Naimul Haq
(IPS) - Shirin Aktar tenía apenas 13 años cuando sus padres decidieron que era tiempo de que se casara. Eran pocas las oportunidades que se abrían entonces ante ella, la hija mayor de una familia conservadora procedente del distrito de Rangpur, en el norte de Bangladesh.
Como Shirin no tenía educación formal ni perspectivas laborales, contraer matrimonio con su primo de 31 años le pareció a su entorno familiar lo mejor para evitar una vida de pobreza abyecta.
Esta niña de hablar suave dijo a IPS que sus padres nunca la consultaron sobre su decisión. Su padre carecía de un trabajo estable, y la familia no tenía una vivienda propia. Aceptar la propuesta de un empresario de posición económica relativamente buena les pareció la opción obvia para su hija.
Pero su familia ignoraba que ella tenía otros planes. Determinada a cumplir su sueño de ir a la universidad, la adolescente contó con la ayuda de sus compañeros de “Niños Periodistas”, una organización de niñas y varones del lugar que “se oponen a la injusticia social y crean conciencia sobre los derechos infantiles”, dijo Aktar Aktar.
Sentada en su casa de la aldea de Arajemon, ubicada unos 370 kilómetros al noroccidente de Dhaka, ella, que acaba de cumplir 18 años, confesó haber visto a demasiadas amigas y parientas sufrir mucho a consecuencia de matrimonios precoces, experimentando desde violencia doméstica a manos de familiares políticos hasta fuertes cargas de tareas en el hogar.
Aktar supo que no podía seguir el mismo camino que ellas. Pero negarse a la voluntad de sus padres no era fácil: requería valentía y un enorme apoyo de sus pares.
Pese a conocer las “consecuencias de intervenir en los asuntos de los adultos, sentimos que los padres de Shirin estaban cometiendo una injusticia con ella, y teníamos que resistir”, dijo Reza, líder de Niños Periodistas, a IPS.
Los jovencitos acudieron a los ancianos de la aldea, a líderes religiosos, a influyentes académicos y empresarios, que accedieron a hablar con los padres de la niña.
De todos modos, este apoyo casi unánime entre los miembros de la comunidad no habría llegado muy lejos sin el impulso del Kishori Abhijan, o proyecto de empoderamiento adolescente, una iniciativa del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en Bangladesh que trabaja para equipar a las niñas con las herramientas que necesitan para hacer sus propias elecciones de vida.
Realizado primero en fase piloto en 2001, el programa se creó en respuesta a la enorme cantidad de matrimonios de niñas en este país sudasiático de 150 millones de habitantes.
Lamentablemente, en la actualidad, la necesidad de ese servicio es mucho mayor que antes.
Con aproximadamente un tercio de la población viviendo con menos de un dólar al día, no llama la atención que las familias recurran al matrimonio como medio de movilidad social y para escapar de una vida de trabajo extenuante. Hallarle un esposo a una hija significa una boca menos que alimentar, y la posibilidad de obtener complementos financieros del cónyuge.
Pese al avance de las inscripciones femeninas en las escuelas, a una sustancial reducción de la fertilidad y a una mayor libertad para que las mujeres jóvenes reclamen sus derechos, muchas todavía ven sus vidas limitadas por la tradición del matrimonio precoz.
Según una investigación, 68 por ciento de las mujeres de entre 20 y 24 años se casaron antes de llegar a la edad legal mínima de 18, mientras que otros estudios señalan que a la vasta mayoría de estas muchachas las casan antes de su 16 cumpleaños.
Datos del gobierno sugieren que alrededor de 50 por ciento de las adolescentes de Bangladesh, cuya cantidad se estima en 13,7 millones, serán madres cuando tengan 19 años.
En el Bangladesh rural, donde la pobreza está incluso más generalizada que en las ciudades, las hijas de familias pobres se consideran aptas para el matrimonio al comienzo de la pubertad, lo que significa que niñas de incluso 13 y 14 años pueden convertirse en esposas.
En parte como un esfuerzo para negociar dotes más bajas, en parte para “proteger” a sus hijas del acoso sexual, las familias pobres rara vez lo piensan dos veces antes de entregar a sus niñas a esposos que suelen ser mucho mayores.
Según activistas por los derechos infantiles, esta práctica no solo es socialmente perjudicial, sino que también es peligrosa para la salud de las niñas. En un país donde 80 por ciento de todos los nacimientos tienen lugar en el hogar, sin la presencia de un asistente médico calificado, las jóvenes madres y sus hijos son vulnerables a complicaciones durante el embarazo y a una serie de enfermedades asociadas, como neumonía y bajo peso al nacer.
Los matrimonios precoces sin duda contribuyen con la alta mortalidad materna de Bangladesh, de 329 muertes por cada 100.000 nacimientos vivos, en comparación con 21 muertes por cada 100.000 nacimientos vivos que se registran en países Estados Unidos.
Ahora, una importante campaña de pobladores locales junto con organizaciones internacionales parece estar dando frutos.
Grupos de autoayuda conocidos como “clubs kishori” reúnen cada 15 días a unas 30 adolescentes para debatir sobre todo, desde salud reproductiva y nutrición a roles de género y violencia contra las mujeres.
Los líderes del grupo, capacitados por Unicef, ayudan a que adquieran habilidades como coser, hacer cerámicas o criar aves, lo que mejora las posibilidades de que las jóvenes se ganen el sustento.
Los clubs kishori trabajan con organizaciones asociadas de la sociedad civil, como el Centro para la Educación Masiva y la Ciencia, que opera en cientos de subdistritos en todo el país y que ha demostrado ser muy valioso a la hora de brindar capacitación en informática y carpintería, entre otras áreas.
Los colectivos de jóvenes también actúan coordinando campañas de concientización que incluyen divulgar información sobre los matrimonios infantiles entre sus pares y en la comunidad más amplia.
La historia de Shirin Aktar es un testimonio del poder de estos grupos locales. Cuando su padre acudió por primera vez al funcionario del registro local, este se negó a registrar la unión antes de chequear el certificado de nacimiento de la adolescente, marcando un punto de inflexión desde los días en que a nadie se le movía un pelo ante una novia-niña.
Pero quienes promueven esta campaña son conscientes de que la educación sola no cambiará la mentalidad que perpetúa esta práctica. Para terminar con los matrimonios infantiles, será necesario cambiar las circunstancias económicas de las familias pobres.
Rose-Anne Papavero, directora de protección infantil de Unicef en Bangladesh, dijo a IPS que la agencia trabaja con el gobierno para “brindar transferencias de efectivo condicionales (de 472 dólares por año) a las familias pobres… si acceden a no casar a sus hijas (menores de edad), a no usar trabajo infantil y a no practicar castigos corporales”.
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