El femicidio en nuestro país no es asunto extraordinario. No es difícil ver con frecuencia en los periódicos la noticia de alguna mujer que ha sido asesinada por razones de su sexo. Generalmente se trata de un varón quien, adjudicándose la propiedad de la mujer, termina por darle muerte.
Sin embargo, el que no sea extraordinario nos ha llevado a ver esta práctica con total naturalidad. La naturalización de la violencia doméstica y el femicidio, aunque hayan leyes para “prevenirla” o “castigarla”, hace que veamos la muerte de una mujer como un dato más de la violencia social.
Hoy miramos con estupor la muerte de Carolina, y la miramos con estupor porque hace pocas semanas pudimos enterarnos por internet de su reciente hospitalización producto de los golpes que su marido “el Inca Valero”, campeón mundial de boxeo, le propinara.
Los eventos de violencia de género por parte de Valero ya venían siendo públicos desde el 2007, cuando había sido denunciado por agresiones a su madre y a su hermana.
A mediados de marzo de este año Carolina, su esposa, es hospitalizada de emergencia en el Hospital Universitario de Los Andes (Mérida), producto de los golpes que le diera el Inca Valero. En esa oportunidad, el Cicpc lo detiene luego de que médicos del HULA lo denunciaran, no sólo por el estado de gravedad en el que había dejado a su esposa, sino por las amenazas y agresiones hacia médicos y enfermeras.
Lamentablemente, el “Inca Valero” fue puesto en libertad luego de que su esposa retirara la denuncia y declarara que los golpes se debían a una caída por las escaleras.
Hoy, 18 de abril, el campeón es nuevamente detenido. Esta vez, Carolina no tuvo tiempo de retirar la denuncia; estaba muerta, había sido asesinada por su esposo. ¿Y por qué había que esperar a su muerte para detenerlo? ¿Por qué había que dejar en la vulnerabilidad emocional y física de Carolina la potestad de retirar o mantener una denuncia? ¿Por qué el Estado permitió que la violencia del campeón lograra la muerte de Carolina? Al parecer, al cuerpo de las mujeres sigue sin serle reconocida su soberanía y, a su vez, la representatividad de un hombre puede hacerlo gozar de ciertos privilegios e impunidades. El carácter de representante y figura deportiva nacional del “Inca”, seguramente haya generado a su alrededor un manto de protecciones y de complicidades por parte del Estado que lo hacían inmune ante cualquier denuncia. La muerte de Carolina era una muerte evitable.
El Estado venezolano debía actuar, sobre la base del reconocimiento de las vulnerabilidades y amenazas a las que una mujer agredida suele estar sometida. El Estado debía darle garantías a Carolina para sentirse segura de mantener la denuncia. El Estado debía darle legitimidad a las declaraciones de terceros que habían dado cuenta de las agresiones que Valero había ejercido sobre el cuerpo de su esposa. Sin embargo, el Estado no lo hizo, no podía atacar a su “campeón mundial”, no podía poner en cuestión la imagen de quien representa a la “nación”.
Por otro lado, el silencio invade los predios del Ministerio de la Mujer, que ante las denuncias hechas respecto a las agresiones del “Inca”, no se manifestó.
Pero también las feministas tuvimos responsabilidad al no ejercer medidas de presión y de denuncia públicas en las que cientos de mujeres vieran un lugar desde el cual alzar la voz y enfrentarse a todo cuanto las oprime. No actuamos, no salimos a la calle a exigir al Estado y sus instituciones el castigo al “campeón” por las agresiones a su esposa. No salimos a exigirle al Estado que no es desde la formalidad del derecho positivo que la violencia de género se combate. No, no salimos a la calle.
Ante cada mujer amenazada, alcemos la voz,
Ante cada mujer violentada y violada, alcemos la voz,
Ante cada femicidio, alcemos la voz,
Ante cada muerte por abortos clandestinos, alcemos la voz,
Ante cada mujer víctima de la trata, alcemos la voz,
Ante cada mujer acosada en el trabajo, alcemos la voz.
Ni un femicidio más!!!!!
Ni una muerta más por abortos clandestinos!!!
Ni un asesinato más producto de la homofobia!!!!!
Todo reformismo se caracteriza por el utopismo de su estrategia y el oportunismo de su táctica (Mayo Francés, Sorbonne, 1968).
Aliviar la miseria no significa destruirla; suavizar el mal no es extirparlo (Flora Tristán, Unión Obrera).
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