Entrevisté a un ex agente de la CIA en México, ya jubilado. Trabajó algunos años como asesor en seguridad privada para grandes corporaciones internacionales; montó oficinas de inteligencia para blindarles de la delincuencia organizada. Me hizo varias confesiones que publicaré en un libro, pero una de ellas viene al caso para este fin de semana.
El experto aseguró que el gran éxito del gobierno mexicano para mantener a la sociedad sometida a las violencias cruzadas (delincuencia común y organizada, violencia de Estado y policiaca, impunidad e ineficacia penal), radica en el fervor guadalupano de la mayoría. Lo que me pareció una broma terminó convirtiéndose en una explicación razonable sobre los hábitos de la sociedad mexicana para enfrentar la narcoguerra.
Esa tediosa e interminable culpa cristiana, el miedo a la autoridad patriarcal, el pavor a enfrentar las crisis y los conflictos de formas no violentas y efectivas, son los ingredientes que unificados permiten que la frase “tenemos el gobierno que merecemos” permanezca y se reproduzca en las nuevas generaciones.
Es sencillo rebatir esa filosofía derrotista de la absurda y equivocada visión mexicana de los problemas que abaten a nuestra sociedad, tales como la violencia mortal, el crecimiento de los grupos de delincuencia organizada, las desapariciones forzadas, los altísimos niveles de impunidad y la persistente corrupción de las agencias del Estado (todo ello en un solo enjambre que avala el fortalecimiento y la justificación del estado policiaco punitivo de la sociedad crítica, que se resiste a la prevención, al diálogo, a la persecución de los delitos más notables en sus líderes políticos).
Esta semana, en el estado de Coahuila, un grupo encabezado por la valiente ciudadana Silvia Ortiz, encontró lo que se ha denominado un campo de extermino con fosas clandestinas en las que, hasta el momento, se han encontrado 600 restos humanos. Los datos oficiales reportan que en el estado han desaparecido 2 mil personas, los extraoficiales dicen que 3 mil. A partir de esta noticia las autoridades locales se vieron forzadas a reconocer públicamente que desde abril de este año, ya la policía había encontrado más de 3 mil 500 restos humanos de niñas, niños y adultos.
Paralelamente en Veracruz, la fiscalía encontró los cuerpos inertes de tres jóvenes estudiantes recientemente reportados como desaparecidos, una mujer y dos hombres. Cuando las madres y padres fueron llamados a servicios periciales, las autoridades cometieron un acto de crueldad insólito: abrieron las puertas de las cámaras frías, allí sobre las mesas metálicas estaban a la vista los jóvenes cuerpos, casi aniñados, sangre escurriendo de las planchas y las ropas de las víctimas tiradas como despojos. En un arranque de desesperación, madres y padres corrieron hacia sus hijos, el olor fétido de ácido sulfúrico, formol y descomposición resultaba insoportable, pero nada les detendría de intentar mirar y resguardar los cuerpos de sus hijos e hija que habían desaparecido luego de ir a un centro comercial.
Estas historias se repiten a diario en México, lo que sigue sorprendiendo es que, al tocar estos dos temas en redes sociales, una gran parte de usuarios sigue culpando a las víctimas, a sus padres, a la sociedad. “Tenemos este gobierno impune porque la gente votó por ellos”, insisten los comentaristas. Yo digo que no, que tenemos este gobierno porque hay una política de Estado que permite la guerra entre cárteles por el poder político, porque los partidos han logrado incluir en sus huestes a lo peor de México, que han sido infiltrados por las mafias, la delincuencia organizada; que una sociedad que vive en democracia paga impuestos para que profesionales y expertos lleven las riendas del país, que son ellos, gobernadores, procuradores, jefes policiacos, jueces, alcaldes y congresistas los verdaderos responsables de que haya campos de exterminio en México.
No debemos seguir insistiendo en que es culpa de la sociedad, a la que no le corresponde la investigación y persecución de crímenes de lesa humanidad o de delitos comunes, ya suficiente hacemos en materia de prevención y educación. Culparnos es desviar la atención de los verdaderos responsables de esta crisis. Hay que sumarse a los colectivos que tienen evidencia de los responsables y multiplicar el poder ciudadano hasta lograr su arresto, su renuncia, su sentencia nacional e internacional.
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