domingo, octubre 23, 2011

Habla, empleo y nivel educacional femenino en el siglo XXI cubano

Jorge Ángel Hernández
Cubaliteraria El vínculo entre el sexo y la violencia androcéntrica se expresa con relativa jerarquía en el repertorio del habla popular cubana. Numerosos términos contemporáneos presentan un sentido semántico primario que remite a asesinato, agresión o minimización. Se trata de un valioso indicador cultural a la hora de analizar la evolución y las circunstancias históricas de la diferenciación de género. Este, sin embargo, no suele aparecer en los estudios científicos que la sociología dedica al tema. Cuando más, se emplea de modo tangencial, para demostración ex-post, casi con las mismas perspectivas de supeditación que se le ha dado al papel de la mujer en la historia de la humanidad.

Para la fundamentación científica en el discurso de las ciencias sociales, las manifestaciones del habla, del folclor y de la cultura popular en general, analizadas transversalmente desde una perspectiva semiológica, pudieran ser tan válidas como el dato estadístico. Lejos de excluirse, se complementan. Ello, si se emplea con el rigor de interpretación requerido para que actúe como fuente confiable. Parte de ese rigor interpretativo pasa por la capacidad de manejar en niveles similares de profundidad, y de objetividad, las fuentes multidisciplinarias, algo que en no pocas ocasiones ha actuado como caballo de Troya en el extendido tránsito de la lingüística a la sociología. La humana necesidad de estrechar los marcos investigativos ha terminado convirtiendo a la especialización en parcelas de conceptos aislados que van a quedar definitivamente incomunicados de su operatividad en relación con el resto de las disciplinas. No es algo simple, desde luego. Como tampoco es sencillo alcanzar, una vez entendido y legislado en parte, el equilibrio de género en los ámbitos de la socialización cotidiana.

Los niveles de participación pública alcanzados por la mujer cubana en el periodo revolucionario ―sobre todo en las esferas de la educación y la salud, aunque, además, han crecido otros índices como el de la responsabilidad del núcleo familiar o el del acceso a cargos públicos y administrativos―1 no siempre consiguen que las reminiscencias discriminatorias del habla popular retrocedan o se replieguen del uso comunicativo. Estas se han arrastrado por generaciones aun cuando la conducta ha conseguido importantes variaciones. El hecho de que, al menos, 13 expresiones pertenecientes al complejo azucarero cubano del siglo XVIII y la primera mitad del XIX, algunas con derivaciones, hayan sobrevivido, por su designación sexual violenta, hasta inicios del siglo XXI indica hasta qué punto el habla actúa también como conservadora de valores retrógrados que obstruyen la correspondencia entre las transformaciones político-sociales y las culturales.

La relación entre pensamiento y lenguaje no es, por supuesto, mecánica, traducible en resultados lógicos que van de causa a efecto en un transcurso lineal. Los avances epistemológicos en el ámbito de la significación aportaron un punto de partida insoslayable en el momento en que intentaron superar esa idea de linealidad permanente entre el significante y el significado. El signo es, no dejo de insistir en ello, una estructura funcionante permanente y permanentemente efímera. Así hemos de ver la funcionalidad del habla en el contexto de las relaciones de género, para ajustarnos al tema en el que andamos escarbando.

Importante ha sido, en el comportamiento de la sociedad cubana, el descargo que ha sufrido la acusación sobre las relaciones sexuales por libre elección, tanto a edades tempranas como a edades más maduras. Una encuesta aplicada en 1996 en la Ciudad de La Habana arroja que 88% de la población entre 15 y 49 años se declara sexualmente activa.2 De las mujeres comprendidas en este rango de edad, 83% declara su comportamiento sexual activo. Los diferenciales acerca de la tenencia de pareja ocasional entre sexos son también reflejo de la supervivencia de estamentos patriarcales en un contexto urbano que se supone más avanzado en cuestiones de emancipación cultural. El número de hombres casados o con pareja estable que declara relaciones sexuales ocasionales es significativamente mayor (48,6%) que el de las mujeres que lo hacen (14,3%); estas se circunscriben a las que están solteras o carecen de pareja estable.

De modo que se halla una denuncia subyacente de la moral diferenciada como una forma de discriminación. Y una conducta femenina de evasión ante un peligro que, al menos en el nivel institucionalizado por el sistema de relaciones sociales, no debiera existir. Son componentes de tipo cultural que contribuyen al estancamiento de las nuevas concepciones.

Un elemento importante en el avance en la búsqueda de equilibrios sectoriales en las relaciones de género se halla en que la población cubana ha ido disminuyendo su relación de masculinidad, de 1 052 hombres por cada 1 000 mujeres en 1970, a 1 003 en 2010.3 Esto ha permitido no solo una mayor representatividad numérica, sino, además, una más significativa presencia de la mujer en roles determinantes, como la jefatura del núcleo familiar, la responsabilidad económica de manutención del hogar y el acceso a profesiones y cargos de mayor relevancia. No obstante, en edades más tempranas, hasta 39 años, el índice de masculinidad al terminar la primera década del presente siglo es de 1 059 hombres por cada 1 000 mujeres, lo que predice un nuevo periodo de superioridad numérica masculina hasta más allá de la primera mitad del siglo XXI. Es, por ello mismo, importante que los estamentos culturales que retienen las expresiones androcéntricas se vean cuestionados en los propios patrones de uso, para que no avancen culturalmente a través de esa desproporción demográfica que se avecina.

La tasa de actividad económica muestra que, entre 2001 y 2009, de 86 a 87% de los hombres en edad laboral se encuentran ocupados, en tanto entre las mujeres, disponían de ocupación 54% en 2001 y 60% en 2009.

Si atendemos al nivel educacional femenino en la primera década del siglo XXI, vemos que el nivel educacional de la mujer cubana empleada ha ascendido, pues se aprecia una disminución porcentual de los niveles primario y secundario y un ascenso de los niveles medio superior (más discreto) y superior (de mayor importancia). Veamos la tabla:

Esto contradice, al menos en cifras, cierto patrón de opinión que da por sentado que ha disminuido el nivel educacional de nuestra población. No solo ha aumentado el nivel educacional de las mujeres empleadas, sino, además, el porcentaje total de empleo, lo que permite avanzar en el reconocimiento de las igualdades. Si observamos, en forma de gráfico, esta misma información, nos preocupa aún el camino de la superación de las desigualdades, que necesita acelerar los ritmos de los últimos tiempos:

Queda, además, superar los índices de subalternidad en el empleo femenino por categoría ocupacional, aun cuando también apreciamos que las cifras informan crecimientos:

En números, las cifras de 2009 son superiores a las de 2002, aunque en cuanto al porcentaje del total de empleados, las estadísticas siguen revelando descompensación. No se trata, entonces, únicamente de un proyecto institucional relacionado con la oportunidad de empleo y participación, aunque ello es fundamental como punto de partida, sino también de una educación cultural de la propia práctica laboral y sus consecuencias en el resto de la existencia.

La relación entre el nivel educacional de las mujeres ocupadas respecto a la población económicamente activa femenina muestra asimismo índices de crecimiento en la primera década del siglo XXI en Cuba. Las mujeres ocupadas de nivel primario o menor constituían 10% en 2001, en tanto en 2011 ese índice se redujo a 4%. El nivel secundario, que alcanzaba 23% en 2001, disminuyó a 17% en 2009. El nivel medio superior era de 48% en 2001 y se elevó a 58% en 2009; en tanto las ocupadas del nivel superior, que representaban 19% en 2001, llegaron al 21% en 2009.

Esta suma de datos apoya, entonces, el valor de lo cultural para romper las resistencias androcéntricas machistas que el habla popular conserva. Se trata de un ámbito fundamental de la cultura, por cuanto define importantes direcciones de aceptación o negación de prácticas morales obsoletas que, sin embargo, continúan vigentes. No es cuestión, a mi juicio, de relativizar estos valores culturales, sino de hacerlos actuar en circunstancias de ruptura, en situaciones que conduzcan a la autovaloración.

Notas:

1- Cf. Fleitas, Reina, Proveyer, Clotilde y González, Graciela: «Participación social de la mujer cubana en los noventa. Lo público y lo doméstico», en Proveyer, Clotilde: Selección de lecturas de Sociología y Política social de Género, Editorial Félix Varela, La Habana, 2005, pp. 197-255.

2- V. ONE: Perfil estadístico de la mujer cubana en el umbral del siglo XXI (en http://www.one.cu). La Encuesta se aplicó entre enero y febrero de 1996, por el Centro Nacional de Educación y Promoción para la Salud, del MINSAP, y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo, de la ONE, como parte de un proyecto desarrollado en cinco países de la región y dirigido por el Dr. Armando Peruga de la OPS/OMS Washington. Las cifras porcentuales corresponden a estimados, y las utilizamos porque, aun con márgenes de error mayores que los que presenta, se corresponden con lo que el habla popular refleja.
3- Anuario estadístico de Cuba (en http://www.one.cu).

Fuente: http://www.cubaliteraria.cu/articuloc.php?idcolumna=29

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