El supuesto pacto firmado día 24 entre PSOE y Ciudadanos es toda una
declaración de intenciones para un gobierno de derechas. Entre las
muchas renuncias del PSOE con respecto a lo que ha sido no sólo su
programa electoral sino su trayectoria hasta el momento figura la
renuncia a la exigencia de permisos de paternidad iguales a los de
maternidad e intransferibles; una exigencia que el PSOE no sólo ha
votado varias veces favorablemente en el Congreso de los Diputados, sino
que pocos días antes reafirmaba enfáticamente en un acto celebrado en
el mismo Congreso. Ciudadanos, por el contrario, se presentó a las
elecciones con un programa que le ha valido el calificativo entre las
feministas de “partido machista”. Aun así, es muy significativo que haya
apostado por introducir en el pacto con el PSOE una cuestión que podría
parecer menor, como es la rebaja del compromiso del PSOE de apoyar
estos permisos de paternidad para asumir lo que el partido machista
llevaba en su programa: permisos que seguirán siendo una especie de
regalo a los padres, en absoluto iguales a los permisos de maternidad.
En todo caso, esto demuestra que la cuestión no es menor.
El día 22 de febrero, dos días antes de que se firmara el Pacto, se
celebró el Día por la Igualdad Salarial que pasó más o menos
desapercibido quitando algunos artículos y las consiguientes campañas de
partidos y sindicatos. ¿Igualdad salarial a estas alturas? Este debería
ser un objetivo de primer orden para el feminismo porque además de la
injusticia que supone esta desigualdad en sí misma, está en la base de
muchas otras discriminaciones. Acaban también de terminar en Madrid las
jornadas que exigen un Plan B para Europa y en ellas las feministas
hemos reivindicado un Plan B para las mujeres europeas. Pues la igualdad
salarial tiene que ser un punto prioritario de ese Plan B y debería
estar incluido también en cualquier reforma o proceso constituyente.
Parece fácil, esta es una reivindicación a la que todo el mundo se suma
alegremente ya que la discriminación está legalmente prohibida y
socialmente proscrita. Sin embargo, legislar para conseguir la igualdad
salarial supone, para empezar, elevar los salarios de la parte de los
trabajadores que ganan menos, los que ganan el salario mínimo que son,
oh sorpresa, en un 73% mujeres. Esto requiere cambios económicos
profundos a los que el sistema neoliberal se resiste, obviamente.
Recordemos que en EE.UU por ejemplo, la batalla del feminismo para
aprobar una enmienda constitucional que garantice la igualdad entre
hombres y mujeres ha durado todo el siglo XX, y no se ha ganado. Si la
igualdad salarial se constitucionalizara y fuera posible reclamar esa
igualdad ante los tribunales, muchas prácticas empresariales, mucha
explotación, muchos convenios, mucha política económica, tendría que
cambiar. Las mujeres son (somos) las que cobran el salario mínimo y los
salarios más bajos en general; somos quienes estamos sometidas a la
mayor parte de los contrarios precarios y temporales. Esto demuestra que
las mujeres siguen siendo el ejército de reserva de trabajadoras
baratas y precarias que han sido históricamente en momentos de crisis.
Pero que esto siga ocurriendo con tanta facilidad y sin que exista una
clara conciencia social o política que exija soluciones, tiene que ver
con asunciones culturales (y simbólicas) muy arraigadas. El salario de
las mujeres aún no es considerado del todo salario principal, sino
complementario del salario del proveedor principal, que suele ser un
hombre. Las empresas siguen considerando (y utilizando a su favor) que
las mujeres, como trabajadoras, están menos comprometidas con el trabajo
remunerado y son más inestables porque se supone que ellas son las
cuidadoras principales de la prole y de las personas enfermas y
dependientes. Y eso las convierte en trabajadoras menos disponibles. Y
es cierto que son las cuidadoras principales y es verdad también que esa
carga de trabajo no remunerado presiona muy importantemente sobre el
trabajo remunerado. Pero eso no es una elección de las propias mujeres,
sino una discriminación intolerable.
El trabajo no remunerado que realizan las mujeres es imprescindible
para la sociedad pero es, al mismo tiempo, fuente de discriminación
salarial, de precariedad, de temporalidad, de salarios mínimos y
finalmente, de pensiones menores; en definitiva, de mayor pobreza. Pero
no sólo. Es fuente también de dependencia económica que, a su vez, está
muy relacionada con la violencia machista. Aunque cualquier mujer puede
sufrir esta violencia la dependencia económica siempre complica el
abandono del hogar, y más aún si hay hijos. Cuando el movimiento
feminista y los partidos políticos feministas estamos tan preocupados en
la lucha contra las violencias machistas no debemos olvidar que la
violencia económica es una más de estas violencias y un factor muy
importante también en el desencadenante de la violencia física. Que las
mujeres, más preparadas desde el punto de vista formal, que trabajan más
horas, que trabajan la inmensa mayoría de las horas extras no
remuneradas, que realizan tareas imprescindibles para que la vida
continúe, sigan teniendo salarios más bajos, debería ser objeto de la
reclamación de todos los partidos políticos que se dicen partidarios de
la igualdad de género (excluyo a Ciudadanos y al PP).
Acabar con la presunción injusta de que las mujeres “quieren”
abandonar su carrera laboral para dedicarse en exclusiva al cuidado de
los hijos e hijas es imprescindible para acabar con la mitología que nos
convierte en menos comprometidas con el trabajo remunerado o menos
necesitadas del mismo y con todo lo que de ahí se deriva en términos de
discriminación laboral, y derivada de ésta muchas otras. Pero, sí,
cuidar de la prole es necesario, y no es sólo una obligación, es también
un derecho. Una obligación personal y social, y un derecho de las
madres y de los padres también. Y es ahí, donde entran los permisos
paternales iguales e intransferibles que buscan provocar un cambio real,
pero también un cambio simbólico y cultural imprescindible. Como nadie
se atreve a decir nada en contra de la igualdad los partidos llevan años
comprometiéndose con la aprobación de estos permisos parentales que han
sido de las primeras cosas en caer en el pacto para un gobierno de
derechas que acaban de firmar PSOE y Ciudadanos. Es un retroceso sobre
lo pactado por el PSOE con el feminismo y da idea de su compromiso real
con la igualdad. También nos demuestra que oponerse a la igualdad entre
mujeres y hombres (aunque sea con subterfugios) es lo que sigue haciendo
la derecha. Las feministas tenemos que decir NO a este pacto
antifeminista.
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