Tina Modotti lo vio en toda su varonil belleza y sucumbió a su encanto; él, Julio Antonio Mella, tartamudeó frente aquella mujer que había llegado a El Machete, donde el líder estudiantil trabajaba. A partir de ese momento solo la muerte los separaría. Ella, quien amaba la justicia, abrazó los ideales de él. Antes tuvo que dejar al pintor comunista Xavier Guerrero, quien la amaba. Para romper esa unión le escribió una carta que calificó la más dolorosa de mi vida.
Tina y Mella, Mella y Tina unidos en el amor y el combate. Todo terminó con el asesinato del joven cubano el 10 de enero de 1929. Entonces, la acusaron de “Mata Hari del Komintern” y trataron de hacer ver aquel asesinato perpetrado por Machado como un crimen pasional. Tina fue deportada. Viajó a la Unión Soviética, donde llegó a ser segunda jefa del Socorro Internacional y tuvo participación en la Guerra Civil Española.
Regresaría al México que con tanta devoción amó y fue escenario de sus últimos momentos. Cuentan que era el 5 de enero de 1942 cuando salió de casa de su amigo el arquitecto Hannesmeyer, donde se había reunido con otros conocidos. Arrivederci, dijo y tomó un taxi: minutos después falleció de un ataque cardiaco. Volvió la prensa amarilla a atacarla como lo hizo cuando el asesinato de Mella.
A Pablo Neruda ella le inspiró un poema que él leyó en el cementerio, donde dejaron el cuerpo de la mujer que vivió a plenitud su vocación de artista y revolucionaria. Para quien tantas justas rebeldías encarnó, expresó el poeta:
Tina Modotti, hermana, no duermas, no, no duermas
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa…
De su vida
Tina nació en 1896, en Udine, Italia, en el seno de una familia muy humilde que emigró a Estados Unidos. Allí, la muchacha realizó varios trabajos como modista, actriz del teatro latinoamericano y apareció en varios filmes.
Casada con el poeta Roubaix de l’Abrie Richey, a la muerte de éste se unió en México al conocido artista Edward Weston, quien le descubre las ricas posibilidades de la fotografía. Tuvieron una estrecha colaboración.
De Tina, los críticos alabaron su gran capacidad simbólica y emotiva. En 1929, ella realizó una exposición en a Biblioteca Nacional de la capital, y Diego Rivera, para quien modeló, expresó su admiración al manifestar que se trataba de “la primera exposición revolucionaria de México”.
Catalogadas de verdaderas joyas artísticas, las obras de la fotógrafa fueron publicadas en reconocidas revistas como Horizonte y Forma, entre otras. Dejó hermosos retratos de Mella, el amor que nunca olvidó.
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