Público Las mujeres musulmanas, cristianas, judías, izadíes y ateas de Irak nunca habían oído el término Yihad Al-Nikah: lo que se conoce como Guerra Santa del sexo, el llamamiento del Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL) para que las chicas solteras de las ciudades conquistadas se ofrezcan de forma voluntaria a los rebeldes para convertirse en sus esclavas sexuales bajo la denominación Sigué o el matrimonio “mota’a”, de placer: sexo para un tiempo determinado a cambio de algo material, un eufemismo de la prostitución, prohibida en el Islam. Como ellos se juegan la vida por el avance de un Estado Islámico, los padres de niñas solteras y aquellos hombres musulmanes que poseen varias esposas deben entregarles a algunas de ellas, como forma de recompensárselo, si no tanto ellos como ellas serán duramente castigados. La ONU ya ha denunciado el suicidio de cuatro muchachas agredidas sexualmente en estos falsos y forzosos matrimonios.
La vida del pueblo iraquí, y en especial de sus mujeres, se deteriora por instantes: tres décadas de guerras, pasando de una dictadura semilaica (ver: 7 motivos (reales) por los que EEUU derrocó a Saddam Husein) a una teocracia sectaria y totalitaria instalada por EEUU, que ha establecido un apartheid sexual contra la mujer y la ha colocado junto con los menores e incapacitados psíquicos, como persona necesitada de un tutor varón de por vida y sin considerar su nivel de inteligencia, además de legalizar la pederastia de niñas pequeñas, bajando la edad nupcial de 18 a nueve años, entre otras medidas misóginas.
Y aún sin poder asimilar esta pesadilla, ellas se enfrentan a la invasión de una banda armada despiadada compuesta por miles de delincuentes y mercenarios afganos, iraquíes, sirios, libios, chechenos o europeos, que exhibe la barbarie con el fin de difundir el terror (Ver: Irak, 23 observaciones sobre la nueva guerra líquida de EEUU). Y, cómo no, las mujeres son sus primeras víctimas: un matrimonio de Mosul ha sido flagelado porque ella en vez de niqab llevaba un pañuelo. La amenaza de castigos medievales a los desobedientes, incluida la lapidación y crucifixión, ha creado un clima de terror entre la población. Aún las heridas físicas y emocionales de masivas violaciones de soldados estadounidenses no se habían curado (¿se curarán alguna vez?). ¿Podrán los agotados hombres y mujeres iraquíes sobrevivir a este nuevo mazazo?
La punta del iceberg
“Mientras estábamos jugando a los naipes y bebiendo un whisky, surgió la idea de ir a una casa iraquí, violar a una mujer y matar a su familia”, confesó uno de los tres agentes especiales del ejército de EEUU, quienes encerraron a un matrimonio y a su hija de seis años en una habitación de su casa, y empezaron a violar a la hija mayor de 14 años, Abir Kasim Hamza al Yanabi, varias veces. Luego mataron a los padres y a la pequeña, y volvieron a violar el cuerpo destrozado de Abir, para después dispararla. Echaron queroseno de una lámpara sobre el cuerpo de Abir, le prendieron fuego a ella y a la casa y después fueron a comer un pollo asado. Los agresores, entre 19 y 23 años, portadores de libertad y democracia a Irak, fueron cubiertos por sus superiores, que redactaron un informe falso sobre los hechos hasta que la verdad salió a la luz e Irak se estremeció. La película Redacted, del director Brian De Palma, refleja parte de esta matanza. Barack Obama ha conseguido inmunidad para estos soldados sirviéndose de los gobiernos títeres de Irak y de Afganistán, países donde mantendrán a decenas de miles de efectivos.
Doble dirección del contrabando de mujeres
En Irak, las empresas contratistas privadas vinculadas con el Pentágono –que trafican con mano de obra barata masculina para las bases militares-, utilizan sus canales para hacer contrabando de mujeres, y lo hacen mediante su importación y exportación: reclutan mujeres chinas, rusas, etíopes, filipinas, surcoreanas y tailandesas, entre otras “no musulmanas”, -ya que al contrario de Vietnam, en Irak no pueden convertir en esclavas sexuales a las musulmanas de forma pública y masiva-, y las envían a las tropas de EEUU en Irak, mientras mandan a las mujeres iraquíes a los militares instalados en los países árabes del Golfo Pérsico.
En Dubai se reclutan a cientos de adolescentes vírgenes iraquíes y afganas para evitar el contagio de enfermedades, sin documentación y permiso de residencia, donde, además de recibir terribles abusos de obsesos sexuales, viven un estado de persecución continua por las fuerzas de seguridad, quienes lejos de proteger, añaden una vía al cautiverio.
El despliegue militar de EEUU en la región ha disparado la demanda de las esclavas sexuales y el comercio de mujeres en la región. A las mujeres importadas de otros países se las engañan con falsas ofertas de trabajo –de cocinera, telefonista, limpiadora, etc.-, la promesa de sueldos de hasta 3000 dólares y un destino como las petromonarquías de la zona. Una vez que las llevan a Irak, el ruido de las bombas y el estar atrapadas entre varios militares violadores las despierta del sueño hecho pesadilla. No podrán ir a ninguna parte ni habrá nadie que atienda su dolor y sus quejas. Si el 30% de las propias mujeres militares son violadas durante su servicio, el 71% asaltadas sexualmente y el 90% objeto de acoso sexual, se puede imaginar la vulnerabilidad de una trabajadora filipina.
Las imágenes publicadas de las atrocidades en la prisión de Abu Ghraib -entre las que hay fotos de violaciones colectivas a mujeres iraquíes-, muestran la coincidencia entre el perfil de los violadores y los clientes de la trata de mujeres y la industria del sexo.
Prostitución en una sociedad árabe-musulmana
En junio del 2007, el diario británico independent revelaba la escalofriante cifra de 50.000 niñas y adolescentes huérfanas y mujeres viudas o con cargos familiares iraquíes refugiadas en Siria, que se habían visto forzadas a prostituirse en aquel país aún en paz. Otras miles alquilaban su cuerpo en Jordania, Yemen y Emiratos Árabes Unidos, entre otros países. Años antes, en 1999, Saddam había mandado decapitar a decenas de mujeres forzadas a prostituirse por las duras sanciones económicas impuestas por EEUU y la ONU. Claro que nadie tocó a sus clientes.
Una vez, en la Siria de antes del 2011, las discotecas y los burdeles de Damasco se llenaron de mujeres y también de niñas de 11 ó 13 años, que pedían unas 1.500 libras sirias (22 euros) por hora. Adolescentes que se habían escapado de la violencia doméstica o del matrimonio forzado habían caído en las redes que acechan en las estaciones de autocares (ver: Así montaron la prostitución).
En su propia patria, estas mujeres temen más ser juzgadas por los vecinos y familiares que por Alá que es consciente de su drama. Si bien es cierto que los honorables hombres de la familia, mientras reciben dinero de ellas, no les preguntan de dónde vienen hasta que el secreto se hace público y su maldito honor, de repente, se ve manchado. Luego nadie querrá tener a las hermanas de ellas como nueras ni tenerlas como compañeras de trabajo o empleadas.
Los conflictos armados, las hambrunas, las crisis económicas y demás calamidades benefician a las empresas dedicadas a la prostitución. Tal es así que el 95% de las personas prostituidas en el mundo constituyen este ejército de la carne. Lo que contribuye a que las empresas del crimen organizado coticen en Bolsa y en los países capitalistas “con rostro humano” como Dinamarca y los Países Bajos, donde la industria del sexo constituye entre el 3% y 5% de su PIB.
Los crímenes de honor se disparan
“Sólo la sangre lava la vergüenza”. Así lo creían las sociedades tribales árabes que distinguían entre Sharaf, «dignidad» de la familia, el clan que se conservaba mediante un comportamiento modélico de sus miembros; e ‘ird, «la pureza y el honor de la mujer», que disminuye cuando ella cruza –con o sin la propia voluntad- las líneas rojas de la moral establecida (al ser violada, prostituida, cometer adulterio y otros delitos sexuales). De modo que, eliminando a la mujer se salvaba el Sharaf del hombre y del grupo. En una sociedad tan desestructurada como Irak, donde la muerte está en cada rincón, el instinto de supervivencia rompe las líneas de todos los colores, sin importancia de las consecuencias.
Los crímenes de honor, que sólo en Pakistán arrancan la vida de al menos unas 5000 mujeres al año, se diferencian de otras formas de violencia ordinaria de género por las siguientes características:
· Se cometen sólo contra la mujer, y si es contra algún hombre será por su comportamiento “afeminado”.
· Los motivos suelen ser sexuales-morales: transgredir las normas establecidas, coquetear con alguien, ser manoseada/violada, rechazar la autoridad masculina o un matrimonio arreglado, amar a un hombre no deseado por la familia.
· Estos crímenes de honor son planificados y ejecutados por varios hombres; el padre y los hermanos en el caso de las niñas solteras, y el marido si se trata de mujeres casadas.
· Tiene carácter público: se debe dar a conocer.
· El asesino, lejos de ser estigmatizado o sentir remordimiento, es considerado héroe: ha sido capaz de poner por encima del afecto hacia su familia, los valores y los deberes religiosos.
· Tiene un componente de la “Pedagogía del terror”: el asesinato o la mutilación de la mujer es aleccionador para otras mujeres de la comunidad.
Son mayoritariamente asesinatos de musulmanas por musulmanes (se practica en menor medida entre los no musulmanes de India) y algunos fanáticos lo justifican con aquel versículo del Corán que legitima la violencia del esposo (4:34) contra la cónyuge rebelde.
En Irak, en la misma medida en que se rompe el milenario tabú de la santidad del cuerpo de la mujer, aumenta la violencia de hombres que se niegan a aceptar la nueva realidad.
Guerra sin violación es posible
Si preguntamos qué clase de ideología empuja a un hombre a violar y matar a hijas, hermanas o madres de otros hombres o de las suyas propias en medio de un conflicto armado, se suelen ofrecer los siguientes argumentos:
- Que la mujer es el botín de guerra junto con los bienes materiales. En lugares como los desiertos de Oriente Próximo, donde ha habido escasez de mujeres, sus religiones legitimaban este tipo de agresión como un incentivo para los combatientes.
- Que dejando a las mujeres embarazadas se destruye la identidad de la comunidad enemiga.
- Que violarlas derrota psicológicamente a los hombres enemigos que resisten.
- Que la guerra en sí es violar otro territorio; y violar a las mujeres derrotadas forma parte del ritual del festejo de la conquista. Aunque por la cultura patriarcal se denuncie menos, los hombres también son agredidos sexualmente mucho más de lo que se publica. Los últimos casos, el del coronel Gadafi, líder libio, y el de Christopher Stevens, el embajador de EEUU en Bengazi, asesinados por los mismos rebeldes armados por la OTAN que ahora están destruyendo Siria e Irak.
- Que simplemente es un “efecto colateral” de la guerra. Este enfoque, despolitiza el abuso sexual en los conflictos, y lo presenta como un acto físico natural de unos individuos descontrolados hacia las mujeres “que estaban allí”.
Sin embargo, la manera de actuar de los ejércitos de los Tigres de Liberación de Tamil, del Frente Farabundo Martí o el PKK kurdo, y el hecho de que no hayan utilizado esta herramienta contra el enemigo señalan hasta qué punto la violación es una cuestión ideológica. Dichas formaciones, cuyos programas políticos anuncian el deseo de fundar una sociedad basada en la justicia social, la igualdad y el respeto mutuo, muestran que es posible matarse el uno al otro, manteniendo la dignidad de la víctima.
En una sociedad como la iraquí, donde la violada es la culpable y no existe el concepto de “violación en el matrimonio” –al revés, exige a la esposa una disposición sexual absoluta para el marido si quiere recibir la manutención-, ¿qué se puede esperar? (Ver: Si ahorcasen a todos los violadores).
El trauma emocional, graves lesiones físicas, ser señalada por una sociedad hipócrita, embarazos traumáticos, enfermedades, suicidios, muerte a mano de los familiares que te tenían que proteger, así como miles de bebés abandonados son parte de este acto vil contra la mujer.
La violación en las guerras no es sólo una acción privada de violencia, sino un acto de tortura cuyo responsable es el Estado al que pertenece, de forma que las guerras son un gran chollo para los mercaderes de la carne humana (Ver: Infinitas razones para no legalizar la prostitución).
Fuente original: http://blogs.publico.es/puntoyseguido/1740/eeuu-y-los-yihadistas-militarizan-la-prostitucion-en-irak/
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