Transversales La regularización de la prostitución como un trabajo más o la lucha por su abolición se ha convertido en los últimos años en un asunto que ha dividido en dos mitades irreconciliables al movimiento feminista. El debate feminista ha alcanzado niveles de tal virulencia que es imposible llegar no ya a un acuerdo, sino siquiera a escuchar los argumentos de la otra parte. Intentar debatir, como yo misma he intentado a veces, con buena voluntad, reconociendo que algo de razón pueden tener incluso las oponentes, intentando no descalificar, reconociendo que feministas somos todas, es imposible. Es una discusión cerrada por ambas partes donde apenas es posible la reflexión. Y, sin embargo, este debate mucho más que otros necesita una buena dosis de reflexión. Y lo necesita porque pocos temas políticos e ideológicos son tan complejos y mezclan cuestiones tan diferentes, tan contradictorias y de tan difícil solución.
Casi nadie discute que cuando hablamos de prostitución hablamos, en gran parte de pobreza, de injusticia, de desigualdad. Intentar por todos los medios buscar soluciones para conceder derechos básicos de ciudadanía a las personas que se dedican a la prostitución, en eso, creo que todas estamos de acuerdo, pero no lo estamos en la necesidad de que la consecución de dichos derechos pase necesariamente por la regularización de esta actividad como un trabajo más. Las partidarias de la regularización, generalmente, se niegan a entrar en la consideración de los factores estructurales que mantienen viva esta institución, mientras que las partidarias de la abolición opinamos que es imposible luchar por la igualdad entre hombres y mujeres si no aceptamos la centralidad -y necesaria abolición- de la prostitución en el sistema de género. Referirnos a los factores estructurales que condicionan la existencia de esta institución puede parecer frío cuando estamos hablando de la vida concreta de muchas mujeres que sufren; pero es que precisamente de eso se trata. Sabemos que la prostitución ha sido uno de los factores más importantes de control patriarcal sobre todas las mujeres. Por tanto, de alguna manera, la prostitución somos todas.
Cambié mi manera de pensar respecto a la prostitución a raíz de una conversación con una conocida antropóloga, partidaria a ultranza de la legalización. Yo comenté que me preocupaba el impacto que la regularización de la prostitución podía tener para legitimar, e incluso reforzar, la construcción de la sexualidad masculina hegemónica. La contestación de ella fue: “¿Qué me importa a mí la construcción de la sexualidad masculina?”. Entonces, simplemente me di cuenta de que este debate no tiene solución porque estamos en niveles de análisis diferentes. Dice Pheterson, una de las mayores teóricas proregulación, que los desarreglos psíquicos normales de los hombres están definidos socialmente como expresiones legítimas (…) Es cierto, la prostitución tiene que ver, entre otras cosas, con que la construcción de la sexualidad y la estructura del deseo masculinos, definidos socialmente como normales, son incompatibles con una sociedad en la que hombres y mujeres seamos iguales. El feminismo (y la izquierda en general) o se caracteriza por la resistencia a ultranza del olvido estructural al que el neoliberalismo pretende conducirnos, o dejará de existir posibilidad alguna de disidencia.
La prostitución ha pasado de ser algo relativamente simple de entender a algo mucho más complejo en donde se mezcla la globalización capitalista, el crimen organizado, la pobreza globalizada, el sur pobre y el norte rico, el patriarcado, la cultura del consumo, el sujeto deseante como protagonista de la historia, el pensamiento débil o líquido -en palabras de Baumann- la desaparición de la ética política y su sustitución por una orgía inacabable de deseos (J.A. Marina), la trata internacional de personas, los movimientos migratorios, la feminización de la pobreza, el concepto liberal de “elección y autonomía” frente al concepto social; el descrédito absoluto de cualquier ética relacionada con la sexualidad, la (re)construcción patriarcal de la sexualidad y del deseo y su reacción frente a los éxitos del feminismo, las consecuencias sociales de la sexualidad, las nuevas relaciones entre lo privado y lo público… En palabras de Celia Amorós, esto es como la cabeza de una medusa a la que nos enfrentamos sin saber por dónde empezar a cortar y cuando cortamos una cabeza, surge otra peor que la anterior. Ante esto sólo cabe aquí una aproximación parcial que plantee preguntas y que proponga reflexiones. Pero un primer paso sería saber con qué herramientas contamos. Amorós lo tiene claro: hay que reciclar y volver a combinar dos tradiciones feministas clásicas: el feminismo radical y su énfasis en la política sexual del patriarcado y el feminismo socialista y su énfasis en la explotación capitalista de las mujeres. Esas tienen que ser las herramientas de un análisis y una política feminista frente a la prostitución.
Una de las cosas que más me llama la atención del debate es la debilidad de algunos de los argumentos utilizados tanto en un campo como en el otro. No digo que no se utilicen argumentos complejos, pero algunos de los que se utilizan en los debates públicos no son útiles y, además, se han quedado antiguos. Me gustaría llamar la atención sobre algunos de ellos e incluso sobre algunos de los que se utilizan en, digamos, mi propio bando. Éstos me preocupan porque me parece que no son los adecuados para convencer o hacer reflexionar a quienes tengan dudas legítimas y bienintencionadas. Por ello me planteo hacer aquí un breve análisis de los principales argumentos, tanto de un bando como del otro, tratando de no dejarme llevar por la simplificación y posicionándome muchas veces en contra de lo que, en teoría, serían mis propios argumentos pero que creo que merecen ser repensados.
1- La cuestión de la agencia y de la libertad de las mujeres: nadie puede elegir ser prostituta si no es bajo un proceso de extrema alienación, si no queremos que lo sean nuestras hijas no debemos querer que lo sea ninguna mujer; o bien, las mujeres tienen derecho a decidir si quieren vender sus cuerpos. Creo que éste es un argumento débil porque en un contexto de neoliberalismo extremo como el actual, escoger ser prostituta es una decisión tan racional como cualquier otra. Por supuesto que de poder elegir verdaderamente muy pocas mujeres querrían serlo, pero también resulta difícil que alguien elija limpiar escaleras por 400 euros al mes y cualquier mujer preferiría que su hija no tuviera que hacerlo. ¿Qué es lo que pueden elegir verdaderamente los pobres? Lo que las mujeres inmigrantes quieren es salir de la pobreza y sacar de ella a sus familias; si la prostitución se lo hace más fácil y rápido algunas lo preferirán a otras opciones. Aquí aparece la cabeza de la medusa de la explotación capitalista. No hay que perder de vista que nos estamos moviendo dentro de una concepción neoliberal del concepto de “elección” que no sólo afecta a la prostitución.
2- Las cifras de mujeres que la practican voluntaria u obligatoriamente. En los debates de esta naturaleza suelo estar en contra de aferrarse a las cifras porque éstas son siempre manipulables, difíciles de comprobar, dependen de muchos factores y cada bando da las que quiere. Las cifras no convencen más que a los convencidos. Baste decir que en los últimos meses las partidarias de la legalización han declarado que el 5% de las mujeres son engañadas, mientras que las partidarias de la abolición dicen que el 5% la ejercen voluntariamente. Teniendo, además, en cuenta lo dicho antes sobre qué significa “voluntariamente”, éste no es un problema de cifras, sino un problema social, ideológico y político. El sufrimiento es único en cada ser humano.
3- La prostitución está relacionada con (e incentiva) la trata de personas. Por supuesto que esto es así, negarlo no tiene sentido, pero es la globalización capitalista y no sólo la demanda de la prostitución la que organiza este tráfico. Es lo que Celia Amorós denomina La pinza patriarcal. Los mercados globalizados exigen mujeres pobres para cubrir los puestos que las occidentales hemos conseguido abandonar: servicios sexuales de prostitución, servicios domésticos, servicios de cuidado a ancianos y dependientes. Los hombres utilizan los servicios sexuales, pero las mujeres de los países ricos también utilizamos a mujeres pobres allí donde no hemos sido capaces de repartir el trabajo doméstico o de cuidado, o de socializarlo (millones de mujeres son traficadas también para el servicio doméstico). Millones de personas son desplazadas, traficadas, vendidas, compradas, cosificadas por un sistema económico depredador que hace que sus vidas no valgan nada y que no tengan ninguna posibilidad real de elección sobre nada.
4- La prostitución es una forma de esclavitud o bien una forma de empoderamiento. En realidad puede ser ambas cosas. La miseria y la explotación es una forma de esclavitud, pero en determinadas circunstancias, como dice Dolores Juliano, la prostitución puede empoderar a las mujeres. No hay que asombrarse. Las mujeres están acostumbradas a buscar y crear ámbitos de influencia y redes de solidaridad casi en cualquier contexto por opresivo que parezca. En el pasado, evidentemente, sin ninguna opción profesional ni personal, la prostitución podía ofrecer un ámbito de autonomía En la actualidad, algunas de ellas, viviendo en culturas machistas, obligadas a casarse jóvenes, a tener relaciones sexuales no deseadas con sus maridos, a tener hijos, a trabajar por nada de sol a sol, a ver a sus hijos morirse de miseria… ¿cómo no van a encontrar en la posibilidad de ganar algún dinero una cierta manera de empoderamiento? Obviamente no es verdadero poder, sino alivio de la miseria y búsqueda de alguna posibilidad de gestionar la propia vida. Como tal estrategia es absolutamente comprensible y legítima.
5- La sexualidad pertenece a lo más íntimo del ser humano, es la cosificación máxima; o bien cada cual vende lo que quiere. En mi opinión, hace tiempo que la sexualidad ha perdido esa condición. No queda nada íntimo, todo se expone y se vende. El mundo se ha convertido en un mercado en el que las personas son mercancías y de ellas se puede extraer todo: sangre, úteros, esperma, óvulos, órganos, niños, sexo. Todo es cuestión de precio y, a veces, ni siquiera. A este respecto voy a relatar una anécdota que me parece muy clarificadora. Mi hermana, profesora en un instituto de enseñanza media, me contó que hace unos meses desarticularon una red de niñas de 14 y 15 años que les hacían felaciones a los chicos a cambio de teléfonos móviles de última generación. Los cuerpos se han convertido en una mercancía más, para salir de la miseria o para satisfacer deseos inmediatos.
6- Las partidarias de la abolición son herederas de una moral sexual tradicional, antigua, reprimidas sexuales, etc., conservadoras. Esta acusación, ridícula, proviene de ciertas alianzas, desde luego equivocadas entre la derecha conservadora y un grupo de feministas antiprostitución en Estados Unidos. Tiene que ver con la tradición puritana anglosajona y no tiene nada que ver con la lucha llevada a cabo en Europa donde no está de más recordar que ha sido el feminismo quien más ha luchado por el derecho de las mujeres al placer sexual, por la libertad sexual, por la separación entre sexualidad y reproducción, etc. En realidad, la derecha no quiere abolir la prostitución (ya que siempre la ha usado), lo que quiere es que no se vea y que continúe siendo un estigma.
7- La prostitución es o no es una cuestión de género. No hay duda de que lo es. La propia Pheterson considera que la prostitución es una de las principales instituciones para regular las relaciones asimétricas entre mujeres y hombres. No es útil ni justo comparar a las mujeres dedicadas a la prostitución con los hombres que se dedican a lo mismo. Los hombres dedicados a la prostitución podrán ser explotados económicamente, pero no lo serán en la misma medida, ni su actuación es una actuación del poder patriarcal. Además de la diferencia incomparable en las cifras de unos y otras, los hombres (o transexuales) que se dedican a la prostitución no son traficados, ni engañados, ni tienen chulos, ni son encerrados, ni vendidos de un propietario a otro, ni trasladados…Se quiera o no se quiera a los hombres no se les puede cosificar sexualmente, es imposible; éste es una axioma patriarcal, son las mujeres las que son cosificadas. Además, si se trata de chaperos para prostitución homosexual el estigma recae sobre el cliente y también el riesgo físico. Tratar de comparar a las mujeres que utilizan la prostitución es sólo una estrategia para “sacar” el problema del ámbito del género y presentarlo como simétrico. La idea de un gigoló cenando con una mujer rica con la que luego tiene relaciones sexuales en las que él actúa el rol masculino tradicional y ella el femenino, no tiene que ver con la realidad de la prostitución. Si prostitución masculina y femenina fueran simétricas, el problema sería conseguir, como dice Jefrreys, a millones de hombres que se ofrecieran semidesnudos en las calles y después dejaran que las mujeres les penetraran con enormes dildos por el ano o la boca o que se dedicaran a hacer cunnilingus a diez mujeres en media hora. Eso sí sería simétrico.
8- Lo progresista es apoyar la legalización. Para mí este es el punto más sorprendente. Supongo que tiene que ver con que vivimos en un mundo en el que el “sexo ha sido revelado” como significante universal pero que, al mismo tiempo, se intenta vender (justo para poder venderlo) como estigmatizado, liberador, etc. y que la gente de izquierdas lo defiende como reacción al puritanismo anterior. No puedo entender por qué las personas progresistas han renunciado a hacer un análisis político de la sexualidad y a negarse a tener siempre en cuenta la violencia simbólica que subyace a ella. (Bourdieau) La resistencia a nombrar la prostitución como un asunto político es la resistencia del patriarcado a visibilizarse. Me resulta ininteligible que personas de izquierdas apoyen, en este caso, no a las prostitutas, sino a las multinacionales del sexo que son quienes dirigen el negocio y que serían los principales beneficiarios de la legalización (el segundo negocio en importancia del mundo). Un negocio formado por traficantes de personas, mafiosos y, en España, concretamente partidos de extrema derecha. Estamos ante el único negocio del mundo en el que los empresarios afirman luchar por conseguir derechos laborales para sus trabajadoras. ¿A nadie de izquierdas le extraña esto? El problema es que la izquierda ha asumido de manera acrítica cierta noción liberal del sexo como necesidad física y por naturaleza liberadora y por eso le ha resultado imposible reconocer que las llamadas necesidades sexuales definen, entre otras cosas, la situación que ocupamos en el sistema de género. El capitalismo ha acabado con casi cualquier posibilidad de pensar en términos de responsabilidad individual y de estructura sistémica al mismo tiempo.
9- Dividir a las mujeres en putas y no putas es una estrategia del patriarcado para dividir a las mujeres. Hay que acabar con el estigma. Aunque creo que ese argumento está antiguo y que hoy día no querer practicar sexo, o no valorarlo es también motivo de estigmatización, en todo caso, como dice Amelia Valcárcel no resignifica quien quiere, sino quien puede y las mujeres no podemos hacerlo. Además el estigma es necesario para el mantenimiento de la prostitución. Muchos de los llamados clientes buscan precisamente la posibilidad de transgredir las normas sobre el cuerpo de las mujeres. Hay estudios que demuestran que es precisamente la sensación de peligro y de estar haciendo algo prohibido lo que les motiva. En todo caso, jamás seremos las mujeres, y menos las prostitutas, las que puedan resignificar la prostitución. Si se regulariza a una parte, la división se producirá entonces entre las legales y las ilegales, inmigrantes no legalizadas (la mayoría), que es lo que está ocurriendo en Holanda.
10- Hay que acabar con la hipocresía y la doble moral. De acuerdo. Pero son los clientes los que mantienen la doble moral: sus mujeres en casa y las putas fuera. Son las partidarias de la regulación las que admiten que su trabajo es un trabajo especial y que requieren barrios especiales, que no molesten a los vecinos. Eso es doble moral. En mi opinión nunca hay que plantearse limpiar las calles de las víctimas que la injusticia produce. La miseria hay que combatirla, jamás esconderla.
11- Hay que escuchar a las prostitutas. Sí, pero a todas. Evidentemente, sólo tienen acceso a la voz pública una minoría. Las esclavizadas, encerradas, dependientes de los proxenetas, etc., no tienen capacidad de palabra y, probablemente, si hablaran no volverían a trabajar. Hay muchas mujeres que han sido prostitutas y que trabajan por la abolición. A esas o no se las escucha o su voz se descalifica. Y en todo caso, volvemos a lo mismo. La prostitución nos incumbe a todas, aunque hay que buscar el bienestar y los derechos de las que la trabajan directamente.
12a- Es un trabajo normal, hay que darles derechos laborales para protegerlas. No es un trabajo normal y ellas mismas lo reconocen. Los empresarios no quieren darles derechos, quieren estar ellos a salvo de la policía y amparados legalmente. No se defienden los derechos de las prostitutas, sino los de los empresarios que quieren que ellas se den de alta como autónomas, lo que en teoría ya podrían hacer. Es posible darles derechos básicos sin necesidad de legalizar la prostitución. Legalizar la prostitución es legalizar el negocio. ¿La legalización acabará con el proxenetismo? No, la experiencia demuestra que crecerá y se hará más fuerte. Para que sea un trabajo defendible desde el punto de vista progresista deberíamos preguntarnos si es un trabajo necesario o socialmente útil. Desde el punto de vista feminista ambas opciones no se mantienen. Sólo es útil para el mantenimiento del sistema sexual del patriarcado. Si lo analizamos con calma y realismo tendríamos que pensar que si es un trabajo normal tendrán que pedir facturas, tendrán que tener un convenio en el que se defina, por ejemplo, lo que puede y no puede ser introducido por su vagina o por su ano, el nivel de humillación que tendrán que soportar, las palabras que se verán obligadas a escuchar y cuáles no. Tendrá que definirse qué tipo de servicios ofrecerán: S/M, penetración anal, penetración vaginal, sexo oral, orgasmos fingidos, satisfacción del cliente, libro de reclamaciones…
Lo cierto es que si regulamos la prostitución en realidad estaremos empeorando la calidad de vida de la mayoría. Por sus propias características, al regular a una parte del negocio, lo que estaremos haciendo será crear un mercado paralelo en el que se obligará a ingresar a las más vulnerables y en peores condiciones. Es decir, si se obliga al uso del condón o a la petición de facturas en los clubs, lo que ocurrirá es que se abrirá el mercado de prostitutas ilegales que ofrecerán muy barato lo que los clientes no quieren en los burdeles legalizados. Si en los clubs se impone, por ejemplo, que no se pueden introducir botellas por la vagina (como ocurre en los clubs de Filipinas) el cliente buscará allí donde pueda hacerlo. Porque no es el cliente el que se adecua a la oferta, sino el mercado el que se adapta a la demanda. Poca gente sabe que en Holanda el 80% de la prostitución es ilegal pues sólo se ha legalizado a las comunitarias o inmigrantes legales, las ilegales han quedado fuera y a merced de las mafias, la policía, etc., más vulnerables que nunca (Chapkis, 2000). Con el tiempo, las holandesas han abandonado la prostitución (como en España) y quedarán unas cuantas inmigrantes legales y muchas inmigrantes ilegales traficadas.
12b- El sexo es una necesidad humana (masculina) y es mejor que se satisfaga ordenadamente. Siendo justa diré que este argumento es el menos utilizado porque es el más desacreditado intelectual y académicamente. El argumento que presenta el sexo (masculino) como una fuerza natural, arrolladora, incontrolable y que necesita descargar o lo hará por donde no debe ya no suele utilizarse en el debate, aunque es uno de los más usados por el llamado sentido común y el que más se escucha en la calle.
13- ¿Toda prostitución es violencia contra las mujeres? Violencia simbólica lo es cualquier manifestación de la desigualdad. Violencia material, es discutible pues teniendo en cuenta las cifras de violencia contra las mujeres que hay en la familia, sería como decir que toda familia es violencia contra las mujeres.
14- ¿La abolición en un país va a acabar con la prostitución? No, incluso puede tener algún efecto perverso que no puedo explicar aquí. Aun así no se puede aceptar la regularización porque, como dice María Pazos, las leyes no sólo regulan, sino que dan cobertura ideológica y moral a determinadas prácticas. “Reflejan, a la vez que potencian, unas determinadas (y no otras) estructuras sociales, normas y valores, aunque estas normas estén implícitas y no se reconozca su existencia. Las leyes (… ) potencian unos u otros comportamientos”. Afirman lo que la sociedad considera aceptable y legítimo y lo que no. Regular la prostitución significa aceptar que esa es una manera normal de relacionarse sexualmente hombres y mujeres y, sobre todo, que se renuncia a luchar contra ella. Esa es la gran hipocresía que subyace tras la demanda de regularización. No se puede luchar por la igualdad de mujeres y hombres y pretender, al mismo tiempo, dar cobertura a una institución que consagra la desigualdad; uno de los núcleos duros de la desigualdad entre hombres y mujeres.
15- Finalmente: la demanda. ¿Por qué los hombres buscan relacionarse sexualmente con prostitutas? Éste es, evidentemente, el punto clave porque es el que afecta y puede ayudar a transformar el sistema patriarcal: cambiar el concepto de masculinidad que la prostitución refuerza y legitima. Hombres profeministas y feministas tenemos que transformar la manera de relacionarnos sexualmente y la manera en que se construye el deseo masculino. La prostitución enseña a los hombres a actuar una determinada masculinidad que impone un estándar impersonal que se presenta como la realidad. Fue Reich el que mostró cómo el distanciamiento de sus experiencias como hombres están escritas en la experiencia de sus cuerpos como máquinas. Los hombres aprenden a sentirse sexuales sin sentirse humanos. Igual que sabemos que muchos sienten que el pene tiene vida propia, también la sexualidad masculina se constituye en una esfera aparte en sus vidas, que no aprenden a integrar en su subjetividad emocional. Aprenden que pueden establecer estrictas fronteras sexuales sin enfrentarse a la necesidad de relacionarse humanamente con sus compañeras/os. Es como si el sexo fuera una esfera autónoma que no tiene nada que ver con la intimidad, con su humanidad en realidad. Hay que combatir la opresión de las mujeres desde los mecanismos estructurales psicológicos que construyen el deseo masculino. La aceptación de la prostitución como normal refuerza esos mecanismos.
Si para las mujeres las categorías de subordinación, opresión y cosificación son experiencias sentidas personalmente por casi todas nosotras pero que nos han servido también para aprender las relaciones de poder como un todo, son ellos ahora los que tienen que, a través de la autoconciencia, acercarse a esas categorías intelectuales que pueden usar para ordenar o constituir su experiencia. Una forma de masculinidad sin miedo a la intimidad, que sea incapaz de ver a las mujeres como un medio, incapaces de cosificar, de no escuchar, de no sentir al otro como un ser humano; seres humanos críticos con la centralidad de la genitalidad, capaces de pensar más en la calidad de las relaciones que en la cantidad o en propia efectividad. La prostitución refuerza la masculinidad tradicional e impide que se cuestione. Y dado que la izquierda la apoya, cada vez resulta más difícil de cuestionar. En parte, se trata de una reacción patriarcal a cierto éxito del feminismo occidental.
Este artículo, necesariamente incompleto sólo pretende plantear un debate sereno y alejado de los prejuicios que en muchas ocasiones lo enturbian; tratar de encontrar puntos de encuentro y de formar alianzas en lo posible que nos permitan luchar contra la desigualdad que pervive y se refuerza como la cabeza de la medusa.
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