Después de enero de 1959, el rol de la mujer en la sociedad cubana comenzó a transformarse gradualmente y en 1964 se produjo una expansión de la fuerza laboral cuando se cuadruplicó el número de trabajadoras en relación con las de 1959, la mayoría de las cuales en ese momento laboraban en el sector doméstico y otros subempleos.
Uno de los trascendentales logros de estos años es precisamente la incorporación masiva de la mujer a la vida económica del país, premisa para una verdadera igualdad, pues permite el desarrollo de sus potencialidades, lo cual influye positivamente en la familia y en la sociedad.
Para Vilma Espín Guillois, la lucha por la igualdad femenina fue una constante de su quehacer político y revolucionario al frente de la Federación de Mujeres Cubanas. Estaba consciente de que el trabajo a desarrollar por la organización, era no prometerles cosas, sino que ellas mismas conquistaran los escalones que tenían que vencer.
“Nunca le dijimos a las mujeres que con esto se emancipaban; o que tenían que exigirle al gobierno o a los hombres la emancipación o la liberación. No hablábamos de que había desigualdad y de que había que hacer tal y tal cosa para eliminarla… sino de que la mujer participara en todo”, explicaría a propósito Vilma. Añadiendo: “No, lo que queríamos era que la mujeres participara y lo que las mujeres querían eran participar. Pienso que esta fue la mejor forma”.
Así, la Federación de Mujeres Cubanas, apenas recién constituida el 23 de agosto de 1960, emprendió una política dirigida a elevar el nivel ideológico, político, cultural y técnico de las mujeres a fin de incorporarlas al proceso de construcción de la nueva sociedad. Objetivo que significó, desde sus inicios, un acicate para ir eliminando los prejuicios enraizados, como consideraba la Presidenta de la FMC. Y planteó que fue a partir del I Congreso del Partido Comunista de Cuba en 1975, cuando se empezó a utilizar la palabra igualdad como criterio para las siguientes etapas de trabajo de la organización. “Analizamos que había machismo, pero había rezagos presentes en la propia mujer”, que se autolimitaba y tenia prejuicios, por lo tanto, era “un asunto a enfrentar por mujeres y hombres juntos”.
Ciertamente, este proceso a nivel de toda la sociedad, fue modificando su posición en la familia y en la sociedad. Su participación en la producción, en tanto que implicaba su independencia económica, fue transformando las relaciones de dependencia en el matrimonio y posibilitando un cambio en sus ideas, en su forma de encarar la vida. Camino que no ha estado exento de dificultades para la mujer, inclusive en el marco familiar: no se rompe con una tradición cultural de siglos de un día para otro.
La igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, en ascenso desde la victoria revolucionaria del primero de enero, ha sido consagrada en nuestras leyes y en la Constitución Socialista y revalidadas en el Código de la Familia, el Código de la Niñez y la Juventud, la Ley de Seguridad Social (recientemente modificada), la Ley de Maternidad y, en general todas nuestras leyes establecen la unidad entre derechos y deberes en la organización de las relaciones familiares, políticas y económicas.
En los tiempos que vivimos, igualdad no es solo iguales derechos en el hogar, el trabajo y la educación de los hijos. Es también vencer prejuicios, limitaciones e incomprensiones en aspectos que nos afectan mucho todavía y que lastran la escalada femenina a peldaños más altos. Es tomar las riendas en su propia promoción a cargos directrices, ensanchando los espacios sociales y laborales ganados, en un país donde más del 46% de la fuerza laboral lleva tacones y conforman el 65,63% de la profesional y técnica. Y más que todo, redimensionarnos en cuanto a las relaciones de género.
Como bien dijo Vilma, artífice de la unidad de las cubanas que exaltó ante si mismas y ante la sociedad, “somos protagonistas de una Revolución que nos ha enaltecido, que nos ha hecho dignas, que ha hecho posible el ejercicio de todos nuestros derechos”.
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