Entrevista con el estudioso en masculinidades Julio César González Pagés
«La mujer debe atender la casa, los hijos y a su esposo; el hombre hace otras cosas. Siempre ha sido así, porque la mujer es mujer y el hombre es hombre y eso nadie puede cambiarlo». Así le espetó la madre a su hija en una de las escenas más contundentes de la película cubana Retrato de Teresa, de 1979. La protagonista, en la figura de la actriz Daysi Granados, se enfrentaba diariamente no solo a su marido Ramón —Adolfo Llauradó—, sino a toda la sociedad que, erigida sobre los cánones de la masculinidad, esperaba de ella lo mismo que de todas las mujeres.
La doble jornada, en el trabajo y en la casa; las limitaciones por ser madre y esposa; las exigencias de sus complacencias y la nula posibilidad de aspirar a sus sueños constituían el móvil de lucha de la protagonista del filme, en el afán por cambiar esa realidad.
Tres décadas después, aun cuando mucho se ha logrado en el camino por hacer de la mujer partícipe activa en la construcción de la sociedad y de su propia vida, persiste el influjo de la hegemonía masculina, generadora de inequidad y violencia.
Así piensa el Doctor en Ciencias Históricas Julio César González Pagés, a quien le resulta contradictorio que el centenario del feminismo en nuestro país, justo este año, no sea considerado una fecha de celebración y motivaciones y, por el contrario, pase casi inadvertido.
La doble jornada, en el trabajo y en la casa; las limitaciones por ser madre y esposa; las exigencias de sus complacencias y la nula posibilidad de aspirar a sus sueños constituían el móvil de lucha de la protagonista del filme, en el afán por cambiar esa realidad.
Tres décadas después, aun cuando mucho se ha logrado en el camino por hacer de la mujer partícipe activa en la construcción de la sociedad y de su propia vida, persiste el influjo de la hegemonía masculina, generadora de inequidad y violencia.
Así piensa el Doctor en Ciencias Históricas Julio César González Pagés, a quien le resulta contradictorio que el centenario del feminismo en nuestro país, justo este año, no sea considerado una fecha de celebración y motivaciones y, por el contrario, pase casi inadvertido.
«La mujer puede ejercer su derecho al voto y hacer uso de la Patria Potestad; divorciarse legalmente de su cónyuge si así lo quiere; ocupar cargos de dirección o políticos y todo ello, unido a otros derechos, hoy son asumidos como parte de nuestra “normal” vida cotidiana, gracias a numerosas mujeres que, en el mundo entero y también en Cuba, desde 1912 específicamente, aunaron sus esfuerzos para eliminar la desigualdad social».
Incomprendidas antes de la Revolución por su ideología feminista, acusadas de desestabilizar el régimen y tildadas, tácitamente, de homosexuales, muchas en Cuba abogaron por la unión intersectorial con el objetivo de satisfacer sus demandas. «Por ello, cien años atrás, crearon en La Habana tres organizaciones abiertamente feministas: el Partido Nacional Femenino, el Partido de Sufragistas Cubanas y el Partido Popular Feminista, mediante los cuales hicieron valer sus derechos en una sociedad que por herencia histórica era —y es— patriarcal y machista», explicó el coordinador general de la Red Iberoamericana de Masculinidades.
La importancia del movimiento del feminismo en Cuba fue tal, asegura Pagés, que se le considera precursor del que más tarde se gestó en América Latina.
«Los congresos de 1923 y 1925 de la Federación Nacional de Asociaciones Femeninas resultaron de trascendental significación, como lo fue que en la Constitución de 1940 tomaran cuerpo todos esos anhelos.
«Esa lucha feminista siempre se ejecutó desde la unión, no solo entre las mujeres de distintos sectores y clases sociales, sino también con hombres como Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, Miguel de Carrión y Carlos Loveira, entre otros (catalogados como miembros adictos)». Ello permitió, asevera, que en 1959, cuando triunfó la Revolución, parte del camino hubiera sido ya desbrozado.
«Tuvieron lugar otros cambios necesarios, impulsados principalmente por la Federación de Mujeres Cubanas, que sin ser una organización declarada como feminista, desplegaba acciones de ese carácter, cuyos resultados son palpables hoy. Sin embargo, no ha sido suficiente».
No se trata de que no se reconozca, desde el punto de vista histórico —aunque a veces sí sucede— el mérito de estas feministas y sus resultados, agrega, sino de que en la Cuba de hoy persiste, desde el punto de vista social, cultural y psicológico, tanto en hombres como en mujeres, la ideología que pondera el machismo.
Derribar la muralla
El feminismo, erróneamente catalogado como «el machismo de la mujer», cobró auge a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y su esencia se basa en la igualdad de derechos y deberes de hombres y mujeres en los diferentes espacios.
Su contrario, ese que se reproduce desde los patrones familiares, desde hombres y mujeres, es el que genera todavía la división de azules y rosados para niños y niñas, respectivamente, así como el juego de las casitas por un lado y los soldaditos por el otro, la delicadeza y sumisión en unas y la rudeza y la superioridad, ¡sin lágrimas!, de otros.
Refiere Pagés que desde que Aurelia Castillo se refiriera al machismo en su artículo La muralla, publicado en El Fígaro, en tanto muralla de la inequidad que había que derribar, y Mariblanca Sabas Alomá se manifestara contra la asociación conceptual de feminismo y lesbianismo que le impusieran en su época, hasta nuestros días, la sociedad no ha cambiado lo suficiente, desde el punto de vista sociocultural.
«La mujer tiene oportunidades en el mundo laboral, político, público, cultural, pero sigue estando comprometida con sus roles en la vida doméstica, intransferibles al parecer y limitantes del resto. Continúa siendo mostrada, hasta en los medios de comunicación, como la subordinada al «macho», y sigue enfrentándose a la condena popular cuando intenta cambiar sus roles.
«Provengo de una familia sui géneris, lo confieso, y tal vez por ello me cuesta ser parte de eso. Mi abuela materna militó en una organización sufragista. Mis padres, emigrantes españoles, preconizaban una forma de vida, sobre todo desde la visión de mi madre, marcada por esa condición. A su vez, fuimos cinco hijos varones y nos educaron en la equidad, la igualdad de oportunidades, decisiones y responsabilidades, sin que el género lo determinara.
«Más tarde, durante los estudios universitarios aumentó mi interés por los temas relacionados con estas diferencias de género, patrones e influencias, entre otros, y hoy me siento orgulloso de haber contribuido desde las aulas, como profesor, a la formación de una conciencia antimachista en la mayoría de mis alumnos».
La familia es el núcleo de todo lo que se quiere construir, insiste el autor de Macho, Varón, Masculino, y es precisamente en esta donde el prejuicio se abre paso, y luego en la escuela y en la comunidad.
«La equidad, se quiera o no, se construye desde la cotidianidad, no desde las normativas o los decretos que, aunque progresistas y viables, no pueden evitar la reproducción de fobias y conceptos ambiguos desde la educación y la cultura. De hecho, existe hace casi una década la modificación de la Ley de la Maternidad, en la que se refleja que los padres también pueden optar por licencia para cuidar a sus hijos. Sin embargo, ¿cuántos hombres en el país se han acogido?
«Tiene que ver con el cómo educamos a nuestros hijos, con la manera en la que concebimos los productos comunicativos y proponemos una imagen de la mujer, erotizada y vampiresca, o por el contrario, sumisa y pura; la forma en la que llevamos nuestras relaciones de pareja y, por ende, con respecto a los demás», acotó.
—¿Se considera usted feminista?
—Sí, claro, lo soy, y en el año del centenario me declaro cien veces feminista, si es necesario; ¿por qué no? Comparto una ideología que otorga iguales derechos y deberes sin importar el género; por ello todo el que así piense es feminista también, sea hombre o mujer.
«Lo que sucede es que el término asusta y que es difícil no ser machista en un mundo erigido como tal. En Cuba, además, hay un desconocimiento bastante generalizado sobre el término, la ideología, sus propuestas. No solo porque no esté incluido en los planes de estudio de carreras como Historia y Filosofía, lo que me parece inaudito, sino también porque lo radicalizan demasiado y los patrones se reproducen a diario.
«Trabajo estos temas desde 1987 y aún como profesional estoy acostumbrado al “sabotaje”, podemos decirle así, tan solo por el hecho de ser hombre, porque en esa radicalización del pensamiento, no se permite poner en duda la hombría y hasta las mujeres, en muchos casos, aclaran que son femeninas y no feministas», enfatiza Pagés.
Ahora que el país se piensa diferente, para bien —añade el también consultor de la ONU para temas de masculinidad y violencia en Latinoamérica— es un buen momento para que se lleve adelante el debate sobre los derechos, más que sobre los roles, lo cual es imprescindible, en nombre de las mujeres que iniciaron esta lucha décadas atrás, y en el de las que aún padecen la carencia de expectativas.
«Si nos lo proponemos, Cuba puede teñirse de violeta, que es el color que identifica al feminismo, debido a que el 8 de marzo de 1908, cuando el dueño de una fábrica textil en Nueva York la incendió, con 129 trabajadoras dentro, para acabar con la huelga que ellas protagonizaban, el humo que emanó del incendio tenía esa tonalidad, por el color de las telas con las que trabajaban.
«Desde cualquier espacio puede desarrollarse una buena propuesta, tal como lo hace la cantautora cubana Rochy con su proyecto Todas contracorriente, encaminado a sentar las bases de una cultura de paz desde la música, eliminar estereotipos y luchar contra la violencia de género. Podemos hacerlo, y así seremos más los partidarios del feminismo, una de las cartas de triunfo para el logro de una sociedad más justa, más equitativa y menos traumática», concluyó el historiador.
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