Granma Hace ya un siglo, el edificio Ungdomhuset refulgió más allá de las fronteras de Copenhague, Dinamarca, cuando un centenar de mujeres de decena y media de países, iluminadas por Clara Zetkin, encendieron para la historia un momento de luz que cada año se repite con igual iridiscencia: el Día Internacional de la Mujer. Clara zetkin, inspiradora de este día.
Pocas habían intuido, como ella, la necesidad de organizar a las mujeres, aunar sus fuerzas y deseos, en un movimiento internacional de cimientos socialistas.
Aguda, y tan clara como su nombre, esta revolucionaria alemana mantuvo siempre una perspectiva política fraguada en las lecturas de los clásicos del marxismo-leninismo y en su amistad cercana con padres o hijos de estas doctrinas, como Federico Engels, Vladimir Ilich Lenin o Rosa Luxemburgo.
Ellos conocían, a raíz de lo develado por Marx en El Capital, August Bebel en La mujer y el socialismo y por el propio Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, que la posición de desventaja moral, social y económica de la mujer con respecto a la del hombre, se trenzaba en la misma cuerda áspera de las pugnas clasistas.
Para Clara, por tanto, resultaba evidente que nunca podría darse el triunfo de las aspiraciones feministas sino en sociedades ajenas a la explotación —ya fuera por razones raciales, de edad, origen o sexo. "El problema de la mujer —decía— es una cuestión de lucha de clases, no una lucha entre los sexos".
Durante el Congreso de Stuttgart, en 1907, llegó la hora idónea de concretar el nacimiento del movimiento internacional socialista de mujeres, conducido por Zetkin y su compañera de ideas, Rosa Luxemburgo.
Pocas habían intuido, como ella, la necesidad de organizar a las mujeres, aunar sus fuerzas y deseos, en un movimiento internacional de cimientos socialistas.
Aguda, y tan clara como su nombre, esta revolucionaria alemana mantuvo siempre una perspectiva política fraguada en las lecturas de los clásicos del marxismo-leninismo y en su amistad cercana con padres o hijos de estas doctrinas, como Federico Engels, Vladimir Ilich Lenin o Rosa Luxemburgo.
Ellos conocían, a raíz de lo develado por Marx en El Capital, August Bebel en La mujer y el socialismo y por el propio Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, que la posición de desventaja moral, social y económica de la mujer con respecto a la del hombre, se trenzaba en la misma cuerda áspera de las pugnas clasistas.
Para Clara, por tanto, resultaba evidente que nunca podría darse el triunfo de las aspiraciones feministas sino en sociedades ajenas a la explotación —ya fuera por razones raciales, de edad, origen o sexo. "El problema de la mujer —decía— es una cuestión de lucha de clases, no una lucha entre los sexos".
Durante el Congreso de Stuttgart, en 1907, llegó la hora idónea de concretar el nacimiento del movimiento internacional socialista de mujeres, conducido por Zetkin y su compañera de ideas, Rosa Luxemburgo.
Tres años después, al desarrollarse la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas y a partir de una iniciativa de las delegadas de Estados Unidos, Clara instituyó la celebración del Día Internacional de la Mujer, el cual representaría las acciones de las mujeres de todo el orbe por la conquista de sus derechos y la construcción, en general, de sociedades más justas.
Muchas mujeres todavía se sienten herederas de las luchas protagonizadas por Clara.
El octavo día del tercer mes del año fue elegido por coincidir con la fecha de la reunión y en homenaje a las víctimas de los lamentables sucesos de 1907, año en el cual más de 120 trabajadoras de la fábrica Cotton Textile Factory, de Nueva York, en su mayoría inmigrantes, quedaron atrapadas en un fuego no accidental, condenadas por exigir mejores condiciones de vida y trabajo, justamente un 8 de marzo.
La esencia de este incidente cristalizó en un lema, "Pan y Rosas", devenido símbolo de las luchas feministas y nombre de organizaciones de igual perfil.
Un día para recordar siglos
Desde siempre, la historia de la Humanidad la han escrito los vencedores —los ricos, los blancos, los occidentales..., los hombres—; es por ello que el papel de la mujer en esta se halla tan fragmentado. Para colmo, el lenguaje también dificulta cualquier indagación al respecto. Por ejemplo, cuando se habla de la rebelión de los esclavos en Esparta, el género del sustantivo da por segura la presencia de hombres en los hechos, pero ¿y la participación de las mujeres? El margen concedido a la imprecisión es amplio.
Resulta innegable la certeza, sin embargo, de que aun cuando se les asignara dominar mejor las herramientas de trabajo domésticas y no las de defensa, la mujer siempre cultivó el mismo espíritu inconforme del hombre, y sabía dar cauce a las rebeldías de su temperamento.
No inmerecidamente, uno de los símbolos emblemáticos de la República Francesa es la imagen de Mariana: busto de mujer con un gorro frigio, alegoría de la Libertad y la República.
Este ejemplo de legitimación del rol de la mujer en el desenvolvimiento del drama universal humano, constituye, lamentablemente, una excepción dentro de la regla.
A veces confundidas entre mitos y leyendas, todavía precisan de ser rescatadas historias como la de Micaela Bastidas, no menos valiente que su esposo, el inca Tupac Amaru, pero sí más desconocida. Sus dotes de estratega la convirtieron en líder de su pueblo en la lucha contra los colonialistas.
Igual sucede con Juana Azurduy, nacida un profético 8 de marzo. Mientras se recuerda el Bicentenario de las gestas emancipadoras de nuestra América, se omite el nombre de la mestiza que alcanzó altos grados militares en la guerra gaucha, librada en el Alto Perú contra los realistas españoles.
No deberían ser de aislado conocimiento hitos como los de Olimpia de Gouges, autora de La Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana —considerado como el alegato más radical en favor de las reivindicaciones femeninas hasta entonces—, guillotinada dos años después de su publicación.
Son muchos los intentos por ganar fuerza y visibilidad, pero demasiados los años de discriminación —asentada en preceptos divinos y mortales— como para revertir todos sus efectos en una centuria.
Y no cabe duda: en el hoy de este mundo de miserias crecientes, atiborrado de culpas y tristezas feminizadas, una gran cantidad de mujeres se levantará antes que nadie, preparará el desayuno de la familia, y continuará la rutina doméstica ignorando —o quizás olvidando— que desde hace cien años este ha sido su día.
Otras saldrán a las calles para obsequiarles voz a los viejos reclamos nacidos, como de un parto gemelar, en el mismo instante en que la balanza de poderes entre géneros perdió el equilibrio (¿algún día lo tuvo?).
Unas pocas "afortunadas", abrirán los ojos temprano para acicalarse mejor, porque "lucir bonitas es una obligación social", y recibirán con agrado las felicitaciones por "ser mujer" —no por los espacios ganados, como debería ser.
A un siglo de haberse instituido la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el 8 de marzo dista mucho de ser una fiesta de realizaciones. Es, por el contrario, una remembranza de lo que en materia de igualdad se anhelaba desde entonces, y aún yace sin hacer.
8 de marzo en Cuba
El Día Internacional de la Mujer se celebró por primera vez en nuestro país en 1931, en medio de grandes tensiones económicas y políticas, amplio descontento popular y fuerte sentimiento antimachadista. En él hicieron uso de la palabra la revolucionaria y luchadora Rosario Guillaume (Charito), y Panchita Batet, líder sindicalista, entre otras.
Muchas de las que participaron en aquel entonces, fundaron luego, en 1960, la Federación de Mujeres Cubanas, y darían cauce a un movimiento que, al decir de Fidel "constituye una revolución dentro de la Revolución". A partir de 1959, el 8 de marzo devino fecha de conmemoración nacional.
Fuente: http://www.granma.cubaweb.cu/2010/03/08/interna/artic06.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario