viernes, febrero 26, 2010

Las mujeres estamos mal...

Por: Iris Rodríguez A.
Hace unos días, tras salir del consultorio del médico, decidí caminar hacia la biblioteca pública de la comunidad, para echarles un vistazo a los libros que pudieran tener allí sobre temas feministas, historia y asuntos de interés social. Mi sorpresa fue mayúscula al toparme con la más seca y desagradable "bienvenida", hasta el punto de creer que la persona que hablaba no se estaba dirigiendo a mí.

"¿En qué podemos ayudarla, señora? Las computadoras no funcionan, no hay papel para sacar copias, no prestamos libros para llevar y el baño no funciona...." La larga lista de carencias ,la monótona y agresiva voz de la bibliotecaria, quien además tenía un teléfono celular pegado a la oreja, me hiciereon mirar instintivamente hacia los lados, pues creí que la dama sostenía una agria discusión con alguien por vía telefónica. Sólo noté que la cosa era conmigo, cuando los penetrantes ojos de la mujer me taladraban, a distancia, mientras movía su cabeza inquisitivamente desafiante en mi dirección.

Con la voz más dulce que pude modular, le respondí, con educación:" Hola,buenas tardes, sólo pasaba por aquí para ver qué ofrece la biblioteca, pues hace más de veinte años que no la visitaba. Ahora, como estoy retirada, pensé que podría venir de vez en cuando a disfrutar de alguna buena lectura".


Me sentí examinada con hostilidad contenida, pues aparentemente, mi gusto en el vestir y mis accesorios no eran apropiados para estar en una biblioteca, aunque ésta estuviera en bancarrota. Mi vestimenta negra, pulseras plásticas en forma de alambre de púas, mi sortija, reloj y camiseta, adornados con calaveras y mi maquillaje oscuro tampoco le inspiraban confianza, sobre todo si estaban sobre el cuerpo de una mujer de 57 años, que soy yo. En el rostro de la mujer advertí cierta censura, mezclada con morbosa curiosidad y, definitivamente, dada mi obstinada intención de ignorar su actitud casi grosera, decidí entablar una conversación con ella. Después de todo, yo no tenía prisa...y ella no estaba haciendo absolutamente nada. La diferencia antre las dos era, básicamente, que ella cobraba un sueldo del gobierno por conversar y perder el tiempo, mientras que yo no tenía la obligación moral de cumplir con un empleo y estaba allí, como ciudadana, para solicitar un servicio público.

Sin perder su rigidez, ni dejar de registrar en sus retinas los detalles de mi atuendo, comenzamos una casi amena charla, que ella interrumpía sin sutilezas, para pedirme que le mostrara mi reloj tan raro, mis pulseras, o lo que se le ocurriera.(De paso, y como parte del control rutinario que se nos impone a las mujeres, me recomendó bajar de peso, con lo que concordé, pero, claro, por cortesía no le comenté que ella estaba bastante lejos de ser Venus). Me di cuenta de que para ella yo sólo era una curiosidad; una distracción del trabajo monótono que desempeñaba desde hacía 5 años y del cual la "transfirieron" por "razones políticas".Supuestamente, trabajaría desde la siguiente semana "con personas con impedimentos".Ella lo decía como si se tratara de un terrible castigo, pues no tenía ni idea de las funciones que tendría que desempeñar allí. En mi interior , sentí pena por la clientela de esa agencia gubernamental que requiriera de los servicios de semejante empleada.

Entre col y col, nuestro diálogo llegó a la brutal situación de violencia generalizada por la que atraviesa "nuestro país", pues, aunque la mujer realmente era de otro país, residía en Puerto Rico por más de 20 años. "Le voy a decir -se echó hacia atrás en su cómodo sillón y, juntando las puntas de los dedos, como una sabia versión femenina de Buda, prosiguió- Yo no soy machista, ni creo que los hombres tienen más derechos que las mujeres, pero hay cosas que contribuyen a la criminalidad.- Ahí captó mi atención, que había estado casi desconectada de su charla, pues pensé que lo que seguía valdría la pena escucharlo.

Con un amplio gesto de sus brazos y sin dudar por un momento en lo que verbalizaba, dijo: " Las mujeres estamos mal" -mis labios formaron una O, pero ella siguió hablando, como en un éxtasis de inspiración divina, sin que yo pudiera hacer otra cosa que fruncir el entrecejo y cuestionarme dónde estaban las capacidades profesionales y la empatía de esta señora con las de su mismo sexo.

"Sí, como lo oye: nosotras mismas propiciamos a veces las cosas que nos pasan.Por ejemplo,¿ cómo se le va a ocurrir a una mujer meterse sola en un bar a tomarse una cerveza?¿cómo va a andar sola por ahí, de tarde o de noche? ¿qué van a pensar los hombres de una chica que está sola tomándose un trago en un negocio, en un billar?¿cómo van solas a los estacionamientos durante la noche? Si queremos estar protegidas, debemos andar con otras mujeres, o con un varón."

Ya, a estas alturas, mis labios permanecían sellados con amargura, ante semejante discurso patriarcal, al que no pude contestar, porque ella, acto seguido, llamó a una de sus auxiliares para que la ayudara a empacar. Me dio la espalda y, hasta me miró sorprendida de que yo siguiera allí, cuando le dije: "Le deseo mucha suerte en su nuevo lugar de trabajo...Y espero que sus nuevos clientes se beneficien de su buena voluntad."

Abrió los ojos y la boca como platos, como preguntándose si le hablaba en serio, o estaba siendo sarcástica, pero no me contestó.Y yo me fui de allí a paso lento, cabizbaja y avergonzada, sin saber por qué.

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Desgraciadamente, en nuestras sociedades patriarcales y capitalistas, cuyos sistemas educativos se centran en la mujer como una extensión de los bienes del varón o como una criatura doméstica a la que se le tiene que "cercar", como a una vaca o una yegua, no se la contempla como a un ser humano con libertades y capacidades innatas, a las que jamás la Naturaleza misma les pondría límites de espacio, o tiempo. ¿A quién se le ocurriría decir "Esa vaca no debe andar sola de noche, porque la pueden violar"? O, "Esa yegua es una puta, porque se junta con los potros por las noches. Si se preña, ella se lo buscó. " Pero a la mujer,a la "hembra del animal-hombre, macho", a ésa sí que hay que atarla cortito. Hay que ponerle límites de espacio y de tiempo, porque si transgrede las reglas del patriarca, su destino incuestionable es la humillación, el castigo, la violación. La muerte.

¿Y qué hay de esas niñas violadas y asesinadas en el seno "amoroso" de sus hogares? ¿Qué pasó con esa chica inocente, embarazada, que "se atrevió a salir del cercado" para ir al mercado, justo cuando alguien disparaba ,y la mató? ¿Cómo se juzga a una mujer, cuyo violento marido le pega un tiro en la frente, o se justifica que ese mismo individuo le dispare a su hija en un ojo, mientras l@s tres estaban dentro del hogar?

¿Cuáles son los "espacios vedados" o los permitidos para las mujeres y, bajo qué circunstancias específicas se les permite acceso a estos últimos? ¿Sólo cuando a sus machos , parejas o merodeadores se les antoja disfrutar, abusar o acabar con una mujer?

Me siento empobrecida moralmente cuando escucho discursos irresponsables ,llenos de desprecio y de ira hacia sus propias hermanas, como el que oí de los labios marchitos y acartonados de aquella mujer, celosa de las libertades que otras conquistan , a pesar del miedo, de la criminalidad, de la misoginia y del permiso para matar que se otorgan los hombres, en una sociedad que cosifica cada vez más a las féminas de todas las edades, preferencias y clases sociales.

Señora Bibliotecaria, las mujeres estaríamos mal, sólo si pensáramos y nos comportáramos como usted. Y recuerde, si quiere estar segura, manténgase en su corral, donde sólo permanecen las pusilánimes y las que ven pasar la felicidad de las otras mujeres con la rabia y el egoísmo de quienes no sienten empatía por l@s demás.

25-feb-10

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