martes, marzo 30, 2010

Las trabajadoras domésticas...

- Por María Elena Alvarez-
La reglamentación del servicio doméstico aparece por primera vez en 1798. Las Leyes de Parida Dispersa especificaban que “el sirviente” debía estar dispuesto a defender a su amo hasta con su propia vida si era necesario. En 1821, durante el movimiento de Independencia, una orden de las Leyes de las Cortes de Cádiz reconoció por primera vez a los “criados” que hacían las tareas de la casa como “sirvientes domésticos”, dándoles así una categoría a las labores que desempeñaban.

Los Códigos Civiles emitidos por los liberales en 1870 y 1884 regularon a los trabajadores domésticos y los definieron como “el que presta los servicios de aseo o asistencia temporal a cualquier individuo, por otro que viva con él, mediante ‘retribución’”, y señalaba que el sirviente doméstico tenía la obligación de “hacer todo aquello que sea compatible con su salud, estado, fuerzas, aptitudes y condición”.

Estos artículos nos parecen bárbaros, sin embargo, fueron un principio de reconocimiento de los derechos a favor de los trabajadores domésticos, como fue la retribución de su trabajo, que inicialmente no existía.

Actualmente, el trabajo del hogar que se realiza a cambio de una remuneración se define como “las actividades domésticas de limpieza, preparación de alimentos, lavado y planchado de ropa, que normalmente se realiza a cambio de un pago”.

Las amas de casa que cuentan con una persona que las ayude en estas actividades dicen que “las trabajadoras domésticas son la alegría del hogar”; no obstante, no todas las trabajadoras domésticas pueden decir que los hogares donde laboran sean la alegría a sus vidas. Aun cuando hay excepciones, en muchos casos sufren vejaciones, cargas excesivas de trabajo, pagas injustas, malos tratos y hasta acoso sexual.

El día 30 de marzo es el Día de las Empleadas del hogar, si no lo sabían, todavía es tiempo de que les preparen algún regalito, una gratificación, o por lo menos les den la tarde libre.

El Día Internacional de las Empleadas del Hogar se deriva de una iniciativa del primer Congreso de Trabajadoras del Hogar, realizado en Bogotá, Colombia, en 1988, en el que se estableció la celebración con el fin de revalorar y recordar la necesidad de mejorar la situación de estas trabajadoras.

Históricamente, las trabajadoras domésticas han vivido en condiciones de desigualdad, discriminación y con nulo ejercicio de sus derechos, debido a que la mayoría de ellas no cuentan con recursos económicos, vienen de otros estados, no tienen dónde vivir e incluso algunas no saben leer ni escribir.

Datos del 2006 del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) señalan que 1.8 millones de personas desempeñan actividades y servicios en los hogares a cambio de un pago; de ellas el 91 por ciento corresponde a mujeres y una de cada cuatro es jefa de familia. Un porcentaje importante de las trabajadoras no tiene hijos y de las que sí tienen, más de la mitad son madres solas y en la mayoría de los casos los hijos no viven en la casa donde trabajan, los dejan con parientes o amigas y los ven sólo los fines de semana. Si la trabajadora es de “entrada por salida”, al llegar a su vivienda tiene que realizar las tareas de su propia casa y encargarse de la atención de sus hijos.

Del total de trabajadoras domésticas, la quinta parte corresponde a menores de 20 años, edad en la que les correspondería iniciar una carrera profesional. También hay un 15 por ciento de mujeres mayores de 50 años, edad en la que se supone deberían estar viviendo la realización de su proyecto de vida, pero no hay tal, nacen y mueren realizando trabajos domésticos, una parte sin paga y otra con una tan reducida que no les permite ningún cambio en su vida, sólo logran sobrevivir.
En las estadísticas se puede observar también que en las ciudades donde aumenta el porcentaje de instrucción, disminuye el número de trabajadoras domésticas. En estas ciudades la disminución de la oferta está permitiendo la mejora del salario para las trabajadoras. También está sucediendo que un número importante de mujeres con educación media o superior se emplean por horas en los hogares que requieren servicios de cuidados para niños, en las vacaciones o por la noche, o para acompañar a personas mayores cuyos familiares no pueden hacerlo, para llevarlas al médico o para asistir a eventos culturales. Esta área empieza a crecer y en ella las remuneraciones son más satisfactorias para las mujeres, aun cuando no siempre es un ingreso permanente.

El Artículo 123 reconoce derechos para todos los trabajadores, sin embargo, el empleo doméstico sigue siendo un empleo informal, sin contrato, sin prestaciones ni seguridad social y sólo dos de cada 10 trabajadoras domésticas reciben de sus patrones estos beneficios.

Este 30 de marzo deberá cumplir su objetivo: reflexionar qué estamos haciendo como país con casi dos millones de mujeres que ayudan a otras a tener una mejor calidad de vida, sin poder mejorar la propia. Urge establecer políticas públicas, crear leyes, llevar educación de calidad a todas las niñas y cada empleadora que tenga a su servicio una trabajadora doméstica, valorarla como persona y remunerarla con justicia.

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