Alainet Dos casos recientes de violencia contra la mujer salvadoreña, han vuelto a encender la señal de alarma en torno a este tipo de hechos. El primero, Silvia Rivera de 37 años, quien falleció en un hospital público donde era atendida desde el 13 de junio, después de ser quemada con combustible por su compañero de vida, Manuel Bermúdez. Según las versiones de prensa, Bermúdez quemó a su mujer tras rociarla con gasolina y atarla a una silla, luego de una discusión, en un barrio de la periferia de San Salvador.
El segundo caso, en circunstancias similares, pero sin llegar a un desenlace fatal, se registró en el área rural. Jorge Alberto Cisco, fue acusado de amarrar de pies y manos a su mujer, Jennifer Escalante, rociarla con gasolina y quemarla en varias partes del cuerpo, principalmente en las piernas. En su declaración, la mujer, de 27 años de edad, dijo a los agentes policiales que su pareja había llegado a la casa con una botella de plástico en la mano que contenía sustancias inflamables. Posteriormente, la ató de manos y pies, vació el contenido de la botella sobre ella y encendió un fósforo. Al ser cuestionado por la policía sobre las acusaciones de su compañera de vida, el imputado manifestó que “tenían problemas, como toda pareja”.
Pero, ¿se trata de problemas estrictamente circunstanciales de naturaleza individual o de comportamientos individuales extendidos y de gran prevalencia en la sociedad? Según datos de Naciones Unidas, en 2011 El Salvador registró al menos 647 feminicidios, sólo superados en Centroamérica por los 705 de Guatemala. En 2012, las autoridades salvadoreñas registraron al menos 2.493 denuncias por violencia intrafamiliar. Un informe reciente de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), elaborado con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés), plantea que en los 30 últimos años, la comunidad internacional ha reconocido cada vez más la violencia contra la mujer como un problema de salud pública, violación de derechos humanos y barrera al desarrollo económico. El documento revela una serie de hallazgos en torno a la violencia contra la mujer, en 12 países de América Latina y el Caribe: Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Paraguay, Perú y República Dominicana.
El informe muestra que en 12 países estudiados de América Latina y el Caribe, entre el 17 y 53 por ciento de las mujeres entrevistadas reportaron haber sufrido violencia física o sexual por parte de sus parejas. A pesar de esto, entre el 28 y 64 por ciento no buscó ayuda o habló con nadie acerca de esta experiencia.
Un punto central del documento, es que la violencia infligida por el compañero íntimo, a menudo tiene consecuencias graves para la salud física y mental de la mujer. Entre el 41 y 82 por ciento de las mujeres que sufrieron abuso por parte de sus parejas experimentaron heridas físicas, desde cortes y moretones a huesos rotos, abortos involuntarios y quemaduras. De ahí que estime que la violencia infligida por el compañero íntimo es un problema de salud pública con graves consecuencias, no solo físicas, sino también mentales. Es decir, tiene un nivel de prevalencia y gravedad en la población, tanto a nivel individual como colectivo, que puede expresarse en mortalidad o alta vulnerabilidad de la vida. El reporte destaca además, que las mujeres que habían sufrido violencia física o sexual por el compañero íntimo, tenían más probabilidad de haber contemplado o intentado el suicidio, en comparación con las que nunca habían sufrido esa violencia. La conclusión resulta obvia: la violencia contra la mujer agrava la carga de mala salud mental entre las mujeres, y genera un gran impacto en los sistemas de salud de la Región.
Los casos de Silvia y Jennifer, que hemos citado al inicio, son un nuevo campanazo para tomar conciencia sobre la gravedad de este tipo de violencia y asumir las acciones necesarias. El informe de la OPS y CDC que asume esta realidad como un verdadero problema de salud pública y de convivencia social, propone las siguientes medidas: que los tomadores de decisiones públicas se ocupen diligentemente de la violencia contra la mujer, habida cuenta de la prevalencia extendida de esa violencia y sus graves consecuencias negativas en la salud, los derechos humanos y la economía. Asimismo, se plantea la necesidad de mejorar la respuesta de instituciones clave de todos los sectores, porque las mujeres que sufren violencia en América Latina y el Caribe no siempre buscan ayuda, debido a no saber dónde ir o no confiar en que puedan recibir una ayuda eficaz, compasiva y confidencial.
Sin olvidar, claro está, medidas preventivas como la de aumentar la posibilidad de que las mujeres ejerzan sus derechos civiles, promover su empoderamiento social y económico, involucrar a los hombres y niños para promover la no violencia y la equidad de género, y prestar servicios tempranos de intervención a las familias en riesgo, entre otras. Ahora bien, tanto las medidas inmediatas como las estructurales, requieren como condición básica tomar conciencia de la problemática, sobre la base de la evidencia que proporcionan los datos de los estudios científicos.
Oportuno resulta citar en este punto, una de las urgencias que planteó la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida), sobre el tema de la mujer. “Urge tomar conciencia de la situación precaria que afecta la dignidad de muchas mujeres. Algunas, desde niñas y adolescentes, son sometidas a múltiples formas de violencia dentro y fuera de casa: tráfico, violación, servidumbre y acoso sexual; desigualdades en la esfera del trabajo, de la política y de la economía; explotación publicitaria por parte de muchos medios de comunicación social, que las tratan como objeto de lucro”.
Carlos Ayala Ramírez es director de radio YSUCA, El Salvador.
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