Una revolución no se decreta, se hace. Las revoluciones no son las luchas, ni los conflictos de los pueblos, de los grupos sociales vulnerados, ni de los movimientos sociales. Las transformaciones profundas que surgen de los conflictos y dan cuenta de los cambios paradigmáticos que hacen posibles nuevas relaciones sociales, muestran revoluciones en marcha. Las revoluciones apuntan a transformar las estructuras sociales. Si no, es un cambio social, pero no una revolución.
También es cierto, que una revolución no se explica a través de eruditas lecciones de historia, ni de análisis de intelectuales, o de políticos/as de oficio pretendiendo dar todas las respuestas a los procesos de cambio. Algunos y algunas revolucionarios/as de ayer, hace rato olvidaron sus propias luchas, hoy tirapiedras a los procesos y conflictos transformadores, a la nueva institucionalidad emergente y las nuevos movimientos, voces de una historia de la que formaron parte y que hoy desconocen. No son ellos/as los autores /as de este proceso inédito, y por ello, no están dispuestos a reconocer las nuevas victorias. Al igual que algunos de los revolucionarios y las revolucionarias de hoy, padecen de ginopia, una preocupante incapacidad para mirar las desigualdades, las discriminaciones y opresiones que sufren las mujeres y sexo-génerodiversos/as por razones de género. Los opositores/as de oficio aprovechan cualquier evento para descollar caústicas y desafortunadas opiniones sexistas, machistas y misóginas contra un proceso, que adversan y por ello desconocen. Otros en su defensa, recurren a la misma lógica misógina, machista, ginope y homófoba con argumentos dignos de representantes una conservadora ultraderecha. Es el derecho a la libertad de expresión. El machismo está equitativamente distribuido. La lógica sexista galopa la polarización política. Espanta que quizás sea el único tema en que exista un consenso en ambos bandos.
Toda revolución implica crisis, movimiento, transformaciones. Alteraciones y rupturas de órdenes, relaciones, estructuras, paradigmas. Nada queda inalterado. El conjunto social se transforma y surgen nuevas organizaciones, procesos, relaciones, poderes nuevos en conflicto con los viejos, en franca decadencia El orden patriarcal continua intacto pese las nuevas realidades, Nuevos actores, nuevas actrices nuevas ideas, nuevos escenarios, nuevas relaciones, pero las relaciones de género han cambiado para no cambiar. Nuevas formas de sexismo benévolo emergen centradas en la glorificación de la mujer-madre y la permisividad ciega ante la violencia machista. La ley no ha entrado por casa.
Una generación quedó atrás, otra que emerge. La revolución es proceso vivo, flujos de poder, transiciones, avances y retrocesos. Nuevas perspectivas, discursos, pluralidad, movimiento social, siempre acompañados de conflictos y contradicciones. Las contradicciones en las relaciones de poder entre hombres y mujeres plagan todos los ámbitos y sectores. La lucha de clases está atravesada por conflictos de género. Ídem la revolución pendiente.
Una revolución no es el mero desenlace de un proceso de luchas, tampoco un cambio de poder. Siempre apunta a una espiral infinita de transiciones. Lo que ayer era impensable, hoy es cotidiano, es allí, en el cambio y sus conflictos donde reside la esencia de lo que llaman revolución. De la dialéctica de las contradicciones pueden surgir nuevas prácticas, nuevos discursos, nuevas acciones. Una revolución que no cambie la vida cotidiana no es tal. La vida privada debe ser el espejo de la vida pública, y no el muro que oculta las miserias humanas. La actitud revolucionaria debe ser un estilo de vida coherente en todos los espacios y relaciones sociales
Un revolucionario una revolucionaria -o alguien que pretenda serlo- debe expresar un profundo compromiso con su vida como práctica cotidiana de las nuevas relaciones en la sociedad que se pretende construir. El reto es transformarse a si mismo/a. El proyecto emancipador se inicia cada mañana, en la casa, desde los eventos más sencillos de la vida y las relaciones más cercanas, la familia. Si la revolución no es vida cotidiana es un decreto, o un desiderátum, pero no una prefiguración de una nueva sociedad. Si la revolución no derriba orden patriarcal, quedará en un conjunto de cambios sociales. Nunca alcanzará la meta del socialismo.
La prevalencia de la violencia contra las mujeres, su cotidianidad, su extensión, la gravedad de su presencia infecto-contagiosa en la familia venezolana es un mal endémico que a diez años de la Revolución Bolivariana, llama a una profunda reflexión. En este aspecto, la revolución aún no ha impregnado la vida diaria de la gente, tampoco de los y las revolucionarios/as. Se trata de que comprender aunque se han realizado enormes transformaciones socio-económicas, resta una deuda tremenda pendiente:con la violencia de género que infecta amplios sectores de la sociedad. La violencia que está matando, lesionando, vulnerando a miles de mujeres atrapadas en el ciclo de la violencia sexista., y en menor proporción, a algunos hombres. La violencia machista que deja en la orfandad o el abandono tantos niñas y niños, con traumas de por vida. Muchas mujeres sobreviven, pero tendrán que atender sus profundas cicatrices corporales, psicológicas y morales. Convivir con una historia de violencia la hace un mal social crónico. Y no hay una vacuna instantánea para esto. La persistencia de la violencia de género es incompatible con una revolución en marcha. Porque la causa de la violencia contra las mujeres es la ausencia de igualdad ante la vida que posibilita la violación sistemática de los derechos humanos de las mujeres. El machismo campante que encuentra en la complicidad una nueva forma de clientelismo sexista. Se apoyan entre camaradas, aún cuando maltratan, golpean o asesinan a las mujeres. La tolerancia machista conspira contra la esperanza socialista y revolucionaria.
Ser un revolucionario implica asumir una nueva masculinidad, apartada de las pruebas machistas del patriarcado. Compartir y respetar las luchas emancipadoras de las mujeres en todos los espacios sociales y sobre todo en el hogar, lugar de opresión y escenario de múltiples violencias. Implica derrotar la violencia asumiendo el control de las emociones, profundizando la conciencia de género, y construir nuevas relaciones con las mujeres de su entorno. Saber buscar ayuda cuando ésta irrumpe. Compartir los roles domésticos para construir una equitativa división de la trabajo reproductivo. Pretender ser revolucionario y no comprender las luchas de las mujeres por sus derechos es una contradicción insalvable. Uno que alardee de serlo y a la vez es violento es un bochorno y una vergüenza colectiva, pero no un revolucionario. Una verdadera actitud revolucionaria no puede ser cómplice de la violencia machista, tampoco homófoba, menos misógina.
Esto se aplica también al reconocimiento como héroes. Es un héroe el que ha alcanzado una meta excepcional con un comportamiento excepcional. No es posible ser héroe en el ámbito público y en el hogar ser un patán, menos aún si es un portador de una violencia machista tan letal que muta en delincuente. Nadie es perfecto, pero saltar a la fama con el femicinidio de la esposa, madre de sus hijos, el maltrato físico a la propia progenitora y otras violencias machistas que no podrán retirar las copas, las medallas, ni borrar los triunfos alcanzados, pero si retirar el titulo de héroe en una revolución socialista. El "Inca" obtuvo el título de campeón mundial, se lo ganó en el ring. El de héroe en una revolución no, esto una contradicción insalvable. La lucha por la igualdad y equidad de género es inseparable de todas las demás luchas emancipadoras. No existe un socialismo posible sin la emancipación de las mujeres, la erradicación de las discriminaciones y opresiones de género. Los machistas no son revolucionarios, ni son héroes los agresores sexistas.
Muchos compañeros y compañeras, hombres y mujeres públicos/as, se autodenominan revolucionarios/as, porque son militantes socialistas, comunistas, funcionarios/as, activistas de movimientos o seguidores/as del presidente y/o del proceso. Comprender su rol, participar de los cambios, tomar posición en estos temas sensibles al género, a las mujeres, a la sexo- génerodiversidad es una dura prueba a su autoimagen y su auto-concepto. El protagonismo es otro mal, resabio de actitud egótica patriarcal, que empaña este proceso. Egos sobrealimentados por el poder, miopes o ciegos a las transformaciones personales que una revolución social impone. El asunto ético-moral que la complicidad machista revela en ellos, y a veces o en algunas femenarcas,[i] comporta una asignatura pendiente. El machismo está desfigurando a los revolucionarios y colocándolos al par de sus homónimos opositores. Sólo la franelas y las auto-denominaciones los distinguen en el tema que donde todos están aplazados.
Las revoluciones no se decretan, se construyen con el esfuerzo de inteligencias libres de prejuicios sexistas, de paranoias y megalomanías ególatras, sensibles a los dramas de las humanas, que aceptan el riesgo social y el conflicto personal de asumir una posición, un compromiso, sumar esfuerzos, sumergirse en el caudal revolucionario conscientes de su aporte, y encontrar la propia revolución en su vida cotidiana.
Sin el aporte de las mujeres no hay revoluciones. Sin transformación del orden patriarcal tampoco socialismo.
Sin feminismo no hay revolución.
[i] Femenarca denomina a las mujeres que actúan de forma autoritaria con actitudes patriarcales.
luisanagomez@hotmail.com
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