Liliana Aguirre (Especial de SEMlac).- "Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tú", reza una de las primeras estrofas de la cueca dedicada a una de las heroínas de la lucha independentista de Bolivia.
Lo curioso de la composición, escrita por Félix Luna, es que, según el texto, Juana es el más valiente capitán y no capitana. Y el género de esta palabra no es simple coincidencia, ya que en el tiempo que Azurduy vivió (1780-1862), las mujeres no tenían participación en la sociedad y menos en la lucha armada a favor de la independencia.
"La mujer estaba enfocada a los trabajos de la casa y al cuidado de la familia", cuenta el historiador Roberto Domínguez.
Ella fue la excepción, añade, "porque el hecho de tomar las armas a la par de su esposo, Manuel Ascencio Padilla, a favor de una causa revolucionaria, quebraba cualquier esquema pensado en esos tiempos".
La rebeldía, valentía y fuerza de esta heroína, nacida en el Alto Perú, territorio que actualmente ocupa este país, se destacaron desde temprana edad.
"Era una mujer mestiza, en sus venas corría sangre indígena e ibérica. Su madre era oriunda del Alto Perú; su padre, un hombre adinerado, cuyas raíces se remontaban a España, pero que también tenía presente lo altoperuano", especifica Domínguez.
A los siete años Juana perdió a la madre y poco después al padre, y por el hecho de haber quedado huérfana a tan temprana edad, a juicio de la historiadora Carmela Marcos, su vida quedó marcada por el sino de la pérdida y también de la entrega.
"Al quedar huérfana, con su hermana, pasa al cuidado de una tía paterna, quien ve en Juana un alma rebelde que debe ser aplacada. Por ello, la ingresa, a los 17 años en un internado de monjas. Al salir de allí, Juana es aún más rebelde y cuestionadora".
Además, Marcos deduce que "quizá los golpes de la vida y su capacidad de cuestionar a una sociedad caracterizada por ser sumamente estratificada, machista, clasista y excluyente, forjaron en ella a una mujer que decidió levantarse en contra de aquello que creía malo".
Datos históricos dan cuenta de que Juana Azurduy tenía un contacto muy directo con los indígenas de la zona, cuya situación era totalmente precaria y de opresión dentro del Virreinato de La Plata. Conocía muy bien el quechua y también hablaba aymara.
"Hay que tomar en cuenta que la actitud de Azurduy no era considerada de la mejor forma en aquel tiempo. Muchos decían que era mujer bastante varonil. Claro está que los parámetros de la femineidad van cambiando y mutando con el tiempo", añade la especialista.
A los 25 años, el amor toca a su puerta y Juana Azurduy se une sentimentalmente a Manuel Asencio Padilla.
"En 1805 Padilla ya está participando de grupos que, influidos por la ilustración francesa, planean la revolución", añade Roberto Domínguez. El 25 de mayo de 1809, una agitación popular en Chuquisaca destituyó al virrey.
Cada batalla era compartida y la vida de los esposos guerrilleros no era nada fácil. Esconderse de la persecución, jugarse la vida en el campo de batalla y además, para Juana como madre, cuidar de sus hijos y luchar con ellos.
"Ella luchaba con ellos y para ellos. Luchaba por la libertad, por terminar la injusticia de aquellos tiempos y, como mujer, probaba su temple de generala y de madre", complementa Carmela Marcos.
En 1814, Juana y su esposo han vencido a los realistas en varias batallas y esperan el contraataque. Las tropas revolucionarias deben dividirse. Manuel se encamina en un rumbo distinto al de su esposa.
Juana se interna con sus cuatro hijos pequeños y un grupo de guerrilleros en un refugio cercano al río, en el valle de Segura, provincia de Tomina. A ella le han dicho que Padilla está en peligro. Sale en su auxilio, pero debe volver pronto, ya que los españoles avanzan hacia el valle donde quedaron sus niños.
"Con esa imagen histórica se resume todo. El sentimiento y la fe ideológica. No es difícil imaginar el sentimiento de una madre en esa situación tan dramática y peligrosa", reflexiona Marcos.
Nuevamente, el sino de la pérdida se hace presente y sus cuatro niños, sin alimento, expuestos a las inclemencias del clima, mueren.
El 2 de agosto de 1814, Padilla y Juana siguen entregándose a la lucha. Ella está embarazada y pelea contra los españoles.
Los biógrafos de Juana Azurduy narran un hecho sorprendente —explica Domínguez—, y es que al dar a luz y encontrarse débil, algunos soldados conspiraban y planeaban quedarse con el botín de guerra que ella custodiaba.
"Hay que tomar en cuenta que la cabeza de esta valiente mujer tenía un alto precio, que los españoles iban a pagar, y la codicia se manifestó en algunos solados", cuenta Domínguez.
Por otro lado, la historia cuenta varias versiones. Una de ellas —y que destaca Carmela Marcos— es que, al percatarse de la conspiración y aún débil, se levanta y toma su espada para decapitar al líder de los conspiradores.
"También se dice que escapa, con la bebé en brazos, ayudada por los indígenas que eran parte de la guerrilla y le guardaban mucho cariño y respeto".
Las peripecias de la valiente generala no concluyeron allí. El momento más dramático se hizo presente con la muerte de su esposo.
"La hija recién nacida se queda a cargo de una indígena, que la cuidará durante el resto de los años en que su madre continúe luchando por la independencia americana. Sufre la terrible muerte de su esposo y las travesías para rescatar su cabeza, incrustada por el enemigo en una pica, en la plaza pública", escribe Graciela Batticuore en Juana Azurduy, de la editorial Alfaguara.
Tras la muerte de Manuel Ascencio Padilla, ella combate en el noreste argentino. Su lucha la vinculó con ambos países (Bolivia y Argentina).
Sin embargo, el final de su lucha no fue precisamente un cuento de hadas. La valiente capitana murió en la miseria. Olvidada por todos y también por la flamante República de Bolivia. Si bien obtuvo una pensión que se prolongó dos años, otorgada por el propio Simón Bolívar, posteriormente no recibió ni un centavo más.
Y por las paradojas de la vida, ella murió a los 82 años el 25 de mayo de 1862, sin homenaje alguno, la misma fecha en que se festejaba el aniversario del primer grito libertario de América, donde la lucha de la valiente capitana, como la de otros hombres y mujeres, había gestado la emancipación.
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