martes, mayo 22, 2012

Las mujeres de Sudán huyen de un infierno para caer en otro

La violación, el secuestro y la violencia doméstica son demasiado frecuentes entre las mujeres que huyen de la miseria en las montañas de Nuba.
Elizabeth Pender | GlobalPost
Una reciente ola de refugiados procedentes de Sudán ha provocado que el campamento de Yida, una extensa colección de chozas y de cabañas de sorgo, se haya inflado hasta convertirse en un santuario para albergar a más de 30.000 personas.

La mayoría de ellas han huido de los combates entre el Ejército sudanés y los rebeldes nubios de la República de Sudán. Pero con menos de 24 kilómetros entre el campamento y la disputada frontera y a sólo 27 de primera línea de frente, la violencia nunca se siente muy lejos.

Casi todas las noches oímos el crujido de los disparos y nos despertamos con frecuencia por el sonido de los aviones sudaneses lanzando bombas en la distancia.

Algunos días, los bombardeos aéreos están tan cerca que podemos sentir las explosiones, lo que nos obliga a guarecernos en los búnkeres por motivos de seguridad. Otros días, los aviones Antonov sobrevuelan por el campamento.

Muchos niños cuando oyen las bombas comienzan a caer. Corren aterrorizados tan rápido y tan lejos como pueden. Las mujeres tienden a quedarse, ayudando a aquellos que no pueden escapar.

Las mujeres y las niñas que viven en el campamento de Yida me dicen que es mucho más seguro estar aquí que en sus aldeas en las Montañas Nuba, donde nueve meses de lucha brutal han sembrado el miedo y el caos, y el asalto sexual se ha convertido en un hecho común. Sin embargo, puedo decirte que Yida no es un refugio seguro.

Durante los últimos meses, mientras se establecen los programas del Comité Internacional de Rescate para las mujeres y niñas vulnerables que hay aquí, he oído una historia tras otra, lo que me hace pensar en la fuerza y en la resistencia de estas mujeres.

Me dijeron que habían sido violadas en presencia de miembros de la familia por hombres armados en las montañas del estado de Kordofan del Sur. Hablaron de las mujeres que eran atacadas por múltiples perpetradores mientras trataban de huir de la violencia y de ser “retenidas” por largos períodos de tiempo, a veces para no volver jamás.

Una mujer me contó acerca de su hermana, que había sido capturada por los soldados. “Todavía no sé dónde está”, me dijo la mujer.

Por desgracia, la violencia de la que huyeron en Kordofán del Sur ha seguido en Sudán del Sur.

Aquí en Yida, las mujeres y las niñas siguen estando bajo un grave riesgo, al igual que una joven de 19 años de edad, a la que conocí la semana pasada.

Me llamaron para que fuera a la clínica de salud después de que la joven hubiera sido llevada allí por otras personas que se encontraban vagando solas por un camino fuera del campamento. Todo indicaba que había sido violada, signos de trauma, la incapacidad para hablar, las evidencias del asalto. Ella no podía recordar nada.

Las adolescentes en el campamento de Yida me cuentan que viven en constante temor de ser atacadas, por ejemplo, cuando recogen leña o van a la plaza del mercado.

“No podemos ir al mercado solas”, me explicó una joven de 15 años. “Los militares nos esperan allí. Si una chica está sola, los hombres la atrapan. Estos hombres están buscando niñas”.

Y hay muchas chicas jóvenes aquí. Más de 500 huyeron en masa de sus internados de Kordofán del Sur. Llegaron con los maestros, pero sin sus miembros de la familia. La comunidad de refugiados de Yida ha establecido tres estancias para las niñas no acompañadas.

Pero a pesar de sus buenas intenciones, los riesgos a los que estas niñas se enfrentan dentro de las paredes de estos recintos son terribles - el hacinamiento, no comer lo suficiente, no hay zona de baño, una letrina por cada 100 niñas, no hay puertas ni guardias. Para ellas, el recinto es su única opción de protección pero no es seguro en absoluto.

En cuanto a las mujeres en Yida, pueden haber escapado de la violencia de las Montañas Nuba, pero tienen cada vez más riesgo en sus hogares.

Las mujeres casadas me cuentan que desde que han llegado a Yida sus esposos las están golpeando con más frecuencia que nunca. Una mujer me contó: “las mujeres casadas son golpeadas todo el tiempo. Si estás casada, eres golpeada. Todas lo son".

Me paraliza y me entristece darme cuenta de que estas mujeres no encuentran nada inusual en el hecho de que sus maridos las propinen palizas, sólo les extraña que sean mucho más frecuentes desde que se convirtieron en refugiados.

Sin embargo, estas son las mismas mujeres que caminaron muchos kilómetros para llegar a Sudán del Sur, protegiendo a sus hijos mientras cargaban con las pertenencias familiares. Y una vez llegaron, estas mujeres son las que construyeron ellas mismas refugios con materiales que recolectaban y que, cada día, buscan comida y agua para sus maridos e hijos.

Y estas son las mismas mujeres que ayudaron a despejar una franja de una milla de largo (1,5 km) de arbustos para construir una pista de aterrizaje que permite que la comida sea transportada por vía aérea hasta el campamento.

Es un ejemplo sombrío de cómo las condiciones a las que se enfrentan las mujeres y las niñas en el campamento de Yida, un lugar donde corren el riesgo de ser violadas cada vez que van al mercado o golpeadas por sus maridos cada vez que vuelven a casa, son “seguras” en comparación con el lugar de dónde venían.

Elizabeth Pender es una experta en la protección de las mujeres del Comité Internacional de Rescate (IRC por sus siglas en inglés) y un miembro del equipo de emergencia del IRC. Ella escribe desde el campamento de Yida en el estado de Unidad de Sudán del Sur, al sur de la disputada y volátil frontera con la República de Sudán.

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