Rebelión Uno de los grandes fines que debería satisfacer cualquier sistema económico es el de la reproducción de la vida. Garantizar y poner los medios para que se reproduzca su población, sus medios productivos y, sobre todo, que se respeten los ciclos de la naturaleza. Es en este punto donde adquieren suma relevancia la economía de los cuidados y el trabajo doméstico, que la ortodoxia económica y las ciencias sociales al uso desatienden en sus planteos.
Frente a la hegemonía del patriarcado y a la obsesión por el crecimiento, la economista chilena Cristina Carrasco ha defendido en la Universidad de Verano de Socialismo 21 celebrada en Valencia, la necesidad de reorganizar el sistema económico incorporando una mirada feminista y ecologista. Cristina Carrasco es profesora de Teoría Económica de la Universidad de Barcelona. Entre otras obras, ha publicado “El trabajo de cuidados. Historia, Teoría y Políticas”; “El cuidado como eje vertebrador de una nueva economía” y “No es una crisis, es el sistema”. Forma parte del Instituto Estudios de las Mujeres y el Género de las Universidades Catalanas y también participa en Ca la Dona, movimiento feminista de Barcelona.
El fondo de la cuestión, que ignora la sociedad capitalista y patriarcal. Todo ser humano nace de una madre, crece, adquiere una identidad, se desarrolla y capacita para la vida adulta; y llega después a la vejez. Estas etapas están directamente condicionadas por los cuidados que se prestan en los hogares. “La civilización humana sólo ha podido mantenerse generación tras generación por el trabajo doméstico; por la gran cantidad de tiempo y energía en las tareas de cuidado, diarias y silenciosas, que han llevado a cabo millones de mujeres y hoy, afortunadamente, también algunos hombres”, explica Cristina Carrasco. Sin embargo, ¿dónde reside la paradoja? “Las ciencias sociales y económicas no tienen esto en cuenta”, añade.
Se quiera o no, hay una realidad que se impone: toda persona es dependiente en la vida; esta vulnerabilidad del ser humano le lleva, entre otras cuestiones, a la interdependencia y a vivir en comunidad. Según la economista, “aceptar que todos somos vulnerables y dependientes implica que necesitamos cuidados y, por tanto, que estos deberían ser una prioridad social y política”. Pero, para que cunda el mensaje hace falta aún mucha pedagogía. Se hizo en Italia, durante los grandes debates (con una gran participación de las mujeres comunistas) que acompañaron a la legislación sobre cuidados. Sin embargo, matiza Cristina Carrasco, en España se desaprovechó la oportunidad de la “Ley de Dependencia” para fomentar estas discusiones.
Reivindicar la economía los cuidados supone, además, rechazar algunos mitos. Por ejemplo, el del “homo economicus” (el arquetipo utilizado por las ciencias económicas), un individuo egoísta, aislado, totalmente independiente y que nunca enferma ni envejece. Por otra parte, subraya la economista chilena, “hemos de rebatir la mística religiosa de los cuidados que propugna el patriarcado; y que considera a las mujeres con una capacidad innata para el sacrificio y el trabajo en casa por amor”. Debe criticarse, en resumen, “que las tareas del cuidado estén divididas por sexo y raza, se hayan tradicionalmente desvalorizado y ligado a grupos sociales que la sociedad tiene por inferiores”.
La economía de mercado capitalista (comúnmente llamada “economía real”) ningunea el valor del los cuidados hasta el punto de no incluirlos en su medición “estrella”, el PIB. Pero, según Cristina Carrasco, “las cosas han de considerarse por su valor social y no necesariamente traducirse a valor monetario”. La econometría oficial conduce a paradojas como que la comida elaborada por un cocinero se contabiliza, dado que implica un intercambio económico, en el PIB, mientras que no ocurre lo mismo si ese plato lo elabora una mujer en la cocina de su casa. Es ésta economía capitalista de mercado la que todo lo abarca y de la que resulta muy difícil sustraerse, vivir sin dinero. “Sólo se busca maximizar el beneficio, subraya Cristina Carrasco, y –en consecuencia- los cuidados se valoran como meras “externalidades”.
Tampoco los obsesivos y quiméricos discursos sobre el “crecimiento” y su necesidad para salir de la crisis contribuyen al reconocimiento de los cuidados. Ni, por extensión, al uso respetuoso de los recursos naturales. En otro plano de análisis, la mayoría de estudios sobre felicidad señalan que hay un punto en que los índices de bienestar y felicidad se estancan, aunque en paralelo se dé un crecimiento de la economía y la variable del PIB. Se trata, por tanto, de subrayar el rol de los cuidados por su valor social, sin necesidad de traducirlos a valor mercantil ni económico. Y de luchar por una sociedad en la que estos puedan organizarse y gestionarse adecuadamente, por ejemplo, mediante un incremento del tiempo libre.
La crítica feminista desmonta muchos dogmas de la economía oficial y, en algunos aspectos, complementa las críticas de los economistas marxistas. Teóricamente, el salario ha de permitir al menos la reproducción de la fuerza de trabajo. Sin embargo, explica Cristina Carrasco, “cuando una criatura nace requiere grandes cuidados, educación, socialización en los primeros años de vida y, en definitiva, un gran esfuerzo de tiempo; todo esto no lo remunera el salario de la empresa; es decir, el valor real de la fuerza de trabajo debería incluir lo que realmente cuesta regenerarla y reproducirla; el lavado, el planchado, la limpieza del hogar y otras tantas tareas básicas tampoco se incluyen en el salario”. Así, la economía capitalista se reproduce mediante diferentes formas de explotación: de la mano de obra (la plusvalía marxista); de los cuidados y de la naturaleza.
El hecho de que las mujeres sean quienes absorban en su gran mayoría las tareas domésticas y del cuidado implica su empobrecimiento, por un hecho obvio: la mayor dificultad de acceso al mercado laboral (“Las necesidades de la economía del cuidado resultan muy difíciles de compatibilizar con la actividad laboral; es la contradicción entre capital y vida”). En esta cuestión, subraya Cristina Carrasco, “el efecto de las políticas de igualdad ha sido más bien simbólico”. Si se ahonda en el problema, lo que realmente se pide es “que la mujer se equipare al hombre en la esfera pública, pero en un mundo masculinizado; por eso se hacen constantes referencias a las mujeres que ocupan cargos políticos o ejercen como directivas de empresas”. En sentido contrario, no se conocen estadísticas que evalúen el porcentaje de hombres que cuidan a sus suegras o realicen el planchado de la ropa de las mujeres.
El análisis a fondo de los cuidados ofrece múltiples aristas. En países como España, con tasas de fecundidad muy bajas en 2000, estas repuntaron gracias a las mujeres migrantes. A ello se agregó el envejecimiento demográfico. Estas nuevas exigencias de cuidados vinieron a resolverlas mujeres migrantes y pobres, que cuidaban a los ancianos, a sus nietos y realizaban las tareas domésticas en los hogares nacionales. Se trata, por lo demás, de fenómenos en los que se silencia un hecho esencial: “el daño que se produce en los países de origen, que preparan y forman a personas que después emigran”, explica la economista.
Otra cuestión es la interiorización de las tareas del cuidado por determinados colectivos y la represión, más o menos internalizada, que ello implica. Pues, apunta Cristina Carrasco, “existe una obligación moral impuesta por el patriarcado por la que, se nos dice, corresponde a las mujeres encargarse de los cuidados; no hacerlo supone en muchos casos cargar con el sentimiento de culpa”. A la represión psicológica subyace un hecho: “Si no hubiera sido por el trabajo de las mujeres, hace muchos años que la humanidad habría desaparecido”. “¿Qué pasaría si desapareciera el mercado capitalista y el sistema financiero”, se pregunta Cristina Carrasco. “Sin duda, podríamos seguir existiendo, pero no podríamos hacerlo sin recursos naturales ni cuidados”, responde. Ocurre que la academia y el paradigma dominante sólo reconocen los estratos “superiores”: el mercado capitalista y los servicios públicos que presta el estado; suele ignorarse la “base”: la ecología, el bienestar y los cuidados. Es la economía “iceberg”.
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